Colombia y América Latina: Qué esperar del gobierno de Gustavo Petro

Corresponsal CLARIDAD

 

La Habana, Cuba-La victoria de Gustavo Petro a la presidencia de Colombia el pasado mes de mayo ha sumado nuevos aires de esperanza al progresismo latinoamericano, que ve hoy con optimismo un repunte de sus fuerzas en la región, tras varios años de implementación de proyectos neoliberales y políticas antipopulares en varios países.

Sumado a la llegada al poder de Xiomara Castro en Honduras, Gabriel Boric en Chile y al importante liderazgo que ejerce desde México Andrés Manuel López Obrador y –aunque de manera más tímida– Alberto Fernández desde Argentina, el triunfo del exguerrillero colombiano es en sí misma ya una hazaña.

En un país marcado por décadas de injerencia militar estadounidense, violencia sistemática, narco-paramilitarismo y corrupción política, la figura de Petro es, no solo un logro para la sociedad colombiana, sino una buena noticia para la estabilidad y unidad que persiguen América Latina y el Caribe.

La imagen que proyecta, sin embargo, se ve todavía con marcadas diferencias en dependencia del cristal con que se mire. Para la derecha reaccionaria, dentro y fuera de Colombia, Petro representa a la llamada izquierda “castrochavista” –oda a la estrategia inmortal de usar al comunismo como psicología del terror– que representa a los líderes progresistas cuyos programas populares desafían al capitalismo feroz que impera desde hace décadas en la región. Para ciertos sectores de la izquierda, el electo presidente es la idea del progresismo pero con vestigios de derecha aún en su discurso.

Esta última visión tiene fundamento. Desde su victoria en los comicios, Petro ya ha reiterado que buscará restablecer sus relaciones con Venezuela –no sin antes lanzar la daga envenenada a su homólogo Nicolás Maduro– y ha anunciado varias medidas económicas de corte progresista, todo esto mientras se sienta a dialogar con el expresidente Álvaro Uribe Vélez–símbolo del “establishment” colombiano y de su derecha más recalcitrante– y nombra en cargos importantes a figuras que no generen malestar en las altas esferas económicas.

Para Pavel Alemán, investigador del Centro de Investigaciones de Política Internacional de Cuba (CIPI), por obvias razones, lo de Petro será un proyecto progresista enmarcado “dentro de la lógica del capitalismo global”. En su opinión, cuando hablamos del gobierno del Pacto Histórico “no estamos hablando de roturas sistémicas, sino de reformas políticas dentro de los márgenes del capitalismo”.

“El gobierno de Petro no va a comenzar con esos [altos] niveles de radicalidad –afirma Alemán cuando compara al ex miembro de las FARC-EP con otros presidentes de izquierda de la región, pero aclara que– si se radicaliza pudiera convertirse en un gobierno verdaderamente popular, quizás hasta Revolucionario”.

Que ha “moderado” su mensaje parece ser más que evidente. “Ha demostrado ser una persona mucho menos radical y polarizada que antes”, destacaba un reciente artículo del periódico español El País. Si se trata de una movida política para dar la imagen de centralidad para calmar las aguas, está por verse.

En entrevista para CLARIDAD, el también profesor universitario insiste en que “estos procesos son reformistas en un momento inicial” aunque no descarta que esta sea “un gobierno bastante “light” dentro de la izquierda”.

 POCO MARGEN DE MANIOBRA

Independientemente de la fuerza con la que el gobierno de Petro desee instaurar cambios económicos y aprobar políticas populares, lo cierto es que el margen de maniobra con el que se podría topar en los márgenes de su administración “va a ser muy limitado”.

“Las alianzas –si bien es cierto que pueden ampliar la base electoral– tienden a funcionar como una camisa de fuerza, condicionan el alcance y el grado de las políticas públicas”, sostiene Alemán para quien resulta evidente que un gobierno de coaliciones como el del Pacto Histórico tendrá que lidiar, en primera ronda, con los intereses particulares de cada movimiento político que lo conforma.

Pero las divisiones que puedan surgir en el seno de la alianza serán, quizás, el reto más hacedero del nuevo presidente colombiano. Especial atención se llevan las relaciones que tendrá su mandato con los Estados Unidos, cuyos gobiernos –Republicanos y Demócratas por igual– han visto siempre a Colombia como un “aliado estratégico” en la persecución de sus políticas en la región, en especial en materia de seguridad. Las nueve bases militares estadounidenses en territorio colombiano son prueba de esa visión y del nivel de implicación que ha existido por décadas entre ambos países.

“Una de las cosas que modulará un gobierno como el de Petro sería precisamente, como parte de su política exterior y de seguridad, reformular también las relaciones de seguridad que tiene en el ámbito de la cooperación militar y de defensa con EE.UU.”, establece el investigador del CIPI.

 Con ese fantasma a bordo tendrá que capitanear Petro el tortuoso panorama económico y social que –como si fuera poco– le deja el saliente presidente Iván Duque. En materia económica, el delfín del uribismo le deja de herencia una elevada inflación de 9,07%, una tasa de desempleo de más del 12%, una economía informal que supera el 50% y una deuda externa que ya ronda el 50% del PIB.

Hay que mencionar que según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, OCDE, el crecimiento económico de Colombia bajo la administración de Duque fue una de las mayores de la región, pero las cifras anteriores dan cuenta de un crecimiento desigual y mal distribuido a nivel interno.

Para muestra un botón, el índice de pobreza en la nación es de un 39%, lo que equivale a que unos 19,6 millones de colombianos no tienen como cubrir sus necesidades básicas.

Cómo lidiar con todo lo antes mencionado es la gran incógnita.

“En Colombia hay unas asimetrías y una injusticia social tremenda, pero el estado, bien administrado desde una perspectiva del capitalismo, puede hacer algo muy diferente por su población, puede generar unos márgenes de inserción social real de la población. Ese solo cambio genera las posibilidades para cambios más profundos que no se pueden dar con la gente hambrienta o en condición de analfabetismo funcional como hasta ahorita”, argumenta el analista cubano.

Para implementar su agenda social, sin embargo, el gobierno de Gustavo Petro y Francia Márquez, tendrá ante sí además el peso político –y no menor en una Colombia sumamente polarizada– de la oligarquía y la ultraderecha colombianas, de las que se puede suponer estarán más que dispuestas a promover la desestabilización del país en caso que la nueva administración se incline demasiado a la izquierda. En esa ecuación cabe también Washington, cuyo apoyo reciente a proyectos golpistas en países progresistas –Honduras (2009), Venezuela (2017), Bolivia (2019)– es prueba palpable de cuan lejos está dispuesta a llegar la Casa Blanca para mantener el “orden” en su patio trasero.

“Habría que decir que ningún gobierno [incluyendo el de Petro] en América Latina, dentro del progresismo, tiene como un requisito o como un proyecto tener una política de contradicción con Estados Unidos. Ninguno está buscando colisionar con los intereses de EE.UU., mas bien están tratando de que EE.UU. respete su soberanía nacional y, como un actor importante de las relaciones internacionales, tener con ellos las mejores relaciones”, analiza Alemán en conversación con este medio.

 QUÉ PUEDE ESPERAR CUBA DE PETRO

Tras la salida del poder del expresidente Juan Manuel Santos, las relaciones entre Colombia y Cuba entraron en una especie de punto muerto. Asesorado por su mentor Uribe, el saliente presidente Iván Duque dio marcha atrás a lo alcanzado y se dedicó a torpedear las relaciones con la mayor de las Antillas, primero fallando abiertamente en la implementación de los Acuerdos de Paz –que se firmaron precisamente en La Habana–, luego acusando a la isla de dar refugio a miembros del Ejército de Liberación Nacional (ELN) y más recientemente expulsando a diplomáticos cubanos de su país.

Una política francamente retardataria si se tiene en cuenta que “Cuba cumplió un rol fundamental en el proceso de diálogo político para que las FARC-EP se desmovilizara y se reinsertara en la vida social y política”, subraya Alemán.

“Colombia ha tenido una actitud, en el gobierno de Duque, francamente contradictoria y poco agradecida, pero recordemos que Colombia es el principal aliado en materia de seguridad en el hemisferio para EE.UU.”, añade.

Con Petro en el poder, las relaciones entre ambos países pudieran volver a avanzar por la senda del entendimiento. El electo mandatario ha reiterado su voluntad de impulsar la instauración del proceso de paz y para ello podría retomar las negociaciones con el ELN, estancadas desde enero de 2019. El líder del Pacto Histórico también se ha expresado en contra del bloqueo de Estados Unidos contra Cuba.

Si bien es pronto para determinar qué tipo de relaciones entablará una vez asuma la presidencia, para el gobierno de La Habana ya es una buena noticia su llegada. Así lo evidenció el presidente Miguel Díaz-Canel cuando fue uno de los primeros dirigentes de la región en felicitarlo tras su victoria en segunda vuelta y dejó clara su “disposición a avanzar en el desarrollo de las relaciones bilaterales”.

Tampoco es que el presidente electo haya cerrado filas del todo con la isla –durante su campaña electoral fue poco lo que se refirió a Cuba– pero por su postura progresista y por haberse beneficiado de un proceso de paz en el que la mayor de las Antillas tuvo mucho que ver, cabe esperar una mejora sustancial en el trato bilateral.

 

El tiempo dirá qué puede esperar Cuba y el resto de América Latina de la presidencia de Gustavo Petro. “Todo a su tiempo”, concluye Pavel Alemán.

 

 

 

 

 

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