Kavanaugh y la decadencia del imperio

Cerró un capítulo en el amargo drama de la nominación de Bret Kavanaugh como Juez Asociado del Tribunal Supremo de los Estados Unidos. Nunca en la historia de ese país un nombramiento a ese tribunal había levantado tanta oposición y pasión en la sociedad estadounidense. Bret Kavanaugh fue nombrado por Donald Trump para llenar la vacante que dejaba el juez Anthony Kennedy quien, aunque nombrado por un presidente republicano, Ronald Reagan, se distinguió por tomar decisiones que mantenían lo que se denomina el balance ideológico del tribunal. Tras su retiro, comenzó la saga por lograr la confirmación de un juez afín a la visión política del actual presidente Trump, resultando el escogido, Bret Kavanaugh, vinculado estrecha y activamente, desde hace varias décadas, al Partido Republicano. Habiéndose graduado de la facultad de derecho de Yale, una de las más prestigiosas universidades de los Estados Unidos, trabajó para Kenneth Starr, nombrado asesor independiente en la investigación que se condujo contra el entonces presidente Bill Clinton, en el escándalo que protagonizó con la asistente de Casa Blanca, Mónica Lewinsky y otros escándalos en los que se involucró a la familia Clinton. Kavanaugh fue, además, miembro del equipo legal del Partido Republicano para las elecciones estadounidenses del año 2000, cuando George W. Bush se alzó con la victoria luego de que se detuviera el recuento de votos del estado de la Florida, que propició la derrota del entonces vicepresidente, Al Gore. Eso le ganó las posiciones de consejero y secretario personal de George Bush, quien lo nombraría Juez del Tribunal de Apelaciones del Circuito de Washington DC en 2006. Su esposa, Ashley, fue también secretaria personal de Bush. Uno de sus grandes amigos, Karl Rove, fue consejero y estratega del expresidente Bush, artífice de sus dos victorias electorales en 2000 y 2004 y a quien se le apoda “el Maquiavelo de la Casa Blanca”. Kavanaugh es también católico practicante.

Una vez nominado como Juez Asociado del Tribunal Supremo de los EE.UU., el Partido Demócrata de ese país y los sectores mas liberales de la sociedad estadounidense comenzaron a dejar sentir su firme oposición al nombramiento, no solo por sus estrechos vínculos con el partido republicano, sino por sus posiciones extremadamente conservadoras, plasmadas en sus decisiones como Juez del Tribunal de Apelaciones de Washington DC. En ellas expresó su postura conservadora en cuanto a los derechos reproductivos de la mujer, la protección de la 2ª enmienda de la Constitución de los EE.UU., la limitación del derecho constitucional contra registros y allanamientos y el rol cuasi legislativo de las agencias administrativas, en lo que a la protección del ambiente se refiere. De ahí, el peligro que se cierne sobre la sociedad estadounidense ante el control absoluto del conservadurismo duro del Tribunal Supremo de los EE.UU. Ello resulta, además, especialmente preocupante para los puertorriqueños, pues, gracias a nuestra situación colonial, las decisiones del Tribunal Supremo Federal se consideran fuente primaria de derecho y aplicables a nuestro país con toda fuerza y vigor.

El proceso del nombramiento de Kavanaugh se tornó verdaderamente conflictivo, cuando surgieron las alegaciones de abuso sexual de la Dra. Christine Blasey Ford, profesora de psicología clínica de la universidad de Palo Alto e investigadora de la universidad de Stanford en California. La Dra. Ford alegó ser victima de abuso sexual de parte de Kavanaugh y su amigo Mark Judge, en una fiesta celebrada cuando eran estudiantes de escuela superior en Maryland. Aún queda vivo en nuestro recuerdo, el momento en que la Dra. Ford declaró cuan presente estaba en su memoria la risa, la diversión que, a costa de ella, experimentaron tanto Judge como Kavanaugh, luego de tumbarla contra una cama, tocarla y taparle la boca. También salieron a la luz pública otros actos de abuso sexual de parte de Kavanaugh, contra Deborah Ramírez, puertorriqueña estudiante de Yale y Julie Swetnick. A ello se sumó amplia información de compañeros de estudios sobre el abuso del alcohol de parte de Kavanaugh. A raíz del testimonio de la Dra. Ford, Kavanaugh, arrinconado, mostró sus verdaderos colores: se reveló como un individuo derechista a ultranza, arrogante, manipulador, malcriado y vengativo. Fue entonces cuando las vistas de confirmación se convirtieron en un escenario de guerra entre demócratas y republicanos. Creció, enormemente, la oposición al nombramiento. El Washington Post y The New York Times publicaron editoriales reclamando que Kavanaugh no fuera confirmado. Mas de 2,400 profesores de derecho, el Concilio de Iglesias y el America Magazine, la principal revista de contenido católico, abogaron por el retiro de su nombramiento. Miles lo rechazaron y se lanzaron a las calles, reclamando respeto a la dignidad de las mujeres representadas por la Dra. Ford, víctima de un crimen del que ha sido imputado el propio presidente de los EE.UU., así como decenas de figuras públicas estadounidenses, que destapó lo que resultó ser una epidemia incontenible en ese país.

El demonio partidista y el afán ciego por el control del Tribunal Supremo afloró para adelantar la visión “trumpiana”. El escenario provocó una profunda división en la sociedad estadounidense. De un lado estaban los defensores de la independencia judicial, el respeto a los derechos humanos, la justicia para todos y todas y el apego a la verdad. Del otro, aquellos que desprecian todo lo anterior, que obran con impunidad y que detentan el poder por el poder mismo. Son aquellos que han convertido las palabras, democracia, libertad y justicia, en retórica hueca y en agravio a los que luchan genuinamente por preservarlas. Kavanaugh prevaleció gracias a los(as) que, haciendo uso arbitrario del poder, dieron la espalda al amplio clamor del pueblo estadounidense y en particular, al reclamo de las mujeres por el respeto a su dignidad. Esos(as) son los mismos que hoy, como lo hicieron entonces Kavanaugh y Judge, se ríen a costa de la injusticia y el dolor de toda una sociedad. Esos(as) que hoy nos llenan de vergüenza, son los que han convertido a EE.UU. en un país en franca decadencia.

La autora es Presidenta Movimiento Unión Soberanista

Artículo anteriorEdwin Quiles: “Es un momento para repensar lo que es la vivienda, cómo se construye”
Artículo siguienteEl boxeo en buenas manos: ¿Lo sabe el público?