Los Honorables: De Roma a Puerto Rico

Casi todo el mundo conoce la historia del asesinato de Julio César a manos de un grupo de senadores romanos encabezados por Bruto. Lo que quizás pocos saben es que Bruto era un prestamista, acreedor de Roma, y que Julio César había propuesto una serie de programas para salvar a Roma de sí misma, entre los que destacaba una reforma orientada a la reestructuración de la deuda, incluyendo en ciertos casos la cancelación. Para que el lector no se entusiasme más de la cuenta valga recordar que Roma era cabeza de un imperio y Puerto Rico es una colonia. De todas maneras, estipulada la diferencia, hay que reconocer que no son tantas las cosas nuevas bajo el Sol.

El citado hecho histórico le sirvió de pie forzado al economista norteamericano John F. Henry en su alocución al recibir el premio “Veblen-Commons” –máximo galardón que otorgan los economistas institucionalistas en Estados Unidos– correspondiente al año 2017. Básicamente, Henry se pregunta cómo es posible que hombres “honorables” como Bruto accedan a la riqueza y al poder político.

Lo de “honorable” viene de la tragedia Julio César, de Shakespeare, en la que Marco Antonio usa la palabra como mote para, en lugar de elogiar, acusar a Bruto:

“…vengo a hablar en el funeral de César.

Fue mi amigo; justo y fiel para mí;

pero era ambicioso, dice Bruto;

y Bruto es un hombre honorable.

Cada vez que los pobres se quejaron,

César lloró. La ambición debería

estar hecha de material más duro.

Pero Bruto dice que era ambicioso,

y Bruto es un hombre honorable.

…por tres veces le ofrecí una corona

de monarca, que rechazó tres veces.

¿Era eso ambición?

Pero Bruto dice que era ambicioso,

y, a no dudarlo, es un hombre honorable.”

Henry hace una breve relación histórica para demostrar que el tope de la estructura social ha estado continuamente ocupado por hombres “honorables”. Al examinar su conducta real –no la que antaño cantaran los juglares en las cortes ni la que en estos tiempos destilan los medios de propaganda– concluye que, con pocas excepciones, dicho estrato ha sido y es la sede de asesinos, depredadores sexuales, ladrones, matones, mentirosos, hipócritas, demagogos y oportunistas.

¿Por qué se niega o tolera tal orden de cosas? ¿Cómo puede reconciliarse la retórica de la honestidad y la igualdad con la realidad de la deshonestidad y la desigualdad? En todas las épocas, desde la economía de la esclavitud hasta el orden feudal y ahora bajo el capitalismo, las ideas que circulan libremente por todo el entramado social son las de la clase dominante. Este hecho explica muchas cosas, incluso el fatalismo de muchas personas cuando exclaman “siempre es lo mismo aunque no sea igual”.

Para justificar el dominio y la desigualdad se apela a ciertas creencias centrales. Durante los tiempos de la esclavitud se apeló a la supuesta inferioridad natural que en algunas instancias cobró la forma de racismo, virus cultural todavía presente.

En el feudalismo la centralidad le correspondió a la religión. La validación de la desigualdad radicaba en la relación especial que los “honorables” tenían con la deidad (o deidades). Los siervos venían obligados a trabajar para unos señores a cambio de la “seguridad” que, por mandato divino, éstos le proporcionaban.

Bajo el sistema capitalista se ha cultivado el individualismo: los pobres y desposeídos lo son por vagos y carentes de previsión mientras los ricos y poderosos lo son por su capacidad de trabajo y hábitos de ahorro. ¿No resume esto la versión vulgar de la llamada doctrina neoliberal? Y claro, para que el barco no se hunda y para que los “honorables” hagan gala de su generosidad, no faltan las transferencias públicas y las obras de la caridad privada, provenientes las primeras de los impuestos y cotizaciones que pagan los ciudadanos y las segundas de las ganancias que le generan los trabajadores a sus patronos. De esta manera, el que pasa por penurias económicas se siente culpable. Con sus deudas se especula. Su contraparte, el que acumula riquezas, se siente realizado. Entre ellos se encuentran los especuladores, los buitres.

A la luz de tales ideas los “honorables” lucen como ciudadanos respetables, dignos de admiración y emulación. El lado oscuro de la fuerza permanece en la sombra. Se trata de hombres –y algunas mujeres también– de gran “solvencia moral” que gozan de dos grandes ventajas: es fácil tomar al avieso ladrón por hábil emprendedor y a todos les sobran defensores y testaferros. De eso se ocupan las escuelas profesionales que están eminentemente diseñadas para proveerles servidores.

No obstante, aquí y allá asoman sus debilidades y contradicciones. Ante la profundización de la crisis socioeconómica se torna patente la pauperización intelectual del estrato gobernante. En Puerto Rico –también en otros lares, lo que nunca debe servir de consuelo– reina la incertidumbre, la incoherencia, la ceguera, la incompetencia…

Hoy día la sociedad está cada vez más fragmentada, dominada por grupos de interés de todo tipo. Cada uno de estos grupos favorece las políticas que reflejan sus intereses y bloquea aquéllas que los contradicen. Se trata de una lucha entre intereses particulares. El interés general, aunque retóricamente invocado, no es el que prevalece. Ni siquiera se articula coherentemente.

Para representar el interés general en Puerto Rico hay que estar dispuesto a vencer dos condiciones que están entrelazadas: la desigualdad y la colonia. El desarrollo de este país requiere la descolonización de todos y la reivindicación de los de abajo. Poco se logra con gestos individuales o con actos ceremoniales. La organización, la educación y la movilización política son imprescindibles si no se quiere delegar el análisis y la transformación social a los mismos “honorables” de siempre. Éstos han estado y están muy bien representados por las administraciones gubernamentales del binomio PPD-PNP y por la Junta de Supervisión (Control) Fiscal.

Las prioridades inmediatas de los “honorables” –de aquí y cada vez más de allá– son claras: contratos de toda índole y el servicio a la deuda. Sus víctimas han sido señaladas: Universidad de Puerto Rico, Sistemas de Retiro, empleados públicos, estudiantes…, en fin, los vulnerables. Quizás, a diferencia de Bruto, carecen de la vocación para matar –aunque no hay que confiarse demasiado– pero, sin lugar a duda, sí tienen la de cobrar.

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