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Chulos de la pobreza o escribir fuera y dentro de nuestro lugar

 

Especial para En Rojo

Hace unos meses, a Rima le hicieron una entrevista en un periódico de Flagstaff, Arizona, donde se mudó en plena pandemia siguiéndole los pasos a José Luis, su esposo, quien ahora preside la universidad allí.

Allá en Flagstaff, un periodista se enteró de que Rima es escritora, antropóloga y una intelectual de gran calibre por derecho propio y se aventuró a entrevistarla. Comentamos mucho esa entrevista con Rima por razones que ahora no vienen al caso. Fue toda una novedad. Pero hay algo que a mí me conmovió mucho y tal vez es la primera vez que voy a articularlo: La imagen de Rima, con su camisa blanca, su sonrisa vasta, brillante, sentada ella casual y hasta juguetonamente en lo que parece un café de acera, hablando extensa, profunda, corajudamente sobre una pequeña nación-archipiélago en el Caribe, a 3 mil millas de distancia de Flagstaff, Arizona. Si de verdad querían saber sobre Rima, la lección socio-política sobre ese archipiélago que es Puerto Rico sería conversación obligada.

Y lo fue. Y a ella no le tembló el pulso. Habló sobre Puerto Rico todo lo que pudo, poniendo absolutamente todos los puntos sobre las íes, como es su especialidad, ubicándose inevitablemente, no solo política sino georeferencial y afectivamente, en su isla, que incluye varios cayos al sur del país, que son centrales en su biografía.

Me conmovió su insistencia, su obstinación, no primordialmente en los temas que hubiesen complacido a las huestes arizónicas en una situación como la suya en la que hay cierta necesidad de agradar a los lugareños como buena “otra” recién llegada. No, su persistencia fue en los temas que verdaderamente le quitan el sueño: la represión del Estado y los crímenes ambientales en Rincón; el colonialismo, el imperialismo fascistoide de la junta de control fiscal; la destrucción de nuestro proyecto más importante como país: la Universidad de Puerto Rico a la que ella personalmente ha dedicado tanto de su vida. Me conmovía la cierta alienación de aquella propuesta: una mujer boricua, con un nombre y un apellido bastante raros ya de por sí, en una ciudad que queda por allá por uno de los grandes desiertos de las Américas, a tres mil millas y dos o tres vuelos de distancia, donde la mayoría de la gente que habla español es mexicana, insistía en hablar sobre Puerto Rico. Se me ocurrió que no era un personaje fuera de lugar sino fuera de su lugar.

Desde ese día he pensado mucho en la valentía de Rima. Porque no es lo mismo hablar sobre Puerto Rico en Nueva York que en una pequeña ciudad de Arizona, donde es posible que mucha gente no sepa ni qué es Puerto Rico. Hablar de esta isla en los términos de Rima y en el contexto de un Estados Unidos profundo, donde tan poco espacio de conversación o preocupación se le dedica incluso a esta región que es el Caribe,  ya de por sí, es hablar en otro lenguaje analítico. Es hablar de imperialismo, de colonización moderna, de explotación, de estafa, de fraude, de violencia e impunidad. De hecho, no es hablar, es confrontar y, en este contexto, es una tarea solitaria. Eso, en mi libro, es de gente valiente. Más de una vez me he quedado callada sobre Puerto Rico en contextos estadounidenses porque no van a entender o porque no les va a interesar o porque seguramente ya saben, por muchas razones que luego me han pesado. Ese reportaje me enseñó mucho sobre llevar nuestra nave a puerto siempre y, de hecho, ahora soy mucho más frontal y cargo más y mejor con mis asuntos en mis interacciones con gente de EEUU.

Cuento esto porque uno de los rasgos para mí más sobresalientes de este libro que nos convoca hoy, Chulos de la pobreza, es precisamente el fenómeno de su interlocución. En estos tiempos de presencias no presenciales, la presencia política de Rima a través de estos escritos es muy poderosa por varias razones. Primero, porque se da uno de esos fenómenos relativamente recientes en que una persona que vive fuera del archipiélago geográfico puertorriqueño, en esencia, no vive fuera del país. Porque lo lee, porque lo piensa, lo examina exhaustivamente a diario, porque viaja a él constantemente, a veces material, a veces metafóricamente pero recorriéndolo. Y nos revela no sólo las grandes verdades de este resquebrajamiento del andamiaje colonial (como decía Juan Mari Brás) sino los hilos ocultos detrás de todas esas violencias que hemos vivido en nuestro periplo colonial de los últimos 5 años: desgracias primordialmente políticas que, sin embargo, quieren pasarnos como fenómenos naturales, sísmicos, o incluso meramente financieros. Toda una modalidad de explotación y violencia de estado cuya articulación, sin embargo, aspira a pasar desapercibida bajo el manto del más vulgar “régimen de ley y orden” o “sentido común”. Pero son las mismas lógicas del fascismo porque es una lógica de la desigualdad como arquetipo. Y esto lo entendí durante la pandemia, gracias a Diego Olavarría, que no sé quién es pero escribió el artículo Fascismo en tres partes en la Revista de la Universidad de México y dice:

«El apartheid no es un concepto para entender sociedades pasadas, sino un ‘algoritmo’ que subyace al mundo moderno. Fenómenos tan normalizados como la desigualdad social y las fronteras nacionales son posibles gracias a los sistemas de separación entre pobres y ricos, negros y blancos, minorías y mayorías religiosas. Es una de las patentes del mundo: conforme el poder se concentra, también aumentan los deseos de dominar… Los sistemas de opresión del pasado sirven como pronósticos del futuro».

Yo creo que Rima sabe esto cuando escribe sobre esa lección de la que todavía está aprendiendo, en la crónica Mala madre, un escrito desgarrador pero tan majestuoso y generoso que me va a acompañar toda la vida. Cuando critica con una extraordinaria lucidez decolonial la macharranería de un escritor, o los exabruptos escleróticos de otra escritora; y lo hace sin que la tiente el cinismo, en un diálogo tan honesto, tan calmoso, tan intelectual en el buen sentido de la palabra, que te dan ganas de que te critique a ti también. O cuando explica cómo funcionan los chulos de la pobreza, traducción de ‘poverty pimps’. O cuando se pregunta por qué deber es, curiosamente, más inmoral que pagar. Cuando nos dice que “las esperanzas absurdas, ciegas o carentes de los cimientos de la memoria no son esperanzas sino optimismos pendejos”. O que el capital no quiere ciudadanos sino sujetos coloniales. Y consumidores. “Comprar, comprar y comprar hasta la luz, el agua, los caminos y hasta las herramientas del pensamiento y la voluntad. Venderles nuestro oro a cambio de nada”.

Cuando toca los botones de nuestras profundas y a veces mezquinas debilidades, incluyéndose a sí en la denuncia de que “de los pobres esperamos mesura, agradecimiento y un manejo racional de sus magras finanzas. De las mujeres, un feminismo mansito. De los negros, nada de racismo pero, a la vez, nada de rabia. De los que asociamos con el acrónimo LGBTTQI, solidaridad absoluta pero también blandita, sin exabruptos”.

O cuando se pregunta por qué el miedo a sobreestimar las muertes parece mucho mayor que el de subestimarlas. O por qué la milicia puede moverse por todo Afganistán para llevar la guerra pero no por todo Puerto Rico para llevar agua.

Hay una crónica sobre el escritor mexicano Carlos Monsiváis, uno de los grandes cronistas de América, que este libro me recordó mucho. Se publicó hace años en la revista Gatopardo. Al hablar sobre el trabajo de cronista que hizo Monsiváis durante el terremoto de 1985 en la Ciudad de México, el autor escribe:

“Fue él quien, mirando a la ciudad en ruinas, apurada por rescatar sobrevivientes debajo de los escombros, afanada en la entrega de comida, agua y medicinas… aseguró que lo que estaba sucediendo era, en realidad, una insurrección civil. Y, en efecto, los habitantes de la ciudad se habían olvidado de notar que las autoridades seguían pasmadas, en el mejor de los casos, o que, de plano, obstaculizaban el rescate. Si eso no era una rebelión que hizo de lado a la autoridad, se convirtió en una cuando Monsiváis la describió como ‘la toma del poder’. Pero Monsiváis se autocritica desde su perplejidad y murmura: ‘Cuando entendía lo que estaba pasando, ya había pasado lo que estaba entendiendo’.

Creo que esto expresa lo que hemos vivido en el último lustro en nuestro país. Y que ahí reside la importancia de este libro, de estas crónicas urgentes, escritas en el momento preciso, a veces con la candidez que ese ejercicio de reaccionar al momento trae consigo; a veces con la herida, con el estupor todavía supurantes, con la frustración filtrándose. La de este libro es una escritura que no va a esperar por su propia madurez; que reconoce la premura de su lugar en el mundo, la urgencia del ámbito en que actúa. Y es cierto que en él se pasea esa ternura única de Rima, que a veces incluso puedes sentir esa mezcla de naiveness, una inocencia juguetona, un geekiness que pienso es único de Rima. Pero no definiría este libro como tierno porque este libro es una bofetada tras otra en la cara, un llamado al análisis suspicaz e imperioso de la realidad y a la ejecución de una estrategia sofisticada de la resistencia.

Ahora, con esta publicación de Chulos de la pobreza por vía de Educación Emergente, lo podemos ver más claramente: en los países intervenidos por las doctrinas de shock, por las políticas del desastre y de la muerte, la violencia viene expedita, brutalmente rápida como una recta para que nos sea prácticamente imposible responder a tiempo y articuladamente mientras administramos nuestro desastre. Este libro nos demuestra que, ante semejante aluvión de adversidades, de traumas, de agresiones directas a nuestra vida colectiva, no sólo podemos resistir. Podemos reaccionar al momento, podemos descifrar lo que nos está pasando en tiempo real, conectar los puntos que parecen inconexos. Este ha sido el trabajo de Rima con este libro y me parece brutalmente poderoso. Si me preguntan, lo recomendaría para quien desee un crash course sencillo sobre los efectos de los últimos cinco años de necropolítica en nuestro país.

He mencionado el carácter próximo y urgente de este libro y quiero detenerme brevemente en esto porque es lo otro que me conmueve: ese género híbrido, fronterizo, que practica Rima. Ella describe en una nota introductoria que Chulos de la pobreza “se sirve del género de la crónica literaria y le añade algo de opinión, nota de campo y ensayo personal”. Estoy de acuerdo. Yo digo que es crónica, literatura testimonial, ensayo antropológico, social y político, es investigación y todo esto aderezado de narración. El verano pasado, cuando murió Juan Forn, encontré esta cita que me cautivó y se la compartí a Rima, a Sofía y Vanessa en nuestro chat titulado ‘Gallinero’. La cita se refiere a la obra del guatemalteco Augusto Monterroso pero la había rescatado el escritor argentino Juan Forn hace algún tiempo:

«Aspiraba a un género que tuviera algo de ensayo y algo de cuento, algo de poema y algo de confesión, más o menos breve y muy libre, en tono aparentemente melancólico pero envuelto en ligero humor, recurriendo a citas de conocidos y desconocidos que existieron en la realidad o no, con un estilo perfecto pero que no se note, o incluso que parezca descuidado, como redactado por alguien que lo hiciera para cumplir un requisito que no puede eludir”.

Chulos de la pobreza es ese género que es muchos géneros, con toda la realidad de la historia pero también con recursos literarios y con personajes ficticios o llevados al extremo o pasados por un relato personal. Cuántas veces no creamos un personaje a partir de una persona que existe o existió, para hacer más creíble o sugestivo o digerible un universo literario de la “realidad”. Cuántas veces no encontramos la mayor exhibición de realidad en una historia absolutamente inventada (si es que tal cosa existe, que, la verdad, no lo creo). Creo que Rima es una escritora importante en el ecosistema literario puertorriqueño, precisamente por su propuesta seria, ya evidentemente constante, de una literatura de nuestras historias y verdades, de nuestra memoria y sus restos.

El desastre se puede contar desde muchas miradas: la lastimosa, la tétrica, la extranjera, la folklórica, la positiva, la rabiosa, la esperanzadora. Yo lo que sé es que, como dice la otra gran cronista mexicana, nuestra amiga además, Elena Poniatowska, “nuestras vidas son una novela cuando alguien se toma el trabajo de escribirlas”.

Y “mientras duren en nuestros países las condiciones de opresión, miseria y marginación, la crónica y testimonio serán la única manera que tenga el lector de enterarse de vivencias insospechadas y ajenas, un lector muchas veces hostil a conocer verdades de su propia realidad”.

Este texto fue parte de la presentación del libro Chulos de la pobreza, de Rima Brusi Lamadrid, el 17 de diciembre de 2021 en Pública, Santurce.

 

 

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