Habla el hermano menor del Che: Juan Manuel Guevara

Por Felipe Pigna.

Cómo era el clima familiar y la casa donde se criaron?

–Mis hermanos eran cuatro y estaban muy unidos en cuanto a edad. Yo nací diez años después, así que la realidad familiar que viví fue diferente. Ellos tenían alrededor de 20 años cuando yo empecé a jugar al fútbol en la calle. Mi vida era la calle, distinta a la de ellos, que era una vida de estudiantes. Todos los hermanos eran profesionales, estudiantes, todos se recibieron de algo y yo me dediqué a la calle. Mi viejo, aunque no era un profesional, era un amante de la fotografía y la imagen. El viejo representaba eso, y la vieja, los libros. En la casa no podían faltar ni libros ni cámaras, filmadoras, fotos. Era una gran mezcla.

–Era raro tener filmadora en esa época.

–Sí, el viejo le trasladó a Ernesto el gusto por la fotografía y la imagen. Un día en Cuba, cuando Ernesto ya era el Che, un fotógrafo cubano le preguntó si le podía hacer una sesión de fotos. Él le contestó que pasara al otro día a las seis de la mañana por el Ministerio de Industria. Cuando el fotógrafo llegó al lugar, el Che le pidió que se subiera a un ómnibus con él. Se fueron a realizar trabajo voluntario en una plantación de caña de azúcar. Ernesto lo hizo trabajar hasta el mediodía y después le dio la sesión de fotos. Después de eso, se formó una especie de vínculo y un día, en un discurso grande, el fotógrafo también estaba sacándole fotos a él pero con una cámara mucho más moderna. Cuando el Che lo vio, le pidió que le prestara la máquina y comenzó a sacar fotos al público. Las fotos quedaron y cuando este fotógrafo realizó una exposición sobre fotos que le había sacado al Che, también expuso las fotos que él sacó. Les puso un epígrafe que decía: “Estas fotos fueron sacadas por el Che con mi máquina”.

–También se lo vio con sus cámaras en su viaje a Europa.

–Ernesto estaba de viaje a Checoslovaquia y tenían que hacer escala en Madrid y París. Pidieron un permiso para él y su escolta y se lo dieron. Había un fotógrafo en Madrid que seguía a Ernesto por todos lados y le sacó varias fotos que hasta el día de hoy siguen apareciendo. Era una cosa medio clandestina porque habían salido del aeropuerto con un permiso estatal en tránsito. Hay otro documental donde aparece José Mendoza Argudin, que fue escolta del Che en su primera gira por la Europa comunista.

–Hay una anécdota muy interesante en la Capilla Sixtina.

–Sí. En un viaje que estaban haciendo para Checoslovaquia en 1959, hicieron escala en Roma, pidieron permiso y bajaron del aeropuerto para recorrer la ciudad. Entonces decidieron ir al Vaticano a visitar la Capilla Sixtina. Ninguno de los que formaban la escolta entendía mucho de ese lugar ya que todos venían de la Sierra Maestra. Cuando llegaron a la capilla, un guardia le dice a Argudin que mujeres con pantalones no podían entrar, haciendo referencia a su pelo largo. El teniente se pone mal y empieza a discutir con el guardia. El Che interfiere: “Bueno, bájate los pantalones y demuéstrale que eres hombre”. Cuando ya estaba por bajárselos, el guardia los dejó pasar. En ese documental, Argudin cuenta lo maravilloso que le resultaba este jefe, que había sido jefe de él en la guerra, hablando de la Capilla Sixtina, de los frescos, de Miguel Ángel. Haciendo de guía artístico y turístico en la Capilla Sixtina.

–¿Qué edad tenías cuándo él partió de viaje?

–Para el segundo viaje tenía 10 años. En 1953. Y lo volví a ver recién en 1959, seis años después.

–Ya como el Che.

–Sí, él comenzó a ser el Che hacia 1957. Entonces empezó a aparecer en los diarios como un médico argentino comunista. El primer reportaje que le hicieron es de un estadounidense llamado Matthews, después viene el de Jorge Masetti. No recuerdo cuándo él empieza a firmar como “Che”. Salvo para la familia, que firmaba Ernesto o Ernestito. En una firmó Teté porque era una carta donde nos decía que estaba bien. Firmaba Teté para que supiéramos que era de él ya que ese era un sobrenombre de cuando él era bebé. Después fue teniendo sobrenombres a medida que fue creciendo. Lo del Che ya es un nombre.

–¿Cuál fue la reacción de la familia cuando se enteraron del triunfo de la Revolución Cubana?

–El proceso de modificación del viajero al político y luchador definitivo lo fuimos viendo a través de las cartas. Él inició la carrera de Ingeniería en Córdoba, y entonces mi abuela Ana tuvo un derrame. Él tenía adoración por su abuela, entonces vino a Buenos Aires y se quedó cuidándola. Cuando murió la abuela, él decidió salir de Ingeniería y anotarse en Medicina. Nunca lo dijo claramente, pero todos dedujimos que fue una reacción frente a la impotencia de no haber podido hacer nada por la abuela. A partir de su estudio él fue viendo la imposibilidad de resolver los problemas de salud individuales y de resolver los problemas sociales. En cada viaje se encontraba con gente con menos posibilidades de acceso a la salud. Él siempre tuvo  esa tendencia de ir a buscar abajo, de ir a buscar la base. Además de ser investigador. Él fue un médico investigador. Incluso acá en la Argentina, él como médico hizo investigación, no medicina. La única medicina que hizo fue estudiando cuando tuvo querealizar las prácticas en los hospitales.

–¿Su estadía en Guatemala implicó un antes y un después en su vida?

–Guatemala indicó un cambio ya que ahí hubo una definición: él dice que Jacobo Árbenz tiene pelotas. Después dice que Árbenz se comportó como un buen militar y no dio las armas que tenía que dar. Él ya estaba tratando de crear milicias. En fin, se mostró desencantado con la no resistencia en Guatemala, pero ya él estaba hablando de los yanquis. Entre joda y joda, él ya iba definiéndose políticamente. A cada uno le ponía lo que más le molestaba. Él se definía a sí mismo como una mezcla entre turista y socialista. De ahí llegó a México y entonces las cartas empezaron a decir muy poco. Fue cuando ya estaba metido hasta las manos. Hablaba de que vendía estampitas, de las fotografías de los Panamericanos, hasta que lo metieron en cana, y le dice a mi familia que está metido con la gente de Fidel Castro. Después desapareció por tres meses y le mandó una carta a Tita Infante donde decía que el embajador argentino, Nicasio Sánchez Toranzo, había tenido la mala idea de creer en su palabra de que se iba a ir para la Argentina. Estaba hacía tres meses escondido esperando por subirse al Granma.

–¿Cómo se enteraron del desembarco en Cuba?

–Nos enteramos por los diarios de que el desembarco se había producido, que había sido un desastre y habían muerto todos. Un desastre fue, pero no murieron todos. La primera noticia que recibimos fue esa carta a Tita. Hay una que trajo Nicolás Guillén a casa. Después otra que trajo Jorge Masetti. Y así fuimos teniendo algunas noticias esporádicas. Las peores eran las que salían en los diarios y las que los contradecían eran las directas. No eran muy continuas pero existían. Hasta que se dio el 1° de enero, cuando apareció en todos los diarios que Batista se había ido de Cuba y que dejaba el gobierno. En ese momento, Camilo Cienfuegos organizó un viaje de todos los exiliados. Es algo que se desconoce bastante de Cuba, cómo fue la dictadura de Fulgencio Batista. Hubo 20 mil muertos en Cuba durante el batistato. Cuba era un país de seis millones de habitantes, es decir que fue una dictadura muy sangrienta, violenta, corrupta y proyanqui. Por eso hubo muchísimos exiliados, algunos en la Argentina, otros en Venezuela y en distintas partes del continente. Entonces fletaron un avión de Cubana Aviación para recoger a los exiliados. Camilo hizo todos los trámites para que nosotros pudiéramos ir en ese avión, pero no le avisó nada a Ernesto hasta que llegamos a Cuba.

–¿Quiénes viajaron?

–Varios que viajaron ahí después formaron parte del gobierno, personas del 26 de Julio que estaban desparramadas porque tuvieron que exiliarse. De la familia viajamos la vieja y el viejo; Celia, mi hermana; Luis Rodríguez, el marido de Celia; yo y algunos que el viejo coló. Llegamos y ahí se produjo la famosa foto de Ernesto dándole un abrazo a la vieja. Siempre digo que la foto es igual a la realidad, porque es estática y ellos estaban estáticos, era un abrazo que no terminaba más.

–¿Cómo fue tu reacción al ver a ese hermano que habías dejado viajando y ahora era el comandante Guevara, el Che?

–Ya había ocurrido para mí ser hermano del Che, con todo lo que eso significaba. Tuvimos algunos atentados en mi casa. La etapa de la lucha en la Sierra para mí fue de aprendizaje. Cuando llegué a Cuba a los 15 años, ya era diferente a los pibes de 15 años de la Argentina. Quería hablar con un hermano pero no podía hablar como hermano. No se podían hacer las mismas jodas de antes. A esa altura él también estaba necesitando ser hermano y dejar de ser el Che conmigo. Entonces empezaba a joder, no se nos ocurría hablar de otra cosa más que de pelotudeces. Era lo que él necesitaba, y yo también.

–¿Y pudo darse ese momento de distensión entre hermanos?

–Sí, se dio en varias oportunidades. Nosotros teníamos una forma de llamarnos. Él me decía “tudito” por pelotudito y yo le decía “tudazo” por pelotudazo. Era nuestra forma de conversar. En la casa mi vieja era la vieja, no era mamá. Mi viejo era el viejo. Como Ernesto había estado en una revista Tackle y firmaba “Chanchito”, entonces toda la familia era la familia de los chanchos: el chancho padre, la chancha madre y los chanchitos. Mi viejo, enfurecido porque le decían chancho. La formalidad no era lo nuestro, pero había que guardarla frente al comandante. Entonces cuando desaparecían los demás, desaparecía el comandante y podíamos empezar a joder.

–¿Y tu madre qué te comentaba de lo que veía en tu hermano?

–Es que con mi vieja, ya desde antes y con la revolución consumada, los dos fuimos militantes. Ella militaba en el Malena, el Movimiento de Liberación Nacional, donde estaba Ismael Viñas. Ellos se habían abierto del frondizismo y la vieja militaba ahí. Yo militaba en una agrupación escindida del socialismo que era pro-Cuba. Con la vieja teníamos conversaciones muy politizadas. Hablábamos mucho de Cuba, por supuesto. La vieja fue una difusora de la Revolución Cubana, se jugó mucho en atentados que sufrió, estuvo en cana en la época de José María Guido. Viajó a Cuba varias veces. Para ella fue un revivir y para mí fue una sorpresa ver a mi vieja en ese rol. La vieja había estado muy jodida, tuvo dos veces cáncer y operaciones muy grandes. Estaba deprimida, se había separado del viejo, la familia toda desparramada, y esto la convirtió en otra vieja.

–Después lo volvieron a ver en Punta del Este, ¿no?

–Sí, lo vimos en agosto de 1961 en Punta del Este, donde se hizo la reunión de la OEA para debatir la Alianza para el Progreso. Esa fue la última vez que estuvimos los siete miembros de la familia juntos: los cinco hermanos, la vieja y el viejo.

–Hubo momentos complicados en Punta del Este.

–Sí, él venía del triunfo de Playa Girón y planteaba en su discurso que todo lo que recibieran iba a ser gracias a Cuba. Todas las dádivas que les pudiera dar Estados Unidos iban a ser gracias a la posición cubana. Luego Ernesto vino a la Argentina, donde se reunió con Frondizi, y pasó por la casa de la tía María Luisa, que estaba postrada porque tenía una hemiplejia. Después volvió a San Fernando y se fue con la avioneta con la que había llegado. Prácticamente era un viaje clandestino.

–Le trajo a Frondizi una cantidad de dolores de cabeza por los riesgos que corría y el peligro inminente de un atentado.

–Sí, estaba con toda la escolta. Estaban todos armados y constantemente cuidándolo. Estaba en un territorio que no era el suyo. Él decía que cuando estaba por subir a la avioneta uno de los contactos no iba a viajar y Ernesto dijo: “No, vos viajás también, si me caigo yo nos caemos todos”. Hay cosas que van apareciendo con el tiempo y, probablemente, algo se aclare de aquel gran peligro que asumió viajando desde Montevideo hasta Buenos Aires.

–¿Qué pasó después del fracaso de África?

–Ya en el discurso de Argelia había un planteo directo del Che de que el socialismo no estaba actuando como tenía que actuar. Entonces los países que se quisieran liberar se tendrían que liberar por sí mismos. Como en El Congo no dio resultado y los congoleses se abrieron cada uno por su lado, fue un desastre. Incluso hay una carta de Fidel Castro que le dice que fuera directo primero para Cuba, que no fuera de Praga a Bolivia, cosa que hizo. Los cuadros que se sumaron indicaron que el gobierno o Fidel estaban apoyando claramente. Antes de que se cortaran las comunicaciones, hubo un par de contactos que se hicieron desde Bolivia que ya se estaban vislumbrando como una traición de la dirección del Partido Comunista boliviano. Estuve en Bolivia hace muy poco y me preguntaron si en la ruptura con Fidel el Che buscaba un lugar donde hacerse fuerte y ser protagonista. Mi respuesta fue que no, ya que siempre había habido la necesidad de la liberación de América para poder triunfar en general, algo que Cuba no podía hacer sola. Eso lo tenía claro Fidel como cualquier otro. Podía haber diferencias en la dirección cubana. Pero entre Fidel y el Che, respecto del concepto y la estrategia de liberación y la dependencia, no había ninguna duda, había que ser independiente para liberarse.

–¿Cuál es tu hipótesis sobre la elección de Bolivia?

–El criterio del viaje a Bolivia era un concepto continental. Lograr la liberación de América, pensando en la Argentina con una gran cercanía. No hay que olvidarse de que ya Masetti había estado acá, había gente en Perú, en Guatemala, en Venezuela. Todos apoyados por Cuba, es decir que no era una novedad que Cuba apostaba por la liberación de América. Esta ruptura entre el concepto fidelista y el concepto guevarista que se quiere plantear es algo que no coincide realmente con aquella etapa. Lo cual no quiere decir que todo el gobierno cubano estuviera de acuerdo.

–¿Qué te dejó el Che en cuanto a tu voluntad de compromiso político? ¿Cómo te marcó ese hermano?

–Volví a militar. Hubo un ínterin después de que salí de la cárcel en el que descubrí que los compañeros se peleaban más entre ellos que en afrontar a los verdaderos enemigos. Yo dije que iba a trabajar donde yo sé, en el nido tienen que estar los huevos, y me puse a trabajar con Cuba. Fui representante del tabaco, con lo que me aparté de la vida política. Pero sí estuve muy cerca de lo que era Cuba. Como en el tabaco fui más un empresario, me separé bastante de la militancia de la calle. Lo que había sido mío siempre. Fui camionero, sindicalista, dirigente estudiantil, fui calle. La empresa no me cerraba. Hoy, con la asociación Por las Huellas del Che, siento una reivindicación por un lado, mandato por otro, legado por otro. Pero para mí es una nueva militancia. Me siento como la vieja después de 1959, estoy renaciendo. Eso es lo que me dejó.

Colaboró Tomás Montalá

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