Encontrado en las redes: Que hablen de mí aunque sea mal

(Lo importante es que hablen)

Eso es lo que paga. Se llama fama.

La vida en el país o para ser precisos en todos sitios y desde hace tiempo, se mide en rating y eso es lo que le da valor a todo. Lo pueden dejar aquí porque añado poco más.

Ser Influencers o lo que es igual a tener fama y que se me siga o que se me conozca por la razón que sea, es lo que importa. Nada es nuevo. Llevo décadas viéndolo y sobre todo observándolo crecer. Hoy a diario vemos la creciente entrega al entretenimiento en todos los ámbitos de la comunicación y de la vida. Eso, cueste lo que cueste y cuéstele a quien le cueste es es la orden del día.

«Dar el palo» es el viejo concepto que conocí por primera vez cuando solo lo escuchaba en contextos relacionados con los medios de prensa y por voz de periodistas. Comenzó nombrando lo que realmente era una carrera y competencia entre ellos. Algunos medios exigían documentación de prueba o confirmación de fuente confiable y además, corroboración de una segunda fuente antes de publicar La segunda corroboración se volvió humo cuando fue sometida a la presión de las prisas que conlleva el «dar el palo primero»

Gradualmente lo veo transformarse en lo que tenemos hoy, eso es, el éxito medido por la primicia y no por el contenido ni el valor social de la información. Citar y describir lo que te cuenten, inclusive jugar a analizarlo cuando realmente lo que hacen es buscar «dar el palo» antes que lo haga otro, es el centro de la cosa. Recibimos a diario noticias y análisis sin verificar, sin ponderar, sin medir su contenido y el efecto en las personas de quien se habla o a quienes se le «informa» , sin pensar en el público o pensarlo únicamente como consumidor, como último pagador de lo que vendo. Hoy esa es la regla. La confusión y los tiros a mansalva (metafóricamente hablando) son la noticia.

Nada nuevo en lo que describo, solo intereso señalarlo y añadir que no se estrena nada. La diferencia es que hace décadas se daba exclusivamente en los medios de prensa escritos, radiales y televisivos. Hoy, y desde el inicios de las llamadas redes sociales para acá la práctica en forma creciente arropa a todos. Hoy, José Cualquiera y María Quiensea, informa, divulga, analiza, acusa y condena. A eso, acompañado con poco o ningún análisis sobre sus efectos y sobre lo que realmente se hace, le llamamos democracia y libertad de expresión. Esa práctica sale de todos o cualquiera y azota a todos.

La gravedad de todo esto es que no hay área del quehacer humano que quede ajeno a ello. Agudiza el problema el hecho de que además parece haber una presunción de veracidad y legitimidad sobre todo lo que se dice después de que un medio comercial o como le llaman a las redes sociales, el internet, lo recoja y lo repita. Ante todos nosotros que somos el público, a diario se presenta una bandeja informativa para nuestro entretenimiento. Se recibe en muchos casos sin pensarlo, sin pasarlo por cedazo mental alguno porque el conocimiento necesario para pensar, los métodos de búsqueda de información veraz, o la legitimidad de quien y de lo que se divulga, son los grandes ausentes en éste circo.

Todo es y se reduce a llamar la atención, lo importante es que me vean, me lean, o me escuchen porque al fin y al cabo eso es lo que paga y lo que pega. Otros miden su beneficio en la medida en que provocan daño al oponente. Éste principalmente se da entre figuras políticas cuya vida cotidiana se gasta en eso, en ataques a otros sin que se requiera confirmación de lo que dicen y sin que se les penalice por hacerlo. Este es otro tema, parecido pero otro. Precisamente ahí en la divulgación está la ganancia para el que da a conocer algo, lo que sea, sobre otra persona sin que se requiera probar o sustentar lo que se dice.

La diferencia entre la Comay y muchos otros se va diluyendo, la distancia se achica día a día hasta donde estamos, cuando la única diferencia parece ser si habla una muñeca o alguien con corbata o vestido ajustados y tacones imposibles. El fondo es el mismo, llamar la atención y que me paguen más por hacerlo. Al fin y al cabo todo está a la venta. Caiga quien caiga. Le duela a quien le duela y, por qué no, muera quien muera. Mientras, vendemos lo que nos paguen por vender, los criterios para decidir lo que nos conviene desaparecen como también desaparecen por destrucción hasta su demolición, aquellos que intentan oponerse y cambiar tan trágica realidad. Son pocos, y serán menos los que expongan su intimidad y hasta sus cuerpos a favor del cambio. El precio lo pagamos todos, incluyendo a los que hoy bailan cada vez que se masacra a alguien destruyendo su reputación.

Todo va todo va. Los cedazos éticos y de moral social, política y hasta revolucionaria, se ven como cosas caducas porque nadie quiere o puede hablar de ideas básicas que requieren consensos mínimos urgentemente. Rechazamos el hecho de que estos acuerdos, insisto que hoy son mínimos, son indispensables y urgentes para sobrevivir como sociedad o como grupo. No, no se puede porque todo se ve según el color del lente con que se mira. Vivimos en un mundo de confusión en el que con frecuencia cada cual hala para su lado y en el que al querer botar la mugre, o para ser más clara, cambiar lo que nos hace daño, tiramos a la alcantarilla al bebé junto al agua sucia.

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