“convocados por la rabia”: Sobre una colección de crónicas contemporáneas

Especial para En Rojo

La crónica, un género literario que es flexible, ambiguo, proteico, ha sido cultivada con frecuencia en nuestros días en América Latina.  En su cultivo se han destacado escritores de gran importancia para nuestras letras.  Pienso en el chileno Pedro Lemebel, en el mexicano Carlos Monsiváis, en la argentina María Moreno, en el dominicano Frank Báez.  La lista se puede agrandar con muchos otros nombres y entre estos habría que incluir los de algunos boricuas: Edgardo Rodríguez Juliá, Magali García Ramis, Ana Lydia Vega, Cezanne Cardona.  Y también Ana Teresa Toro tendría que estar en esa lista.

Fue el nombre de Toro el que me llevó a una muestra recopilada por Javier Lafuente y Eliezer Budasoff: Rabia: crónicas contra el cinismo en América Latina (Barcelona, Editorial Anagrama, 2022).  Mi admiración por su trabajo y el contexto latinoamericano que se propone desde el título de esta colección me llamaron la atención y me llevaron al libro.  Pero, en el fondo, lo que me preguntaba al tener el libro en mano era como cabría nuestra cronista en ese amplio contexto.

En su breve prólogo los compiladores de Rabia… no definen el género porque dan por sentado que sus lectores saben qué es la crónica.  En cambio, Darío Jaramillo Agudelo en el suyo a Antología de la crónica latinoamericana actual (2012) apunta que “[l]a crónica periodística es la prosa narrativa de más apasionante lectura y mejor escrita hoy en día en Latinoamérica” (11).  Su afirmación, más allá de señalar la importancia y el mérito del cultivo del género hoy en América Latina, llama la atención porque considera la crónica como “prosa narrativa”, aunque otros críticos la definen meramente como un subgénero del ensayo.  Por su parte, Susana Rotker insiste en La invención de la crónica (2005) en el carácter ambiguo de este: “La crónica es un producto híbrido, un producto marginado y marginal que no suele ser tomado en serio ni por la institución literaria ni por la periodística, en ambos casos por la misma razón: el hecho de no estar definitivamente dentro de ninguna de ellas.” (225)  A las valiosas observaciones sobre el género de Jaramillo Agudelo y a las de Rotker hay que añadir como rasgos esencial del género la marcada presencia de la voz del cronista que se convierte muchas veces en personaje o hasta protagonista de su propio texto.  Esta marcada presencia se ha visto – pienso en Tom Wolfe en su The new journalism (1973) – como uno de los rasgos de la crónica estadounidense, crónica que ha tenido importantísimos cultivadores – Joan Didion, Truman Capote, Norman Mailer, entre muchos otros – y que para algunos ha marcado la obra de ciertos escritores nuestros, como Monsiváis.

Por todo ello parece ser que para definir la crónica nos tenemos que quedar con dos rasgos principales: hibridez y marcada presencia de la voz autorial.  ¿Pero no eran esos rasgos del ensayo clásico?  Michel de Montaigne no destacaba en sus texto el aspecto narrativo, pero sí y sobre todo su punto de vista personal.  Estoy seguro que el gran maestro francés a quien le atribuimos la paternidad del ensayo hubiera leído con gran interés las crónicas que aparecen hoy por todos nuestros países, en unos más fuerte que en otros.  Declaro que con igual o mayor interés me acerqué a las incluidas en Rabia….

Budasoff y Lafuente recogen textos de ocho escritores latinoamericanos de sendos países: Perú, México, Cuba, Argentina, Colombia, Puerto Rico, Nicaragua y Chile.  La colección es una excelente exposición de algunos de los problemas políticos y sociales que marcan esos países.  Por ejemplo, se presenta la plaga de feminicidios en México, la lucha contra la represión del régimen de Ortega y Murillo en Nicaragua, el movimiento estudiantil en Chile, la lucha por la libertad de expresión artística en Cuba; cada escritor se enfoca en un problema nacional.  Rabia… es un libro de interés e importancia ya sólo porque nos ofrece detalladas imágenes – muy personales, eso sí – de la actualidad latinoamericana.  La lectura de esta colección me dejó con inmensas ganas de ver textos parecidos de otros países.  ¿Qué me ofrecería, por ejemplo, una cronista boliviana o uno panameño o una guatemalteca o uno brasileño?  En fin, Rabia… nos ayuda a que construyamos una imagen más precisa y fidedigna del mundo latinoamericano de hoy.

Pero siempre está el problema de la visión personal del autor.  Recordemos las palabras fundacionales de Montaigne: “…aquí están mis sentimientos y opiniones…” dice acerca de los textos que nos ofrece.  Pero el padre del ensayo era realista y humilde.  Por ello esta cita cierra con un reconocimiento de su falibilidad: “… en tanto que constituyen lo que yo creo, no porque deban ser creídos”.  Se presenta la opinión propia que se reconoce a sí misma como tal, pero que no se impone a otros.  Por ello leí los textos incluidos en Rabia… agradeciendo a sus autores el brindarme su imagen de su país, imagen muy personal y que, estoy seguro, no todos aceptarán como válida.  Pero de eso mismo se trata: de retratos escritos desde un punto de vista personal pero que no por ello dejan de ser iluminadores y llenos de atisbos y aciertos.

Las ocho crónicas que componen Rabia… tienden a enfatizar el aspecto periodístico del género y no el artístico, aunque en ellas hallamos algunos elementos narrativos y, sobre todo, encontramos cambios de puntos de vista.  Estos cambios, que recuerdan los cortes y las composiciones empleadas en el cine, crean un cuadro amplio sobre el tema.  Esto se nota particularmente en la crónica de la argentina Estefanía Pozzo, “El fuego que se enciende en un momento preciso”, donde se ofrecen, como si fueran piezas de un rompecabezas, casos concretos y diversos para presentar una compleja y amplia imagen de la lucha por la legalización del aborto en su país.  La mexicana Elena Reina es posiblemente quien, entre los cronistas incluidos, se acerca más creativamente al género pues en su texto recrea las meditaciones de un asesino en serie de mujeres.  Cuando leía “Catarsis”, dicha crónica, sentía tanto asco que tenía que suspender esporádicamente la lectura para recomponerme y hasta llegué a considerar dejar de leer este texto que crea un cuadro grotesco pero que, como en otros, intenta presentar diversos puntos de vista sobre la problemática que se trata.  El del cubano Carlos Manuel Álvarez, “Un país extranjero dentro de La Habana”,  presenta la lucha del Movimiento San Isidro y es el más autobiográfico de todo el libro; por ello mismo, puede resultar problemático para algunos lectores.  No para mí.

En ese contexto es que hay que colocar el texto de Ana Teresa Toro, “No hay príncipes en el Caribe”, y este encuadra perfectamente bien en el contexto de Rabia….  Toro escoge como tema nuestro Verano del 2019 cuando la protesta colectiva consiguió la renuncia del gobernador Ricardo Rosselló y muchos de los miembros de su nefasto “chat”.  Su crónica es la más larga de todas las incluidas en el libro.  Creo que hay dos razones interrelacionadas que llevan a esa longitud: el caso de Puerto Rico no es tan conocido como el de otros países latinoamericano lo que obligó a la autora a presentar antecedentes y, segundo y más importante, Toro selecciona un hecho muy amplio como meollo o metáfora central.  Pero la presentación de nuestra situación social y política hecha por la autora es excelente.  (Por ello le he recomendado su crónica a amigos de otros países; creo que les ofrecerá una excelente síntesis de nuestra situación.)  Toro, como otros de los cronistas incluidos, emplea diferentes hechos, que a veces parecen salirse del tema, para van creando con ellos un cuadro amplio y complejo.  Como conozco bastante de su obra anterior ya publicada puedo decir que en esta crónica Toro recalca el aspecto periodístico del género, no el narrativo.  Más allá de su empleo correcto y siempre elegante del lenguaje y de su impecable y efectiva construcción de los argumentos que presenta, me sorprendió en su crónica la ausencia de elementos narrativos, tan típico y tan bien manejados en otras suyas.   Además me parece excesiva su dependencia de otras voces para crear su cuadro del Verano del 2019.

Pero este no es sólo un problema del texto de Toro sino un rasgo de todas las crónicas incluidas en Rabia…: domina aquí el interés por ofrecer información sobre la situación de los países de origen de sus autores pero escasea la hibridez de los textos, rasgo esencial en la crónica.  Esto no quiere decir que estos textos estén mal escritos.  Muy al contrario: estas crónicas evidencia una visión amplia y muy efectiva del lenguaje de cada uno de los países representados.  Por ello aparecen frecuentemente localismos y palabras en inglés, así como referencias a la cultura popular de cada país.  Sorprenden las frecuentes alusiones a la cultura popular puertorriqueña, especialmente a la música.  El reguetón se convierte en muchos de estos textos en clave para entender a los jóvenes de todos estos otros países, de la misma manera que Twiter, Facebook e Instagram aparecen con gran frecuencia para crear una imagen fiel de la juventud latinoamericana de hoy, una juventud que depende de los medios sociales y que llega a través de ellos a la cultura popular de otros países.

Rabia… es un libro que nos ayuda a ver cómo la cultura popular sirve de puente entre países aparentemente diferentes y distanciados.  Como en otros momentos, en ese aspecto nuestra música popular desempeña un papel de importancia.  ¡Antes era Daniel Santos y ahora es Bad Bunny!  También sirve para ver claramente cómo nosotros y nuestros problemas encajamos a perfección en el gran rompecabezas de la realidad latinoamericana.  Y la contribución de Ana Teresa Toro es esencial para hacer evidente este punto.

Pero Rabia… es también un libro que nos deja con las ganas – ganas, no deseo que es algo más fino y menos urgente – de leer otros libros similares que nos abran puertas y ventanas a otros países latinoamericanos desde la perspectiva de crónicas de otros jóvenes escritores, preferiblemente aún más híbridas que estas.  Pero los cronistas de ese futuro libro imaginario y ansiado, como los que se incluyen en este, llegaran también a escribir sus crónicas “convocados por la rabia”.  No tienen otra alternativa si quieren ser fieles a sus circunstancias y a sí mismos.

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