¿Nuevo militarismo? Los anexionistas no aprenden

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Los anexionistas puertorriqueños se han inventado un nuevo juego, o más bien, están recalentando otro bastante viejo. Están azuzando a Donald Trump para que ante una supuesta amenaza a los intereses estadounidenses en el Caribe -léase Venezuela y Cuba- vuelvan a llenar a Puerto Rico de bases militares. La probabilidad de que eso ocurra es muy baja, pero si ocurriera –no porque los anexionistas lo gestionen, sino porque el nuevo imperialismo del sátrapa lo crea necesario- lejos de acercar la anexión la mantendría a distancia. Lo que sí se impulsaría sería nuestro movimiento de liberación nacional ante esa nueva versión de colonialismo brutal.

Pero antes de abundar sobre esto hagamos un poco de historia.

La guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, que arrancó en 1945 tan pronto concluyó la II Guerra Mundial, catapultó la importancia estratégica de Puerto Rico para los estadounidenses. Entonces las fuerzas navales y terrestres necesitaban de bases de apoyo cercanas a potenciales áreas de conflicto y Puerto Rico, llave de entrada al mar Caribe, se volvió clave para la defensa de un sector geográfico donde, entre otras cosas, ubica el más importante canal interoceánico, el de Panamá.

Las bases militares que Estados Unidos había construido en su colonia caribeña durante la segunda gran guerra no vieron mermada su importancia tan pronto terminó aquel horrible conflicto, más bien lo contrario. La URSS había cargado con los peores daños de la guerra, con más de 20 millones de muertos y su infraestructura destrozada, pero emergió victoriosa. Además, al finalizar el conflicto sus fuerzas armadas eran las más grandes y mejor entrenadas del planeta y había extendido su dominio político y económico a la mitad de Europa. Frente a esa fuerza que el mundo capitalista consideraba como su principal enemigo, las bases militares caribeñas aumentaron su importancia. Poco más de una década después, cuando sobrevino la Revolución Cubana en 1959 y, tras ella, creció el movimiento de liberación nacional por toda América Latina, la colonia caribeña aumentó aún más su importancia para quienes nos habían invadido seis décadas antes.

La política interna de la colonia puertorriqueña a partir de 1945 estuvo determinada por esa nueva realidad. La principal fuerza política puertorriqueña de entonces, el Partido Popular Democrático, y su líder hegemónico, Luis Muñoz Marín, mantuvieron posiciones independentistas aún después del primer triunfo electoral de 1940 y hasta en los primeros años del periodo bélico, pero a partir de 1945 todo cambió. No solo desapareció la independencia de sus postulados, sino que se declaró incompatible apoyarla y ser miembro del PPD. Simultáneamente, desde sus nuevas instancias de poder colonial luego de las reformas que les concedieron, ayudaron al FBI a desatar la mayor persecución del independentismo de la que hay registro (Ley de Mordaza, encarcelamientos, 135 mil carpeteados, etc.).

Mientras tanto, la militarización de Puerto Rico continuó. A las bases que nacieron durante la guerra (Ramey, de la Fuerza Aérea, en el oeste; Roosevelt Roads, de la Marina, en el este.) se unió la utilización de Vieques y Culebra como centros de entrenamiento, junto a áreas de El Yunque y del sur del país, mientras en el área Metro siguieron operando la base de la Marina en Isla Grande y el Fuerte Buchanan en Guaynabo, así como los programas de formación de oficiales militares en las universidades (ROTC). A todo esto, se unió, a principios de la década del 60, el reclutamiento forzado de jóvenes puertorriqueños para utilizarlos en la nueva guerra que desataron en Indochina.

La intensa persecución desatada a partir de 1948 (año en que la legislatura del PPD aprobó la Ley de Mordaza, seguida del programa Cointelpro del FBI en 1956) no sirvió para garantizarles el ambiente de tranquilidad que necesitaba el colonialismo. Contrario a lo que esperaban, a partir de los años sesenta la lucha de independencia creció alimentada, entre muchas otras cosas, por el militarismo que enviaba nuestros jóvenes a Vietnam y convertía las universidades en centros de entrenamiento. Uno de los motores principales de aquel crecimiento fue la lucha estudiantil que, militante y masiva, creció en la UPR contra el programa militar. Comenzando la década del 70, Culebra primero y Vieques después, añadieron un nuevo motor de la lucha patriótica.

El resultado de aquel militarismo es muy conocido. Primero desapareció Ramey como resultado mayormente de los cambios habidos en el armamento militar y luego la lucha estudiantil redujo a la inoperancia los programas universitarios, mientras que la de todos los puertorriqueños obligó al cierre de los centros de entrenamiento de Vieques y Culebra y la eventual clausura de Roosevelt Roads. Aquella lucha victoriosa hizo a los puertorriqueños más conscientes de nuestra fuerza ayudando, de paso, a consolidarnos como nación.

Ahora, en la tercera década del nuevo siglo, cuando Puerto Rico exhibe muy exuberante su fortaleza nacional, el anexionismo, arrinconado por la historia, cree que rescatando su servidumbre militar pueden volverse útil para Estados Unidos y conseguir así algo de atención. En su desesperación no se percatan de que si lograran atraer de nuevo la bota militar tal vez nos estarían dando el empuje que se necesita para la victoria final de la patria puertorriqueña. Ojalá. Volver a las calles nos reconfortará.

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