Reseña desde su residencia en la Galería Adhesivo, Ciudad de Méjico
Especial para En Rojo
Desde la calle Gobernador Ignacio Esteva en la Ciudad de Méjico, vemos a Rogelio Báez Vega a través de los largos vidrios de la galería Adhesivo Contemporary. Por un instante, no nos hemos visto, y permanece absorto: pintando sentado a la extrema izquierda, al costado de la mesa con agua envasada en una botella de cristal verde, pomos de óleo, manchas de pintura, el olor del aceite, ante la que revuelven seis lienzos colgados en las paredes. El espacio se reconstituye, se repiensa: pequeño, justo, concentrado; un estudio abierto.

Báez Vega nace en San Juan, Puerto Rico, en un barrio del área de Santurce donde la mala planificación urbana “lo borró de la faz de la tierra.” nos dice el artista. Cursa estudios en la Universidad Sagrado Corazón y, posteriormente, en la Escuela de Artes Plásticas de Puerto Rico. Su obra es reflejo de lo que hemos construido, el esfuerzo decolonial, las edificaciones en las que se pasa la vida, que comparten con nosotros en silencio. Utiliza el espacio envuelto en abandono, retomado por la naturaleza. Pero, sobre todo, Báez Vega busca encerrar la luz. Utiliza el dorado como pigmento predilecto, suspendido con el medio de cera fría; método que desarrolla bajo la tutela de Amanda Carmona Bosch.
Al fondo del espacio, en lo alto, cuelga un papel impreso con una cita de Octavio Paz: “Los Mejicanos están condenados a ser modernos”. “Esa cita la encontré el mismo día que comenzaron las marchas en contra de la gentrificación.” comenta Báez Vega. Bajo las capas de la modernidad cursan cambios de visión y apreciación, que reestructuran la sociedad a base de fuerzas hegemónicas; choques donde se desplaza, se sustituye, se convierte la vida en producto. Situación que es paralela a las luchas de los puertorriqueños por no ser desterrados de su propio país, donde la colonialidad es la lógica impuesta desde hace quinientos años.
Al surcar por el espacio, alrededor de la mesa, vemos como construye sus obras. Sus capas de pinturas, constantes, metódicas, encierran el pasar, la dejadez, buscando plasmar el objeto a través de la superficie de las paredes, su textura, su imperfección, “Llevo cinco capas al día en cada una.” nos dice. Pero trabajar desde Méjico ha modificado su acercamiento. Su lenguaje se mantiene fiel a su obra, pero su paleta se ha cargado de tonos ocres, marrones, rojos, naranjas, verdes nopal. El oro ha tomado el tono del bronce oscurecido. Responde, en parte, a los materiales que tiene a su alcance, pero también encierra una conversación cercana con el entorno. Báez Vega busca retratar a Méjico sin pretensiones, primando la importancia de la superficie, del estucado peculiar de las edificaciones y viviendas, los ángulos que delinean su arquitectura.
Frente a la silla, aun rayando en la abstracción, trabaja en un lienzo sin bastidor, adherido a la pared misma, donde empieza a iluminarse, a emerger la Cúpula del vestíbulo del Museo de Arte Moderno de Méjico. En tonos cálidos y ocres va construyendo su domo, en el que se encierra la luz del sol. Al replantear los colores, quizás replantea la visión ante la modernidad posible. No tiene que ser dorada, pero puede ser nuestra.
Rogelio Báez Vega, en su residencia en la galería Adhesivo Contemporary, plasma el campo medio entre las dos naciones latinoamericanas, porta la mirada del extranjero con humildad, de quien busca tener mas preguntas que respuestas.