Consuelo (Las Manos de Andrea)

 

 

Antonio (Toño) Martorell

 Mal de muchos, consuelo de tontos

Refranero popular

 Nos creemos que las palabras nombran las cosas. Sin embargo, en ocasiones, son las cosas las que en su devenir reinventan las palabras, le otorgan sentidos insospechados.

La palabra consuelo, por ejemplo. La primera hija de mi madre fue bautizada con el nombre de Lourdes. Aún bebé, falleció de menigintis y precipitó a la joven madre, dieciséis años, en el desconsuelo. Tras una prolongada depresión rayando en la locura, mi madre logró un segundo embarazo y bautizó a la recién nacida  con el nombre de Consuelo de Lourdes. Mi tía materna, también se llamaba Consuelo, aunque la llamaran todos Consuelito en intento fallido de disminuir su fortaleza de carácter, el empuje con que atacaba cada empresa.

Mi hermana mayor, Consuelo de Lourdes, fue madre de ocho hijos y no conforme con eso, su natural bondad maternal se extendió más allá de las cuatro paredes hogareñas y cuando sus hijos crecieron, y aún antes, se dedico con igual ahínco al cuidado de los necesitados de albergue, comida y medicinas. En todo, su esposo Willie, el doctor Guillermo García García fue su generoso y consecuente aliado.

El fallecimiento de mi hermana después de una larga dolencia de Alzheimer, me sorprendió, y como en tantas otras situaciones dolorosas, me negué a la pérdida y al duelo. No contaba con la intervención de los objetos, las superficies que revelan recónditas profundidades, la mágica intervención de circunstancias que precipitan el accidente feliz, la insólita unión de la desgracias familiar y el placer de la creación.

Una vieja y manchada alfombra que soportó por años la mesa de comedor en mi taller-residencia se evidenció de repente en todo su desgaste y mugre. Decidí entonces que era preciso tirarla a la basura, que era un desprestigio para el taller. Pero, Robin Alicea, uno de los artistas que colaboran en el taller me dijo: “No, maestro. Yo creo que debemos guardarla pues sabemos que a usted le gusta rescatar lo desechado y quién saber lo que se le ocurra hacer con ella en el futuro”. Accedí y la alfombra fue enrollada con la superficie sucia para dentro y arrimado el rollo a una pared donde permaneció dormida por varios meses.

Quizás más de un año después, la mirada que, como la de todo artista es atrevida e indiscriminada, se posó ¿por accidente? en la bella y limpia urdimbre de la hasta entonces, oculta superficie, condenada como había estado por años de cara al piso. Le pedí a Robin que la desplegara en el suelo y me enamoró su florido marco, ovalado centro y delicadas tonalidades. Fue el óvalo el detonante de la imagen al recordar que mi hermana Consuelo había tenido ocho hijos, que mi memoria de ella, aún ahora, era joven y embarazada como la había dibujado en varias ocasiones.

Toño Martorell. Fotos Alina Luciano/ CLARIDAD

Nunca es tarde si la memoria es buena. Colgamos la alfombra en la pared y comencé a desentrañar la figura de mi querida hermana que emergió poco a poco del fondo del tejido. Primero fue un una silueta luminosa, luego emergió la sombra de su cabello y llegué al esbozo del abultado vientre sobre el que adiviné las manos posadas y protectoras de la vida en gestación.

Pronto me percaté que podía, más o menos, evocar su rostro pero que me era imposible reproduje sus manos de dedos largos y finos, frágiles en su empeñada defensa de la vida por nacer. Porque al contrario de un rostro o la gestualidad de un cuerpo, las manos me son difíciles de imaginar en determinada posición. Para eso necesito un referente, preferiblemente el modelo vivo. Acudí a Pablo Padrón, otro de los compañeros artistas que hacen posible el Taller de La Playa en Ponce, solicitándole que me consiguiera alguna amiga suya, cuyas manos pudieran servirme de modelo.

Pocos días después recibimos la visita de una bella y simpática portadora de manos que evocaban las de Consuelo. La sesión de modelaje fue corta y salpicada de comentarios jocosos después de haber ataviado a la modelo con una almohada en la cintura y unas blancas gasas transparentes que la hacían lucir como una virgen renacentista. Por suerte se tomaron fotos y un breve video de la ocasión como es costumbre desde hace algún tiempo en todos los trabajos del taller, donde toda tarea es, aunque modestamente, remunerada y nos despedimos con un beso y dos sonrisas. Esa fue la primera y única vez que vi a Andrea Ruiz Costas.

Ya habíamos terminado de convertir la alfombra en cuadro, el diseño floral en retrato de mi hermano cuando Pablo que  es, entre muchas funciones, registrador del taller me preguntó cómo iba a titular la piezas, ya que todos los otros datos técnicos los tenía ingresados en la ficha de archivo. Sin pensarlo dos veces, le contesté que Consuelo, pues ese era el nombre de mi hermana y el principal motivo de pintarla era buscar consuelo en su pérdida. Pero, además, la imagen había sido rescatada de la cara oculta de la alfombra, la que estaba en contacto con el suelo, con/suelo. No sospechábamos entonces que a estas res razones se le añadiría una más, meses después cuando Pablo me contó con mirada nublada que su amiga y mi modelo había sido asesinada.

Andrea era ponceña y amiga muy cercana de mis colaboradores del taller. Con Pablo, en particular tenía una relación como si fuera de familia. Fue una semana de conversaciones asordinadas y miradas perdidas. Luego me enteré de que Andrea era prima hermana de mi querida amiga y colega de Rebeca Noriega.  La justa indignación que levantó el crimen, que añadió otro dramático feminicidio a una larga lista, tuvo el efecto benéfico de avivar la conciencia comunitaria sobre la incapacidad judicial y la indiferencia prevaleciente en torno a la vulnerabilidad de la mujer y la impunidad del hombre.

No pasó mucho tiempo hasta que visitaran mis queridas amigas periodistas conocidas en Ponce con el cariñoso apelativo de las Tías: Graciela Rodríguez Martinó y Wilda Rodríguez. Esta última, conmovida por la imagen y su historia, escribió un bello texto de amplia circulación en las redes sociales titulado Las manos de Andrea. Desde ese momento el retrato cobró otra dimensión y el título se amplió. Ahora es Consuelo (Las manos de Andrea). Días más tarde recibí la llamada de Ileana Delgado Castro de El Nuevo Día con la entrevista consecuente, fotos y video. Lo demás es historia.

El cuadro, en su origen, estaba destinado a ser presentado en mi próxima exposición titulada Entretelas en el Museo de las Américas en San Juan. Sin embargo, la amiga Puchi Platón, curadora de la muestra colectiva “Novenario: el arte del duelo” en el Museo de Arte Contemporáneo de Puerto Rico, al verla me la pidió y consideré que ése era su lugar. Pero antes, dos familias tenían que procesar su duelo pro vía del arte: la mía y la de Andrea.

Fueron dos domingos para recordar, en más de un modo. No son muchas las ocasiones que tenemos los artistas  de crear imágenes que trasciendan el valor estético, la función decorativa, el concepto intelectual o el intercambio comercial. Aunque la evocación de un ser querido fallecido tiene una rica tradición en el arte, no es una práctica común hoy día salvo en el caso de las figuras relevantes del ámbito político, artístico o social.

Lo que pretendí en un principio como alivio privado a mi aplazado dolor, al generar este cuadro inadvertidamente fui instrumento de consolación para dos familias, las García Martorell y Ruiz Costas. Pero también, bandera de lucha por el derecho de la mujer a la libertad y a la vida. Eso lo sé ahora aquí con ustedes. No lo sabía todavía cuando la familia de Andrea me visitó y frente al cuadro, pude contarles algo de lo que hoy les trato de comunicar. Participar de la emoción de ese domingo familiar y del siguiente domingo con mi cuñado viudo y mis sobrinas huérfanas es uno de los mayores premios que el arte me ha proporcionado.

Pude reflexionar entonces sobre las dos mujeres que se unen en esta imagen. Mi hermana Consuelo, madre de ocho hijos, fallecida a una avanzada edad luego de una larga enfermedad rodeada de sus eres queridos. Andrea, mi modelo de tan solo una hora, joven, bella e inteligente con un porvenir de horizonte lejano, brutalmente asesinada en soledad.

¿No es acaso el arte un oficio de creación, re-creación y llamado al cambio generativo, a transformar el mal en bien, la muerte en vida, el vasallaje en libertad?

El hecho de que la primera muestra en público de este Consuelo guiado por las manos de Andrea sea en este Colegio que aboga por nuestros derechos es significativo de que, si el arte muestra la evidencia del crimen y la necesidad de justicia, nos toca a todos, togados o no, el defender la vida, sobre todo, de los más vulnerables. Y esos siguen siendo las mujeres, muy a nuestro pesar, en esta isla, frustrado proyecto de país.

Nací en el seno de una sociedad donde ser hombre es un inmerecido y, con frecuencia, alarmante, abusivo y cruel privilegio. Después de una larga vida disfrutando de este involuntario beneficio, quisiera tener la dicha de morir libre de esa injusticia.

Presentación del cuadro en el Colegio de Abogados el 19 de septiembre de 2021. Taller de La Playa, Ponce, Puerto Rico

 

 

 

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