Especial para En Rojo
Platón, dentro de su filosofía, hace una división entre dos mundos: el mundo de las sombras y el mundo de las ideas. Nos diría que vivimos en el mundo de las sombras, ese que nos engaña, que meramente alude a la verdad, a la idea, pero no llega a conocerla. Diría que reconocemos la silla, la mesa, el vaso y la pluma solo porque estas sombras nos remontan a la “Idea” de estas, a la Verdad, que es lo más real y que habita en ese otro mundo: el mundo de las ideas. Es a este mundo, de ideas universales, que busca acercarnos Ángel Otero.
“¿Qué es lo que lleva al ser humano a no poder desconectarse de algo que es tangible, de un objeto?” Se pregunta el artista “Hay algo humano, misterioso, casi estigmático, de porque no podemos deshacernos de esto; quizás porque ese ser que era dueño de esto ya no está con nosotros. Hay algo, que uno siente un sentido de protección, de no abandono. Es algo bien psicológico, bien emocional. Y yo creo que parto de ahí primero.”
Al llegar a su estudio en Brooklyn, Nueva York, te adentras en el lenguaje pictórico, en la técnica de Otero. Inmerso en toques de abstracción, abarcan ojos, peces, agua, relojes, cubetas, ventanas. Escaleras que no conducen a un segundo piso, aviones de papel que se estrellan en el agua. Imágenes, a forma de símbolos, que en instancias yacen de recuerdos de la niñez junto a su abuela y sus padres. Su lenguaje viene de la exploración, “que tiene que ver con mi identidad, de donde soy, de Puerto Rico, y trato de expandir aún más a un nivel que pueda ser más universal… Poco a poco, fui buscando esa universalidad.”
Comenzó sus estudios en arte en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Rio Piedras. Pero debido a varios factores (el sentir falta de reto, las presiones sociales y familiares al buscar una vida dada al arte) se retira de sus estudios en dicha universidad, y el día de su cumpleaños veintiuno, pasa el examen en el Comisionado del Seguro, siguiendo los pasos de su padre para dedicarse a la venta de seguros. “Me convertí,” dice Otero “me compré un par de corbatas. Trabajé para Seguros Múltiples, y empecé a tocar puertas por ahí con un maletín en el que lo que había era un bolígrafo y una libreta. ” Pero el arte ejerce su llamado de forma inequívoca.
Hoy, renombrado internacionalmente, presenta su exposición La primera lluvia de mayo en Los Ángeles, California, con la galería Hauser & Wirth, en la que se denotan tonos de realismo mágico, historias que, a pesar de lo fantásticas, entran en lo verídico, como lo fue a través de la visión de los escritores del Boom Hispanoamericano. “En el show de L.A., yo partí, pero fue a mitad que me topé con esto, con Rayuela. Pensé en el juego, la peregrina, como le decimos acá, y a la misma vez pensé en como Julio Cortázar en un momento dice: ¿tú sabes qué?, pensando en universal, voy a romper, voy a dejar que las personas puedan coger este libro y leerlo desde donde quieran.” Obras como The Runway (2024) reflejan en su lienzo la alternación, la aleatoriedad de armar el rompecabezas del recuerdo, como lo sería leer los capítulos, de forma activa (saltándolos, volviendo hacia atrás, para luego brincar hacia adelante) en la Rayuela de Cortázar. “En esto del arte, la música, los libros,” dice el artista “se piensa que hay que tener una premeditación de a dónde vamos… yo juego un poco más orgánico, un poco más intuitivo. Yo empiezo con una idea, una curiosidad, y me voy por ahí explorando. Eventualmente, empiezan a chocar estas conexiones con mi vida personal, sea el pasado, sea el presente.”
Uno de estos encuentros, de estos choques, fue al encontrarse con uno de sus profesores de La Universidad de Puerto Rico. “Le dije: me quité, estoy trabajando de seguros, de hecho, aquí está mi tarjeta.” Este, a los días siguientes, llamó a la oficina de admisiones de la escuela del Instituto de Arte de Chicago, por lo que Ángel Otero recibiría un comunicado, inesperado, de dicha institución. Por si le interesaba, estarían entrevistando algunos estudiantes en el Museo de Arte de Puerto Rico. “Yo pintaba todas las noches, hablé con algunos de mis amigos, que me ayudaran a llevar par de cuadros al museo. Y fui para allá con los cuadros. Yo no sabía ni que había que llevar un portafolio. Y llegamos con la pickup y bajamos los cuadros.” Evaluaron su obra, y le ofrecieron una beca.
Pero este no accedió de inmediato. Se encontraba en lo que Borges denominaría como la bifurcación en el camino, ese momento clave de la vida en la que se elige el sendero: norte o sur, derecha o izquierda. Pensaba Otero “Estoy haciendo esta cosa que, si, pago una casita chévere, tengo carro, me visto bien, voy a la discoteca; pero no soy yo. Y te crea este miedo de que pasa el tiempo… y no voy a tratar esto. Un día, vi unas cosas bien feas en la calle, y al otro día llame a la escuela: ¿Qué tengo que hacer?”
El día 21 de enero del 2003, se convierte en parte de la diáspora puertorriqueña. Es dentro de esta lejanía, dentro de esa soledad que Otero logra evaluar su posicionamiento en cuanto al arte contemporáneo, la problemática que buscaba proponer. El arte debe postular un problema, una fuerza de choque ante el espectador. Es dentro de este contexto que este descubre una de las técnicas principales de su obra, “Yo estaba usando el óleo seco que raspaba de las pinturas que no me gustaban, para reciclarlo. Con pega caliente, lo empecé a pegar en el canvas.”
Al este material reciclado acabársele, tomó un cristal, lo cubrió con óleo, y al secarse, lo raspó. Pero notó que, al hacerlo múltiples veces, los colores anteriores dejaban su marca, su huella en negativo. Por la naturaleza de la técnica el proceso toca matices del grabado, la pintura, el collage y la escultura.
Su estudio es prueba de su indagación en esta técnica, que se compone de dos grandes espacios, con entradas frontales separadas. El de la derecha, un salón de gran expansión, en el que crea las planchas de oleo seco sobre plexiglás, para luego despegarlas y secarlas en un gran anaquel. Su mesa de trabajo en este espacio, movible y con ruedas, refleja tanto el caos como la fluidez, sobre la que decenas de pomos de colores se sobreponen a la mano para ejercer su función.
Al salir de este espacio de creación, y pasar al otro lado, se revela un espacio íntimo, de últimos toques a la obra, con los que cada una cambia de manera diametral. Al fondo se encuentran algunas de sus esculturas. Estas consisten en una mezcla de medios (como podemos ver en Twins (2013)), hierro y cerámica, en la que, mediante el proceso de quemado de la cerámica, se deforma el hierro. Eso que es usualmente fuerte, el hierro, se deforma ante el barro. Hace pensar en cómo, en momentos cruciales, al caernos, otros se vuelven fuertes para aguantarnos, para sostenernos. De este modo, se humaniza el hierro y la cerámica, se deviene en estos materiales rígidos la experiencia del dolor y el soporte personal; el intercambio entre la fragilidad y la fortaleza.
Sobre una de sus paredes cuelga una de sus obras insignes: esas que plasman en el lienzo, a manera expresionista, las ventanas de metal. Esta, de colores rojos, refleja tanto la vitalidad como la pasión en el espacio delimitado, en lo que se alberga tras la ventana cerrada.
Últimamente, Ángel Otero comparte el tiempo entre Nueva York y Puerto Rico, la cercanía y la lejanía alternante. “Ha sido más difícil trabajar de cerca que de lejos… Puerto Rico es algo más íntimo.”
A su vez, su estudio alberga pequeños objetos, antigüedades, telas de encaje, sillas en miniatura. Estos pequeños objetos, que se esconden por doquier, son parte de las búsquedas del artista, pues uno de sus pasatiempos es la búsqueda de objetos, de antigüedades, de lo no encontrado. “Es algo súper protagónico en mi obra… Me gusta la manera en el que el misterio de la vida te lleva a estos sitios, si estas receptivo a eso.”
A un anticuario, o a una tienda de segunda mano, entramos sin saber lo que se busca. Se va conectando, de manera espontánea, con esos objetos que han rondado hasta encontrarse contigo. Se piensa en la historia, la relación material. Se vuelve casi un encuentro místico, de pasantes en la calle, en la estación del metro. El encuentro y desencuentro constante entre lo que ha perdurado y la dicha de lo que llega a uno. Esto, a mi parecer, es lo que define la obra de Ángel Otero: el encuentro, la búsqueda, el aparecer, la búsqueda de la idea universal a través de eso que hemos visto tanto en este mundo de sombras.