Especial para En Rojo
Lo que busco es la transformación de un mundo. Esto es lo que logra el buen arte, una bofetada metafórica que estremece nuestra percepción. Canalizando a uno de los teóricos que más me ha marcado, Antonin Artaud, busco la crueldad de una realidad que irrumpa en la mía. En su texto, El teatro y su doble, Artaud se refería al teatro. Para él, en el espacio escénico se construye una vida que respira, que atenta con romper la frontera que la separa de los espectadores y que cruelmente derrama su radiación entre nosotros. Una dimensión alterna contamina la nuestra. Este concepto se ve en la más reciente producción de A24, Sing Sing (dir. Greg Kwedar, EE. UU., 2024). En la película, un grupo de presos en la prisión de Sing Sing forma una compañía de teatro para sobrellevar la rutina deshumanizante que viven. Los convictos vuelven a ser humanos y respiran la libertad de su creatividad en cada ensayo y en las discusiones sobre la obra que llevan a escena, demostrando así el poder transformativo del arte. El gozo y la pasión que viven estos actores se esparce violentamente a través del auditorio derritiendo las prisiones que se repiten hasta más allá de Sing Sing. Nuestra existencia se torna en una distorsión de la belleza de esos mundos imaginados dentro de la penitenciaría. Pero esa existencia que irrumpe en la nuestra se hace traumática para aquéllos que vivimos anclados en la actualidad. ¿Qué nuevos peligros trae esta fuerza alienígena? Si nos sumimos en ella, ¿qué parte esencial de nosotros muere? ¿En qué nos convertiremos? No siempre estamos preparados para este impacto con potencial devastador. Por eso, cuando regresamos extenuados del diario vivir, recurrimos a textos aparentemente inofensivos con los que descansamos. En mi caso, veo películas de horror y de acción que ya conozco para descansar la mente. Su familiaridad me alberga con el candor del abrazo amoroso de una abuela. Pero, tengan cuidado, ya que estos textos también esconden la capacidad de estasajar nuestra preciada estabilidad existencial. Las películas sobre las que escribo, Stalker (dir. Andrei Tarkovsky, Unión Soviética, 1980) y Beetlejuice Beetlejuice (dir. Tim Burton, EE. UU., 2024), representan a su manera esos mundos que amenazan realidades similares a las nuestras.
En Stalker, los personajes pueblan una distopía en la que una extraña fuerza atenta contra la realidad. Esta contaminación está limitada a un área a la que llaman la Zona. El stalker (Aleksandr Kaydanovskiy), una persona que sirve de guía para los que quieren explorar la Zona ilegalmente, adentra en el área con un escritor (Anatoliy Solonitsyn) y un profesor (Nikolay Grinko). El stalker y sus dos compañeros de viaje se mueven lentamente para evitar los peligros y trampas que la Zona ha dejado para los que osen cruzar sus fronteras. El guía depende de una serie de rituales de supervivencia para transitar el espacio contaminado y así lograr emerger ileso. Stalker ejerce una fuerte influencia sobre películas como Blade Runner (dir. Ridley Scott, EE. UU., 1982), pero tiene una conexión narrativa más directa a la joya de ciencia ficción, Annihilation (dir. Alex Garland, EE. UU. y Reino Unido, 2018). En esta última, un grupo de científicos del ejército bajo el mando de Lena (Natalie Portman) entran en una zona misteriosa donde ocurren unas mutaciones debido a una presencia extraterrestre que aparece en el área. En Annihiliation, la amenaza es visible y clara para el espectador, que hace más interesante cómo nuestra visión de lo que ocurre va cambiando. Gradualmente entendemos la nueva realidad. Pero en Stalker, nunca estamos seguros de lo que ocurre. Vemos unos destellos de los efectos de la zona, como en la hechizante escena final, pero nunca sabemos con certeza. El misterio de la película se devela a través de la alucinante fotografía de los tres cinematógrafos que colaboraron con Tarkovsky durante diferentes etapas de la aguerrida producción, Aleksandr Knyazhinskiy, Georgi Rerberg y Leonid Kalashnikov. El mundo exterior es muy diferente al de la Zona. Fuera de la Zona, el mundo es gris, sucio y depende de maquinaria vieja y torpe. La textura visual que le dan a este mundo es impresionante y resalta las paupérrimas condiciones de vida de los personajes. Sin embargo, en la Zona, el color verde de la naturaleza predomina. Los fragmentos de nuestra realidad (una estructura industrial abandonada, un revólver enmoheciéndose en un charco, pedazos de metal olvidados) añaden al poder de esa naturaleza que ha desplazado a toda tecnología humana. La Zona se torna en una representación de un desastre nuclear que ocurrió en la Unión Soviética en la planta de Mayak en el 1957, treinta años antes de Chernobyl. El ritmo lento de la película obliga al espectador a adentrar en este mundo, pero sus proporciones monumentales nos sumergen en la rareza de la historia.
Por otro lado, Beetlejuice Beetlejuice, la secuela de Beetlejuice (dir. Tim Burton, EE. UU., 1988), estalla en colores y presencia. En esta segunda película, la familia Deetz pierde a uno de sus miembros. Esa muerte desencadena una serie de sucesos que vuelven a acercar a Lydia (Winona Ryder) y a su hija, Astrid (Jenna Ortega), a Beetlejuice (Michael Keaton), el espíritu truquero que ansía regresar a la vida. La película incluye una cantidad de personajes interesantes entre los que cuentan Wolf Jackson (Willem Dafoe), una estrella del cine de acción que murió por su arriesgado trabajo, y Delores (Monica Bellucci), que busca el asesino que la descuartizó. Los muertos que pueblan el más allá son raros, coloridos y, dentro de su frustración por la larga espera para discutir sus casos con alguna autoridad, reflejan un gozo contagioso. En contraste, los vivos llevan vidas cuadriculadas y aburridas. De hecho, la familia Deetz, que incluye a la artística y demente Delia (Catherine O’Hara) y a la siempre vestida de negro Lydia, sobresalen en su entorno por su sensibilidad artística y sus vínculos al mas allá. Los Deetz son bichos raros en una existencia vacía. A través de su carrera, Tim Burton ha estado fascinado con el mundo de los muertos, como también demuestra en Corpse Bride (dirs. Tim Burton y Mike Johnson, EE. UU., 2005). La concepción del más allá en el cine de Burton tiene ecos del disfrute que sienten los habitantes del cementerio en la maravillosa canción de Mecano, “No es serio este cementerio.” El divertido plano de la muerte interviene en nuestra realidad cuando personajes como Beetlejuice luchan por regresar a la vida. Para mí, su invasión a nuestra dimensión es más que bienvenida.
Con sus estilos particulares, Stalker y Beetlejuice Beetlejuice reflejan las ansiedades de sus personajes al enfrentar una experiencia desconocida que contraviene la normalidad. En ambas, la belleza bizarra de esas zonas transgresivas contrasta una existencia gris. Stalker es una joya del cine cuyas imágenes oníricas dejan una marca profunda. Por otro lado, Beetlejuice Beetlejuice es una divertida comedia que me sorprendió. Aunque no soy devoto de Tim Burton, no he dejado de disfrutar de Beetlejuice desde que la vi en los cines de Plaza las Américas en el 1988 a mis 16 años. Mi gusto por el cine de Burton ha ido decayendo aceleradamente después de Ed Wood (1994). Aunque me encantan su Sweeney Todd (2007) y sus diseños y conceptos para The Nightmare Before Christmas (dir. Henry Selick, EE. UU., 1993), Tim Burton tiene visuales fantásticos que carecen de una narrativa interesante. Sin embargo, aunque muchos críticos no están de acuerdo conmigo (y para mi grata sorpresa) me divertí con Beetlejuice Beetlejuice de principio a fin con sus canciones; las actuaciones de Dafoe, O’Hara, Keaton y Ryder, entre otros; y sus giros inesperados.
Pueden alquilar Stalker en cualquier plataforma de streaming. Pero si avanzan, pueden acceder a la edición de Criterion Collection que está completa en YouTube. Beetlejuice Beetlejuice se exhibe en las salas de cine de la isla.