Será Otra Cosa-Ser un gato

Especial para En Rojo

(1)

En octubre de 1963, Félicette (originalmente llamada simplemente C 341) fue la primera gata en viajar al espacio. Antes de ella, habían enviado tortugas a orbitar la luna, y después, a dos arañas jardineras, Anita y Arabella, y hasta a miles de aguavivas a reproducirse y convivir en un space shuttle. Los rusos, en los primeros viajes al espacio, enviaban perros, los americanos, monos. La perra Laika, como se sabe, murió de calor en órbita en 1957. Habrá sido un alivio para los otros animales enterarse de que los humanos empezaran a lanzarse en persona a la aventura. La gata parisina fue y vino sana y salva (a diferencia del gato que lanzaron días después), pero a los dos meses convirtieron a Félicette en material de laboratorio. Los científicos franceses no aprendieron nada de la autopsia, pero décadas después la conmemoraron en un sello postal y, en el 2019, la Universidad de Strasburgo erigió una estatua en su honor. Así se compensan, a veces, los desmanes de la civilización.

(2)

Animal cauto, animal que mueve la cola, animal que dice miau, que va tras el ratón, tras la hoja que mueve el viento, animal que se acurruca junto a mí mientras escribo. ¿Qué puede enseñarnos esta criatura sobre el universo? Puesta a imaginar, imagino ser un gato. Trato de ocupar su lugar en medio de la habitación, entorno los ojos como si tuviera párpados felinos, me quedo quieta. Siento el espacio alrededor de mí, la luz que entra por la ventana.

Ilustraciones suministradas por la autora

Puesta a imaginar, podría ser un gato egipcio, gato embalsamado hace miles de años junto a obsequiosos ratoncitos, gato tratado con veneración, gato encerrado. Con mala suerte podría ser gato medieval, gato convertido en bolsa de dinero, en ingrediente de remedio o de guiso desesperado, gato lanzado a la hoguera, gato negro que cruza la calle y espeluzna al viandante, gato entre los musculosos brazos de los facinerosos, mimado por manos asesinas.

Puesta a imaginar, podría ser gata de una casa en una ciudad sitiada, trazando un nuevo plano entre las ruinas, buscando un lugar seguro, preguntándome por el orden de ese otro mundo que surge del polvo. Saldría despavorida con cada explosión, y en la calma me pasearía entre las piernas de quienes encontrase en el camino, sin distinguir quien huye de quien ataca.

Es una suerte ser gato en la paz, en esta casa mía levantada del suelo. Desde acá veo cruzar los pájaros, y sé que son inalcanzables. Como gata, merodeo por el balcón en las mañanas, cazo lagartijas furtivas, y soy gata fantástica o muy concreta; figuro en escritos como éste. Otra es la que escribe.

Podría ser, en efecto, gata misteriosa como misterioso es el origen de las huestes felinas, su evolución, su relación con los animales humanos. Cabe preguntarse cómo la primera de esas bestias entró a la casa, acarició las piernas de sus habitantes, se sentó frente a la hoguera a compartir el ruedo de las conversaciones; porque así son los gatos, les gusta estar aquí, puro presente, sin necesariamente participar, dominar, disponer de lo ajeno; el gato escucha, siente, se suma al grupo.

Lo que no puede hacer un gato es proyectarse al futuro pues dicen los científicos que los lóbulos frontales de su cerebro no están desarrollados. Sí tienen memoria del pasado. Presumen que su pensamiento, pues, está centrado en protegerse, mantenerse lejos de los depredadores, y en ser felices. Es, sin duda, un animal capaz de habitar en el desastre.

(3)

Los gatos, según cuentan, parecen ser buenos navegantes. Algunos de los puertos más antiguos están repletos de gatos provenientes de varias generaciones de felinos viajeros. Así se explican las muchas variantes de los gatos callejeros de Estambul, donde estos animales campean desde hace siglos por sus respetos para el beneplácito de sus habitantes. Los antiguos egipcios parecen haber tenido una estrecha relación con los gatos a juzgar por la iconografía más antigua. Aparecen entre sus símbolos, como una de sus diosas, asociado a la fecundidad y sus derivados – luz, energía, misterio, nocturnidad. Mucho antes se pintaron felinos en las cuevas de Lascaux y desde entonces siguieron figurando en el arte, ocupando discretamente su lugar en la imagen de la civilización humana.

En Japón el gato, de hecho, tiene una larga e interesante historia. Se les asocia a lo bueno y a lo malo, se les representa de forma temible o sublime, se les imagina transformado en híbrido humanizado, en monstruo amenazante, en mago tenebroso y hasta en anciana. Asociado a las mujeres y la buena suerte, los japoneses le atribuyen al gato la facultad de espantar los malos espíritus. Debe ser por eso que los gatos suelen sentarse cerca de los umbrales de las entradas a las casas, para que no entre nada malo, ninguna amenaza. Quienes viven con gatos saben que un gato ocupa una verdadera casa.

(4)

Hace miles de años los gatos andan por ahí, entrando y saliendo de las habitaciones. Han sido mercancía, adorno, presa, ofrenda sacrificial, enigma y símbolo. Han viajado en caravanas, en barcos y hasta en naves espaciales. Se les ha percibido como amenaza, como animal de compañía, como criatura admirable y ser protector. Han sido objeto de adoración, de burla y de violencia. La internet está llena de historias, bulos y memes sobre gatos; y en el arte pictórico y la literatura también han servido para la denuncia, la sátira y lo sublime.

La internet sabe que he estado leyendo sobre gatos, y me presenta escalofriantes historias de gatos fugados de Fukushima o conviviendo plácidamente con presos en una cárcel chilena, gatos que comen con palitos o abren puertas, gatos rescatados de quebradas y gatos que huyen de la guerra en brazos de una niña. Aparto la vista de la pantalla y miro a los ojos de la gata. Serena, como si tuviera ella la clave de un secreto primigenio, se incorpora elegantemente sobre sus patas y en gentil balance salta al suelo para irse a merodear por el pasillo. Estas criaturas saben algo. Se sientan junto a nosotras, pero no sueltan prenda, como si recordaran a Félicette, a los gatos lanzados en la hoguera, como si todavía no mereciéramos la gracia de sus revelaciones.

Artículo anteriorUna biografía mínima de José Martí ilustrada para los lectores de Claridad
Artículo siguienteEn Reserva-Un nuevo corazón para mi madre