Un video en el que un policía mete un tiro a la cabeza de un caballo a plena luz del día. El caballo está herido, parece que en una de las patas. El policía apunta varias veces a la cabeza del caballo, algo pasa con su pistola. Apunta, y vuelve y recarga varias veces. Hasta que apunta, hala el gatillo. Disparo y el desplome del animal. Esperaba el caballo el tiro? Había en el caballo una conciencia propia de la finitud por el tiro? Pienso en la famosa foto del soldado disparando a la cabeza de otro en Vietnam, o del Voluntario de la República que se desploma al recibir un balazo en la cabeza, en la España de la Guerra Civil.
El video de un ratón crucificado, y unas tijeras en su pene y testículos. Sabes el horror que está a punto de ocurrir en unos segundos. No puedes impedir el cierre de la tijera, el corte de los testículos y pene, el gesto de dolor en el ratón. No puedes ver más. Demasiado horror. Qué diferencia hay entre esta escena y las decapitaciones en nombre del Islam? Los asesinatos en nombre del cristianismo? La hay. En lo humano hay voz. La propia, el ruido del horror en el sonido gutural cuando se degolla, el ruido de las voces, y la condena internacional. Guerras se organizan con relación a estas degollaciones. Manifiestos alrededor de esos tiros. Venganzas sin fin. Bombas. Drones. Ejércitos. Tratados de paz.
Nada con relación a un caballo, y a un ratón. Heidegger, en su Ser y Tiempo, reserva el desplomarse, el «Sterben», a lo animal. Eso, lo animal, revienta. No tiene una conciencia propia de su finitud. Un caballo trabaja hasta que revienta. Para eso ha sido domesticado. Un prisionero en los campos de concentración en el Tercer Reich era menos que un caballo, era una figura (Figuren). Una figura es menos que un animal, aún cuando se abuse del animal. Al menos el animal tiene nombre, aunque no tenga conciencia propia del nombre dado. Pero desvarío. Es la cerveza. Y el sentir que, a pesar de todo, articular mi deseo es hablar en chino. Pero eso es un chiste conmigo y sólo conmigo.
¿Cómo alguien puede filmarse metiendo un tiro a un caballo, mas en uniforme? Cómo alguien filma su mano sujetando una tijera contra el órgano reproductivo de un animal, contra su mayor desnudez?, porque les recuerdo que, de toda la especie, somos los únicos que tenemos conciencia propia de nuestra desnudez. No de nuestra carencia, eso es saco de otro costal. De hecho, nuestra carencia es terrible. Cada vez que se piensa, lleva a las lágrimas. A melancolía, a desamparo. Cómo alguien apunta una pistola a la cabeza de otro y hala el gatillo? ¿Cómo alguien pone una cuchilla en la garganta de otro y degolla?
Sobre un animal no hay voz, y cuando se articula, siempre será insuficiente. No hay puente entre humano y animal, no importa cuántas veces des click al video donde salen animales que desafían lo humano. Lo más triste de la domesticación no es el animal domesticado, sino la precaria confirmación de nuestra superioridad sobre el animal, hasta que el oso, el tigre, el león, el elefante, la serpiente, recuerdan su lugar en el cosmos, y que es el de la depredación: tu olor es el de la presa, tu olor es a carne fresca.
Es quizá por eso que se le mete un tiro a la cabeza de un caballo, y se filma. Que se corta el órgano reproductivo a un ratón, y se filma. Que se retrata el momento en que una bala sale de un revólver y hace contacto con una cabeza. Que un cuchillo se abre paso en un cuello. Deleuze nos habla de la imposibilidad de contacto entre los reinos, pero a la vez nos habla del devenir animal, de ese momento en que el niño deja de ser niño y se convierte en caballo en el exacto momento en que dice, papá, soy un caballo, y relincha.
No puedo hablar de lo animal. No hay puente entre los reinos. Y sin embargo, mi corazón, tan humano por animal, va a un caballo. A un ratón. A quien recibe un tiro en la cabeza por su diferencia. A quien se degolla en nombre de alá. A quien se bombardea en nombre de jesús. O del petróleo. En nombre de todos. Ya desvarío. Destruyo este puente.
Poses
Por tres años (desde 1966 a 1968)
Yukio Mishima
posa como San Sebastián
para el lente de Kishin Shinoyama.
En Abril de 1969,
la revista Esquire
publica en su portada
una foto de Muhammad Ali,
posando como San Sebastián
para el lente de Carl Fisher.
El 25 de noviembre de 1970,
Mishima lidera una toma de cuartel militar
en pos de un golpe de estado
que resulta fallido.
Horas más tarde,
y luego de una arenga
que no surte el efecto esperado,
Yukio comete seppuku.
Morita, el kaishaku designado por Mishima,
falta a la tradición
al fallar la decapitación
en tres intentos.
Uno de los golpistas,
de nombre Kogu,
restituye el honor ritual
con las cabezas
de Mishima y Morita.
En Diciembre de 1970,
Ali regresa al cuadrilátero
luego de tres años de suspensión
al declararse
objetor por conciencia
cuando fue enlistado para Vietnam.
Una pelea en la que Alí resulta favorito,
se convierte en una batalla campal
que dura los quince rounds.
Expertos del boxeo concuerdan
que la pelea contra Bonavena
no sólo ha sido una de las más duras
que enfrentara Alí,
sino que marca el comienzo
de un largo y lento declive
de su salud y carrera como boxeador.
Esa noche Alí no era la sombra
del boxeador que fue
antes de la suspensión.
A partir del cuarto round
depende de sus reflejos
y de recostarse sobre l
as cuerdas del ring
para compensar la falta de piernas,
pero no puede evitar recibir
una cantidad desproporcionada
de golpes a la cabeza
y al cuerpo
por parte del argentino.
En el décimoquinto round
Oscar Bonavena
recibe un gancho de izquierda
a la quijada
justo cuando su derecha
sale en pos de Alí.
Ese knock-out fue seguido
por otros dos.
El árbitro detiene la pelea.
Alí se salva por un knockout técnico.
La próxima pelea de Alí
contra Joe Frazier
se convierte en su primera derrota.
Oscar Bonavena
muere de un disparo al pecho
el 22 de mayo de 1976.
La tarde de aquel otoño de 1970,
Mishima la repasa
visitando imágenes de sí mismo:
el adolescente anémico
que esconde sus escritos del padre,
la infancia con la abuela Nitsuko,
tan pronta a los accesos de furia.
El joven que responde
al llamado del ejército,
pero no es admitido
por su constitución enfermiza.
El escritor consagrado,
obseso con el cultivo de su físico,
con el ideario
de un espíritu imperial japonés
a ultranza.
El entusiasta del boxeo.
El tercer sablazo que lanza Morita,
termina como los anteriores,
en el hombro de Mishima.
El bramido de Kogu
cuando arrebata la espada
de las manos de Morita
palidece a la velocidad
con la que el kaishaku
decide su muerte sin hacer caso
a los ruegos de Mishima
de que siguiera con vida.
De rodillas, Mishima ofrece
su cuello al filo que ahora Kogu levanta.
Esta vez la imagen del San Sebastián
de Guido Remis acude ante Mishima.
La eyaculación que sufre
al verla por primera vez,
las lecciones de box, kendo, pesas
el imperativo de esculpir
el propio cuerpo a la usanza del
soldado romano condenado
por confesar su fe cristiana,
las sesiones de fotos
donde Mishima se obsede
en reproducir en su cuerpo
la belleza agónica de flechas
que lo atraviesan.
Esta vez la mano de Kogu no falla,
así como seis años después
una bala calibre .030 se abre paso
a través del corazón de Bonavena.
Alí y Mishima, tan próximos,
nunca se conocieron.
Bonavena fue el único boxeador
al que, en vida, Alí recordara
como el más grande.
Kogu sacude de la espada
la sangre de Mishima.
Morita se arrodilla,
descubre el torso, saca una daga
y sin encomienda alguna
corta y apuñala el abdomen.
Kogu remata
con un corte a la cabeza.
Con una inclinación discreta,
Kogu limpia la otra sangre de la espada,
la envaina, y en silencio
contempla los cuerpos tendidos
en medio de un charco de sangre.
Recoge las cabezas del suelo.
Una de ellas lleva una bandana
con el sol naciente en la frente.
Es la cabeza de Himitake Hiraoka,
conocida también
como la cabeza que soportara
el hermoso cuerpo de Yukio Mishima.
Hato Rey, 23 de enero/14 de julio y 3 de dic de 2021