Topografía: Homenaje en dos cartas a “La carta”

Mi vecino, el novelista, que nunca ha publicado una novela, pero así le decimos de cariño, por sus ocurrencias, nos ha enviado dos ejercicios narrativos en homenaje al conmovedor texto, “La carta” (1947), del gran cuentista puertorriqueño José Luis González (1926-1996). Se trata de la antigua práctica del homenaje por imitación. Honramos, pues, el envío y le recomendamos al amigo que continúe con su entrenamiento. No sabemos si el Maestro hubiera aprobado nuestra flexibilidad.

Presentamos primero el texto original de J. L. González y luego las dos variaciones. Los lectores deben recordar lo siguiente. El cuento que sirve de modelo se compone de dos partes. En la primera narra el protagonista Juan (sus errores ortográficos forman parte del efecto literario) y en la segunda, un narrador (no personaje) que revela la información verdadera. Ya en las variaciones del homenaje, nótese el juego con las funciones de los personajes de Petra, Felo y Juan.

Veamos las cartas. (La original está dedicada a Graciany Miranda Archilla.)

“San Juan, Puerto Rico

8 de marso de 1947

Qerida bieja:

Como yo le desia antes de venirme, aqui las cosas me van vién. Desde que llegé enseguida encontré trabajo. Me pagan 8 pesos la semana y con eso vivo como don Pepe el alministradol de la central allá.

La ropa aqella que quedé de mandale, no la he podido compral pues quiero buscarla en una de las tiendas mejores. Digale a Petra que cuando valla por casa le boy a llevar un regalito al nene de ella.

Boy a ver si me saco un retrato un día de estos para mandalselo a uste.

El otro día vi a Felo el hijo de la comai María. El tambien esta travajando pero gana menos que yo.

Bueno recueldese de escrivirme y contarme todo lo que pasa por allá.

Su ijo que la quiere y le pide la bendisión.

Juan

Después de firmar, dobló cuidadosamente el papel ajado y lleno de borrones y se lo guardó en el bolsillo posterior del pantalón. Caminó hasta la estación de correos más próxima, y al llegar se echó la gorra raída sobre la frente y se acuclilló en el umbral de una de las puertas. Dobló la mano izquierda, fingiéndose manco, y extendió la derecha abierta. Cuando reunió los cuatro centavos necesarios, compró el sobre y el sello y despachó la carta.”

Hasta aquí el texto de J. L. González. Ahora leamos las dos variaciones.

“San Juan, Puerto Rico

8 de marzo de 1947

Querida vieja:

Como usted me dijo. No hice más que llegar y enseguida fui a ver a Pepito, el sobrino del Administrador. Acaba de abrir un bar al que le han puesto de nombre La Central, en honor a los viejos tiempos, según él dice, pero yo no me río pues conozco la realidad. Lo que sí da gracia es que como queda cerca de otro que se llama Agapito’s la gente, de relajo, le dice Pepito’s. A él le da coraje porque dice que le quitan la originalidad del nombre. Bueno, pues adivine quién lo atiende. No es que siempre me encargue del bar, lo hago solo ciertos días en que hay muchos clientes. También vienen mujeres a bailar y fumar con los hombres pues es un sitio moderno. Como puede ver en la foto, es un sitio muy concurrido, como dice Pepito. El que está mirando para el lado donde está el Correo es Juan, el que vivía con su mamá en la calle de atrás, ¿se acuerda? El que estaba interesado en Petra. Al otro día de la fotografía lo arrestaron por robarle la cartera a un señor que salía del correo. Parece que cuando lo de la foto ya lo estaba pensando. Esas cosas pasan mucho por acá. Espero que haya recibido la ropa que le mandé. Me puede escribir a la dirección que aparece en el sobre. Por ahora vivo en los altos del bar, con Pepito, su esposa y el nene de ellos, José Luis, que es avispao y algo tartamudo. Vieja, le pido un favor, cuando vaya a casa del Administrador a llevar la ropa limpia, dele la otra carta que envío a Rosita, que trabaja en la cocina. A lo mejor me la traigo para acá, digo, si ella quiere. Bueno, vieja, me voy que hay clientes. Su hijo que la quiere, Felo.

Después de firmar, arrugó cuidadosamente el papel hasta formar una bola, luego con la mano izquierda la elevó suavemente y con el puño derecho la bateó. La bola golpeó contra la pared. Al rebotar fue a caer en las manos de Petra que se la puso entre los dientes como si fuera una fruta mientras Juan se le acercaba fingiéndose amenazante y abriendo la boca como para comérselas a ella y a la carta-bola-fruta. Ella rió y la bola salió disparada y cayó en las manos de Juan. Ambos reían ahora, y todavía riéndose comenzaron de nuevo otra carta de juego para José Luis, pues así se lo habían prometido.”

A continuación, la segunda versión.

“Transilvania, Rumania

31 de octubre de 1897.

“Querida vieja:

Como le dije en el puerto antes de subir al barco. Todo ha salido bien. Sus oraciones han sido oídas. Estoy al servicio de un noble de antiguo linaje. Vivo en su castillo en lo alto de una montaña. Tengo habitación, comida y todos los gastos pagos. Además, tengo libres los fines de semana. Vivo mejor que de sirviente en la casona de la hacienda. Aunque no es excelente, mi conocimiento de la lengua ha sido muy útil. ¡Qué fortuna haber tenido un rumano extraviado en nuestro pequeño pueblo, y tan dispuesto a enseñar su idioma! Dios tenga en su gloria al Dr. Ionesco.

Tan pronto pueda, uno de estos fines de semana iré al pueblo. Le voy a enviar algunas figuritas de las que hacen aquí. Hay una que me ha llamado la atención, la de San Jorge a caballo con su lanza.

Los otros días me pareció ver a Felo, pero es poco probable. El hombre nunca se había alejado del pueblo. Hasta lo de su novia. Yo también perdí la mía, como usted sabe. Bueno, vieja, después le escribo más. Ahora tengo que trabajar, pues a eso fue que vine. Todavía no le digo que me escriba porque aquí el correo es raro y no sé bien cómo funciona.

Su hijo que la quiere y le pide la bendición.

Juan.

Guardó la carta en el sobre y bajó las escaleras hasta el pequeño recibidor de la pensión. Allí se la entregó a la dueña pidiéndole que la enviara. La señora accedió con una sonrisa. Luego regresó al cuarto y fue al ropero de donde sacó el maletín con las herramientas. Entonces se oyeron golpes en la puerta. Caminó hasta ella y la abrió. Era Felo. Esa tarde se dirigieron a caballo hasta el castillo en lo alto de la montaña. Ningún cochero los quiso llevar. Entraron al castillo y se adentraron en los sótanos. Esquivaron telarañas y ratas. Fueron sacando una por una todas las tapas. Mientras hacían el trabajo miraban con ojos llorosos a sus novias. Ya casi estaba por anochecer, pero el tiempo dio justo para levantar la tapa de la caja más adornada y pesada de todas. Cuando la primera sombra empezaba a colarse en el viejo castillo, la estaca ya había atravesado el corazón del conde. ”

Aquí termina el homenaje (en dos cartas) de mi vecino, el novelista, a “La carta” de José Luis González. Esperemos que el Maestro no pierda la serenidad.

El autor es profesor de la UPR en Río Piedras.

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