Será Otra Cosa: Acto de fe en la universidad pandémica

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Especial para En Rojo

  1. Ahora, en estos días

El fondo ha ido cambiando en mi clase de las tardes. De enero a mayo, de cinco a ocho, cada semana aparece una luz distinta detrás de mí. Profesora, me dice con tonito divertido un estudiante, ¿qué es eso detrás de usted que la hace parecer un ángel? Busco mi cuadro, le doy clic, y descubro, en efecto, sobre mí y alrededor de mi cabeza, un halo de luz. El ángel soy yo, gracias a la luz de la tarde. Maravillas de la universidad a distancia.

Otro de mis estudiantes coge la clase debajo de un abanico. Para evitar el agotamiento de la vista en la sesión de tres horas, deja oscurecida la pantalla. La única luz es la que, al parecer, entra por su ventana, así que a medida que avanzan la clase y la tarde, el muchacho, ya de por sí algo pálido y delgado, se va desvaneciendo ante mí.  Después del descanso de las 6:30, cuando interviene en la discusión, su silueta tenebrosa, gracias al zumbido del abanico, me produce la impresión de que habla desde dentro de una nave espacial. Zum, zum, zum. Mi estudiante es entonces un alienígena que estudia literatura.

A la sesión de las mañanas, varios llegan con el plato en la mano. Los veo masticar y llevarse tostadas a la boca. Parecen muy atentos, pero no estoy segura de qué ven, qué escuchan. Los días de lluvia algunos desaparecen y reaparecen como manchas de humedad. Los veo, pero no los escucho. Los escucho, pero no los veo. Los escucho, pero aparecen en una postura quieta, como congelados. En ocasiones, soy yo la que me congelo o no me oigo. Alguna vez se ha ido la luz en casa y he tenido que correr a conectarme del celular. Entonces doy clases a una cuadrícula de enanitos.

Durante la pandemia mi gata se ha acostumbrado a que somos las únicas habitantes del mundo. Tal vez por eso resiente la atención que le presto a la computadora y durante la clase se pasea por el escritorio, se coloca detrás de la pantalla o se presenta de perfil frente a la cámara. Como es gata y sigilosa, no me doy cuenta de su presencia hasta que está casi encima, y pasa lomo y rabo bajo mis narices. En esos momentos los cuadritos de los alumnos se animan y parece que despiertan.

  1. Un poco antes de todo esto

Hace tiempo que venía constatando los efectos de la larga crisis en la Universidad, pero confundía las señales con mi propio estado de ánimo. Sólo puedo hablar por mí, pues, por razones que no vienen al cuento, había estado fuera del recinto el año anterior, justo después de la «recuperación» del huracán, y cuando los asuntos personales parecían superados, llegó el Covid.

En fin. Decía yo que aquel miércoles de mi recuerdo encontré la plaza completamente desierta, y miré el reloj: las 11:30. Quienes hayan pasado por aquí, la placita Antonia Martínez, el centro del llamado «cuadrángulo histórico» del recinto de Río Piedras, entenderán mi desconcierto. Un miércoles a esa hora, suele ser un lugar muy concurrido. Puede que el paisaje me pareciera distinto porque después de la poda de árboles post María, se había perdido mucha sombra entre el Teatro y la Torre, puede que fuera porque de verdad estaba la placita despoblada. A quién se le ocurre sentarse bajo aquel sol. Por un momento, me pareció que el mundo se detenía. ¿A dónde habían ido todos?

En una esquina de la plaza, cerca del pasillo de Historia, hace algún tiempo alguien puso una hamaca entre dos árboles, y todavía está ahí. Me divierte, me consuela, qué se yo, ver a quienes se mecen en la dichosa hamaca como si estuvieran en una dimensión distinta de quienes van y vienen en los cambios de clases o se sientan a almorzar o a leer con las piernas colgando hacia el patio o se tiran al suelo a dormir la siesta porque ya hay alguien en la hamaca, la única de la Facultad. Yo he vivido tanto en este pasillo que pienso que todo el mundo lo conoce y puede sentir lo mismo que yo. Y es mentira. Lo sé. No importa. Es mi pasillo y yo escribo ahora, así que hablo del pasillo, de la hamaca y la desolación. ¿A dónde han ido todos?

En mi imaginación, este lugar es el de una legión de memorables fantasmas, de posibles ocurrencias, de ecos que mantienen ilusionado y en pie a más de uno.

Ahora, en estos días, todo sucede dentro de una caja. ¿Volveremos?

  1. Un poco después, quién sabe

Una vez más, se han abierto dos plazas en el sistema UPR para mi disciplina. La última vez, hace unos años, para la convocatoria de una sola plaza y cinco contratos completos, se presentaron alrededor de setenta candidatos, entre doctores egresados de la UPR, profesores puertorriqueños que trabajan en Estados Unidos y hasta un investigador irlandés que se enteró por las redes. Para entonces, como ahora, ya varios colegas ejercían las tareas para las que se convocaba, de manera que, si venía alguien de fuera, continuarían las mismas personas aspirando a los próximos puestos que se abrieran. Se adjudicaron los cinco contratos, de los cuales cuatro, todavía años después, laboran como profesores universitarios sin plaza. No se habían abierto más plazas hasta ahora.

Varios colegas de los muchos que laboran por contrato me han pedido que les escriba cartas de recomendación para las dos que hay disponibles ahora mismo, una en Río Piedras, otra en Mayagüez. Los candidatos, que conocí como estudiantes hace más de diez años, tienen perfiles muy diversos y son excelentes por distintas razones. Los imagino trabajando juntos, organizando actividades, diseñando cursos. Sé que sienten por la Universidad y el país un gran compromiso. Estoy segura, segurísima, de que podrían hacer grandes cosas. No caben todos, me dicen. No hay plazas suficientes. No hay dinero para contratos. Mientras tanto, hay estudiantes pidiendo más secciones de cursos, estudiantes necesitados de dirección, de inspiración, de ánimos. Mientras tanto, no se sustituyen quienes se jubilan, y cada vez somos menos.

Pregunto por curiosidad cuántos candidatos se han presentado esta vez a la convocatoria que cierra en pocos días para el puesto en Río Piedras. Hasta el momento, me cuentan, se rumora que cincuenta y ocho. Supongo que una cantidad parecida ha solicitado la plaza de Mayagüez.

Para la primera semana de mayo, la UPR está obligada a informar cómo funcionará con un presupuesto de 94 millones menos. Así, a la cañona, por decreto. La Junta de Control Fiscal sigue restándole a la UPR, a sabiendas de la difícil situación que arrastra desde hace décadas, cortando de aquí, sacando de allá. Esta vez, según ha advertido la administración universitaria, se afectarán hasta los profesores a los que recientemente se les ha otorgado plazas, y con ellos los cientos de estudiantes que se matricularían en sus cursos.

Nos preguntamos nuevamente, una y otra vez, si lo que pretenden, a este ritmo y a sabiendas, es cerrar de una vez la Universidad. Como si nos dijeran a la cara: Puerto Rico no tiene suficiente para asegurarles a los puertorriqueños una educación superior. Acostúmbrense. Es un lujo que no se merecen. Sólo los países ricos educan a su gente. Que se eduquen quienes tengan con qué. Soliciten becas. Que se vayan. Sálvese quién pueda. Breguen.

Hablo de estas cosas con mi amiga pesimista y ella me asegura que sí, que eso es lo que terminará pasando: nuestros colegas continuarán sus carreras en las universidades privadas o en el extranjero, los estudiantes se irán matriculando en las universidades privadas y extranjeras, la gente se irá endeudando, los egresados buscarán mejores salarios para pagar sus deudas y vivir dignamente fuera de Puerto Rico, emigrarán. Nos jubilaremos y tendremos que cerrar la puerta al salir. Detrás no quedará nada.

Como yo decidí hace tiempo mejor pecar de tonta ingenua que sufrir, le digo que puede que eso suceda, pero entonces esos otros lugares llenos de toda esa gente empezarán a parecerse peligrosamente a nuestra Universidad, y habremos regresado. Ella lo piensa un momento, se sonríe y no me responde.

Y yo arremeto. En otro lugar habrá un pasillo, insisto, y llegarán los estudiantes y los nuevos profesores, y será el bullicio, las ideas, los inventos, siempre se puede empezar otra vez. Mientras la gente quiera, habrá una universidad nuestra en algún sitio. No pienses que soy boba, porque te digo esto. Necesito creer que será así, para sentarme mañana otra vez a hablar con ellos de tantas cosas, y trabajar juntos con todos esos ruidos de fondo hasta la noche y, en algún momento, parecer un ángel frente a la cámara.

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