En Rojo
Durante el mes de marzo el Museo de San Juan, con la curaduría de Norma Vila, ha organizado un reconocimiento a la cineasta Sonia Fritz, con una larga trayectoria como documentalista cultural, gestora de una variedad de producciones estudiantiles y el excelente largometraje de ficción, América (2011). El ciclo comenzó el 1ero con tres documentales sobre mujeres artistas—Myrna Báez, Susana Espinosa y Toni Hambleton—seguido el siguiente domingo con la presentación del largometraje de ficción América, basado en la novela de Esmeralda Santiago y para el resto del mes se presentan otros tres importantes documentales: Puerto Rico, arte e identidad, Las estrellas del estuario y 15 faros de Puerto Rico. A través de los muchos años en que he seguido la carrera cinematográfica de Sonia Fritz, he publicado reseñas de la mayor parte de sus producciones. Me uno al reconocimiento del Museo de San Juan, republicando en dos partes, tres de estos escritos e instar a lxs lectorxs a verlos una 1era o 2nda vez. Comienzo con el largometraje de ficción proyectado el domingo 9 de marzo en el hermosamente renovado espacio de cine y tertulia del Museo de San Juan.
América (2011; cinematógrafo Willie Berríos)
En mi libro What Women Lose: Exile and the Construction of Imaginary Homelands in Novels by Caribbean Writers incluí la novela de Esmeralda Santiago, America’s Dream, de 1996 por considerarla uno de los pocos intentos dentro de la literatura de mujeres que trata el tema de la violencia de género de manera central. En esta historia, una mujer viequense de 29 años mantiene una relación con Correa desde los 14 años cuando éste “se la llevó” y ella le parió una hija, Rosalinda, quien parece querer repetir la historia de su madre. Esta hija es el centro de su vida y América parece determinada a ignorar su problema diario e inmediato, el maltrato físico y mental de Correa. Ante él se siente desprovista, débil y totalmente subordinada a sus deseos y caprichos. Todos a su alrededor, incluyendo a Rosalinda, son testigxs del maltrato que ella parece voluntariamente aceptar de este hombre. Ante uno de sus peores enfrentamientos, acepta el consejo de su madre y del dueño del hotel donde trabaja y “se embarca” para Nueva York, sola, con los recuerdos de su hija y madre y el miedo paralizante que le causa Correa. Santiago nos da un cuadro de maltrato y violencia de género en todas sus etapas.
Al escoger la isla de Vieques como encuadre para su historia (como lo hizo Pedro Juan Soto en Usmaíl) y en su guion insertarla en la lucha por sacar la Marina de los E.U. politiza el drama personal de la niña/joven/mujer que tiene que lidiar con un sistema paternalista que se hace de la vista larga cuando una adolescente de 14 años “se va” con el novio, cuando queda encinta, cuando se convierte en madre soltera o esposa consensual o esposa pisada, cuando deja la escuela y depende de trabajos poco remunerados y entra en el ciclo de ser recipiente de las ayudas gubernamentales. El filme retrata ese entorno social, político y económico con un mínimo de toques al utilizar el lenguaje cinematográfico para “hablar” de ello. Aún cuando América se ha movido a Estados Unidos, Vieques siempre está presente a través de sus llamadas a su madre y a su hija.
América, sin duda, responde al cuadro de mujer maltratada con su sentido de dependencia e incapacidad de ver sus opciones. Acepta el “amor” de Correa con sus ataques de celos, su sobreprotección, agresividad y poder absoluto sobre ella. Desde los 14 años ha sido el único hombre en su vida y su único logro del que se siente orgullosa, aunque no fuera lo deseado en ese momento, es su hija Rosalinda. El único apoyo familiar es su madre Ester que se siente igualmente intimidada ante Correa. Para romper ese ciclo, lo primero que tiene que hacer es salir de ese espacio opresivo y peligroso, algo muy difícil de hacer cuando hay hijos, o dependencia económica o carece de un lugar adónde ir. América, alentada por los que la quieren bien, escoge irse de Vieques y de Puerto Rico y escapar a Nueva York. Su miedo es que Correa la encuentre y su vida se vea nuevamente amenazada. Aunque buscar apoyo en su familia del Bronx (¿qué puertorriqueño no tiene un familiar en E.U.?) sería la transición más fácil, prefiere el anonimato de vivir “upstate” cuidando los hijos de una familia que no sabe nada de ella.
Sonia Fritz incluye recurrentemente a la mujer migrante en sus documentales porque tiene un interés muy particular de lo que significa tomar la decisión de mudarse a otro lugar del conocido, las consecuencias de apartarse de la familia y la comunidad, y siempre mantener contacto con lo que queda atrás. En América, la nueva vida de la protagonista está llena de nuevas experiencias al conocer a otras mujeres, mayormente migrantes, con quien comparte la separación de sus familias, el trabajo duro y poco recompensado, el trato como inferior, su marginalización de una población blanca, angloparlante y clase media. Los fines de semana América podrá tocar base con sus compatriotas en la comunidad hispana donde recrean un pedazo de la isla que quedó atrás hace muchos años. Aunque el recuerdo de un Correa acechante la sigue en todo momento, sabe que con estas tías, tíos, primos y allegados está segura; sabe que la protegerán de cualquier amenaza a su persona.
Contar la historia de una mujer maltratada que ha absorbido por casi la mitad de sus años el miedo hacia la violencia de género no es fácil. Algunos podrán señalar que la violencia de Correa se presenta como una obsesión sin matices, de lo cual discrepo porque se demuestra que es una violencia que va en aumento y que responde a su propio entrenamiento como soldado fuerte y agresivo. Otros señalarán que la presentación de esta violencia no tiene la sutileza de otros incidentes, pero al igual que argumenté en el filme The Stoning of Soraya M. del 2008, no hay manera de suavizar la violencia dirigida a la mujer por ser mujer y que por su sola presencia desafía la autoridad masculina autoimpuesta.