Especial para En Rojo
¿Qué ideas tuvo Hostos sobre la cuestión obrera? ¿Qué opiniones expresó sobre la problemática que impactaba la vida de los obreros? ¿Qué iniciativas propuso?
Entre abril y noviembre de 1899, durante el tiempo que estuvo en Puerto Rico, Hostos dictó más de cuarenta conferencias públicas en el Salón consistorial de la Alcaldía de Mayagüez. En esa ciudad había fundado el Instituto Municipal de Mayagüez para atender su agenda educativa, que incluía clases nocturnas para obreros. Estas conferencias eran parte de un programa de educación cívica, que intentaba promover el conocimiento y la participación de los ciudadanos en la gestión pública.
Hostos comienza su explicación en la conferencia que dedica al concepto jurídico del hábeas corpus con una reflexión sociológica sobre la clase obrera:
Los obreros forman una clase social; pero no constituyen una casta. Por lo tanto, son parte del conjunto de ciudadanos activos que, en virtud de esa ciudadanía activa, gozan de todos los derechos del ciudadano y están compelidos por las leyes al cumplimiento de todos los deberes sociales, civiles y políticos. Toca, por lo tanto, a los obreros, como a cualesquiera otros ciudadanos, el deber de conocer los derechos y obligaciones concretos que toda ley, cualquiera que ella sea, les impone. Por lo tanto, les toca saber qué cosa es el derecho de «hábeas corpus» que en estos días acaba de reconocerse a los puertorriqueños todos (…)[2]
Que Hostos decidiera dirigir la palabra al sector obrero para explicar un concepto y un recurso que debía asistir como derecho a todos y todas los y las puertorriqueñas era un reconocimiento de los trabajadores y las trabajadoras como los más vulnerables y susceptibles de ser víctimas de la represión de sus derechos y de su libertad. La ley marcial que había sido impuesta con la ocupación militar de los Estados Unidos en Puerto Rico y la falta de legislación que definiera los derechos por parte del Congreso de los E.U. en aquellos momentos no permitían el pleno disfrute y ejercicio de los derechos constitucionales y ponían en riesgo la libertad de los ciudadanos, como aconteció con los más de cien puertorriqueños encarcelados por supuestos incendiarios durante los primeros meses de la ocupación estadounidense. Pero el General Davis, había decretado la aplicación de algunos de los derechos fundamentales, que incluía el del hábeas corpus.
Ya en sus artículos periodísticos, que luego aparecerían publicados en sus Obras completas, con los títulos de Mi viaje al sur y en Temas suramericanos,[3] se incluía una buena cantidad de reflexiones de Hostos sobre las necesidades de la clase obrera y las distintas maneras de apoyarla. En casos concretos hubo denuncias de opresión, de maltrato y de violaciones de los derechos naturales o civiles, con respecto a los trabajadores de las minas de Oroya, en Perú (“Los desamparados”); o la situación de los chinos por los contratos de servidumbre que habían pasado a ser un mecanismo de explotación, creando siervos o semi-esclavos de esa población inmigrante (“El chino”, “Los chinos”, “Otra vez”). Y también sobre los derechos que asistían a los trabajadores emigrantes cuando los contratistas violaban sus acuerdos o contratos con estos, incluyendo —según entendió Hostos con una mirada justiciera —el cese de obligaciones y el derecho de regresar al país de origen (“Trabajadores chilenos”).
En los escritos de Hostos hay una visión que dignifica a los obreros:
Para que un trabajador sea bueno es necesario que goce por completo del fruto de su trabajo; y para que ese fruto del trabajo aumente la prosperidad personal y colectiva, es necesario que el trabajador se sienta dueño de sí mismo, de su actividad, de su inteligencia, de su trabajo, y sepa que puede, mediante él y el derecho de disponer de él, mejorar las condiciones de su vida.[4]
En Buenos Aires Hostos exploró lo que era entonces una innovación: residenciales para obreros (“Barrios obreros”), y a pesar de su preocupación inicial de que no fueran comunidades que aislaran a los residentes del resto de la sociedad, su visita a esos residenciales le convenció de que esas comunidades contribuirían a mejorar la vida de los obreros.
En Puerto Rico, Hostos recibió el endoso de los trabajadores de Ponce, quienes, el 6 noviembre de 1898, en asamblea reunida en esa ciudad, le ofrecieron su apoyo unánime para que fuera el representante de los obreros en la Comisión Puertorriqueña a Washington.[5]
Como queda claro en las frases que prologan la conferencia sobre el hábeas corpus, las iniciativas que Hostos proponía eran inclusivas de la clase obrera, como lo fueron las escuelas nocturnas que fundó en el Instituto Municipal de Juana Díaz y el de Mayagüez. Publicaba artículos en la prensa obrera de Mayagüez, tales como El Obrero y El amigo del obrero, y las propuestas económicas que adelantó en la Comisión Puertorriqueña en Washington son parte de lo que ahora llamamos la economía solidaria, varias basadas en el cooperativismo y el estímulo del empresarismo de beneficio social. Propuestas como esas habrían contribuido a atender las necesidades de los trabajadores y desarrollar la economía.
A estas iniciativas hay que añadir la visión democrática participativa que caracterizó el pensamiento inclusivo de Hostos. Entre los escritos que he recuperado, hay un artículo de Hostos en el que clama y reclama la participación irrestricta de los ciudadanos en las elecciones. En “El impuesto del voto”,[6] Hostos plantea el carácter antidemocrático de la propuesta para establecer un impuesto de un dólar para que los electores pudieran ejercer su derecho al voto. (En aquel momento un dólar equivalía a $35.76 en el presente.)[7] Hostos ridiculizaba la medida tildándola de “disparate” cuando escribía:
Ya sé que esto es un imposible, porque de otro modo, será el colmo de los disparates y hasta ahora no se nos ha ocurrido tener por loco al secretario civil, ni por inhábil ni impolítico al General Davis (…)
Y la ponía en perspectiva:
en ningún país civilizado se ha realizado jamás obra tan anti-democrática, sino por el contrario, tendiéndose siempre al sufragio universal se ha procurado dar al pueblo la mayor suma posible de facilidades para la libre emisión del voto, quitándose toda traba, influencia, coacción o monopolio.
Además del impuesto al voto, se contemplaba entonces también añadir el requisito de alfabetismo, lo que significaba que la mayoría de los potenciales votantes, en un universo que excluía a las mujeres, no serían aptos para votar por no saber leer ni escribir o por no ser propietarios. La Ley Foraker, impuesta por el Congreso de los E.U. el año siguiente, 1900, logró adelantarse en la dudosa hazaña de restringir el derecho al voto. Esta contenía la aplicación alternativa de uno de esos dos requisitos de elegibilidad, lo que limitaría considerablemente la participación electoral. Era objetable no solo por su evidente corte colonial, sino también por las restricciones que imponía al voto ciudadano. Como era de esperarse, el universo de los votantes fue sumamente reducido y excluyó no solo a las mujeres, sino también a las clases populares.
No sorprende el hecho de que en las elecciones del 1900, de una población de casi un millón de habitantes, los votantes no sobrepasaron los 75,000. (La cifra se refiere a la elección de los miembros de la Cámara de Diputados. Los totales fueron menores para la elección de los alcaldes y la del comisionado residente.) Las elecciones, en lugar de ser un instrumento de participación democrática, se habían convertido en un sistema de exclusión ciudadana.[8]
Por otra parte, el apoyo que recibió Hostos de la clase obrera, en aquel tiempo desprovista del derecho de asociación, de sindicación y de trato digno, también generaría la desconfianza, y hasta la aversión, de los hacendados y de la incipiente clase adinerada, endeble, pero dispuesta a asociarse con el nuevo régimen con el propósito de afianzar su posición. Pero el luchador en Hostos estaba comprometido con una democracia inclusiva y un civismo participativo, y no cejó en su empeño de abrir las puertas a la participación de los trabajadores.
Después de la inmensa devastación, las más de 3,000 muertes mal contadas y la pérdida casi total de las cosechas, que produjo el Huracán San Ciriaco a su paso por Puerto Rico, el 8 de agosto de 1899, Hostos lideró una iniciativa de tipo económico para encarar la situación. Se planteaba gestionar la obtención de un préstamo por la cantidad de $8 millones[9] para activar la economía de toda la Isla, y ese préstamo serviría como efectiva ayuda a la clase obrera, según el texto de la conferencia de Hostos. Esa propuesta obtuvo el apoyo masivo de una asamblea de pueblo, de la Asamblea Municipal de Mayagüez en sesión extraordinaria, y del propio alcalde St. Laurent. Se le sometió entonces al gobernador militar estadounidense de turno, el General Davis. A pesar del apoyo unánime en la Asamblea Municipal y del alcalde de esa ciudad, la propuesta del préstamo no se logró, pues las autoridades militares que gobernaban la Isla ni siquiera lo consideraron.
Es evidente que la convicción igualitaria y justiciera de Hostos le llevaría a validar los reclamos de la clase obrera y a proponer medidas que mejoraran sus condiciones económicas. Los obreros así lo entendieron y le ofrecieron su apoyo.
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