El rescate de los primeros cuentos de Emilio Díaz Valcárcel

 

Emilio Díaz Valcárcel (Trujillo Alto, PR, 1929-Trujillo Alto PR, 2015) figura como una de las plumas más prolíficas de la promoción de escritores de mediados del siglo XX.  Su arribo al entorno literario insular, poco después de su periodo en la guerra de Corea se dio desde el cuento.  De ese periodo surge su primer libro, El Asedio (1956), de la mano editorial del gran Jose Luis González.  Posterior a este,  Napalm y Proceso en Diciembre.  Es entonces cuando la obra de Emilio toma un giro en la dirección de la novela: género en el que se mantiene hasta su últimas publicaciones, El Tiempo Airado y El Dulce Fruto.   Sin lugar a dudas,  Emilio Díaz es uno de los escritores más estudiados de nuestro país.  No obstante, un importante conjunto de sus cuentos quedó en el olvido una vez despuntó su prolífica carrera a partir del 1953.  Estos cuentos fueron redescubiertos recientemente como parte de una investigación del Centro Literario EDV de nuestro municipio.

Se trata de los cuentos publicados en revistas literarias entre 1949 y 1951, cuando su novel carrera se vio interrumpida por el servicio militar.  Los mismos reflejan las temáticas, y técnicas narrativas cultivadas por los escritores de la generación del 35.  Escenarios criollos, personajes regionales, que  nos recuerdan la obra de Díaz Alfaro, Meléndez  Muñoz y Belaval, sus referente en aquel momento y cuyo criterio literario tomaba muy en cuenta, como se confirma a través de la correspondencia que compartía con estos y que guardamos con orgullo aquí, en nuestro Centro Literario EDV. A su arribo a la isla después de la guerra, los mismos no vieron nuevas publicaciones fuera de aquellas primeras en las revistas culturales de la época. Emilio se enfocó en temas y estilos que consideraría más urgentes y este conjunto de cuentos, a los que ahora llamamos Idilios Extraviados en el Cruce, quedó en el olvido tanto de la comunidad lectora como de la académica.  a otros temas y estilos

Para nosotros como trujillanos y trujillanas, los cuentos de Idilios Extraviados en el Cruce cobran un valor más profundo.  Los mismos fueron escritos por un joven “Millito”(apodo con el que se le conocía en el pueblo.  apenas 18 o 19 años), el nieto del alcalde, el hijo de la maestra, antes de ese “cruce” que representa el paso de la adolescencia a la adultez, del campo  la ciudad, de la paz de este lado del puente a la guerra de Corea.  Estos cuentos nos adelantan una de sus características narrativas más destacadas: su mirada inquisitiva y con cierto tono irónico a la vida de su gente, sus preocupaciones, dolencias y retos.  Estos no son solo cuentos: son la esencia misma del trujillano más humilde, retratado en estampas de sorprendente profundidad psicológica y exquisitas descripciones del entorno natural en las que el Río Grande de Loíza parece siempre cobrar un rol protagónico; en muchos casos, el eje del conflicto hombre vs naturaleza.

La 4ta Jornada Literaria EDV 2021 (a celebrarse del 26 al 28 de octubre) está dedicada a ese importante cúmulo de cuentos, con el fin de fomentar su divulgación, discusión, análisis y disfrute desde todos los contextos posibles.  Su comunidad de lectores tendrá la primicia de este proyecto al redescubrir estos tesoros literarios.Agradecemos a En Rojo la publicación de dos de estos cuentos rescatados como embocadura a la publicación del libro.

La autora es escritora. Ha publicado los libros de cuentos Nueve y Otsukimi. Es maestra de español y escritura creativa. El libro de cuentos de Díaz Valcárcel es resultado de su labor como investigadora en el Centro Literario Emilio Díaz Valcárcel del municipio de Trujillo Alto.

 

 

Bohío

Por Emilio Díaz Valcárcel

Toño es elemental, silvestre, pero verdaderamente astuto, como ardilla. No supo lo que fue escuela. Dobló el lomo temprano, cuando sólo era un mocoso pegado a la tierra. Fue el orgullo del viejo que le enseñaba con maña los menesteres de campo. Fue chiquillo duro, recio.

Más tarde se miró crecido. Tenía el destino en las manos toscas, rudas, enriquecidas de callos. Y pensó que era tiempo de encaramar un bollo allá arriba en la montaña.

La mujer apareció luego. Jíbara corta de años, la Chana. Ojos grandes, como almendras. Cuerpo ágil, seco, terroso. Ella le había mirado varias veces a los ojos. Y él se la llevó a su rancho…

El viejo de la tienda había insistido:

-¡Jum! Si juera yo no habería diablo que me fuera emburujal en ese río. Ejtá crecío. ¿No lo ve usté? Y bastante gente que se traga en cuantito se pone asina. Pero…si usté aprecia el ganao ese maj que su mesma vía…

-Como que lo quiero pa cría. Ademá, la corriente no ejtá fuelte. Entoavía no tapa ni la piedra grande. Y yo soy bajtante resbaloso en el agua…

Toño habló seguro, con optimismo de hombre joven, duro. Podría cruzar el rojo cinturón de agua. Salvaría el ganado que era, según él, pura raza.

El viejo se incorporó del banco. Era todo arrugas. Surcos nobles, abiertos por el arado del tiempo.

-Güeno, luego no digan que no se lo alveltí.

El muchacho sonrió. Salió afuera. Una llovizna delgada le enfrió el rostro. Los pies se le enredaron de improviso en el barro pegajoso del camino. Creyó tener las piernas de hierro de tan pesadas…

Toño mete una mirada suave en su bohío. A esa hora estaría Chana combada sobre la hornilla: desgranando mazorcas o durmiendo al heredero… El jíbaro piensa y sonríe -gran blancura en los dientes- harto de felicidad. Su bohío tiene «soberao» de palma, paredes de yagua y mucho pacholí de techo.

Casi sin querer entra en el río. Estaba hinchado, iracundo, con ejército de ondas. Le hubiera arrastrado lejos, si no es listo. Pero ágil como pez se dio a cortar agua. Tenía rapidez de guavina, Toño. El, además se tiró de bien arriba, cosa que la corriente le llevara no muy lejos del almendro. El almendro se miraba augusto, amenazando el espacio.

El chorro bajaba duro, terrible. Toño creyó cansar. Falta de ensayo, tal vez. Pero no retrocedía. Pura raza, era el ganado. ¡Cómo abandonarles! De súbito vio aquello, allá lejos, río arriba. Se le agusaron los nervios, de pronto. El golpe bajaba impetuoso hirviendo de ramajes vivos, de animales muertos: tal vez de gente… Una preocupación hosca le frunció el ceño. Preocupación onda, angustiosa, que pareció surgir del agua turbia. Pensó en Chana, en el heredero: en el viejo de la tienda ¡El viejito de la tienda! Ese hombre sabía lo que decía ¡si desde niño se dio a la pesca, en ese mismo río! El viejo tenía surcos en la frente. Surcos nobles, sembrados de experiencia…

Toño aprendió en segundos lo que no pudo en veinticinco años. Ahora que se miraba perdido supo lo que era eso de arriesgarse vanamente.

El chorro bajaba duro, terrible. El golpe era impetuoso, hirviendo de ramajes vivos, de animales muertos, tal vez de gente… Toño hizo esfuerzo nuevo. Echó todo aliento en lograr la orilla. Un gancho le dio en la espalda; golpe recio que le llevó a lo hondo. Respondió ruidosamente, como bestia. Los ojos estaban desmesurados, redondos, francamente escandalizados. Toño sintió el nuevo empuje del agua aglomerada, y sus brazos chapotearon con fuerza sobre la turba planicie. No se encontraba cansado ahora que el peligro era inmenso, al contrario, era capaz de cruzar dos ríos como este. Objetos flotantes le hacían zambullir obligatoriamente. Brazos y piernas se movieron, obstinadamente, en el loco empeño por salvar la vida.

Toño creyó llevar horas luchando, luchando por zafarse de aquello. Sin embargo, casi ni sintió cuando se dio la orilla. ¡Fue milagro, señor! Se tumbó en la hierba. Quería calmar esa fatiga que le dejaba sin aire. La mañana temblaba de zozobra en sus pupilas.

Más tarde, el viejo de la tienda le decía:

-Ya ujté ve, ombe. Se lo dije. No crea que la juventú ej to en la vía. Hay que tener esperencia, hijo, esperencia…

Pero Toño no le oyó porque estaba amontonado allí, pero el alma estaba allá arriba, apretada contra Chana, en su bohío del monte…

Gloria

Esta noche es triste. Noche enferma de lluvias, llena de humedades negras. Noche oscura, de misteriosas opacidades duras: infranqueable, cerrado ambiente de agua. Ante mí, las mismas cañas que no sueña, que no piensan ni meditan que sólo susurran calladas ante la naturaleza triste. Yo me hundo ante el paisaje, dentro de la profundidad alta de un cielo sin estrellas. Sin estrellas blancas, cercanas de su lejanía. La noche se me caí encima, llena de recuerdos como relámpagos como brazos partidos como caminos quebrados en lo alto… Y en esta noche fría gélida morada de herméticas tinieblas, se me acerca gloria, todas sonreída y triste, con los ojos en ella y en mí, y con sus claros ojos míos… Gloria me sonríe abrumada de lejanía celeste, de claridades sonoras, habitada de secretos altos, blandos. En su boca, la luz emitida por armonía de dientes blancos, niévales como herramientas de caridad, o como Army. Glória me sonríe toda, el pensamiento retratado en sus labios, la alegría en los ojos, la tibieza en sus manos y aliento. Me habla, díceme algo; yo escucho la voz prendida en mis oídos, y mi regocijo todo, y el corazón que aquí late ya no es mío… Le hablo de amor. Sonroja un poco. Yo he visto luceros donde relucen sus ojos…

Mañana yo he de verla, como anoche. ¡Qué alegría la de ayer! La música se adueñó de todo, de jóvenes tristes y alegres, de pensamientos recientes y melancólicos. ¡Qué alegría la de ayer! El aire era nuevo, brisa joven de enero. Los ojos eran Fanales, espejos regados aquí allá que es

impregnaban todo, hay dos de juvenil ale algarabía. Gloria me miraba desde el ángulo blanco del feliz balcón. Yo sentía mi rostro la dulzura de ese mensaje de amor, la aproximación de un oasis de luz inesperada. Yo miraba mi conciencia, odiaba los rincones exclusivos de mi alma, y sentía, en la oquedad de mi pecho, un palpitar exaltado, una emoción jamás sentida. Ella, graciosa y bella, estaría soñando cosas de adolescencia pura. ¡Que fluir interminable de poesía, son sus labios!

Mañana Jo verla como anoche. Le hablaré de amor. Sonrojará. Y veré luceros nuevamente donde reducen sus ojos

Puerto Rico Ilustrado. 15 de Julio de 1950

 

 

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