Baldorioty vs. Betances : La biografía de Roberto Ramos Perea sobre Román Baldorioty de Castro.

 

Marcos Reyes Dávila

 

Hace pocos meses (2024) Roberto Ramos Perea publicó un “tratado biográfico” sobre Román Baldorioty de Castro. Vaya por delante afirmar que se trata de una labor investigativa erudita y monumental, y que viene acompañada de otros tres volúmenes que recogen la obra escrita por Baldorioty, la publicada que conocíamos, y otros impresos inaccesibles hasta ahora, y, además, material inédito.

La presente nota no pretende ser una reseña de estas obras, sino tan sólo una expresión de desengaño sobre un aspecto solo. Tengo enfrente, para sosegarme en su contexto, la biografía de Ramón Emeterio Betances de Félix Ojeda Reyes, y el extraordinario libro póstumo que nos legó: La protesta armada, obra que sale casi a la par con la de Ramos Perea.

La crítica académica de las últimas décadas insiste, saludablemente, en la revisión y reevaluación de los juicios enunciados antaño sobre todos los temas a partir de los nuevos enfoques, descubrimientos, y métodos de análisis. Desde luego, ese examen permanente de lo que muchos califican como la narrativa repetitiva de un canon, es un factor medular en la comprensión de una realidad histórica en continuo desarrollo, plegada de alteridades, cauces efectivos y defectivos, posibilidades engarzadas y perdidas, lagunas y sombras. Pero eso no es lo mismo que el estudio que tiene como método argumentar para intentar demostrar premisas previamente adjudicadas. Así se hizo hace unas décadas con Hostos.

La publicación de obras como esta de Ramos Perea sobre Baldorioty de Castro es siempre una fortuna. Pero hubiese sido mejor si el autor no se hubiera valido, para enaltecer a Baldorioty de Castro, de reducir y descalificar parcialmente la obra de Ramón Emeterio Betances. Hacer un comentario breve al respecto de ella es el motivo de estas líneas.

Una de las columnas fundamentales en las que Ramos Perea se apoya es el uso de una argumentación dirigida a demostrar premisas prejuzgadas. En este caso, es la apología de la ruta, el método y el ideal primordial que siempre ha definido a Baldorioty, incluso por confesión propia: la aspiración a la autonomía de Puerto Rico, y el método de las reformas liberales, que históricamente se prolongó durante el siglo XX, principalmente por el Partido Popular, pero encallado y francamente senil en este primer cuarto de siglo. Las apologías impresas en el libro provienen de este sector.

Para exaltar a ese Baldorioty el autor se halló ante un escollo formidable: Ramón Emeterio Betances, y la ruta del “republicanismo democrático revolucionario” –como lo define Carlos Rojas Osorio– en la que persistió toda su vida. Otra de las cosas que lamento en esta obra es que se intente acudir a Eugenio María de Hostos para validar sus argumentos contra Betances. A mi juicio, el autor tiene un objetivo en la mira respecto a Betances, pero en lo que concierne a Hostos, no lo comprende.

Aunque por un corto tiempo (1874) se viera Baldorioty acorralado y, por eso, dispuesto a participar en las conspiraciones armadas que organizaba Betances, Baldorioty, –– “como ‘súbdito’ de España (así puede leerse en el tratado, Ramos Perea, 5.) se negó a proponer las armas como vehículo de esa liberación”. No empece, cree el autor, con el tiempo, se ha considerado a Baldorioty y a Betances, igualándolos, “padres”, “ambos”, de la Patria Puertorriqueña. (7) Quizás sea así para los amigos del autor, pero no para los que conozco y reconozco. Pues, ¿cómo se retrata a Betances en este “tratado” biográfico?

Ramos Perea insiste, e insiste, en retratar a Betances de los siguientes modos: su lucha armada fue una sin reflexión, sin preparación y sin posibilidades; Betances era un hombre de una impetuosidad arrogante (98); de una arrogante desconfianza; la arrogancia del llamado Pater de Patria (294); testarudo; irracional (142, 284); el comentario fratricida de una soberbia asombrosa (163) que mostró una espiral de odio sin límites; que acostumbraba a quemar sus naves por su ansia de mantener su liderato (296); que abandona el barco de “su” revolución (151), cuando ve amenazado su liderato (280), o en peligro de hundirse (297); que lo que pensaba de sus compatriotas y de la propia posible revolución de su país se reducía a su único interés por el poder; que al verse amenazado por la integridad y el entusiasmo de Hostos, se rinde a lo más bajo que puede hacer un revolucionario, intrigar y traicionar a los suyos y poner su propio interés por encima de los intereses de la nación (276); que se plantó en su eterno resentimiento contra el autonomismo, “proclive a la alienación y a lo que más tarde Lenin –en 1920– llamaría ‘infantilismo de izquierda’”. (151)(¡!)

Ese es, a su juicio, parte fundamental de la práctica de Betances. Añade que, tras la muerte de Baldorioty, “hubo de esperarse tres años para que Betances tuviera la honradez intelectual de admitir las cualidades de Baldorioty”.

Dudo –y lo comento porque para mí importa– que Paul Estrade, o Félix Ojeda Reyes, hubieran, ni remotamente, rubricado tales juicios. Pienso que Félix no estará en paz en su sepulcro.

Según el autor, “la libertad por las armas siempre fue –y será– imposible” en virtud de la inferioridad numérica, geográfica y militar de Puerto Rico. Baldorioty, dice, se muestra, además, incapaz de comprender la atención puesta, la solidaridad y la cooperación con la libertad de Cuba, Haití, la República Dominicana.

Betances, ciertamente, vio, en un momento, en el reformismo autonomista de Baldorioty, a un “autonomista vacilante”, un “reformista transigente y abolicionista vacilante”. Para solo citar autores recientes, Paul Estrade, Félix Ojeda Reyes, Carlos Rojas Osorio, entre otros muchísimos estudiosos de su obra, algunos de los cuales Ramos Perea tiene la honradez de mencionar, entienden las cosas de otro modo. Para ellos –quiero incluirme– no cabe encasillar exclusivamente a Betances en la estrategia de la revolución armada. Siguió varias estrategias, tomando nota de las circunstancias. En un principio, antes e incluso inmediatamente después de Lares, sostuvo la ilusión de que fuera posible negociar los diez mandamientos de los hombres libres con un gobierno español republicano en cuyo seno se oían voces protagónicas que creían en crear una federación con las dos Antillas y simpatizaban con una república democrática federal que incluyera en igualdad de condiciones a las Antillas. Hostos oyó, cara a cara, en discusiones francas y abiertas, y en textos publicados, a muchos futuros líderes del gobierno español que simpatizaban con una federación, y una república, que incluyera las Antillas, e incluso con el socialismo proudhoniano, y que se comprometían. Pero Betances vio pronto, Hostos muy poco después, que en la misma metrópoli las reformas democráticas que pedía para sí el pueblo español, y las aspiraciones autonómicas que necesitaban los pueblos de España, se esfumaban una y otra vez. ¿Cómo esperar entonces de ella que satisficiera los deseos de reformas y de autonomía que le manifestasen las lejanas provincias antillanas? La conclusión obvia era que como expresara, Betances, y como él Hostos: “¡España no puede dar lo que no tiene!”. Sabían ambos, además, que si durante el corto gobierno republicano fue un espejismo breve, y muy pronto, un imposible entendimiento, en la monarquía que se reinstaló muy pronto, lo era menos. O, más claramente, absolutamente imposible.

Estrade define varias estrategias que siguió Betances: la de la revolución en España; un posible entendimiento con el gobierno revolucionario republicano que tomó el poder en 1868; la vía indirecta de la consolidación de una república dominicana próspera y democrática; la vía de la obtención simultánea de la independencia de Cuba y Puerto Rico por el triunfo del ejercito mambí, tanto en la guerra del decenio, como en la guerra iniciada por el partido revolucionario cubano-puertorriqueño. Hostos coincidió con ellas, y formuló otras más. Para Estrade y Ojeda Reyes la praxis de la revolución armada de Betances no respondía a su terquedad, como se dice, sino a la terquedad del gobierno colonialista español, de facto, históricamente inamovible.

Hostos abogó incesantemente ante el gobierno español por reformas para las Antillas, pero dentro del contexto de una federación previa fundada entre las Antillas y España, es decir, fuera de toda pretensión de “asimilación” a España, como aspiraban muchos autonomistas (185), y que, por el contrario, preparase y condujese eventualmente a las Antillas hacia la soberanía plena conforme al modelo canadiense otorgado allá por Inglaterra. Su extenso artículo sobre este tema específico es de 1867. Para principios de 1869 Hostos ya había rechazado a esa ruta en términos definitivos para no regresar a ella jamás, como sí lo hizo Baldorioty. Lejos estaba Hostos, antes, entonces y después, de que esa aspiración suya a la soberanía hubiese sido solo una de inspiración romántica y juvenil, y es falso eso de “que no estaba dispuesto a sacrificarse para que otro se llevara la gloria”. ¡Cuántas veces estuvo no solo dispuesto, sino que deseó e intentó combatir lo mismo en la manigua cubana que en las vegas de Puerto Rico!

Hostos había aconsejado el 31 de diciembre de 1868 el retraimiento en las elecciones a Cortes convocadas por el gobierno provisional español, si estas no se celebraban en condiciones “absolutamente liberales”, y bajo “el imperio del sable”. Mas, en el caso de que en Puerto Rico se impusiera tal elección, aconsejó a varios candidatos, empezando con Baldorioty y terminando con Betances, “el primero en sacrificios por su patria”. En su lista aconsejada, incluyó también a Alonso, Tapia, Acosta, Tió, Vizcarrondo y Ramos. Las elecciones se celebraron del 15 al 18 de enero del 1869, pasado ya el famoso discurso del advertido rompimiento con España pronunciado por Hostos en el Ateneo madrileño el 31 de diciembre pasado.

Véase que las fechas de estos eventos se yuxtaponen. Los ponceños le solicitaron a Hostos, con fecha del 24 de diciembre de 1868, que presentara en su nombre al gobierno provisional una serie de peticiones. En cumplimiento con su petición, Hostos pide y celebra entrevistas con el general Serrano, jefe de Gobierno, que se celebraron entre el 19 y el 22 de enero, justo cuando acababan de celebrarse en Puerto Rico las elecciones a diputados para las Cortes. Hostos les informó el 23 de enero a los ponceños que, en resumidas cuentas, “Puerto Rico no debe esperar nada de una metrópoli que la desdeña (… y) le niega los derechos y libertades que podrían haberse planteado en ella”. Diría en una de sus constantes recapitulaciones y examen de sus acciones, que “los diputados que el capricho y la arbitrariedad eligieron en Puerto Rico, llegaban a Madrid para servir de juguete, como sirven, al interés de un ministerio o de un ministro”.

A la diatriba sobre si la obstinación de Betances con la revolución armada fue una sin reflexión, sin preparación y sin posibilidades, y que Betances era un hombre de una impetuosidad arrogante, testarudo; irracional, “hasta los límites de la vesania”, de un odio sin límites que acostumbraba a quemar sus naves por su ansia de mantener su liderato; se reducía a su único interés por el poder, se rinde a lo más bajo que puede hacer un revolucionario, intrigar y traicionar a los suyos y poner su propio interés por encima de los intereses de la nación, su apoyo a la independencia y confederación de las Antillas, sin aparente conciencia de lo limitado de las fuerzas militares insurrectas. Entre lo primero que se afirma, justo en la introducción, en este libro como aseveración ante la idea de desarrollar una lucha armada en la colonia, está lo siguiente:

“¿A qué martirizarse por ella? Esta conciencia clara de inferioridad numérica, geográfica y militar la vivieron en carne propia Román Baldorioty de Castro, Ramón Emeterio Betances, Eugenio María de Hostos, José Julián Acosta y Segundo Ruiz Belvis, no importa lo bravío que fueron sus discursos liberadores, no empece a lo patriótico y exaltado de sus discursos, la libertad por las armas siempre fue –y será– imposible, aunque no por ello menos ansiada…” (4)

Ante este conocido disentimiento, Paul Estrade, por ejemplo, responde que “Córcega tuvo un Paoli, Margarita un Arizmendi, Mariño 50 hombres en Trinidad, Luperón 14 en Capotillo, para iniciar la guerra de liberación que concluyeron victoriosamente”. (309) Cita, además, la proclama de Betances del 27 de agosto de 1871, que añadía que los “indios” boricuas podían haber hasta 15 mil, que Céspedes lanzó solo 50 hombres contra España, y pregunta ¿con cuántos contó Bolívar en muchas batallas? Lo cierto es que tanto en Cuba como en Puerto Rico llovieron las insurrecciones a lo largo del siglo; las armas se contaron por miles en muchas ocasiones, y los comités secretos que se fraguaban dentro y fuera de las islas se esforzaban por afianzar la organización y las estrategias. Generales militares veteranos y de alta distinción estuvieron prestos a combatir, en primera línea. Todo el tiempo procuraban, tan secretamente, una “organización bien entendida”, que a la llegada de Hostos a Nueva York lo mantuvieron ajeno a ellas. Continuamente enviaban delegados a Puerto Rico a explorar el apoyo, y a comprometer, y a estudiar las condiciones para los alzamientos. Con apenas 80 hombres se inició en 1956 la guerra que culminó en Cuba a fines de 1958 con la derrota de Batista y el triunfo de la revolución. Hostos propuso constantemente estrategias revolucionarias, compromisos en Nueva York y en las Antillas todas, en Colombia, Perú, Chile, Argentina y Venezuela, y formulaba desde 1876 programas concretos para construir países libres tras la independencia.

Sobre el carácter antillano de la lucha por la liberación, todos los grandes protagonistas de las diferentes Antillas, tanto los de Cuba, la República Dominicana y Puerto Rico, todos, concurrieron e intercambiaron programas, estrategias, recursos, armas, dinero y combatientes, e incluso banderas, y además, varios países de Nuestra América, desde Venezuela, Perú, Chile, Ecuador. Porque para todos ellos la revolución no podía poner miras y gríngolas en revoluciones aisladas unas de las otras. Sabían, tanto Betances como Hostos y otros, incluido después Martí, que las Antillas habrían de salvarse juntas o morir. El problema era entonces cómo y por dónde quebrar el poder español en las Antillas. El problema nuestro era, y es, cómo y por dónde quebrarle el espinazo al poder.

Si mucho puede verse en la obra de Betances, Hostos y otros protagonistas de la complejidad y las dificultades muchas veces insalvables o casi insalvables que tuvo iniciar una insurrección, no puede verse sino una parte pequeña de ella, porque ella impuso guardar innumerables secretos. Ojeda Reyes cuenta, como Hostos y Betances, mucho o bastante de lo que fueron esas dificultades y complejidades en la época que visita, pero no deja de admitir que quedan en lo oscuro muchos secretos. Otro tanto apunta Ojeda Reyes sobre los secretos que mantiene en su registro sobre la “protesta armada” que se fraguó en las décadas de sesenta y del setenta del siglo pasado.

En el prólogo a otro libro de Ojeda Reyes, Peregrinos de la libertad (1992), Ramón Arbona observó que José Martí calificó de “arrogantes” a los más notables representantes de las luchas por la liberación de las Antillas. Con ese calificativo, explica Ramón Arbona, Martí intentaba aludir a un atributo que cubría a estos peregrinos de la libertad, como con una aureola. Esa aureola, de arrogancia, no era sino la manifestación de una impresión sensible producida en los demás por el reconocimiento en ellos de una gallardía, valentía, desenfado y buen aire, que les permitía caminar sin desfallecer, construir donde se pudiera construir, conspirar donde hubiera que conspirar, hacer acopio de fuerzas que no parecen desfallecer, y “mendigar recursos, predicar, suplicar, debatir, combatir y, si derrotados, empezar de nuevo por dónde se pudiera empezar, cómo se pudiera empezar, en un peregrinaje que solo podía tener fin el día que los alcanzara la muerte, en el triunfo o en la derrota”, y a pesar del mareo, los zapatos gastados, el hambre y la pobreza, “pero siempre en brazos de la patria agradecida” (9).

¿Ciegos por la ira? Es cierto que Hostos no buscó en 1898 contar con los partidos políticos existentes en Puerto Rico porque, a su juicio, eran partidos coloniales. Incluye, desde luego, los autonomistas. Pero aceptó ser miembro de la Comisión que a nombre de Puerto Rico presentó peticiones al presidente McKinley, y fue acompañado de dos anexionistas: Henna y Zeno Gandía. Al culminar sus gestiones en Puerto Rico a fines de 1899, consideró oportuno recomendar a Luis Muñoz Rivera para continuar, a nombre de una comisión, las gestiones en Washington. Betances siempre supo que dos cercanos colaboradores suyos eran anexionistas: Henna y Basora. En su momento consideró que podía contar con liberales autonomistas, como también Hostos, que pensó que una vez insertos en el fuego fraguaría en ellos el patriota. ¿No pronunció aquella hermosa parábola de las hormigas cuyo esfuerzo para arrastrar una presa crece hasta lograr moverla? Con Estados Unidos, Hostos sí intentó negociar, pero nunca una “dependencia negociada” y “medianamente nacional”, lo como intentó Baldorioty con España. (508)

Para mí no cabe duda de que la gesta de Lares, Betances mismo, Hostos, Albizu, Mari Brás y otros gigantes forjadores en Puerto Rico de la lucha armada por la independencia, lejos de convenir en calificarlas de “pírricas ilusiones” (6), robustecieron y aún fortalecen nuestra identidad de pueblo, que es garantía imprescindible de nuestra soberanía e independencia latentes. Pero los autonomistas no lo son en la misma medida ahora, como tampoco lo fueron entonces. Pantanos inamovibles de mañana, como afirmó Betances, y, a fin de cuentas, sostenes del colonialismo. Por fortuna, “el tiempo del pueblo nunca acaba”, como nos recordó Juan Antonio Corretjer.

Me conmueve pensar que para el autor del, no obstante, impresionante tratado biográfico que comentamos, su publicación en este momento cuenta con la fortuna de haber salido a la luz cuando ya Félix Ojeda Reyes no estaba con vida. Pero nos dejó sus cocteles molotov en su palabra postrera, y una “patria agradecida”.

agosto 2024

 

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