Invitación para retomar la Profecía

 

Especial para En Rojo

 

El mundo actual está marcado por el enorme agravamiento de desigualdades sociales, proliferación de guerras que se internacionalizan y la inhumanidad con que se trata a migrantes y refugiados. En este contexto, es terrible constatar que no pocos sectores de la jerarquía católica y también evangélica y pentecostal asumen posiciones conservadoras que apoyan y legitiman políticas de derecha contra las causas de los pueblos empobrecidos. En parroquias y comunidades locales promueven una especie de devocionalismo superficial de corte espiritualista, que parece inocente pero encubre un ritualismo religioso que intenta ahogar la profecía de la fe y legitima una sociedad injusta e inhumana. También se intensifica la intolerancia y persecución contra los grupos espirituales negros e indígenas.

Frente a esta realidad, cada día se hace más urgente retomar la profecía de que Dios, si existe, sólo puede ser Amor e Inclusión. Y que cualquier grupo o Iglesia, si pertenece a Dios, sólo puede ser promotor de Paz, Amor y Justicia.

Hace casi 60 años, en noviembre de 1965, durante la última sesión del Concilio Vaticano II, en Roma, un grupo de 40 obispos católicos se reunieron en las Catacumbas de Domitila, lugar de encuentro simbólico de las comunidades cristianas de los primeros siglos, y allí firmaron lo que se conoció como el «Pacto de las Catacumbas». Afirmaron así su compromiso de simplificar su estilo de vida y empobrecimiento personal para vivir en mayor comunión con los sectores más pobres del mundo.

En América Latina, en 1968, en la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, los obispos afirmaron: «Que aparezca cada vez más claro en América Latina el rostro de una Iglesia pobre, misionera y pascual, desprendida del poder temporal y valientemente comprometida con la liberación de todo ser humano y de toda la humanidad» (Medellín. 5, 15).

En 2019, en Roma, durante el Sínodo para la Amazonia, obispos, sacerdotes, misioneros y pastores evangélicos, junto con representantes de los pueblos originarios renovaron la Alianza, asumiendo el mismo compromiso de comunión con los pobres y «por una Iglesia de rostro amazónico, pobre y servidora, profética y samaritana».

La fe cristiana viene de Jesús, que vivió la fe como profecía. Según los Evangelios, habló de sí mismo y fue reconocido como profeta. Por tanto, la profecía no es sólo un aspecto secundario de la fe o de la misión de las Iglesias. Al contrario, la dimensión profética de la fe es el eje fundamental y estructurador de toda la vida y acción de Jesús y debe ser también el eje de nuestra vida y misión. Para reafirmarlo, cristianos de diversas Iglesias se movilizan e invitan a las personas de otras religiones a renovar juntos, de alguna manera, el compromiso de las Iglesias y religiones por la liberación de toda humanidad y de la madre tierra.  Es necesario expresarlo de modo que reafirme la fe en la Vida y en la posibilidad de un mundo nuevo como proyecto sóciopolítico  y como realización del proyecto del Amor Divino.

 

 

 

 

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