Topografía: Indicaciones de Echeandía

Algo de la poesía de Servando Echeandía se conocía a través de revistas y antologías. Pero no es hasta la llegada del nuevo milenio que aparecen tres libros suyos que ofrecen un cuadro más complejo de su creación. Pretextos, publicado en el año 2000, contiene una selección de poemas escritos entre 1976 y 1997; variaciones, de 2011, poemas de 1976 a 1982; y estudios, de 2017, poemas de 1989 a 1994.

Con gran paciencia y confianza Echeandía nos ha entregado selecciones de su poesía escrita entre los 20 y los 41 años. Dado que el poeta nació en el 1956, cabe preguntarse cuándo se podrá leer su poesía más reciente. Desde 1997 para acá nos faltan 21 años de poesía. En otras palabras, ¿vate, cuándo llegamos al presente?

Pero hay que suponer que la paciencia que Echeandía les exige a los lectores, o el suspenso al que los somete, debe tener una explicación. Hipótesis: el poeta confía en la vida y en la capacidad de la audiencia para apreciar la decisión de sus demoras, para que se fije en las constantes y en los cambios de su cosmovisión y escritura, para que le siga la corriente en su viaje de palabra a través del tiempo. Y tiene el poeta una relación interesante con el tiempo, o más bien, una gran conciencia de su paso. Me explico.

La conciencia de Echeandía de los efectos del tiempo en su cosmovisión y su concepto del lenguaje poético le lleva a reescribir y publicar los poemas en nuevas versiones. Por ejemplo, de los 56 poemas del libro Pretextos (2000) publicado por la editorial de la UPR (cuadernos de La Torre bajo la dirección del poeta Jan Martínez), 41 poemas son incluidos en los próximos libros; 33 en variaciones, y 8 en estudios. En otras palabras, Echeandía es instrumento, aliado o súbdito de la vida misma manifestada como tiempo que todo lo modifica, incluyendo los poemas. Estos no permanecen iguales, aunque siguen siendo los mismos. El vate nos diría que así es la vida: cambia y, a la vez, en su fondo, permanece igual. He aquí uno de los puntos cardinales de la poesía de Echeandía, la vida antes de la palabra y origen de ésta.

Para entender mejor la visión del poeta de la relación entre el lenguaje y la vida veamos la versión de 2011 del poema “no la palabra”.

“no la palabra, / que envejece, / se consume, se aminora imperceptible / y de repente nos suena / lejana y polvorienta / no la palabra, / que en su diáfana grafía / se transforma / hasta hacerse incomprensible, / ideograma indescifrable, / hieroglifo / no la palabra, / ni el sonido, / ni la voz / no la imagen, / ni el sentido, / ni la idea / sino la vida misma, / resplandeciente y pura, / que nace, crece, / perece y vuelve y nace, / que se suma y se consuma / inagotable” (p. 100, variaciones)

Hay cuatro grandes negaciones desglosadas y una gran afirmación. El poema le dice no a la palabra en tanto lenguaje “que envejece”, sujeto a la decadencia y caducidad. También le dice no a la palabra como “grafía”, lenguaje escrito, al perder su transparencia y volverse oscura o ininteligible. Y para que la negación sea completa, por si quedara algo fuera, leemos casi una lista de otros aspectos del lenguaje también negados: el sonido, la voz, la imagen, el sentido y la idea. Es decir, no queda nada del lenguaje poético que no haya sido rechazado. Al final, se afirma la vida justamente en su capacidad permanente y contradictoria de decaer, morir y renacer. En otras palabras, si bien el lenguaje es el instrumento de expresión, no se debe olvidar que el origen y la devoción del poeta debe ser la vida que sí posee la capacidad de regenerarse. Por eso mismo, en otro poema se nos advierte que la palabra poética, “como forma consumada, / sólo deforma”, es “simulacro fraudulento / de lo vivo” (p. 101, variaciones).

Pero, ??¿qué es la vida para esta poesía? Como lidiamos con lenguaje figurado no encontraremos definiciones de diccionarios, pero sí formulaciones metafóricas para crear un “perfil” de noción tan importante. Leemos: “ detrás de la palabra / está la vida: / silueta tibia, / figura pura / detrás de la palabra / está la vida, / presencia muda / a quien, advierto, / a menudo hay que cederle / la palabra (p. 102, variaciones) La vida, pues, es una verdad, una realidad asociada con la tibieza, el calor, la pureza, el silencio. Ante ella el lenguaje debe ceder.

En otro poema donde el hablante cuenta de su búsqueda detrás del lenguaje declara que su hallazgo final es la vida en un contexto que parece acentuar lo ético o espiritual (la humildad, la desnudez y la pureza): “allí no hallé / sino la vida en toda su humildad, / desnuda y pura, (p. 103, variaciones). Por lo mismo, late implícita una ética de la estética, un estado de alerta ante la posibilidad de cierto narcisismo artístico o poesía encerrada en sí misma. Se aclara en otro poema: “tantos poemas / que querrían / ser poesía / pero ésta / tiene poquísimo que ver / con versos, con poemas, con palabras” (p. 126, estudios) Y se insiste en otro: “ toda palabra / es postrera / [ . . .] toda poesía: silencio (p. 127 )

Justamente, la estrecha relación entre la vida y el silencio es otro aspecto importante de la poesía de Echeandía. Intrínseco a la vida es que opera misteriosamente desde el silencio anterior a la palabra. Este es requisito indispensable para que aquella ocurra. En el poema “aquí el silencio” luego de la descripción del lenguaje poético, (el “aquí”, como fallido “instrumento destrozado”, “herramienta enmohecida”) leemos una afirmación del vacío y el silencio (en el “ahí”) como origen de la poesía:

“pero ahí la voz, / el culminante esfuerzo, / el salto audaz hacia esa dimensión / donde el vacío se colma de sí mismo / y se desborda / siendo / ahí el silencio / que, saciado en sí de sí, / se arrima a su contraria orilla, / hasta la voz, / el canto, / las palabras” (p. 96, variaciones). El silencio también es un vacío, como el ser, que está lleno de sí. Acaso como un dios que trasciende las dualidades.

Finalmente, es clara la jerarquía: primero la vida, después la poesía. Pero la vida engendra la poesía desde su silencio casi o completamente divino. Ese silencio es la verdad original de donde todo sale y a donde todo ha de regresar. Visto así, la poesía de Echeandía es una suerte de indicaciones o testimonios de su “camino” o “tao” vital y lingüístico que da cuenta del silencio originario y creador siempre presente en todo. Para nuestro poeta, la vida y su silencio es, a la vez, el ser y la nada. No es contradicción ni incoherencia, es una visión poética integradora que quiere ir más allá de las dualidades. El poeta, a los 20 años, escribió en un poema de 1976, que no ha cambiado: “bajo distintas aguas / he contemplado el sueño, / y el sueño es todo uno: / fondo a colmarse de mundo / a la urgencia o al azar / de alguna imagen perseguida”. (p. 11, Pretextos) El fondo es la vida en todo su misterio y silencio, plenitud o vacío que la poesía debe expresar. En eso está Echeandía desde que empezó como poeta.

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