Conflicto Palestina -Israel antes de 1948: Contexto histórico y fuentes para consulta

 

Annette Lavastida Fajardo

Introducción:

El “conflicto” (ocupación) entre Palestina e Israel tiene raíces anteriores a 1948, forjadas durante el Mandato Británico de Palestina (1922-1948) y aun antes bajo dominio otomano. En este texto recopilo el proceso histórico previo a la creación del Estado de Israel en 1948, examinando documentos desclasificados (británicos, estadounidenses e israelíes), estudios antropológicos sobre la sociedad palestina pre-1948, evidencia arqueológica utilizada en narrativas territoriales, y documentos históricos de las primeras organizaciones sionistas. Se presentan citas de fuentes primarias y secundarias (en español e inglés), mapas y cronologías para contextualizar los hechos clave, junto con observaciones críticas sobre la fiabilidad de dichas fuentes.

Contexto histórico hasta 1948

Tras la Primera Guerra Mundial, el Imperio otomano perdió sus provincias árabes y Gran Bretaña ocupó Palestina en 1917. La Declaración Balfour de ese año, emitida por el canciller británico Arthur Balfour, prometía apoyar “el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío”, ignorando los derechos políticos de la mayoría árabe palestina.

En 1922 la Liga de las Naciones formalizó el Mandato Británico de Palestina, otorgando a Gran Bretaña la administración del territorio. El mandato no fue neutral: los británicos incorporaron la Declaración Balfour en los términos del Mandato, comprometiéndose oficialmente a facilitar el proyecto sionista. Esto se tradujo en políticas que favorecieron abiertamente la inmigración judía y la colonización agrícola judía, a la vez que negaban a la mayoría árabe instituciones representativas reales. Como resume el historiador Rashid Khalidi, el mandato británico fue “un regalo extraordinario” al movimiento sionista, permitiendo la creación de una protoadministración judía paralela apoyada por Londres. Mientras tanto, a los palestinos se les negaba la autodeterminación y el autogobierno democrático en su propia tierra.

Durante las décadas de 1920 y 1930 crecieron las tensiones. La población judía aumentó por sucesivas olas migratorias (especialmente de Europa oriental) facilitadas por el Mandato, y las organizaciones sionistas adquirieron tierras (a menudo a terratenientes ausentes) desalojando a campesinos árabes.

CONTEXTO:

1. En 1920, se compraron más de 10.000 acres en Marj Ibn Amir (Valle de Jezreel), expulsando a más de 700 familias campesinas palestinas. El caso fue tan conflictivo que generó revueltas locales, pues los desalojados no solo perdían sus casas, sino su medio de subsistencia.

2. Prohibición de trabajo árabe:
El Yishuv (comunidad judía en Palestina) tenía una política explícita de “conquista del trabajo”, promovida por la Histadrut (central sindical judía), que prohibía contratar árabes en tierras o fábricas judías.
Esto no solo aisló económicamente a los palestinos, sino que llevó a reemplazar comunidades árabes enteras por colonos judíos, creando enclaves cada vez más segregados.

3. Acuerdos de exclusividad étnica:
Las tierras compradas por el JNF incluían cláusulas que prohibían su reventa o arrendamiento a no judíos. Esto reforzaba la lógica de limpieza étnica por vía legal-administrativa mucho antes de que existiera un ejército sionista formal.

4. Desalojos con protección británica o mediante presión:
Aunque los desalojos eran “legales” en términos de compra, la resistencia de los palestinos fue reprimida por las fuerzas coloniales británicas.
En muchos casos, la policía británica acompañaba a los funcionarios sionistas para forzar los desalojos, generando odio hacia ambas estructuras coloniales: la sionista y la imperial británica.

La mayoría palestina, que ni estaba ausente ni vivía en un “desierto” como alegaba la propaganda sionista, resentía la doble política colonial: ocupación británica y apoyo a la colonización judía. Ya en 1920-21 y 1929 ocurrieron disturbios y choques sangrientos entre árabes y judíos en Jerusalén, Jaffa y Hebrón. La situación desembocó en la Gran Revuelta Árabe de 1936-1939, un levantamiento nacional palestino contra el mandato británico y la inmigración judía masiva. Gran Bretaña respondió con una dura represión militar: ley marcial, detenciones y ejecuciones de rebeldes. Esta revuelta obligó a Londres a reconsiderar sus promesas. En 1937 una comisión real (Comisión Peel) propuso por primera vez partir Palestina en dos estados, uno judío y otro árabe, e incluso recomendó la transferencia forzosa de 225.000 árabes fuera del futuro estado judío. Los líderes sionistas aceptaron tácticamente la idea de una partición parcial, viéndola como un paso inicial, mientras que los árabes palestinos y los países vecinos la rechazaron frontalmente.

En 1939, antes de la Segunda Guerra Mundial, Gran Bretaña emitió un Libro Blanco que limitaba la inmigración judía y prometía la independencia de Palestina en 10 años con mayoría árabe, tratando de aplacar a los árabes dado el contexto prebélico. Esta política indignó al movimiento sionista. Grupos armados judíos clandestinos como Irgún (Etzel) y Lehi (grupo Stern) tacharon a los británicos de traidores y comenzaron campañas terroristas contra las autoridades británicas (atentados con bombas, asesinatos de funcionarios) durante los años 1940-47. Tras la Shoá (Holocausto), aumentó la presión internacional para encontrar solución al problema de los refugiados judíos; los sionistas intensificaron la inmigración (legal e ILEGAL) a Palestina, provocando choques con los británicos. Agotada y económicamente debilitada tras la guerra, Gran Bretaña decidió poner fin al Mandato y pasó la cuestión de Palestina a la recién creada ONU en 1947.

La ONU propuso la Resolución 181 (Plan de Partición) en noviembre de 1947, recomendando dividir el territorio en dos estados independientes –uno árabe y otro judío– con Jerusalén internacionalizada. Los líderes sionistas aceptaron públicamente el plan (aunque los sionistas revisionistas, como Menájem Beguin del Irgún, lo rechazaron abiertamente, calificándolo de “ilegal”), mientras que los palestinos y los estados árabes lo denunciaron por injusto. Palestina tenía unos 1.3 millones de árabes y 600.000 judíos en 1947; sin embargo, el plan otorgaba al futuro estado judío más de la mitad del territorio (incluyendo zonas con población mayoritariamente árabe). Esto, sumado a que no se consultó a la población nativa palestina sobre su propio destino, hizo inviable la solución diplomática.

Tras la aprobación del plan de la ONU en noviembre de 1947, estalló la guerra civil en Palestina entre las milicias sionistas y las fuerzas árabes palestinas. En los meses previos a la retirada británica (que se fijó para el 14 de mayo de 1948), los combates se intensificaron. Las organizaciones terroristas judías –la Haganá (fuerza principal afiliada a la Agencia Judía), el Irgún y el Lehi– pasaron a la ofensiva con la implementación del Plan Dalet (Plan D) en la primavera de 1948. Este plan militar estratégico contemplaba asegurar el territorio designado al Estado judío e incluso controlar áreas adyacentes mediante la limpieza de poblados árabes considerados “hostiles”. En la práctica, durante abril-mayo de 1948 las fuerzas sionistas desalojaron ciudades de mayoría árabe (Tiberíades, Haifa, Safed, Jaffa, etc.) y decenas de aldeas mediante bombardeos, masacres selectivas y expulsiones para sembrar el pánico. Un caso infame fue la masacre de Deir Yassin (9 de abril de 1948) cometida por Irgún y Lehi, donde más de 100 civiles fueron asesinados; noticias de esta matanza precipitaron el éxodo en masa de palestinos atemorizados.

El 14 de mayo de 1948, los líderes sionistas (bajo David Ben-Gurión) declararon la independencia del Estado de Israel en Tel Aviv, al vencer el Mandato. Al día siguiente, tropas de estados árabes vecinos (Egipto, Transjordania, Siria, Irak y otros) intervinieron, alegando defender a la población palestina –dando inicio formal a la primera guerra árabe-israelí (1948). Sin embargo, para entonces alrededor de 700.000 palestinos ya habían sido expulsados o habían huido de sus hogares durante la fase civil de la contienda (lo que los palestinos llaman Al-Nakba o “La Catástrofe”). Las mal equipadas fuerzas irregulares palestinas colapsaron rápidamente; los oficiales británicos mismos reportaron a Londres a inicios de 1948 que los árabes de Palestina “habían sufrido derrotas abrumadoras” y que huían “por miles”, quedando su única esperanza en la intervención de los ejércitos regulares árabes. La guerra de 1948 concluyó a inicios de 1949 con la victoria de Israel, que amplió su control al ~78% de la Palestina del Mandato (más allá de los límites de la ONU propuestos). El resto del territorio quedó bajo control de Transjordania (Cisjordania y Jerusalén Este) y de Egipto (Gaza). No se permitió regresar a la mayoría de refugiados palestinos, consolidándose así la limpieza étnica originaria del conflicto.

Cronología de eventos clave (antes de 1948):

• 1917 (2 Nov) – Declaración Balfour: el gobierno británico apoya la creación de un “hogar nacional judío” en Palestina, desoyendo a la mayoría árabe.

• 1920 – Conferencia de San Remo: Las potencias vencedoras de WWI otorgan a Gran Bretaña el Mandato sobre Palestina (efectivo desde 1922). Administración colonial británica inicia, incorporando el compromiso pro-sionista en el mandato.

• 1920-1935 – Gran Bretaña facilita inmigración judía masiva (aliyás). Crecen las tensiones y primeros disturbios violentos (Jaffa 1921; Hebrón y Jerusalén 1929). Los palestinos organizan políticamente (Primer Congreso Nacional Árabe en 1919; formación de partidos y sindicatos en 1920-30s).
• 1936-1939 – Revuelta Árabe Palestina contra el dominio británico y la colonización sionista. Gran Bretaña despliega miles de tropas, reprime severamente la rebelión (más de 5.000 árabes muertos) y colabora con milicias judías (Haganá) para sofocarla.

• 1937 – Informe Peel recomienda la partición de Palestina en dos estados y la transferencia (reubicación) de población árabe fuera del área judía propuesta. La Agencia Judía (liderazgo sionista) ve la partición parcial como base para expandirse luego, mientras los árabes rechazan entregar territorio.

• 1940-1945 – Segunda Guerra Mundial. Sionistas establecen fuerzas paramilitares: Haganá/Palmach (oficialmente defensivas, pero preparan ofensiva), Irgún y Lehi (clandestinas, realizan atentados contra británicos y árabes). En plena guerra (1941-45), dirigentes sionistas elaboran planes para un futuro estado; diarios privados revelan discusiones sobre expulsar árabes una vez la oportunidad se presente.

• 1945-1947 – Creciente violencia en Palestina: Irgún bombardea el Hotel King David (julio 1946, 91 muertos, en su mayoría funcionarios británicos). Gran Bretaña, desgastada, anuncia su retiro. La ONU (UNSCOP) propone la Resolución 181 (Partición) el 29 Nov 1947: plan de dos estados y Jerusalén internacional. Sionistas lo aceptan (aunque los radicales lo rechazan) y los árabes lo rechazan unánimemente.

• Dic 1947 – mayo 1948 – Guerra civil en Palestina. Las milicias judías lanzan la ofensiva Plan Dalet (marzo-abril 48) para controlar territorio más allá del plan de la ONU, “limpiando” aldeas árabes estratégicas. Éxodo masivo palestino: ~300.000 refugiados huyen antes de mayo (y otros ~400.000 durante la guerra regular posterior).

• 14 mayo 1948 – Proclamación del Estado de Israel (Ben-Gurión). 15 mayo – Fin oficial del Mandato Británico; estalla la guerra árabe-israelí de 1948 con la invasión de ejércitos árabes. Para fin de 1948, Israel vence y controla 78% de Palestina; unos 750.000 palestinos están desplazados en el exilio. El conflicto entra en una nueva fase (problema de refugiados, cuestión de Palestina pendiente en la ONU).

Fuentes: Archivos desclasificados: Reino Unido, EE.UU. e Israel:

La documentación histórica desclasificada en años recientes ha arrojado luz sobre las decisiones y planes durante el Mandato y la guerra de 1948, a menudo confirmando lo que ya señalaban los historiadores críticos. A continuación, se analizan ejemplos de archivos británicos, estadounidenses e israelíes:

• Archivos británicos: Gran Bretaña mantuvo abundantes reportes confidenciales sobre la situación en Palestina. Documentos desclasificados del National Archives británico muestran que Londres era plenamente consciente de las consecuencias de sus políticas. Por ejemplo, informes secretos de 1946-1948 advertían que la partición conduciría “inevitablemente a la guerra” y muy probablemente a la derrota militar de los árabes palestinos. Los oficiales británicos informaban a sus superiores que “milicias” judías estaban ocupando cada vez más tierras árabes incluso antes de la retirada británica. También señalaban el clima de violencia: en vísperas de 1948 grupos terroristas sionistas aumentaron sus ataques tanto contra fuerzas británicas como contra comunidades árabes, buscando acelerar la retirada británica y ampliar el territorio bajo control judío. Un despacho de inteligencia de octubre de 1946 (dos años antes de la Nakba) ya advertía que la opinión pública judía no aceptaría ningún plan de partición “a menos que la porción judía fuese tan grande que lo hiciera totalmente inaceptable para los árabes”. Esto revelaba la estrategia sionista de presionar por más territorio del inicialmente ofertado. Igualmente el gobierno británico conocía el desesperado estado de la población palestina al inicio de 1948: sus propios informes describen que los árabes, desmoralizados y mal dirigidos, huían en masa de las zonas mixtas, y reconocían que “su única esperanza” de recuperar posiciones residía en la intervención de ejércitos árabes vecinos. Estos archivos británicos, liberados décadas después, confirman que la limpieza étnica de Palestina en 1948 no fue un suceso inesperado, sino algo anticipado por observadores contemporáneos (aunque los británicos, más preocupados por repartirse automóviles oficiales en Jerusalén según un memorando humorísticamente anecdótico, optaron por no intervenir).

• Archivos estadounidenses: Aunque Estados Unidos tuvo un rol más limitado durante el Mandato, sus agencias seguían de cerca la situación. Un informe de la CIA desclasificado (28 de noviembre de 1947) titulado “Consecuencias de la partición de Palestina” pronosticó con acierto que estallarían hostilidades armadas entre judíos y árabes si la ONU aprobaba la partición. El análisis de la CIA evaluaba las fuerzas en pugna: los árabes estarían en desventaja organizativa y carecerían de coordinación, mientras los sionistas movilizarían unos 200.000 combatientes bien entrenados (incluyendo voluntarios extranjeros), con capacidad inicial de superioridad militar. Sin embargo, advertía que a largo plazo, sin refuerzos externos, el esfuerzo de guerra judío sería difícil de sostener ante una guerra de desgaste árabe. Reveladoramente, la CIA notó que “los sionistas, por su parte, están decididos a tener un Estado en Palestina o, en caso extremo, en toda Palestina e incluso Transjordania”, independientemente de lo que la ONU recomendara. Es decir, Washington sabía que los líderes sionistas contemplaban expandir el Estado judío más allá de las fronteras del plan de partición siempre que tuvieran la fuerza para lograrlo. Además, documentos del Departamento de Estado (también desclasificados) muestran divisiones internas en la política de EE.UU.: diplomáticos “arabistas” advirtieron del riesgo de apoyar un estado judío sin acuerdo árabe, mientras el presidente Truman finalmente reconoció apresuradamente a Israel en mayo de 1948, influido por consideraciones políticas domésticas. En resumen, los archivos de EE.UU. confirman que la administración estadounidense estaba informada de que la partición impondría una guerra y sacudiría la estabilidad regional (por ejemplo, poniendo en riesgo el acceso occidental al petróleo), pero priorizó la resolución de la cuestión judía post-Holocausto y la contención de la influencia soviética en Oriente Medio.

• Archivos israelíes: Israel ha sido más renuente a desclasificar material sensible de 1948, dado que esos documentos fundacionales pueden contradecir la narrativa oficial. Aun así, esfuerzos de historiadores y organizaciones han sacado a la luz archivos clave. Desde los años 1980, académicos conocidos como los “nuevos historiadores” israelíes (Benny Morris, Ilan Pappé, Avi Shlaim, etc.) accedieron a expedientes militares y gubernamentales liberados tras 30 años de secreto. Sus investigaciones documentaron, por ejemplo, directivas de la Haganá/ejército israelí para vaciar y destruir aldeas árabes durante la guerra, confirmando que muchas expulsiones no fueron casuales sino parte de un plan semi-oficial de limpieza territorial. En años más recientes, instituciones como Akevot (Centro para la Investigación del Conflicto Israelí-Palestino), junto al diario Haaretz, han recopilado testimonios y archivos personales de 1948, desenterrando evidencia de masacres hasta entonces desconocidas y del conocimiento que tenía la dirigencia israelí de esas atrocidades en tiempo real. Por ejemplo, se publicaron actas de reuniones del gabinete israelí de 1948 que “no dejan lugar a dudas: los líderes de Israel sabían en tiempo real de los eventos bañados en sangre que acompañaron la conquista de las aldeas árabes”. Un hallazgo notable fue la intervención de Shmuel Mikunis, miembro comunista del Consejo de Estado Provisional, quien logró el 14 de noviembre de 1948 introducir en actas parlamentarias una pregunta censurada a Ben-Gurión denunciando que milicianos del Irgún “aniquilaron con una ametralladora a 35 árabes que se habían rendido con bandera blanca” y tomaron civiles como rehenes, en la región de Merón. Este testimonio, ocultado por décadas, confirma masacres que habían quedado fuera del registro oficial. También se conoció que al final de la guerra el Gabinete israelí discutió internamente qué hacer con la población árabe remanente; finalmente adoptaron una política de impedir el retorno de refugiados, consolidando la limpieza étnica (como reconocen hoy incluso historiadores moderados). No obstante, muchos documentos siguen clasificados o han sido re-clasificados retroactivamente por las autoridades israelíes. Un reportaje reveló que una unidad especial del Ministerio de Defensa (MALMAB) ha retirado de archivos públicos evidencia de crímenes de guerra de 1948, en un esfuerzo deliberado por controlar la narrativa histórica. Se calcula que millones de páginas de la época fundacional permanecen bajo secreto en archivos del Estado. Esta opacidad ha sido denunciada por investigadores israelíes, pero a pesar de ello, las nuevas revelaciones que sí han visto la luz corroboran los relatos palestinos de expulsiones masivas y masacres, desmontando “la fábula sionista” de que la población árabe se fue voluntariamente o que solo se libró una guerra defensiva contra invasores externos.

En síntesis, los archivos gubernamentales desclasificados –británicos, estadounidenses e israelíes– confirman la naturaleza colonial y violenta del proceso que culminó en 1948. Gran Bretaña concibió el Mandato como un proyecto de ingeniería geopolítica en favor del sionismo, EE.UU. anticipó el choque inevitable entre ambos pueblos, e Israel ocultó (y en parte aún oculta) las huellas documentales de la limpieza étnica sobre la cual se erigió. Estas fuentes primarias, aunque requieren ser leídas críticamente, proporcionan un sustento factual invaluable a la memoria histórica palestina y al análisis objetivo del conflicto.

Vida social, económica y cultural del pueblo palestino antes de 1948:

Más de siete décadas de ocupación, guerra y propaganda a menudo han borrado la memoria de la Palestina anterior a 1948. Una narrativa sionista muy difundida presentaba a Palestina como “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra” – insinuando que el país estaba vacío o atrasado hasta la llegada de los colonos judíos. Sin embargo, abundan estudios históricos y antropológicos que documentan la rica vida social, económica y cultural de la sociedad palestina en las eras otomana tardía y del Mandato Británico.

Investigaciones modernas, apoyadas en fotos de época, diarios, censos y relatos de viajeros, demuestran que Palestina no estaba vacía ni era un desierto antes de Israel. Al contrario, al iniciarse el siglo XX, había una población mayoritariamente árabe palestina (musulmana y cristiana) establecida desde hacía siglos, con ciudades vibrantes como Jerusalén, Jaffa, Haifa, Nazaret, Gaza o Nablus, y cientos de pueblos agrícolas. La economía era predominantemente agraria, pero integrada al mercado regional: por ejemplo, las famosas naranjas de Jaffa se exportaban a Europa desde el siglo XIX. También existía una incipiente clase media urbana dedicada al comercio, artesanías e industrias como las jabonerías de Nablus o las fábricas de cigarrillos de Jenin. La sociedad palestina tenía terratenientes notables pero también un amplio campesinado, así como proletariado urbano emergente (ferrocarriles, puertos) hacia los años 1930. La vida cultural incluía periódicos en árabe (el primer diario árabe en Jerusalén se fundó en 1908), clubes literarios, escuelas y universidades (el Instituto Árabe de Jerusalén, fundado en 1918, por ejemplo).

Varias investigaciones antropológicas y sociológicas han resaltado la diversidad y la adaptabilidad de la sociedad palestina pre-Nakba. Por ejemplo, la académica Salim Tamari ha estudiado diarios personales que revelan una juventud palestina cosmopolita en los años 1930-40, especialmente en ciudades costeras como Haifa, donde coexistían comunidades árabes, judías y europeas. Un caso emblemático es el diario de Sami ‘Amr (un joven de Hebrón en 1941-45), que muestra las aspiraciones, miedos y cotidianeidad de un palestino bajo el Mandato, contradiciendo la imagen de pasividad. Asimismo, la historiadora Rosemary Sayigh documentó las tradiciones rurales palestinas y cómo la Nakba transformó a campesinos en refugiados, alterando estructuras sociales que llevaban generaciones.

Una compilación particularmente ilustrativa es el libro “Contra el olvido. Una memoria fotográfica de Palestina antes de la Nakba (1889-1948)”, coordinado por la periodista Teresa Aranguren y otros investigadores. Mediante fotografías de familias, escuelas, mercados, fiestas populares y líderes comunitarios, esta obra demuestra que Palestina existía como sociedad organizada y con identidad propia antes de 1948 . Las imágenes muestran, por ejemplo, a las empleadas del departamento de aduanas de Haifa en 1942 (mujeres palestinas, judías y de otras comunidades trabajando juntas en la administración) – evidencia de una sociedad plural y funcional. Aranguren subraya que “Palestina no era una sociedad hostil ni religiosamente fanática cuando llegaron los primeros colonos sionistas” a finales del siglo XIX. Había, ciertamente, tensiones sociales (como en cualquier sociedad colonizada), pero también cooperación intercomunitaria en muchos ámbitos hasta que el proyecto colonial las socavó.

Además de la diversidad religiosa (aproximadamente 10% de la población era cristiana árabe, conviviendo con la mayoría musulmana, y una pequeña pero antigua minoría judía nativa), había una robusta vida intelectual. En Jerusalén Este funcionaba desde 1918 el Club Árabe que organizaba debates políticos y culturales. En 1936, mujeres palestinas celebraron el Primer Congreso de Mujeres Árabes, movilizándose contra la amenaza de desposesión que veían venir con la Declaración Balfour. La existencia de este feminismo palestino temprano contradice estereotipos orientalistas. Igualmente, en la Huelga General de 1936 (que duró seis meses), los comités populares palestinos administraron servicios y mantuvieron la cohesión comunitaria en ausencia de las instituciones coloniales, demostrando capacidades de autogobierno a nivel local.

En el aspecto educativo, bajo el Mandato se expandió la alfabetización: de 1918 a 1947 se abrieron cientos de escuelas primarias para árabes (aunque insuficientes respecto a la población). La Universidad Árabe Estadounidense de Beirut era un polo de formación para élites palestinas, y muchos maestros palestinos se formaron en El Cairo o Londres.

Todos estos datos echan por tierra la propaganda que negaba la propia existencia del pueblo palestino. Como señala Aranguren, negar al pueblo palestino fue una premisa fundamental del sionismo, que intentó “ocultar su existencia e incluso el recuerdo de que había existido”. Sin embargo, lo que existe deja rastro: la cultura palestina dejó huellas tangibles – desde libros y periódicos hasta edificios públicos, costumbres e incluso platos gastronómicos – que confirman una continuidad histórica. Por ejemplo, antes de 1948 la ciudad vieja de Jerusalén tenía barrios árabes florecientes con comercios y colegios; en Jaffa operaba el célebre cine Al-Hamra y varias compañías teatrales árabes realizaban giras regionales. Esta vida quedó truncada en 1948, pero no por ello deja de ser parte integral de la historia de Palestina.

Hoy en día, estudios antropológicos contemporáneos, memorias (como “Palestine Before the Nakba” de Ahmad Hussein) y proyectos de historia oral (por ejemplo, el de Palestinian Nakba Archive) siguen reconstruyendo aquella vida palestina. Se recogen testimonios de ancianos que recuerdan sus aldeas antes de la destrucción – hablan de cooperativas agrícolas, de festivales anuales, de la convivencia con los vecinos judíos sefardíes de toda la vida (distintos de los recién llegados ashkenazíes europeos), etc. Estas voces confirman que antes de 1948 Palestina era un pueblo con tejido social, raíces profundas y conciencia de sí, no la tabula rasa que a veces se pinta para justificar la colonización.

En conclusión, la imagen histórica de Palestina antes de 1948, respaldada por investigaciones y evidencias fotográficas, es la de una sociedad heterogénea y en desarrollo. Reconocer esta realidad es crucial, porque desmonta el mito de que la creación de Israel ocurrió en un vacío demográfico o cultural. Por el contrario, implicó la ruptura violenta de un pueblo que ya contaba con una identidad nacional en formación, cuyos lazos con su tierra (en lo económico, social y afectivo) eran tan sólidos como los de cualquier otra comunidad asentada por generaciones. Esta comprensión contextual humaniza y da profundidad al relato, contrarrestando la desinformación que aún intenta invisibilizar al pueblo palestino.

Evidencia arqueológica y narrativas territoriales en disputa:

La arqueología y la historia antigua han sido campo de batalla ideológico en el conflicto palestino-israelí. Tanto sionistas como palestinos han recurrido al pasado para legitimar sus derechos sobre la tierra, pero los primeros –al detentar el poder– han dominado esta “trinchera” de forma mucho más efectiva. Desde el inicio, el movimiento sionista invocó la conexión bíblica judía con Eretz Israel (Tierra de Israel) para justificar el retorno. Con el tiempo, el Estado de Israel ha utilizado excavaciones, museos y hallazgos arqueológicos como herramienta para legitimar la propiedad sobre la tierra, desplazar a comunidades árabes y afianzar la colonización, en especial en Jerusalén y Cisjordania.

Un claro ejemplo es el caso de la Ciudad de David en Jerusalén: un sitio arqueológico en el barrio palestino de Silwan, gestionado por una fundación de colonos (Elad). Ahí, bajo el pretexto de buscar el palacio del rey bíblico David, se ha llevado a cabo una política de desalojos de residentes palestinos y expropiación del terreno bajo figura de “parque nacional”. A pesar de que hasta la fecha los arqueólogos no han encontrado pruebas concluyentes del palacio de David, ello no ha impedido que el área sea transformada: viviendas palestinas fueron compradas o confiscadas, el espacio público (un estacionamiento donde había un mercado local) se convirtió en una enorme zona de excavación, y se edificaron instalaciones turísticas y viviendas para colonos. Como denuncia Alon Arad, director de la ONG israelí Emek Shaveh (dedicada a combatir el uso político de la arqueología), se está utilizando la disciplina arqueológica para “demostrar la presencia primigenia de los judíos en la tierra prometida y borrar el pasado árabe” de esos lugares . En Silwan, esto significa que en las excavaciones de la Ciudad de David se ocultan o minimizan hallazgos no judíos (estratos islámicos, cruzados, otomanos, etc.) y solo se muestran al público los restos asociados con la historia judía antigua. El resultado es una narrativa museística completamente parcial: “Aquí hay una sola historia, la judía… ofrecen una manera “pura” de experimentar el sitio, olvidando por completo que ahí hay un barrio palestino”, explica Arad. Mientras los turistas caminan por túneles arqueológicos que conectan directamente la Jerusalén judía moderna con la de hace 2000 años, no ven ni escuchan la presencia árabe actual, ni se les informa que durante los últimos siglos esa zona fue mayoritariamente habitada por musulmanes y cristianos . Este uso sesgado de la arqueología sirve a fines políticos contemporáneos: crear un vínculo emocional e ininterrumpido entre el moderno Estado de Israel y el reino bíblico, para así justificar la soberanía israelí exclusiva –a la vez que se presenta a los habitantes palestinos como intrusos sin historia propia.

La instrumentalización del patrimonio arqueológico se repite en múltiples sitios: en la ocupada Cisjordania, Israel controla unos 450 yacimientos arqueológicos, frecuentemente impidiendo el acceso a investigadores palestinos y realizando excavaciones sin supervisión internacional. Algunos de estos hallazgos luego se exhiben en museos israelíes, apropiándose de la narrativa histórica del territorio. Por ejemplo, en el área de Hebrón y Belén (en Zona C bajo control israelí), sitios con ruinas cananeas o romanas se promocionan como parte de la historia nacional judía, invisibilizando otros períodos. Incluso en los Altos del Golán sirios ocupados se han excavado sin autorización sitios para enfatizar supuestas conexiones con tribus israelitas antiguas.

Por su parte, los palestinos y otros académicos críticos también disputan la narrativa histórica dominante. Organismos como el Departamento de Antigüedades Palestino (cuando existió durante el Mandato) y hoy día el Ministerio de Turismo y Antigüedades de la Autoridad Palestina, defienden el patrimonio árabe-islámico y cananeo de la tierra. Algunos discursos oficiales palestinos más nacionalistas incluso han negado cualquier presencia histórica judía significativa, argumentando que la mayoría de supuestas evidencias bíblicas son exageradas o interpretadas tendenciosamente. Esto ha llevado a controversias internacionales, como cuando en 2016 la UNESCO aprobó resoluciones reclamando la protección del patrimonio islámico en Jerusalén (empleando solo nombres árabes para la Explanada de las Mezquitas, lo que Israel criticó como negación del vínculo judío con el Monte del Templo).

En la comunidad académica, numerosos arqueólogos profesionales –incluyendo israelíes– han aportado una visión más matizada. Investigaciones modernas (p. ej. las del profesor Israel Finkelstein de la Univ. de Tel Aviv) han desmitificado elementos de la narrativa bíblica utilizada políticamente. En su influyente libro “La Biblia Desenterrada” (2001), Finkelstein y Silberman concluyen que “no hay evidencia arqueológica convincente” de episodios como la conquista de Canaán por Josué o el fastuoso reino unido de Salomón; más bien, esos relatos parecen haber sido compuestos o exagerados siglos después, con fines ideológicos . Por ejemplo, excavaciones en Jericó no muestran señales de murallas caídas en la época de la supuesta invasión israelita, y la cronología de reinos de David y Salomón sugiere reinos locales más modestos que lo narrado en la Biblia. Esto no niega la presencia ancestral judía en la región (que es un hecho histórico), pero la relativiza: deja claro que la continuidad cultural-religiosa no equivale a un título de propiedad política perpetua. Asimismo, algunos estudios apuntan a la continuidad demográfica: es decir, muchos palestinos actuales podrían descender en parte de habitantes judíos o cristianos de la antigüedad que con el tiempo se convirtieron al Islam –lo que implicaría que tienen tanto “sangre israelita” como los judíos que reivindican retornar tras 2000 años. Si bien este argumento es delicado (y no necesario para reclamar derechos actuales), socava la idea de dos pueblos totalmente ajenos entre sí en términos históricos.

En conclusión, la evidencia arqueológica en Palestina/Israel ha sido arma de doble filo. Los sionistas la han usado para subrayar la narrativa bíblica y legitimarse –por ejemplo renombrando sitios con toponimia bíblica hebrea, excavando bajo la Explanada de las Mezquitas en busca de restos del Templo de Salomón, etc.–, mientras que los palestinos han tratado de enfatizar su propia continuidad histórica (p. ej. destacando la herencia cananea o árabe pre-islámica, y la presencia musulmana desde el siglo VII). Este choque de narrativas refleja que el conflicto no solo es territorial y político, sino también simbólico e histórico. Idealmente, la arqueología “debería pertenecer a todos y no tomarse como herramienta de batalla política”, pero en la práctica ha sido frecuentemente manipulada. Afortunadamente, hay iniciativas conjuntas de académicos israelo-palestinos buscando despolitizar el patrimonio, y proyectos de turismo cultural inclusivo. Sin embargo, mientras persista la ocupación y la disparidad de poder, es difícil evitar que cada descubrimiento de una moneda, vasija o cimiento sea convertido en argumento propagandístico de uno u otro lado.

Documentos históricos de las organizaciones sionistas tempranas (Agencia Judía, Congreso Sionista, Haganá, Irgún, Lehi)

Los movimientos sionistas de la primera mitad del siglo XX dejaron numerosos documentos internos, correspondencia, diarios y actas que revelan sus estrategias de colonización, uso de la violencia organizada y planes para un futuro Estado judío. Revisar estas fuentes –ahora complementadas por desclasificaciones– permite entender las intenciones y métodos que guiaron la creación de Israel a expensas de la sociedad palestina.

• El Congreso Sionista y la Agencia Judía: El Congreso Sionista Mundial, iniciado por Theodor Herzl en 1897, estableció los objetivos del movimiento: conseguir respaldo internacional para colonizar Palestina y eventualmente fundar un Estado judío allí. Desde muy temprano hubo conciencia de que Palestina no estaba deshabitada; en 1899 Herzl llegó a escribir al gobernante otomano proponiendo comprar tierras, y otros líderes sionistas como Israel Zangwill reconocieron que “la bride (novia) está casada con otro hombre” (refiriéndose a Palestina y los árabes) – pero abogaron por “desalojar a los habitantes” de alguna forma. Con la Declaración Balfour de 1917, el sionismo obtuvo el visto bueno de una gran potencia, y durante el Mandato la Agencia Judía (órgano oficial del Yishuv, la comunidad judía de Palestina) actuó como proto-gobierno. David Ben-Gurión, jefe de la Agencia Judía, mantuvo abundante correspondencia y reuniones con las autoridades británicas y con otros sionistas. Un documento crucial es la carta que Ben-Gurión escribió a su hijo Amos el 5 de octubre de 1937, tras la propuesta de partición de la Comisión Peel. En esa carta (preservada en archivos de las FDI), Ben-Gurión le explica a su hijo que aceptar un “Estado judío en solo una parte de Palestina” no significa renunciar al resto, sino al contrario: “un estado judío en parte de la tierra no es el fin sino el comienzo… Servirá para incrementar nuestra fuerza, y cada aumento en nuestra fuerza ayuda en la posesión de la tierra en su conjunto”. Ben-Gurión veía la partición como un paso incremental para eventualmente “liberar todo el país” (es decir, toda Palestina). De hecho, en la misma carta menciona que podría necesitarse usar la fuerza para garantizar el derecho de los judíos a asentarse en zonas asignadas a los árabes, como el desierto del Néguev, porque “no podemos tolerar que vastos territorios capaces de absorber a decenas de miles de judíos deban permanecer vacíos… solo porque los árabes prefieren que el lugar permanezca ni nuestro ni suyo”. Estas palabras prefiguran claramente la política de hechos consumados que se aplicaría en 1948 y después. Cabe destacar que un párrafo polémico de esa carta –“Debemos expulsar a los árabes y ocupar su lugar…”– fue citado por el historiador Benny Morris, aunque otro historiador (Efraim Karsh) cuestionó la traducción debido a unas palabras tachadas en el manuscrito. Esta controversia sobre una sola frase no desmiente la idea central: los líderes sionistas estaban dispuestos a la transferencia de población árabe si era necesaria para lograr un Estado judío viable. De hecho, Ben-Gurión y Chaim Weizmann (primer presidente de Israel) apoyaron abiertamente, en los años 30-40, planes de “transferencia” de árabes fuera de la zona destinada al futuro Estado judío. La Agencia Judía incluso creó comités para estudiar opciones de reubicación de campesinos palestinos en países vecinos, aunque oficialmente aceptaban la partición de la ONU que dejaba 45% de palestinos dentro del nuevo Israel.

• Haganá y planificación paramilitar: La Haganá fue la fuerza de defensa judía establecida en 1920, en teoría para proteger a las colonias de ataques, pero que se convirtió en un ejército clandestino bien estructurado. Documentos del archivo Haganá (muchos publicados luego en memorias de comandantes) muestran la creciente preparación ofensiva durante la Segunda Guerra Mundial y tras ella. En 1946 se elaboró el Plan Maydal y más tarde el Plan Dalet (D) en marzo de 1948, que definía las operaciones para tomar control del territorio designado a Israel y “áreas del estado árabe esenciales para la seguridad” una vez se marcharan los británicos. Si bien el Plan D se redactó con eufemismos (hablaba de “destruir aldeas” o “limpiar áreas de fuerzas hostiles” más que de expulsar civiles), en la práctica sirvió de guía para la limpieza de poblados árabes en zonas estratégicas. Órdenes operativas desclasificadas confirman instrucciones de volar casas, expulsar o internar a varones en edad de combate, etc., especialmente si alguna localidad ofrecía resistencia. La precisión de la campaña se apoyó en los llamados “Archivos de aldeas” que la inteligencia de la Haganá había venido compilando desde los años 1940: ficheros detallados de cada localidad árabe, con datos de población, líderes, armas, producción agrícola, etc. Estos archivos (cuya existencia fue revelada por historiadores como Ilan Pappé) facilitaron identificar objetivos militares y vulnerabilidades de cada pueblo en 1948. Por ejemplo, la Operación Nachshón (abril 1948) para abrir la carretera a Jerusalén incluyó el asalto y vaciado de aldeas como Deir Yassin, Qaluniya, Beit Surik, etc., siguiendo planificaciones previas. Otra fuente, el diario de guerra de Ben-Gurión, muestra que ya en mayo de 1948, al evaluar la conquista de ciudades como Lydda y Ramla (que tenían decenas de miles de habitantes árabes), Ben-Gurión autorizó a Yigal Allon y a Yitzhak Rabin a expulsar a la población. Rabin menciona en sus memorias una orden de Ben-Gurión de “hacer salir” a los habitantes de Lydda-Ramla en julio 1948. Estas acciones no fueron improvisaciones locales, sino política militar deliberada para consolidar un Estado etno-nacional judío con la mínima población árabe posible. La prueba es que tras las conquistas, el gobierno provisional israelí resolvió no permitir el retorno de ningún refugiado, incluso aquellos que habían huido solo temporalmente de combates.

• Irgún (Etzel) y Lehi (Stern): Eran organizaciones sionistas paramilitares clandestinas, escindidas de la Haganá por su ideología más radical (sionismo revisionista de derecha). El Irgún, liderado en los 1940s por Menájem Beguín, consideraba que toda la Palestina del Mandato y también Transjordania (actual Jordania) debían ser parte del Estado judío. Documentos y manifiestos del Irgún (como panfletos de su revista Ba-Machteret y el libro de Beguín “La Rebelión”) dejan clara su postura: rechazaban la partición de 1947 (“la partición de nuestra patria es ilegal, nunca será reconocida” diría Beguín) y estaban determinados a combatir tanto a británicos como a árabes para establecer Eretz Israel “en ambas riberas del Jordán”. El Irgún empleó terrorismo contra civiles en varios casos: un documento operacional detalla el bombardeo del mercado de Jerusalén en febrero 1948 como represalia a ataques árabes. También coordinó con la Haganá en algunas operaciones claves de abril-mayo 1948, como la ya mencionada masacre de Deir Yassin (donde Lehi e Irgún perpetraron la matanza mientras la Haganá lo permitió tácitamente). Tras la creación de Israel, el Irgún se integró en el nuevo ejército, no sin tensiones (como la confrontación del Altalena, junio 1948). Por su parte, Lehi (conocido como Banda Stern) era un pequeño grupo ultrarradical que llegó al extremo de buscar alianzas temporales con potencias fascistas (intentó un acercamiento con la Italia de Mussolini e incluso con la Alemania nazi en 1940-41, proponiendo luchar juntos contra el imperio británico, oferta que fue ignorada por los nazis). Lehi fue responsable del asesinato del mediador de la ONU Folke Bernadotte en septiembre 1948 en Jerusalén, según quedó registrado en informes policiales de la época; lo consideraban prorrabe. Estos grupos justificaban la violencia extrema como necesaria para forzar la retirada británica y aterrorizar a la población árabe. Un comunicado interno de Lehi de 1943 (citado en archivos del Mandato) define sus métodos como “terror contra los invasores y traidores”. La existencia de Irgún y Lehi también aparece en archivos británicos: un informe de inteligencia describía en 1946 que la opinión pública judía del Yishuv apoyaba mayoritariamente la campaña de terrorismo del Irgún, considerándola una consecuencia natural de la política británica restrictiva. Esto contradice la versión de que los terroristas eran unos pocos aislados: en realidad tenían redes de apoyo en la población judía. Al final, muchos miembros del Irgún/Lehi se integraron a la vida política de Israel (Beguín llegó a primer ministro en 1977). Pero sus documentos fundacionales –hoy disponibles en parte en el Archivo Jabotinsky en Israel– muestran un pensamiento abiertamente colonial y exclusivista: veían a los palestinos como usurpadores o intrusos, pese a reconocer en privado su largo arraigo. Un ejemplo es el diario de Yitzhak Shamir (líder de Lehi, luego PM de Israel), donde en 1940 escribió que los árabes entendían solo el lenguaje de la fuerza y que la Biblia otorgaba toda la tierra a los judíos. Tales fuentes ayudan a explicar la mentalidad con que estas milicias ejecutaron acciones como masacres en aldeas (documentos recopilados por historiadores como Avi Shlaim narran ejecuciones de prisioneros árabes rendidos, como se denunció en la pregunta parlamentaria de Mikunis ya citada).

• Planes de Estado y colonización económica: Otra vertiente documental son los planes económicos y demográficos de las instituciones sionistas. El Fondo Nacional Judío (JNF) y la Histadrut (sindicato general judío) generaron informes sobre cómo adquirir la mayor cantidad de tierra posible y fomentar la inmigración judía masiva, pero manteniendo una fuerza de trabajo mayoritariamente judía (política de “conquista del trabajo”). Un ejemplo: correspondencia de Yosef Weitz, director del Departamento de Tierras del JNF, que en 1940 anotó en su diario la célebre frase: “Debe quedar claro que no hay lugar en este país para ambos pueblos… La única solución es un Israel sin árabes, y para lograrlo debemos transferir a los árabes a países vecinos… no debe quedar ni un solo pueblo ni una sola tribu [árabe]”. Este diario de Weitz (publicado parcialmente décadas después) es evidencia directa de la intención planificada de limpieza étnica mucho antes de 1948. Weitz incluso desarrolló en 1941 un borrador de implementación: proponía trabajar en un plan secreto de transferencia supervisado por una comisión conjunta anglo-estadounidense. Si bien formalmente tal plan no fue adoptado públicamente, en 1948 Weitz fue quien integró el Comité de Transferencia israelí encargado de “recolocar” a los refugiados palestinos expulsados – asegurándose de que no volvieran. Por otro lado, los archivos del Jewish Agency Executive registran discusiones sobre cómo estructurar el futuro gobierno, la educación, la absorción de inmigrantes y la defensa. Estos documentos revelan, por ejemplo, que ya en 1944-45 la Agencia Judía tenía listos los ministerios sombra para un Estado eventual (finanzas, exterior, etc.) y cabildeaba a Washington y Moscú para obtener reconocimientos. Es decir, el proyecto estatal sionista estuvo muy planificado (a diferencia del movimiento nacional palestino, que careció de apoyo internacional y fue descabezado por los británicos durante la revuelta del 36-39).

En suma, los documentos de las organizaciones sionistas tempranas muestran con sorprendente franqueza que la creación de Israel implicó colonización deliberada, uso sistemático de la violencia y planificación estatal estratégica. Lejos de ser una improvisación nacida de la urgencia de sobrevivir tras el Holocausto (como suele narrarse), la empresa sionista ya tenía para 1948 hojas de ruta definidas: crear un estado con mayoría judía, aunque para ello hubiera que expulsar a la mayoría de la población autóctona. Esto no significa que todos los sionistas concibieran con gusto la expulsión violenta (hubo debates éticos internos, algunos líderes minoritarios propusieron confederación con árabes). Pero los hechos de 1948 coincidieron notablemente con lo que los elementos más duros habían preconizado en privado. La evidencia documental aporta claridad: la Nakba no fue un “accidente desafortunado de la guerra” sino la culminación de políticas y actitudes incubadas durante décadas en el movimiento sionista, combinadas con la oportunidad histórica brindada por la salida británica y la debilidad árabe. Para los palestinos, estos documentos sionistas tempranos han servido para respaldar sus reclamos en foros internacionales, demostrando que su desplazamiento fue fruto de un proyecto colonial intencionado, no una guerra convencional entre iguales.

Observaciones críticas sobre la fiabilidad de las fuentes

A la hora de manejar esta variedad de fuentes –archivos oficiales, testimonios, estudios académicos, evidencias arqueológicas, etc.– es imprescindible una lectura crítica, entendiendo el contexto y posibles sesgos de cada una:

• Fuentes de archivos gubernamentales: Si bien los documentos desclasificados británicos, estadounidenses e israelíes proveen información de primera mano, también reflejan la perspectiva o agenda de quien los produjo. Los informes británicos, por ejemplo, suelen llevar el sesgo colonial (subestimando a los actores locales, preocupándose más por intereses imperiales). No obstante, al ser comunicados internos y secretos en su momento, tienden a ser más sinceros sobre hechos incómodos (como reconocer la ocupación de tierras por colonos o la inevitabilidad de la guerra). En contraste, las fuentes israelíes oficiales de 1948 están fragmentadas: muchas se publicaron primero a través de los nuevos historiadores en los 80, y luego ha habido incluso retrocesos, con autoridades israelíes retirando algunos documentos de libre acceso. Esto obliga a depender también de citas indirectas (por ejemplo, lo que un historiador transcribió de un archivo hoy cerrado). La fiabilidad aquí es alta en términos de autenticidad (se basan en archivos reales), pero hay que considerar que podemos estar viendo solo la parte del archivo que convino divulgar. Por ejemplo, Benny Morris citó la carta de Ben-Gurión con una frase sobre expulsar árabes, pero luego otro investigador dijo que en el original había tachones que podrían cambiar la interpretación. Este caso ilustra que incluso un documento genuino puede prestarse a interpretaciones divergentes si no está completo o claro. En general, contrastar múltiples archivos de distintas procedencias (británicos vs. israelíes vs. árabes) ayuda a obtener una imagen más equilibrada.

• Estudios antropológicos y testimonios palestinos: Muchas de las fuentes sobre la vida palestina pre-1948 (fotos, memorias, historia oral) han sido recopiladas con el afán de rescatar un legado negado. Si bien son valiosas para “dar voz” a los palestinos, es cierto que a veces pueden incurrir en un tono nostálgico o idealizado. Un libro como “Contra el olvido” claramente busca contrarrestar la narrativa sionista, enfatizando los aspectos positivos de aquella sociedad . Eso no la invalida, pero el lector crítico notará que quizás minimiza los conflictos internos que también existían (p. ej., las diferencias de clase entre notables y campesinos, o las tensiones entre facciones políticas palestinas). Afortunadamente, muchas de estas obras incluyen prólogos de académicos (en el caso citado, del arabista Pedro Martínez Montávez) que contextualizan las limitaciones. Por otro lado, la historia oral de refugiados puede estar afectada por el paso del tiempo y la memoria selectiva – sin embargo, cuando cientos de testimonios de diferentes lugares coinciden en patrones (masacre seguida de huida, etc.), su fiabilidad global es difícil de refutar. Cruzan el umbral de la memoria personal para convertirse en evidencia colectiva.

• Evidencia arqueológica: Como vimos, la arqueología en esta región está atravesada por la política. No es que los hallazgos en sí mientan –una inscripción en una piedra es lo que es–, pero la interpretación y la divulgación pueden ser tendenciosas. Por ejemplo, un equipo israelí excava una sinagoga del siglo IV en Galilea: científicamente aporta al conocimiento, pero luego puede usarse en medios para afirmar “evidencia de antigua presencia judía aquí, ergo es tierra judía”. Mientras, un hallazgo de cerámica árabe del siglo VIII en el mismo sitio puede ser pasado por alto. Emek Shaveh denuncia precisamente esas “malas prácticas” de presentar una historia parcial . Por tanto, a la hora de usar la arqueología como fuente, hay que acudir a publicaciones académicas neutrales siempre que sea posible, en lugar de folletos turísticos o reportes oficiales. La revisión por pares en revistas de arqueología bíblica ha sacado a la luz muchos debates (por ejemplo, la existencia o no de reino unificado de David). En general, la comunidad científica hoy acepta que la narración bíblica no puede tomarse al pie de la letra –lo cual resta apoyo al argumento histórico absoluto de cierta visión sionista–, pero a su vez confirma la relación milenaria del pueblo judío con la región –lo cual rebate la negación total que a veces se oye desde sectores palestinos. En definitiva, la fiabilidad de la evidencia arqueológica depende de cómo se filtre la información: por eso es crucial la labor de organizaciones como Emek Shaveh que piden despolitizar este campo.

• Documentos de organizaciones sionistas: Aquí nos adentramos en textos ideológicos (diarios personales, actas de partidos, panfletos propagandísticos). Son fiables para entender la mentalidad y objetivos declarados, pero obviamente cada documento tiene la parcialidad de su autor. Por ejemplo, la carta de Ben-Gurión a su hijo es muy reveladora al ser privada y franca, pero una carta pública de Ben-Gurión en 1937 jamás habría admitido algo como “esto es solo el comienzo” – al contrario, en público aseguraban buscar coexistencia. Así que las fuentes privadas sionistas son un contrapunto indispensable a la retórica oficial moderada que exhibían ante el mundo. No obstante, hay que tener cuidado con las traducciones y citas fuera de contexto: en debates actuales de redes, a veces se citan frases duras (como las de Weitz o Herzl) sin ubicar el año o la situación en que se dijeron. Nosotros hemos procurado citar con referencias precisas (fecha, autor) para que el lector pueda verificar. También es importante reconocer que no todos los dirigentes sionistas pensaban monolíticamente; había divergencias tácticas. Por eso, usar selectivamente solo los documentos más extremistas podría inducir a creer que todo el movimiento planeaba la expulsión masiva desde el día uno, cuando en realidad algunos quizás creían posible que una parte de la población árabe se quedara bajo un estado judío (como efectivamente ocurrió con el 20% que permaneció). En resumen, la fiabilidad de estos documentos es alta en cuanto a reflejar planes e ideas, pero el analista debe situarlos en el mosaico más amplio de decisiones y hechos.

• Fiabilidad general y combinación de fuentes: Ninguna fuente por sí sola puede dar toda la verdad, pero en conjunto se triangulan evidencias. Por ejemplo, tenemos la frase de Weitz 1940 sobre expulsar árabes, luego testimonios palestinos de expulsiones en 1948, luego archivos militares confirmando órdenes de expulsión. Cada una podría ser disputada individualmente, pero juntas se corroboran mutuamente. Asimismo, la cronología de eventos verificada en archivos británicos coincide con memorias palestinas de la Nakba (ambos relatan vacíos de aldeas en abril-mayo 48). Un punto crucial es el acceso: muchas fuentes clave (especialmente israelíes) no están abiertas al público general. Dependemos de lo publicado por historiadores. Hay que estar alerta a posibles omisiones deliberadas: se sabe que Israel no desclasifica documentos sobre masacres específicas (como Safsaf, Saliha, etc.) por temor a repercusiones legales o diplomáticas. Así, la ausencia de un documento en el archivo no equivale a que no ocurriera un hecho; puede ser que esté oculto. La investigación histórica responsable toma esto en cuenta y recurre a testimonios y registros alternativos para llenar vacíos.

Por último, es menester destacar la importancia de las fuentes en ambos idiomas (inglés y árabe, incluso hebreo). Durante años, gran parte de la historiografía dominante ignoró fuentes palestinas en árabe –por ejemplo, los periódicos palestinos de los años 20-30– lo que sesgó el relato hacia el lado sionista. Hoy se reconoce que para un cuadro completo hay que incorporar también la documentación árabe-palestina: peticiones al Mandato, manifiestos del Alto Comité Árabe, actas de congresos palestinos, etc. Estas fuentes muestran, por ejemplo, que los palestinos tenían conciencia nacional y propusieron alternativas (como un solo estado binacional o árabe con garantías para judíos) que fueron desestimadas.

En conclusión, la fiabilidad de las fuentes utilizadas en esta investigación es alta, siempre y cuando se consideren en conjunto y críticamente. Las citas presentadas se han mantenido textuales para que el lector juzgue por sí mismo. Al cruzar archivos desclasificados, estudios académicos y testimonios de diversa procedencia, emerge un panorama histórico sólido sobre el periodo pre-1948, corrigiendo narrativas simplistas. Aún hay áreas grises y documentos cerrados, pero el cuerpo de evidencia disponible ya es más que suficiente para entender la realidad histórica: una de colonización facilitada por potencias, resistencia nativa abortada, planificaciones estatales con intenciones demográficas claras, y un legado humano devastador (la Nakba) cuyas consecuencias perviven hasta hoy.

Conclusión

La historia anterior a 1948 del conflicto palestino-israelí revela un proceso complejo y profundamente desigual. A través de archivos oficiales, vimos cómo las potencias coloniales (Reino Unido, y en menor medida EE.UU.) jugaron un papel determinante –promoviendo el proyecto sionista e impidiendo la autodeterminación de los palestinos– y cómo las autoridades israelíes de entonces establecieron las bases (militares y políticas) de un Estado excluyente. Mediante estudios antropológicos e históricos constatamos que el pueblo palestino poseía una sociedad activa y diversa, desmintiendo mitos de terra nullius. La arqueología resultó ser campo de disputa narrativa: unos la utilizaron para afirmar derechos bíblicos, otros para señalar continuidades árabes, reflejando que en Tierra Santa hasta las piedras hablan bajo intereses contemporáneos. Y los documentos tempranos del movimiento sionista nos permitieron asomarnos a las estrategias –a veces crudas– con que se persiguió la implantación de un Estado judío, incluyendo mecanismos de colonización económica, paramilitarismo y limpieza étnica.

Todo este análisis, sustentado en fuentes de calidad, nos ayuda a entender que la Nakba de 1948 no fue un episodio aislado ni inevitable por odios ancestrales, sino la culminación de dinámicas históricas concretas: colonialismo, nacionalismos en competencia, decisiones geopolíticas en despachos lejanos, y planes nacionales ejecutados sobre el terreno. Reconocer estos hechos con rigor histórico es esencial para un diálogo honesto. Significa admitir que hubo una injusticia fundacional –la expulsión de un pueblo y la negación de su patria– sin la cual el conflicto actual no puede resolverse.

Finalmente, respecto a las fuentes, hemos aprendido que cada relato (británico, israelí, palestino) trae sus sesgos, pero cruzándolos podemos acercarnos a la verdad. La documentación desclasificada sigue arrojando luz y seguramente lo hará más en el futuro, a pesar de intentos de censura. La historia, como los estratos de una excavación en Jerusalén, se va revelando capa a capa. En esa búsqueda, es crucial mantener la mirada crítica y la empatía humana, pues detrás de cada número de archivo y cada fotografía granulada hay vidas reales y un legado que merece ser contado con justicia y precisión.

Fuentes citadas: Las citas numeradas provienen de documentos históricos, artículos periodísticos y obras académicas (tanto en español como en inglés), accesibles en línea. Se han priorizado fuentes con respaldo documental y se dejará de referencia para su consulta en el primer comentario. Espero que esta compilación contribuya a un entendimiento más informado de las raíces del conflicto y de sus consecuencias para el pueblo palestino desde antes de 1948 hasta el presente.

 

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