El cine de Sonia Fritz: faros y orillas-Parte 2

Sonia Fritz

 

En Rojo

 

En este 2ndo segmento sobre el cine de Sonia Fritz, destaco dos de sus documentales que recogen las temáticas principales de su producción cinematográfica: su enfoque en la historia cultural de Puerto Rico y los efectos de las migraciones, especialmente de las mujeres.

 15 faros: historia y belleza (2015; cinematógrafo Carlos Zayas)

Desde las primeras imágenes, la hermosa fotografía capta el silencio y la lejanía de los faros que rodean a Puerto Rico, Vieques y Culebra. Son lugares apartados de los poblados con una deslumbrante vista al mar: ese mar tan hermoso y que parece tan tranquilo, pero que todxs sabemos la ferocidad que puede desarrollar en muy poco tiempo. La mirada nocturna de los faros es todavía más misteriosa por la incertidumbre de esa oscuridad que el faro trata de alumbrar. Le sigue a esa imagen de la isla la toma de un faro en particular—que en este caso comienza con El Morro por tener dos que se considera como los más antiguos. Es interesante cómo la historia de los faros no tiene ruptura: comienza con la construcción española, los perdidos o averiados por la invasión estadounidense y el terremoto de 1918, la reconstrucción o abandono bajo la jurisdicción del ejército de EU, o su transferencia al gobierno federal, hasta los fideicomisos formados para preservarlos como patrimonio nacional.

Nuestros guías son historiadores como Walter Cardona, arquitectas como Beatriz del Cueto, guías/historiadores/narradores como Efraín López y habitantes de los faros como torreros y sus familias que se convertían de inmediato en asistentes de limpieza para obtener el visto bueno de las agencias federales que le habían encargado su cuido. El tener unos referentes tan amplios hacen de esta historia de los faros una humana, relevante e íntima. Aprendemos del diseño de los faros a través de documentos de la época, muy preservados e investigados por archivistas, el cuido que reciben los faros cuando estos eran habitados por familias encargadas de su mantenimiento y ahora por la Guardia Costanera, y la utilidad que tienen los que siguen activos. En el presente los pescadores ven la luz del faro como ese punto necesario para orientar su distancia ya que salen a pescar antes del amanecer. Para los que recuerdan la furia de los vientos huracanados el faro era un refugio por su estructura y solidez.

Los datos históricos de historiadores, biólogos y arquitectos nos ubican en tiempo y lugar, pero lo que arranca aplausos y da mucho sentimiento en los recorridos de 15 faros a través de la isla son las memorias que relatan los que vivieron en esos faros en especial las mujeres. Ellas no tenían el título del puesto de “torrero” pero son ellas las que formaban familia en esos lugares tan apartados de los vecindarios conocidos; son ellas las que limpiaban y brillaban todo para que el marido torrero pasara con cuatro estrellas la inspección de los federales; son ellas las que cuidaban y enseñaban a los hijxs y formaban lazos de amistad con la otra familia que usualmente ocupaba el faro; son ellas la luz interna que normalizaba la vida del marido y lxs hijxs por todos los años que vivieron allí. Así nos cuenta Elba Rodríguez Rodríguez del faro de Cabezas de San Juan; Haydée Kleinschmidt de Culebrita donde pasó sus primeros años hasta ir a la escuela; Etanislá Clausell de Punta Tuna con un pasado de 92 años. Esos testimonios no los olvida nadie.

Tuve la suerte de estar en Vieques cuando se presentó en la plaza de Isabel II, un sábado después de la misa de la noche. Los astros y los seres espirituales se apiadaron de nosotrxs y, aunque había llovido torrencialmente el día antes, no cayó ni una gota de agua esa noche. La gente se acomodó en bancos y sillas para ver 15 faros y aplaudir fervorosamente cuando el bote animado del documental llegó a Vieques. Hermosa noche con un hermoso filme.

Documentar el dolor de lo perdido: Después de María: las 2 orillas (2018; cinematógrafxs Carlos Zayas y Brendaliz Negrón)

La cineasta Sonia Fritz nos tiene acostumbradxs a observar nuestros alrededores con miradas renovadas. Por eso descubrimos una Isla de Mona de la que leíamos y nos contaban los amigos que se atrevían a llegar y faros existentes en uso o desuso a través de Puerto Rico, Vieques y Culebra. También nos lleva a vernos como una población “en tránsito”: mujeres viequenses, mujeres dominicanas en Puerto Rico y Nueva York, puertorriqueñas y mexicanas en Nueva York y “Puertorriqueñas de aquí y de allá”. Y extendiendo este tema Fritz nos presenta, Después de María: las 2 orillas, con los testimonios de grupos que después del catastrófico evento del 20 de septiembre de 2017 tomaron la decisión de quedar en ese Puerto Rico destrozado, pero siempre amado, o de comenzar otra etapa de vida en otro país o de los residentes puertorriqueños “de afuera” que se sintieron vulnerables también a pesar de no estar en el medio del desastre.

Fiel a su título, las imágenes que se presentan de Puerto Rico son de después de María y la mirada no es en lo destruido sino en lo reconstruido y renovado. Su enfoque no es en cómo el gobierno o entidades gubernamentales respondieron a la emergencia sino en cómo la gente se levantó y echó a andar. Es la reconstrucción de lo aparentemente destruido y la continuación del quehacer cotidiano—techo, casa, comida—y a veces la reinvención de lo que éramos antes de María. Cada persona entrevistada evalúa sus decisiones y hace camino con una mirada renovada de lo que es la vida. El eslabón que une a todos es el sentido de puertorriqueñidad, con sus múltiples definiciones, no importa el lugar que habiten. Y por eso las dos orillas.

En Puerto Rico, Fritz escoge dos de los lugares más abatidos: la montaña con sus curvas, caminos estrechos, arboleda frondosa y destructiva, distancia entre viviendas y fragilidad del alumbrado; Punta Santiago como costa que perdió muelles, embarcaciones, viviendas a manos del viento y el agua que inundó todo a su alcance. Son sus habitantes los que narran el qué hacer una vez el huracán siguió su camino: asegurarse que ellos y sus vecinos estaban vivos, crear caminos para llegar a los incomunicados, limpiar y recoger, unir esfuerzos para crear comedores comunitarios y ambulantes que servían comidas a los que llegaban y transportaban comidas a los que apenas podían moverse de sus casas. Vemos esas caras de agradecimiento de los recipientes y de satisfacción de las que cocinaron y llevaron a los necesitados.

Pero ¿cómo lidiar con el después? ¿con la decisión de los hijos, familiares y vecinos de emigrar para poder encontrar una normalidad que no fuera el estado de emergencia creado por María? Fritz entrevista a miembros de una misma familia que se separan geográficamente, pero a través de la edición del documental establecen una conversación continua para aminorar el dolor de la separación. Y siempre queda claro que no es una ruptura sino un distanciamiento que, al menos con visitas, llamadas y las redes sociales, la cercanía siempre está ahí. El documental entonces explora los puertorriqueños que hace algún tiempo decidieron mudarse a Orlando y sus alrededores para probar su suerte o porque en un momento dado la familia decidió trasladarse. Son ellos los que mantienen el enlace con los residentes y los venideros para crear un solo país, una sola cultura que crece por su diversidad y que apenas cambia de un lugar al otro. A pesar de la queja de algunos residentes no hispanos de Orlando, que se creen originarios del lugar, sobre la no asimilación cultural de los nuestros, es precisamente su firmeza en ir en busca de sus raíces isleñas a través de sus vivencias, recuerdos o a través de las historias contadas por abuelos, padre o madre lo que define quiénes son.

Como ya estamos acostumbradxs en la obra fílmica de Sonia Fritz, nos sorprende y maravilla las imágenes captadas, el movimiento de cámara, el acercamiento a los ambientes naturales (devastados o florecidos), espacios (en este caso) semi-urbanos y el encontrar algo particular y atractivo en las imágenes y las palabras de cada uno de los entrevistados.

 

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