Violeta punk

 

Ana Nadal

 Nicole siempre está buscando el amor. Yo también, pero a mi modo. Por eso, entre otras

cosas, somos grandes amigas. A nuestros cuarenta y tres, vivimos subiendo y bajando de cohetes que se estrellan con la misma facilidad que los hacemos despegar. Solo basta con un indicio inverosímil y mucha imaginación. La pregunta de rigor todas las mañanas es ¿qué sabes de tus cohetes? (a veces es más de uno). Esta mañana se conectó. Estuvo en línea y cuando yo me desconecté él también se fue. Y cuando me volví a conectar, él también estaba. Le cuento ilusionada a Nicole porque, aunque él ya no me habla (su señora lo pilló), me convenzo de que estar en línea conmigo es prueba de su interés. “Del mío, nada… ¿Por qué los que me gustan no se enamoran de mí?” Mira a ver -le digo-, siempre le puedes dar el pase a don Abel…

Nicole piensa que don Abel la persigue. Se lo encuentra de casualidad cuando va al baño, o al ponchador o a su oficina. Y nota que se molesta cada vez que alguno de los de mantenimiento (los más jóvenes) se le arrima. Un día estaba hablando con Raúl y él se plantó en medio de los dos.

-Don Abel, ¿todo bien?… Estoy hablando con Nicole…

Luego de unos minutos ignorado, Don Abel se dio por aludido y los dejó.

Raúl tiene cuarenta y tres, igual que Nicole y yo. También es lindo, un jabao de ojos verdes. A él le toca limpiar mi oficina. Por eso, casi todas las mañanas me lo encuentro cuando llego. Nicole y yo le decimos el panadero, porque cuando me saluda, me abraza y me soba la espalda como si fuera una libra de pan. Con él no me cuesta nada coquetear porque sé que no me lo voy a tirar. Y él lo sabe, como sabe también que tiene a dos o tres empleadas de oficina bebiendo los vientos por él. Ten cuidado con Raúl, le advirtieron a Nicole recién llegó a trabajar, pero él no es su tipo, ni ella el de él. Con Raulito hablo de nuestros hijos, de la ropa que me pongo, tú siempre tan diferente, eres como… (y me mira de arriba abajo con lascivia fingida), como una obra de arte, y nos reímos los dos. Lo dice porque doy clases de humanidades, y porque sabe que no me voy a escandalizar. Algunas veces me habla de arte, vi este video (me acerca el teléfono sin preguntar) y me acordé de ti, ah sí, el otro día lo vi, está brutal… y otras, de sus atribulaciones matrimoniales de las que se convence se sobrepondrá por la fuerza de dios y de la biblia, donde está la verdad. ¿Tú crees en la palabra de dios? Porque todo esto que está pasando, las pandemias, los temblores y esas cosas, son como las plagas del Antiguo Testamento, es por culpa de nuestros pecados… Y dios también sabe que yo no he sido un santo, pero con el tiempo y los golpes uno aprende…

Luego de un rato, se despide con ojos de amigo, gracias mi amor, y sigue limpiando.

 

El mejor amigo de Nicole le reclama que ella se enamora demasiado rápido. Lo dice el que tiene una obsesión con las latinas (él es español) y se consigue una novia nueva por alguna

aplicación semana sí, semana también. Es verdad. Nicole se enamora rápido. Y sufre proporcionalmente a ese amor. Antes de que la realidad se revele a su tiempo, con su cohete ya ha descubierto otra galaxia, la de los hijos, fíjate, yo me casaría con él, los viajes a países extraños, la casa en el campo… una gran historia de amor. Su última obsesión, un músico, y antes, un científico que hace punto de cruz; y antes, otro músico… Yo, porque ya he experimentado no sin pocos inconvenientes lo que es convivir con un hombre (dos), y porque ya tengo un hijo, invierto mi energía en otro tipo de ensoñaciones, de esas que te quitan el sueño pero te dejan ser funcional. Pasiones arrebatadoras que me hacen sentir horrorosamente viva, aunque las viva más en mi imaginación que en la vida real. Porque la realidad no es tan dulce como el deseo irresuelto que se alimenta de circunstancias desfavorables como la distancia física, el matrimonio, los hijos ajenos o una ex desquiciada…, y crece hasta convertirse en un monstruo rojo que late fuerte hasta que se desinfla y muere por esas mismas circunstancias.

Don Abel me contó que estuvo casado cuarenta y siete años. Extraña mucho a su mujer.  Mis padres se divorciaron luego de veintitrés, y mis hermanos siguen casados con sus novios de escuela. Rara avis. Yo solo me casé para darle los papeles al padre de mi hijo y luego de cinco años separados. Lo más que he durado con alguien son seis años, y presento una clara tendencia a meterme en relaciones improbables. A explorar los límites de lo socialmente bien visto, como enamorarme de hombres muy mayores o casados, y hasta de algún seminarista. Después de su última desilusión, Nicole dice que no lo va a intentar más, una negativa que le durará lo que tarda en volverse a encaprichar. Yo, todavía mantengo la fe en la magia de lo fortuito, como me ha pasado recientemente cuando me reencontré con mi primo, con quien soñaba cuando mis tetas eran apenas dos canicas.

A partir de las dos de la tarde don Abel pasea el zafacón industrial amarillo por los pasillos casi vacíos, hasta que se aburre y se mete en nuestro departamento. Se sienta en la silla de al lado de mi oficina y no dice mucho. Don Abel no limpia los baños. Eso que lo haga Efraín del turno de la mañana, el que codician los que prefieren salir pronto porque tienen familia y otros trabajos, como Raúl, que corta pelo en su barbería de marquesina.

El ritmo de la tarde es para los que, como don Abel, siguen el compás de la digestión.

Don Abel dice que no se va a jubilar hasta que se consiga una novia de veinticinco. Él tiene setenta y tres y enviudó hace dos años. Las corteja con plantas pequeñas en tiestos de plástico de su patio que “sembraba con mi mujer”. El último san Valentín le regaló flores y chocolates a Nicole. Nicole saluda a todos con afecto, pero don Abel, que ahora intercala sus turnos, unos días por la tarde y otros por la mañana, se siente especial. Hacía varios días que Nicole no lo veía. Un mediodía entró al salón de facultad, colonizado hace semestres por los de mantenimiento, y se lo encontró sentado y risueño, aguantando el chaparrón de chistes con serenidad.

– ¿Cómo está, don Abel? Eje, se pintó el pelo…

Nicole lo saludó de camino al ponchador, que está cerca de donde estaba sentado don Abel, disimulando su estupor ante aquella catástrofe estética.

Don Abel se sonrió y siguió aleteando sus piernas cortas.

-Don Abel ya se preparó pa la funeraria…falta el chocolate caliente y el queso de papa…

Ricardo es el conserje díscolo que organizó en una orgía a los muñecos de lego que un profesor de historia tiene en su oficina. Se unió hace poco a la plantilla, y siempre que uno le pregunta como está, contesta que “no sé”. Es joven, y gracioso sin querer serlo.

-Si usted quiere, se lo arreglo -se ofreció Raúl, mirando a Ricardo de reojo como diciéndole no seas tan cabrón.

-Yo lo que quería era pintármelo gris…

Explicó tranquilo don Abel intentando justificar la extravagancia involuntaria de su nuevo pelo violeta punk.

Hace poco Nicole y yo hablábamos con Rosa (la secretaria) sobre el fenómeno Maripily, de los recortes a la universidad, si nos uniéramos así para otras cosas, esta Isla renacería como el gato Félix, profesora, de la muerte de Alberto y de que hace días no coincidíamos con don Abel. “¿Sabe que don Abel estuvo a punto de morir ahorcado?”, remató Rosa con histrionismo la noticia del suicidio de Alberto, un empleado de mantenimiento que se ahorcó dos semanas después de haberse jubilado. Nicole y yo nos miramos y miramos a Rosa, que siguió contando. Lo encontraron moribundo el verano pasado en el Departamento de A., enredado hasta el cuello con el cable de la pulidora. Aparentemente, cuando don Abel la prendió no pudo controlarla, y tratando de desconectarla, la misma pulidora, desaforada, casi lo devoró. Lo encontró el técnico de laboratorio que trabaja en un salón de al lado, que lo vio tirado con la cara violeta en el pasillo del departamento.

Rosa se siente importante cuando sabe que aporta. Tiene veintiséis años. Nunca ha tenido novio, y si no fuera secretaria, dice, hubiese sido bióloga. Cuando salimos de la universidad, Nicole y yo nos fuimos a comer una pizza donde siempre, y como siempre, también hablamos de amor.

 

 

 

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