Dos “monumentos” y una mesa servida

“Un día en la montaña le pregunté:

Señor en mi lugar dime qué harías,

Me dijo Juan si miras bien,

Comer sólo mi pan te convendría…”

Me voy a la montaña

Rabito

Dos “monumentos” requieren nuestra atención en estos días. Uno se levantó finalmente en Arecibo y pretende honrar al genocida conocido en nuestra historia como Cristóbal Colon mientras que el otro es apenas una propuesta del gobernador colonial de turno para honrar a las víctimas del Huracán María el cual nos arrasó hace aproximadamente un año. Como si se tratara de un salto hacia atrás en el tiempo o se confundieran dos películas encontramos al victimario en su estatua próximo a coexistir con la estatua que ha de levantarse a las víctimas pero que resulta que no son las suyas, al menos no de forma directa. ¿Qué podría añadirse a la estatua del genocida Cristobal Cólón? Perros, entre otras cosas. Perros de presa a sus pies, los cuales eran entrenados para destrozar a los arauacos que intentaran huir de la esclavitud brutal a que los sometieron los europeos españoles.1 También podrían añadirse hojas de yuca en memoria de los suicidios colectivos de los arauacos en La Española que realizaban con veneno que extraían de esa hoja ante el terror de ver a muchos entre ellos morir en la horca o quemados vivos.2 Eso sí, no debe añadirse una mesa ni siquiera pequeña. Volveremos sobre esto.

No todo lo que pasó a los arauacos fue obra directa de este personaje funesto al igual que no toda la responsabilidad de lo sucedido a las víctimas mortales al paso del huracán puede adjudicarse al gobierno colonial de turno y sus funcionarios pusilánimes. Las decisiones que van construyendo una trampa mortal tienen un desarrollo histórico que de comprenderse a cabalidad puede dar luz para construir un frente de lucha con algunas posibilidades de éxito. Como en el caso del exterminio de nuestros aborígenes, la muerte de miles de nuestras compatriotas tiende a levantar gran indignación y a concentrarse en la personalidad enferma de sus ejecutores inmediatos cuando el análisis debe ser el sistema económico y político que dio paso a los acontecimientos. España tenía una situación muy complicada tanto a su interior como con sus vecinos europeos. Luego de expulsar al último bastión árabe y también expulsar a los judíos ya para finales del Siglo XV, los reyes llamados católicos, Fernando e Isabel, hicieron alianza con la Iglesia Católica y los nobles.3 Sin embargo, la riqueza principal, la exportación de lana, estaba en manos de una corporación privada conocida como La Mesta, la tierra estaba en manos de los nobles y el pueblo sufría hambre. Para resolver o paliar esos problemas necesitaba divisa la cual era para entonces oro. Luego del primer viaje que no se sufragó, por cierto, con las joyas de Isabel y en medio de pugnas con Portugal por las riquezas que proyectaban encontrar, España y Portugal tuvieron la osadía de repartirse el “nuevo mundo” que esperaban encontrar mediante el Tratado de Tordesillas en 1494. El Papa Alejandro VI, de la infame línea de los Borgia, fue el árbitro y se consideraba el dueño de toda nueva tierra descubierta con capacidad para disponer en usufructo sobre estas nuevas tierras. De estar habitadas debía imponérseles la fe católica. ¡Qué bien!

Los ecos de esa tragedia pueden escucharse en nuestra historia presente. Las instancias más inmediatas son la llamada deuda y las reparticiones más recientes que se intentan impulsar y las cuales recuerdan las encomiendas que fue el sistema sucesor cuando los europeos se dieron cuenta que el oro en las islas del Caribe era poco. Desde propuestas de un gigante incinerador que a la larga podría exigir que traigamos cenizas de otros países hasta el gas natural a ser suplido a otras islas los que se creen dueños y dueñas del mundo elucubran fiestas de oro ignorando al resto de los habitantes en nuestro país, país que por cierto, no consideran el suyo. Sin embargo la mesa de solidaridad y compromiso que nuestro pueblo se sirvió y vio servida en medio de la calamidad que en diferentes grados casi todos vivimos en nuestro país, ya es símbolo inequívoco de lo posible y necesario de otro orden social. Es esta la mesa que rescata la excelente monografía de Esther Fuster, El dios que come: la mesa, desafío y misión.4 Por supuesto que esa mesa no se vio en el llamado COE, no apareció dentro de un edificio lujoso, a la carta. Fue el producto de vecinos, comunidades, organizaciones ya existentes y otras que surgieron al calor de la necesidad. Y llegaron hasta donde sus fuerzas le dieron a llevar agua, alimentos y consuelo. Es la mesa que la monografía citada rastrea a “la última cena” y desmenuza sus orígenes a través de la historia y de periodos que antecedieron a la era cristiana. Es la mesa que nunca vieron servida los arauacas ya que los españoles que llegaron con Colón nunca aprendieron a buscar su alimento y dependían de éstos para comer… Eso sí, Colón siempre hablaba de que todo se le daba “por la gracia de Dios”. En sus conclusiones Fuster nos dice: “La celebración del pan y vino es inseparable de la comida diaria”.5

¿Qué otro personaje ha soñado con una estatua del descubridor que no descubrió nada? Como si se enredaran dos películas nuevamente, se trata de Donald Trump, quien en el tiempo de ser pre candidato se dedicaba a comprar grandes extensiones en Manhattan para construir su propia cuidad y en su césped colocar una estatua de Colón que sobrepasara la altura de la Estatua de la Libertad.6 La estatua ya estaba en proceso y resultó ser de un ruso de apellido Tsereteli. La rechazaron en muchas ciudades pero el basurero de la colonia la acogió. El dueño del proyecto le puso al parque donde se ubica el disparatado nombre de Terravista Parkland. Literalmente es tierra vista desde un parque… en tierra. Ver llegar a Colón con sus secuaces significó el anuncio para los aborígenes de su exterminio. No fueron los trabajos duros, fueron las numerosas ejecuciones de la forma más cruel e inhumana, a nuestro modo de ver diabólica, lo que terminó con el deseo de vivir de los que no murieron ejecutados. Para muestra, a los indios los ejecutaban de trece en trece para rememorar al “Redentor con los doce apóstoles”. Claro, se incluía a Judas. Se les ahorcaba en patíbulos bajos y se prendía fuego a los pies con madera verde para que ardiera más lento. Otros se quemaban vivos y los pedazos se vendían públicamente para alimentar a los perros y así cogieran el gusto de la carne de los aborígenes.7 Trump no reconoce nuestros muertos a causa de María lo cual es historia reciente así que mucho menos puede ser capaz de reconocer lo que la historia denuncia como uno de los genocidios más grandes de la humanidad ocurrido hace cinco siglos.

No nos atrevemos siquiera a sugerir lo que debe ser el destino de esa estatua propuesta para nuestras víctimas mortales del Huracán María. Eso compete a los familiares de los más afectados y son muchas las voces que no se han escuchado en torno a esto. Lo que sí sugiero es que se elabore un libro como memorial con sus nombres y que este incluya una sinopsis de las investigaciones, instancias de heroísmo nacidas del propio pueblo y las creaciones artísticas surgidas dentro de esa adversidad, poemas, canciones, grabados, etc.. Esto debe circular en papel y en versión digital. Los pueblos ocupados tienden a ver usurpados sus esfuerzos por el imperio que los ocupa y los esbirros que los apoyan. No creo que la estatua propuesta pueda salvarse de ese peligro pero eso es solamente mi pensar. La mamarrachada de citar a Abraham Lincoln en vez de a Betances o Ruiz Belvis al tope de uno de los edificios emblemáticos de San Juan no es pura casualidad y obviamente abona el camino para que los ignorantes crean que llegó en otra calabera a salvar a nuestros afro caribeños de la esclavitud. Mientras tanto la mesa está servida para alimentarnos física y espiritualmente. De acercarnos a esa mesa es la charla de sobremesa lo que va a hacer la diferencia como bien explica Fuster luego de hacer un recuento de varios autores sobre el evangelio de Lucas.8 Es lo que hablemos y desde que perspectiva lo hagamos lo que determinará como la experiencia del huracán María podrá o no abonar a la liberación espiritual que logra encaminar las luchas reivindicativas en acciones concretas.

El último elemento de la mesa cuya metáfora tomamos prestada es a nuestro modo de ver que es una mesa prevenida, contraria a la mesa que sirvió Anacaona que acabó con su vida y la de todos los indígenas que la cacica reunió para dar la bienvenida a Nicolás Ovando y los españoles a su llagada a La Española. Este fue un sucesor de Colón luego de que este fuera llevado a España esposado y las autoridades de entonces lo creyeran poco apto para continuar dirigiendo la empresa que le confiaran los reyes para enriquecer sus arcas.9 No tengo una sugerencia específica para las batallas tan desiguales que enfrentamos pero el hecho de que todavía existamos como pueblo y hayamos ganado algunas (Hablamos español, nos reconocemos dondequiera en el mundo, entre otras cosas) es indicio de que podemos seguir en lucha. No podemos ya hacer justicia a nuestros antepasados aborígenes pero podemos recoger todo lo positivo en términos de reciedumbre que nos han legado para contrabalancear la consecuencia de que en gran parte somos el producto de ese horror. La composición musical de alabanza que cito refleja ese potencial para la acción que les dejo ahora, claro mientras lo escuchan, desenpolven a Marx por si acaso: Ese buen Jesús ya no está en la cruz, sigue alumbrando con su luz.

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