El violinista y aquella mañana de Revolución: Los sucesos del 30 de octubre en Utuado (1)

Con este testimonio En Rojo inicia la conmemoración del septuagésimo (70) aniversario del 30 de Octubre de 1950, hecho trascendental de nuestra historia. Astrid Raquel Cruz Negrón, maestra utuadeña y parte del comité «Utuado no olvida: a 70 años de la Revolucion» que rescata la memoria del evento. Lo hemos dividido en dos partes.

El testimonio de Eladio Lausell

En Utuado varias generaciones han escuchado hablar de Míster Lausell. Más allá de haber escuchado que era un maestro culto y admirado en el pueblo, no conocía detalles de su vida. Era de esos personajes que cuando te crías en el casco urbano de Utuado, creces sabiendo que algo tiene que ver contigo, aunque no sepas qué.

Un día mi madre, Raquel Negrón, me hace entrega de esta libreta escrita a puño y letra por este maestro, con la frase sentenciosa: “tú sabrás que hacer con ella”. La libreta es nada menos que el testimonio de lo que vio Eladio Lausell en los días de la Revolución de 1950 en Utuado, contado con sublime sinceridad. Se la entregó a Mami un héroe anónimo de pueblo, el Señor Héctor Morales, un hombre que le hace favores a todo Utuado, carretea a los que andan a pie y sirve a todas las personas sin llamar la atención. Don Héctor Morales custodió por años esta libreta hasta encontrar en quien confiarla y que no la dejara en el olvido.

Eladio Lausell fue maestro de escuela pública, principalmente en la Escuela Elemental Antonio de Jesús López de Utuado. Era músico, violinista, maestro de violín, pintor, escritor, humorista y conversador profundo. Sus estudiantes recuerdan su calidad humana y su afán por educar más allá de lo académico, integrando en el material formal curricular enseñanzas de la vida diaria, la higiene, salubridad y ética, entre otros asuntos.

Tocaba su violín con frecuencia en reuniones y en su salón en la escuela. Perteneció a varios grupos musicales. Uno de sus alumnos de violín más destacados fue profesor de la Orquesta Sinfónica. Pintaba y dibujaba por encargo. Se le veía a menudo socializando con los habituales parroquianos de los cafés del casco urbano de Utuado en una época de mucho intercambio social y cultural en la zona. Los que le conocieron de cerca aún recuerdan con afecto su calidad humana. Divulgar sus memorias de uno de los actos de represión más violentos vividos en nuestro país, es un ataque al silencio y al miedo que nos han querido imponer.

Astrid Raquel Cruz Negrón

Los sucesos del 30 de octubre en Utuado (1)

Por Eladio Lausell

30 de octubre de 1950

El 30 de octubre de 1950 era yo maestro elemental en la escuela Antonio de Jesús López, y la directora era la Sra. Petra Vázquez.

Yo vivía temporeramente solo, en un cuartito de los Pinos. Mi esposa Carmen Iris Hernández se encontraba atendiendo a su padre, Juan Agudo Hernández, que se encontraba muy grave, en el barrio Palmarito de Cuba.

El día 30 de octubre, a las 11 de la mañana, salí para ir a almorzar, pero antes fui a la tienda de Carlitos Montalvo, a procurarme cigarrillos.

Al llegar a la tienda, se notaba cierta agitación en las calles, y frente a la tienda pasó un jeep de la policía, y los uniformados iban con carabinas y correas de cartuchos.

En la tienda me dijeron que había una rebelión, y que en Arecibo habían asesinado al teniente Villanueva, natural de Utuado.

Muy alarmado me retiré a mi casa para almorzar y luego ir a recoger a mi esposa, dándome cuenta que el tiempo era animoso.

A mi me llevaban una fiambrera que tenía contratada doña Carmen, la madre de Pello Bermúdez.

Tan pronto terminé de almorzar, bajé al pueblo, con el propósito de tranquilizar a mi esposa. Cuando ya llegaba a la calle Dr. Cueto, me dijeron que las clases de la tarde quedaban suspendidas, por motivo del peligro, y vi muchos padres que habían venido a buscar a sus hijos.

Pasaba yo frente a la escuela Francisco Ramos cuando me encontré con Fernando Recio, en cuya casa se había alojado Corretjer una vez. Estaba muy nervioso y me aconsejó que no fuera al pueblo, porque había tiroteo. Se decía que Heriberto Castro, Tony Ramos, Pitote, José Ángel Figueroa, Rafael Negrón, y otros, se habían alzado en armas y hacían frente a la fuerza pública. Que habían matado un bombero, quemado el correo, y asesinado a Henry Kolb, el postmaster. Luego se vio que esto último no era cierto.

Yo conocía Heriberto Castro. Su padre, don Pedro, había sido apremiador de rentas en la colecturía de mi padre. Nunca pensé que Heriberto se “dispararía la maroma” que se disparó ese día, y nunca lo vi tan grande como entonces, y al lado de él me sentí como un gusano. Él sabía que yo era independentista, pero me tenía por independentista flojo y nunca se le escapó anticipar lo que luego hizo.

De Tony Ramos, sabía yo su fama de guapo, pero ese día demostró que no era un simple guapo de barrio.

Y de Rafael Negrón, que fue mi discípulo cuando yo enseñaba ciencia a los veteranos, hasta ese día no supe que era nacionalista.

Como dije antes, Fernando Recio me aconsejó que nos fuéramos a la Playita, pero yo le dejé y no le hice caso, pues tenía que ir a tranquilizar a mi esposa.

La calle Dr. Castro estaba imponente, desierta. Todos los carros alineados a la derecha, y los vecinos atisbando desde las esquinas, curioseando si ánimo de inmiscuirse.

Yo entré por la prolongación de la Calle Colomer que va por detrás de la escuela Seijo. Seguí la calle Colomer con dirección al este, y ya se escuchaban disparos.

Cuando llegué a la intersección Colomer-Washington, vi que los guardias disparaban carabinas y revólveres desde la esquina del restaurant El Yumurí, con dirección a la casa de Damián Torres, en donde se habían refugiado los nacionalistas alzados. Eso era así porque para ese tiempo el cuartel de la policía era en los altos del Yumurí.

Seguí caminando por la calle Colomer y al llegar al cruce de la calle Colón, vi que desde la esquina disparaban dos o tres guardias, también hacia la casa de Damián, y a uno de ellos se le salían las balas de la maza y se caían, de puro nervioso.

Más adelante, y siempre por la calla Colomer, y al alcanzar la intersección con la calle Sánchez López sonaron varios disparos rápidos, como de pistola, y me metí de rondón en la casa en que vivía doña María Libertad Gómez, al lado de la de Cabán, en lo que amainaban los disparos, y cuando la cosa estuvo más tranquila, llegué por fin a la casa de mi esposa, donde mi suegro estaba muy grave del corazón.

Por la noche nos retiramos para dormir, cosa que no pudo hacerse con tranquilidad, por la agitación del momento.

Como a las diez se oían en las calles de Cuba, disparos que la Guardia Nacional hacia al aire, para imponer la queda y limpiar las calles de curiosos.

Más tarde, entre el 11 y 12, un intenso tiroteo cerca de la plaza. Debió ser cuando sacaron a los nacionalistas de la casa de Damián.

El martes 31, como a las siete, los aviones de la fuerza aérea de la Guardia Nacional, ametrallaron el pueblo. Yo  hice que todo el mundo en casa se lanzara al suelo. Se oían unos estampidos corridos; luego, como un eco, una repetición del mismo grupo de estampidos, no tan fuertes. es decir; los disparos, y después, el momento cuando las balas silbaban cerca de las casas.

Hubo gente que dijo que se trataba de balas blancas, pero los agujeros que había en las paredes de cemento de la escuela Antonio de Jesús López y otros sitios demuestran todo lo contrario.

Contra este ametrallamiento después de controlada la situación y muertos o presos los nacionalistas, tronaron en la prensa los padres capuchinos, y el Sr. Rafael Rodríguez en cartas dirigidas a los periódicos.

El miércoles 1 de noviembre por la noche, los (guardias) nacionales, desde la calle de la panadería junto al mercado, cambiaron disparos con varios nacionalistas parapetados en la loma de don Toto Rullán. Estos disparos dejaron huellas en las paredes de la panadería, y por poco matan con ellos al Bobo Burgos, que por bobo no se cubría. Suerte fue que los panaderos lo halaron para adentro de la panadería. En este tiroteo, los nacionalistas usaban pistolas y los (guardias) nacionales sus rifles. Era notable el contraste entre los tiros rápidos y secos de las pistolas, y el estampido fragoroso de los rifles.

Luego los durmientes podían oír el rumor de pies descalzos que huían por los callejones de Palmarito. Al día siguiente, jueves, Marrero, y otros varios policías, andaban a caza de nacionalistas por la loma de Toto.

En esos días adquirió gran fama el guardia Cacho, porque solito se aventuró por la barriada Cataño, donde se dice que abundaban los nacionalistas.

Luego se supo que los empleados de correo y de Servicio Selectivo estaban choteando a medio mundo, y que Pedro Matos, Millo Cortés, Chú G. Ortiz, Carlos Jordán, y otros, habían caído presos.

Yo me sentía avergonzado, porque siendo independentista no había hecho nada por cobardía, y decidí entregarme y pensé: “por lo menos -sirvo para que me cojan preso.”

Y como me dijeron que el cabo Acosta, hoy teniente, era el que andaba con la lista de  los fichados, envié yo donde él a una señora llamada Cambucha, para que me apresase si yo estaba en la lista, pero él me envió a decir que mi nombre no estaba en la lista, que no fuera pendejo porque me hacía sospechoso.

Luego supe que Castro y los de la Junta Nacionalista habían quemado todas las listas para no incriminar a nadie, y que los esbirros solamente tenían listas muy antiguas de gentes que habían sido nacionalistas, pero que luego se retractaron por cobardía, y en esas listas aparecían la propia María Libertad Gómez, el alcalde Ermelindo Santiago y varios asambleístas municipales.

Por fin retiraron la Guardia Nacional un día lunes. Se dice que estaban muy nerviosos y por poco matan a una nena, familia de don Juan Menchaca. Estaba este señor abriendo su tienda, cuando un (guardia) nacional que estaba en la esquina de la plaza se le escapó un tiro que pasó entre las piernecitas de la niña que estaba al lado de don Juan. Don Juan se “enfogonó” y les gritó: “¡Carajo, si ustedes  tienen miedo, ¿para qué los mandan?”.

Como dice la gente es que los nacionalistas eran gente bisoña que nada entendían de táctica miliar, y que por lo tanto ellos mismos se buscaron una trampa al meterse en la casa de Damián Torres. Éste, que era el jefe del partido en Utuado, y que luego fue preso, se acobardó y se refugió en el hotel Riverside. Que uno de los apresados en la casa de Damián fue un pobre hombre campesino que solamente fue allí a llevar una bandera.

Que por la tarde, uno de los que estaban en la encerrona, logró huir por un poste que había junto a la casa de Damián.

Que Heriberto Castro murió de un balazo, y su compañeros lo acostaron en una cama, y lo cubrieron con la bandera puertorriqueña.

Que el cabo Pardo quería el solo, temerariamente, subir a sacar a los nacionalistas, pero los demás guardias lo convencieron que sería un acto suicida.

Solamente cuando llegó la (guardia) Nacional, y emplazó las ametralladoras en la plaza, y los conminó a rendirse tras haber agujereado la casa con varias ráfagas, entonces fue que los nacionalistas bajaron con las manos en alto. Luego se supo que, de no rendirse los nacionalistas, la casa  habría sido volada con granadas.

Al bajar los nacionalistas, se les despojó de las correas y se las cacheó. Que el cabo Pardo les gritó: ‘¿Dónde están las guaperías ahora?’. Y que Tony Ramos le ripostó, “Pues suelta el revólver y vámonos a las manos para que vea.’

 

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