Maggie, Maggie, Maggie: Tres veces María Solá

Foto tomada del FB de Néstor Colón

 

 

Especial para En Rojo

Como tantas otras cosas en nuestros días, me entero por un mensaje de correo electrónico que ha muerto María Magdalena Solá, mi querida amiga Maggie.

La noticia no me toma por sorpresa pues desde hace ya mucho sabía que no estaba bien de salud; lo sabía porque había dejado de contestar mis llamadas.  Pero la confirmación de lo que ya me sospechaba no deja de ser un duro golpe que se podría definir con versos de Vallejo.  Son esos golpes, como dice magistralmente el poeta peruano, “los heraldos negros que nos manda la Muerte”.  Duelen mucho esos “potros de bárbaros Atilas”, aunque los estuviéramos esperando.  La espera no niega la sorpresa ni aminora el dolor.  Ni tampoco destruye la imagen de la amiga que me he ido creando desde hace años y que guardo como su retrato fidedigno que me impide verla de otra forma.  La recuerdo – hasta la veo – como la vi por primera vez.

Cuando llegué a nuestra universidad ya Maggie era allí una figura que se destacaba por su porte y por su inteligencia.  Yo, mero estudiante, no me atrevía a acercármele ni a hablarle cuando la veía en el Seminario Federico de Onís, charlando alegre e inteligentemente con otros colegas.  Sobre todo, la recuerdo en diálogo con Luis de Arrigoitia, director del Seminario, y con su gran amiga Angelina Morfi.  Yo no era quien para participar en esas conversaciones que sabía importantes.  Sabía que Maggie trabajaba en una tesis doctoral sobre Pablo Neruda y que se interesaba también por la poesía de José Martí.  Alumna predilecta de Ángel Rama, el crítico uruguayo que entonces era profesor visitante en nuestra universidad, la vi – guapa, segura, brillante – participar en un simposio sobre la obra del prócer cubano.  Allí estaban figuras que en el momento consideraba casi sagradas: doña Margot, Nilita.  Ella, mi primera Maggie, se destacaba entre ellas con la seguridad que le daba su brillantez, brillantez que nunca caía, ni siquiera bordeaba en la pedantería porque era una brillantez humilde pero segura de sí misma.

Mi segunda Maggie vino más tarde y el puente para llegar a ella fue su libro sobre Neruda, libro que leí con gran interés y que comenté en las páginas de esta misma revista donde ahora esbozo un retrato suyo con tres rápidos brochazos.  Pero más que su libro sobre Neruda la pincelada que mejor dibuja y define para mí esta segunda Maggie fueron los trabajos suyos que aparecían en revistas nuestras del momento.  Entonces yo me había atrevido a publicar un ensayo sobre el machismo en René Marqués; apareció en la revista Sin Nombre.  Ese texto tiene su complicada historia editorial, pero lo que me importa ahora es que un poco más tarde en la misma revista Maggie publicó un ensayo sobre el tema con el cual me daba – sin que ella lo intentara ni lo supiera – una gran lección sobre la crítica literaria.  Mientras mi texto estaba marcado por una urgencia que deformaba en parte mis argumentos, el suyo era sobrio, calmado, bien pensado.  Muchos años después pude decírselo y darle las gracias por la lección que de ella aprendí.  Y ahora de las vuelvo a dar: ¡Gracias, Maggie, por todo lo que me enseñaste sin que asumieras el papel de maestra!

Mi tercera Maggie más que triste es distanciada y difusa.  Tras su jubilación como profesora en Mayagüez y tras la muerte de su esposo, Alberto, ella se mudó a California con uno de sus hijos.  Hablábamos por teléfono casi todos los sábados por la tarde.  Charlábamos de política y de los textos que leíamos.  Su mundo familiar permanecía como un telón de fondo, pero no se hablaba sobre su día a día.  De pronto las llamadas se hicieron menos regulares hasta que ya no fueron más.  Respeté su silencio porque no sabía qué le pasaba, aunque me lo sospechaba.  Pero más que nada respeté el silencio de mi tercera Maggie porque quería fiel y fieramente conservar la imagen de mis primeras dos.

Y hoy así la recuerdo: brillante, generosa, comprometida, guapa, cariñosa, humilde pero comprometida con su mundo.  Hoy no dejo de recordar su voz tan propia y sé que me diría que agradece estas palabras porque mi Maggie era ejemplarmente humilde y porque sabría que hoy en mi casa, donde no se reza, se brindará por su memoria.  ¡Maggie, Maggie, Maggie!

 

27 de febrero de 2023

 

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