Especial para CLARIDAD
Durante la campaña electoral presente y en muchas ocasiones previas, se ha argumentado que los independentistas son una amenaza para la continuidad de las ayudas federales. El temor a perder estos fondos es comprensible por la alta cantidad de personas que reciben estas ayudas y por la importancia que tienen en el presupuesto personal y familiar.
Los fondos federales que reciben amplios sectores de la sociedad puertorriqueña son solo un aspecto de la dependencia extrema que tienen los puertorriqueños respecto a los Estados Unidos. La relación actual con los Estados Unidos está diseñada para obligarnos a consumir productos estadounidenses. Una cantidad altísima de los productos que consumimos vienen de los Estados Unidos o a través de los tratados comerciales de ellos. Se nos ha colocado en una posición tal que la sociedad puertorriqueña carece de viabilidad económica. Hemos llegado al punto de no tener la capacidad para crear y sostener un desarrollo moderado autónomo. Las ayudas federales son necesarias porque estamos en una situación de subdesarrollo y de dependencia extrema. ¡Por eso es que son necesarias! Según tengamos un desarrollo más auto-sustentable, la necesidad de ayudas federales desaparecerá en la misma proporción.
Como es de todos conocido, el Partido Nuevo Progresista siempre ha apoyado, de una manera enfática y entusiasta, la adopción en Puerto Rico de todo lo estadounidense incluyendo los grados más altos de dependencia. Han puesto gran énfasis y esfuerzo en aumentar la dependencia económica de los Estados Unidos en Puerto Rico, pensando que con ello se acerca la estadidad y se va eliminando, poco a poco, el nacionalismo puertorriqueño.
Pero hay una contradicción seria en esta estrategia, y esa contradicción, a su vez, produce un dilema político.
Veamos la contradicción:
Nunca en su historia, los Estados Unidos de América han aceptado como estado a un territorio con una dependencia estructural tan grande que sus ciudadanas y ciudadanos no pudiesen contribuir económicamente a la nación. Nunca ha sucedido que se aceptase un territorio como estado con grandes sectores de su población que no pudieran pagar impuestos federales y tuviesen que ser mantenidos indefinidamente. Nunca se ha aceptado un territorio como estado bajo estas condiciones porque eso sería contrario a la estructura económica interna de la nación.
La estructura económica interna de los Estados Unidos no está basada en que el gobierno federal sostenga a los estados. Está basada en que los individuos que viven en los estados sostengan con los impuestos que pagan al gobierno, tanto local, como estatal, como federal. El gobierno federal usa el dinero que recibe de ciudadanos y corporaciones, para realizar las funciones que le son asignadas constitucionalmente y contribuir al bienestar de la nación, ayudando a los estados según la ley federal lo permita.
¡Ese es el arreglo! Y eso es en lo que una economía tan dependiente como la de Puerto Rico, no se podría insertar.
Como si fuese poco, y en relación con esto, hay que mencionar que el movimiento estadoísta puertorriqueño nunca, en su historia, ha presentado un plan específico y detallado sobre cómo funcionaría la economía de Puerto Rico bajo la estadidad. ¿Cómo es que se va a sostener la estadidad con una economía subdesarrollada y la mitad de la población recibiendo ayudas del gobierno para subsistir? ¿Cómo vamos a pagar impuestos federales? Para que la estadidad sea viable hay que reducir seriamente los niveles de dependencia aumentando la autosostenibilidad.
Y si es así, ¿por qué es que los estadoístas apoyan la dependencia?
Porque la dependencia extrema es su único instrumento para combatir el nacionalismo cultural y evitar que se convierta en un nacionalismo político. En este caso, la contradicción respecto a la dependencia económica extrema que he explicado, produce, para la estadidad, un dilema a nivel político.
Veamos el dilema:
Puerto Rico tiene una cultura y una nacionalidad propia, resultado de la convivencia y la creatividad de varios siglos. Esa nacionalidad no se expresa en las contiendas partidistas, excepto en situaciones excepcionales, pero está siempre latente y lista para resurgir en cada momento en que aparezca la oportunidad de expresar el orgullo nacional. Este es el verdadero gran enemigo de la estadidad. Esto es lo que los movimientos estadoístas han tratado de disimular, de pasar por alto y de reprimir siempre que les ha sido posible.
Cuando en Puerto Rico se desarrolle una economía relativamente autosustentable, cuando los puertorriqueños sientan y piensen que su país es viable y que esa viabilidad se debe a su esfuerzo y a su creatividad, ¿van a preferir ser estado? ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Porque se sienten ser más estadounidenses que puertorriqueños? Yo pienso que NO y creo que los líderes estadoístas piensan que NO. También creo que esa es la madre de todos sus temores.
En suma, en Puerto Rico el movimiento estadoísta ha apoyado el aumento de la dependencia económica, pero al aumentar la dependencia se ha reducido las posibilidades reales de viabilizar económicamente la estadidad. Para que la estadidad sea viable hay que reducir seriamente los niveles de dependencia aumentando la autosostenibilidad. Pero, si reducen la dependencia económica, se arriesgan a que el nacionalismo latente en Puerto Rico se manifieste políticamente.
Las paradojas y dilemas que produce la dependencia extrema no se limitan a los estadoístas. También afectan a los independentistas.
En este momento en que nos encontramos, los niveles de dependencia económica son tan altos que la independencia tampoco es posible a corto plazo. Juan Dalmau no podría traerla aunque quisiera.
La independencia, y creo yo que la estadidad también, requeriría un programa serio de sustitución de importaciones, la cooperación económica clara y decidida de los Estados Unidos y un programa de desarrollo económico y social que contase con el compromiso firme de dos generaciones de puertorriqueños. Ni la estadidad, ni la independencia, ni ninguna otra fórmula de estatus se hace viable de la noche a la mañana. Ningún candidato a la gobernación puede cambiar eso.
Este articulo se publicó previamente en nuestra edición impresa de septiembre