Corresponsal de CLARIDAD
La Habana, Cuba-En un movimiento que refleja el claro retroceso de la política estadounidense hacia un nuevo período de Guerra Fría, el hoy nuevamente presidente Donald Trump revirtió la decisión del expresidente Joe Biden de sacar a Cuba de la lista de países patrocinadores del terrorismo.
La decisión –ciertamente previsible pero no por eso menos descabellada– fue anunciada con gran pompa desde Washington y firmada de conjunto con una decena de otras medidas igualmente polémicas, a tan solo horas de Trump haber asumido el mandato.
Con su firma, el magnate Republicano frenó de lleno los trámites que apenas había iniciado, unos cinco días antes, la administración Biden para sacar a Cuba de la mencionada lista, en la que había sido incluida precisamente por Trump durante su primer mandato.
Tanto para La Habana como para la comunidad internacional, la movida pone de relieve lo inestable de la política exterior de Estados Unidos, sometida más a caprichos político-electoreros que a cuestiones prácticas.
En un contexto donde el multilateralismo y la diplomacia parecían –tarde pero finalmente– ganar terreno, Trump ha optado nuevamente por la estrategia del martillo: imposición de sanciones, endurecimiento de restricciones y el atizamiento de las tensiones; en su visión de “América primero” parece estar incluido el darle la espalda a las soluciones dialogadas.
“Esto parecería un desorden, en Cuba le dirían un relajo […] ¿Dónde quedaría la credibilidad del gobierno estadounidense?”, cuestionaba al respecto el ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, Bruno Rodríguez, hace unos días en referencia a la posibilidad –hoy ya consumada– de que su país regresara a la lista bajo la nueva administración.
En declaraciones a medios nacionales y extranjeros, el funcionario cubano afirmaba entonces que “la política exterior es siempre una política de estado” de la que aseguraba “no debería someterse a los vaivenes de los gobiernos ni los caprichos de la política doméstica”.
Las consecuencias para Cuba no son menores. La reincorporación a esta lista negra implica restricciones adicionales en el acceso a créditos internacionales, limitaciones al comercio y un impacto directo en la inversión extranjera. Todas estas, medidas coercitivas que el pueblo cubano venía sufriendo por los pasados cuatro años.
En una economía ya golpeada por la pandemia, la crisis energética, las sanciones preexistentes y errores internos, esta medida se traduce en más dificultades para una población que lucha por mantenerse a flote.
Desde el punto de vista de la política exterior estadounidense, esta movida también genera interrogantes. La reincorporación de Cuba a la SSOT (por sus siglas en inglés) no tiene un impacto directo en la seguridad nacional de Estados Unidos, pero sí afecta su imagen en el escenario global. En un momento en que las relaciones internacionales requieren diplomacia y colaboración, Washington parece empeñado en revivir fantasmas del pasado.
Si bien la medida es el cumplimiento de las promesas de campaña de Trump a los sectores ultraconservadores y a la comunidad cubanoamericana en el estado de la Florida, está por verse si dicha acción –junto a otras de carácter internacional– podría erosionar la influencia de EE.UU. en América Latina, donde otros países han comenzado a ver con cierto escepticismo este tipo de acciones unilaterales.
Tras conocerse la noticia, el gobierno cubano ha reiterado su voluntad de resistir a lo que considera una “arremetida imperialista”.
En su cuenta en X, el presidente Miguel Díaz-Canel, catalogó la decisión de su homólogo estadounidense como un “acto de arrogancia y desprecio por la verdad” y aseguró que su objetivo es “seguir fortaleciendo la cruel guerra económica contra Cuba con fines de dominación”.
Por otro lado, diversos países y organizaciones han expresado su solidaridad con la mayor de las Antillas, criticando la decisión de Trump como un retroceso en las relaciones diplomáticas.
Mientras tanto, la población cubana vuelve a enfrentarse a la incertidumbre en medio de la escasez de alimentos y medicinas, la crisis energética y las limitaciones económicas que padece el país, principalmente debido a las sanciones unilaterales de la Casa Blanca.
Mientras la nueva administración Trump intenta mantener viva una narrativa caduca en un mundo que enfrenta problemas más urgentes y complejos, las verdaderas víctimas de esta política no son los funcionarios del gobierno cubano, sino las personas comunes que ya soportan una carga demasiado pesada.
La pregunta sigue siendo: ¿hasta cuándo continuará este juego de tensiones? Y más importante aún, ¿qué podría lograrse si ambos lados optaran por el diálogo?