Poesía de Miguel Ángel Náter

 

De Final del Libro

 

Para Carmen Vázquez Arce

 

El Libro de los lotos

leva el ancla,

áncora de fuego y de cristal profundo,

hacia El jardín en luto,

se abre

la v

i

o

l

e

t

a que cae

por el horizonte

y está todo en colores de carbunclos;

pero surge de pronto

del libro la pregunta

por los hombres

y está todo entre guerras y conjuros;

no temo si me vuelves mariposa

o músculo tensado de Dioscuros;

el Libro sin final alza su copa

o su botella verde

pletórica de humo;

rosa en su velamen roja rosa

de la luna pintada en el techo oscuro;

retornan los pareados a convocarte

y esgrime la cadencia gladio del Arte;

guardas de oro de alas grabadas

custodian el velamen del argonauta;

el barco en la cubierta

seduce con el grumete

que toca la ocarina de fuego imberbe

y en la sobrecubierta danzan las ninfas

envueltas en los brazos de la neblina;

cuelga el t

e

j

u

e

l

o en los incunables,

gema dorada sobre los lomos en los estantes;

cofa en la nave, gracia de seda,

ángulo verde sobre la historia de Cariclea;

ceja de bronce, cajo dorado, hoja rosada de cortesía,

ceja aromada, grajo de noche sobre la borda en la travesía;

señaladores con el encanto del unicornio o de la amatista

marcan la pauta de los esquifes y de los (r)astros por donde pisas;

blanco Pegaso tiene en su lomo florón de bronce o de lis dorado,

nervio de fuego, grupa morada, coz de zafiro y alado paso;

abre Castalia su maravilla de aguas homéricas, nerudianas,

bebe el Centauro la linfa oscura del Hipocrene o de tu mirada;

verso en la solapa,

paje en el regazo,

mar en la portada,

capital barroca,

capitel de sueños,

corondel de arcada,

mítico papel,

y hay en tu talante

coronel que arde

sobre mi bajel.

 

Para Luis Rafael Sánchez

 De tu fondo telúrico y arbóreo

esdrújulo y sonoro

resurge el pie marmóreo

de la estatua desnuda

o del pensil corpóreo,

del verso siempre en página perdida

o en la profunda mina

de escondido petróleo;

la azul rosa que roza el mar profundo

y solamente es flama en viejos óleos,

castillos de tu alma

donde aroma en fatídicos herbóreos;

se eleva en melodías verdes

que cunde de pasión el ofertorio;

desde el profundo abismo de su centro

hacia el profundo abismo de tu adentro

desata el pergamino sus velorios

de muertes sediciosas

que causan un placer tan doloroso;

se van acumulando tus palabras

en palacio ominoso

donde vagan fantasmas amarillos

y verdes y azulosos

como los que en mi alcoba rondan

cuando cae mi luz sobre tu rostro;

en la encuadernación sombría

hay faunos y cariátides y lotos

que flotan en la luna sobre el lago

con fuego sigiloso

y marcan el compás de la cadencia

y el rapto del poema

que pasa en tu desnudo prodigioso.

 

Miguel para tu pecho arrepentido,

levantada su espada en el poema

de este Final del Libro,

tiembla su balanza

y tiemblan en el templo las obleas;

y no tendrá piedad de tus embrujos,

de tu espa(l)da de fuego o de tus gemas

que miran en la noche en tus dominios

con el rojo sensual de las panteras;

y no tendrá piedad de tu lenguaje,

de tu lengua de llamas

que en el cielo sin luz relampaguea;

estás bajo su pie como una rosa

¡oh sándalo maligno,

que eleva su perfume y lagrimea

esas gotas de ópalo indecisas

que caen desde Onán hacia la tierra;

su túnica de púrpura diamante,

su peto de zafiro, su sandalia febea,

convocan la mirada en los museos

y debajo tu cuerpo

de escultura viole(n)ta;

Rafael Te ha pintado,

como Luca Giordano,

bajo el astro en que irradia la Belleza

y la perversa sombra

de la serpiente asoma

como una invitación entre tus piernas

 

A José Luis y Marvia

Forrado con diamante o con papel de estraza,

cargado con la sangre de la guerra

o la pueril batalla,

vendido en elegantes tomos

o preparado en casa

con papel de diarios y cartones

y viejas maquinillas oxidadas,

¡oh el árbol que renace al artificio

con hojas recicladas;

¿por qué debo dejarlo en librerías

en la consignación

que nunca pagan,

por qué debo pagar a los sicarios

para que tengan todas las ganancias,

si me exigen que pague

trescientos ejemplares,

dejando la edición asegurada;

igual cuando ha salido

a ver la luz que el tiempo le depara

me exigen en certámenes sin fondos

que someta a sus fuegos

sus azules alas

enviándoles tomo sobre tomo

lo poco que me queda

de la breve tirada,

y me exigen que llene documentos

y gestionan jurados de la nada,

y se premian sus propios espejismos

en sus altas murallas;

pero yo Te rescato de la isla negra

y hasta del callejón y de la iguana,

de Ariel y Calibán,

del mítico huracán y de la plaza

y Te envuelvo en la luz del tiempo nuevo

y Te llevo a mi Isla de Carrara

donde vago en Centauro sagitario

detrás de los perfumes de tu espa(l)da.

 Entre los candelabros brillo,

seduzco,

con mi veste de pulcro monaguillo;

canto como un seise,

me desbordo en el mar en mi zafiro

debajo de las telas en la playa

que es puro Poseidón en desafío;

y, sin embargo, nadie me conoce,

nadie sabe que existo,

que puedo ser grumete

temeroso

o capitán invicto,

que entre mí volverán a la batalla

Melibea y Calisto,

o bien Aquiles y Pentesilea

o Lorca contra Franco en sus equinos;

la desolada tierra en el Oriente,

el Covid con sus alas de presidio,

la lira fantasmal que nos envuelve

sea moneda o estrofa

o instrumento divino;

oculto en el semblante de alabastro

o culto el desafío,

¡oh culto seductor de los ensalmos

que quiere convocar el cataclismo

para que vuelva al fin Miguel Arcángel

salvando a Satanás de su suplicio;

vuelvo a repetir la marejada,

el naufragio del plinto

hundiéndose el idioma entre las alas

de todos los secretos del rezo o del hechizo

y en el ara se abre

oscuro y luminoso

el poema que (en)cierra este dominio.

 

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