Bloque
La fluidez de la palabra tiempo, las formas del libro y las fotografías, trastornan la dureza de la palabra “bloque”.
El tamaño, su belleza portátil, la textura y el olor del papel, la escala amable de las imágenes, la relación libre entre las palabras y las formas acompañantes: la convivencia misteriosa de un atado de objetos, que podrían darse en la naturaleza. Como si los ensayos cortos y sus silencios (cada intervención de la palabra tiene la coherencia formal de un relato, o de un ensayo) vivieran en otro lado. La compresión de las partes le da alas al libro. Y desde la apertura de ese bloque me recuerda un territorio pequeño, pero irresistible. Algo así aunque parezca metáfora fácil, como una sucesión de islas con vocación de abrirse, ampliarse, moverse.
Dos hojas de ruta son la larga duración de la prehistoria de las Antillas que estudia el arqueólogo Reniel Rodríguez Ramos, no como frontera sino como cuerpo vinculante, agente conector, lugares de intercambio, sitios provisionales donde imaginar habitaciones
Otra, la marealéctica pensada por Edouard Glissant; como respiradero contra atrocidades y olvidos propone un lema: “Contra lo universal generalizador, el primer recurso yace en la recia voluntad de permanecer en el lugar”.
Mirada
Un conjunto de escalas; una extraña animación. Porque ante la capacidad expansiva del libro, me quedó a ratos la impresión fugaz, aunque tal vez no tanto en el caso de un cerebro mayor, de que la imagen registrada sobre papel, me miraba. Sé que no son excepcionales esos efectos, que son parte de los trucos centenarios de la pintura, y sin embargo, algo comunicaba no ya una respuesta a la mirada que recorría, sin detenerse mucho y volvía a recorrer con mayor atención, y detenimiento, el rebote iluminador de que alguna imagen sobre la textura y el olor del papel, me reconocía.
Una conversación sensible entre una imagen pequeña y un cuerpo animal. La capacidad de esa sensación se la atribuyo a un encuentro feliz entre las fotos y mi experiencia de vivir rodeada de árboles y malezas. Cuando vi la exposición en Casa Aboy las escala eran distintas y por lo mismo menos habituales, aunque perfectas para el espacio donde se instalaron. Ya en el libro tienen una calidez radiante.
Y también respeto, por la fuerza y las asociaciones. La imagen que me registra, que se anima frente a mí tiene caracteres propios. Las más inquietantes quedaron fijadas en las páginas 98, 99 y otras donde entre barreras de alambres y objetos en deterioro evocan cuentos de prisioneros durmientes. Le consulté al poeta y naturalista Vicente Quevedo sobre ese trazo aparentemente caótico que dejan los bejucos. Su contestación me devolvió a la propiedad del rigor como reconocedor del caos: “Por su parte, los bejucos en espacios abandonados conforman un grupo en diversas familias y taxones de género. Los bejucos de puerco, frijoles o chícharos silvestres, parchitas, bejucos de paloma, cabellos de ángel, etc“
Nombres evocadores de tantos tiempos espacios y experiencias, a lo largo de una vida larga. Me quedo con todos.
Tiempo
En 1848 las neoyorquinas hermanas Fox escandalizaron al mundo y sentaron las bases de un movimiento feminista al publicar que habían hablado con espíritus. Ese mismo año comenzó en occidente la reproducción de imágenes fotográficas en periódicos. La invasión de imágenes pasadas, espíritus y paisajes, como manera de atajar el tiempo atrapando el instante es inútil. El presente de la imagen, el tiempo que tomó su registro, es inatrapable. Pero no nos abandona la obsesión de fijeza y el entorno se inunda de imágenes, más abundantes al día de hoy que los tiempos de vida de los lugares de sus orígenes.
El plazo de las fotos de Bloque de tiempo, 2013 a 2023, fue el momento de una agonía que se prolonga y que se manifiesta en este país entre la violencia criminal, el desvarío de la cultura de masas y programas de entretenimiento, la frivolidad de sus medios noticiosos y la impredecible erupción de protestas que brotan y se esfuman. Conviene el registro sutil de las imágenes sanas y los libros francos.
Quizás por eso se pretende acabar con todos los archivos y presencias de otros tiempos. Por eso la importancia mayor de atajar el tiempo, el deseo de fijarlo, de evocar nombres, saberes y prácticas.
Apuntes visuales y escritos. Pueden parecer dispersos, pero forman la crónica de un tiempo en que para salvarnos, recuperamos recuerdos de otros trabajos, de otras horas. En ese lugar vacío volvieron a revelarse comunidades no tan antiguas. Y la crónica traza toda una aventura recolectora de un exquisito alimento centenario estigmatizado: ñame de monte, ñame brujo, ñame burro. El trabajo como suerte, memoria o terquedad.
No perder el hilo.
Un manifiesto
Hace un tiempo estuvieron de moda las ruinas. Un tiempo que carece de la densidad del culto romántico a las ruinas como restos de un pasado demolido por la intransigencia de la modernidad. Ahora, en el reino dominante de las imágenes, en la esfera digital donde instalamos ingenuamente nuestros cuerpos la mayor parte del tiempo, han sido numerosos los blogs y podcasts de ruinas y lugares fantasmales, descritos con sensacionalismo y escaso reconocimiento del objeto y sus procesos.
Bloque de tiempo me parece, a mí, que nací en otro era, una negación de la espectacularidad y de la explotación ruinológica.
Las sombras anima. Aquí hay vidas, de larga o mediana duración, que han dejado huellas de su pasaje y lecciones de defensa, resistencia, trabajo, pensamiento, obras, tragedias y alegrías.
No solo hay vida, sino una larga vocación de vivir.
En la persistencia de esos “materiales vegetativos” (odioso eufemismo necrótico) ante la luz fotográfica se lee de otra manera la cita manifiesto de Glissant: “Contra lo universal generalizador, el primer recurso yace en la recia voluntad de permanecer en el lugar”. Porque el lugar no deja de moverse. Las sillas vacías, los animales realengos, los bejucos ominosos, los litorales desiertos que convocan, la fugacidad de los cayos de arena blanca, la luz desde una altura de vuelo, este libro mismo, que se hizo entre dos islas naciones; lo que nos parece prodigioso está aquí.
*Texto leído en la presentación del libro el pasado 15 de febrero.