Michel Foucault Filosofía y Práctica

“Every thought is a discontinuous thinking”.

G. Canguilhem

Que solos se quedan los vivos. Esa es la sensación que suscitó la muerte prematura de Michel Foucault en 1984, apenas 57 años de intensa labor intelectual y política. Lo recordamos porque se solidarizó con las oprimidas y los oprimidos del mundo. Nos enseñó que el poder construye discursos que desmovilizan a la gente. Aprendimos a reconocer palabras tendenciosas que inculcan la idea falsa de que la injusticia corresponde a un orden inmutable. Somos, reitera en sus inolvidables libros, objetos de un complejo y difuso entramado de poder, que, paradójicamente, suscita resistencia.

“Michel Foucault es”, dijo Pierre Mauroy, primer ministro de Francia, “uno de los grandes filósofos franceses contemporáneos”. Toni Negri expresó que Foucault posibilitó “una nueva manera de actuar políticamente”. Historiador y filósofo, se le reconoce como una de las voces más lúcidas, comprometidas y controversiales de la posguerra del siglo XX. Al fallecer el pensador, un grupo de intelectuales de diversas partes del mundo se preguntó en una columna publicada en el diario parisino Le Monde: “¿Dónde están los Michel Foucault del mundo?”

Rememorando a Foucault, deseo destacar algunos temas medulares de forma muy esquemática.

Arqueología y Discontinuidad

Michel Foucault invita a revisitar la historia en busca de rupturas y discontinuidades. Su visión contraviene la idea tradicional de que la historia consiste en superficies continuas tersas, una sucesión lineal y homogénea de eventos. Debemos explorar, dice el filósofo, no las unidades totalizantes de tiempo sino las fracturas, las divisiones que surgen de contingencias inherentes al momento histórico. Es decir, por ejemplo, que, si Luis XVI hubiese convocado a los Estados Generales con alguna frecuencia y tomado en consideración los intereses de la burguesía, los discursos de Robespierre no hubiesen sido influyentes. El debilitamiento del feudalismo y el creciente poder político y económico de la burguesía fueron circunstancias históricas que propiciaron el papel protagónico del líder revolucionario.

Para su proyecto arqueológico, Foucault enfoca las interacciones y las transformaciones que reflejan los discursos. Lo que implica es provocador: no es la historia lo que cambia, sino las maneras de pensar. De hecho, en su Arqueología del saber, le adjudica a la historia de las ideas haber evolucionado de la linealidad del tiempo al “fenómeno de ruptura, de discontinuidad” (5). Se trata, dice el pensador, “de detectar la incidencia de interrupciones” (4).

Aun así, contrasta su método con el de la historia de las ideas y concluye que su proceso de análisis soslaya generalizaciones y continuidades preconcebidas mediante una mirada concreta y específica para develar las diferencias y las asimetrías del discurso. Foucault expone que existe una actividad que le diferencia de otras maneras de examinar la historia: cuestionar el documento. Este paso conlleva cuatro diferencias: se cuestionan ideas recibidas a priori que conforman la historia. Segundo, la discontinuidad se convierte en categoría de cuestionamiento crucial. Tercero, colapsa la idea de una “historia total”. En su lugar prevalece la idea de una “historia general”, reconociendo el carácter imaginario de las continuidades. Y cuarto, la metodología historiográfica encara complejidades que había logrado eludir con éxito con respecto a delimitar documentos y establecer límites a la hora de examinar grupos, regiones o periodos.

La microfísica del poder

En el imaginario popular, el poder procede de “arriba”; se le asocia con un individuo que acciona sus efectos sobre personas jerárquicamente inferiores. Constituye una expresión de potestad. En realidad, dice Foucault, el poder proviene de todas partes. Descentrado, representa una relación de fuerzas. Los actos constituyen su dinámica; un ejercicio que establece puntos de partida y fronteras; impone posibilidades de pensamiento. Devela las ideas que son socialmente aceptables. Los dispositivos del poder, como los llama Foucault, constituyen el andamiaje que se usa para controlar, delimitar y vigilar al individuo y al grupo. Dado su carácter “capilar”, los mecanismos del poder inciden sobre el cuerpo, las ideologías, los discursos y las actitudes de cada ser humano. Se dejan sentir sobre la cotidianidad de la gente.

Según Foucault, estos forman “un conjunto heterogéneo que consiste en discursos, instituciones, formas arquitectónicas, decisiones regulatorias, medidas administrativas y enunciados científicos, entre otros”.

Foucault no mostró mucho interés en los feminismos. Sin embargo, pensadoras, como Judith Butler y Gloria Anzaldúa, entre otras, se han apropiado de sus ideas para interrogar a la sociedad sobre las subjetividades de género y sexuales, el biopoder y el neoliberalismo.

Disciplina

Foucault pasa revista sobre la evolución de las políticas carcelarias y las maneras en que la sociedad lidia con los transgresores de la ley. Argumenta que la “humanización” de los confinados, libres de torturas o muerte (por supuesto, no en Estados Unidos) supone también el desarrollo de protocolos de control más efectivos: “castigar menos, tal vez, pero castigar mejor”. Más aún, le parece que las reglas que se establecieron para controlar a las personas encarceladas constituyeron una especie de laboratorio, cuya experiencia presenta maneras de vigilar y de intervenir a otros grupos de individuos en otros espacios sociales, desde los hospitales hasta las escuelas. Reconoce, no obstante, que se implementaron elementos auténticos de reforma.

Este académico enfoca al cuerpo humano como elemento medular de análisis. La “humanización” de la política carcelaria resultó en estrategias de “pacificación” del cuerpo, en la “creación” de cuerpos dóciles. Su racionalización integra diversos saberes que incluyen elementos jurídicos y científicos. Mediante la ciencia, la psiquiatría científica, por ejemplo, se trata de explicar las conductas antisociales de los individuos; se construyen un sujeto criminal y las categorías que permiten encasillarlos acorde con su grado de peligrosidad.

Sexualidad

Los saberes sobre la sexualidad discurren paralelos con los aparatos de poder de la sociedad moderna. Su afinidad parte del hecho de que ambos convierten la sexualidad (al igual que el crimen) en un objeto de las ciencias que produce, simultáneamente, saber y autoridad. No solo ciertas personas acceden a las interioridades de la vida sexual de los individuos, como, por ejemplo, los ginecólogos y los urólogos, sino que además imponen normas de conducta sexual bajo el manto autorizador de la ciencia.

En ese sentido, Foucault considera que la sexualidad moderna se ha secularizado. Ya no confesamos nuestras indiscreciones o deseos al sacerdote. Se los revelamos al médico o al psicólogo. La pregunta es: ¿Cómo logran estos gendarmes de nuestra sexualidad acceder a lo inconfesable? ¿Cómo se transforma un discurso personal en objeto de discurso e investigación científica? En su opinión, se nos induce a confesar mediante prácticas y espacios que reconstituyen actividades sexuales en objeto científico mediante representaciones de la sexualidad como causante de males físicos y emocionales, subrayando, “los peligros sin límite” que conlleva; mediante extracción de verdades que el sujeto esconde al confesor secular como a sí mismo. Se interpreta la confesión del individuo desde una presunta óptica de objetividad y cientificidad, trayendo a la luz lo que la persona no puede ver sobre sí mismo; y mediante la medicalización de los efectos de la crisis que puede haber provocado la sexualidad. Recuérdese, por ejemplo, las intervenciones médicas y terapéuticas que tuvieron lugar para “curar” al afamado golfista Tiger Wood de su “adicción al sexo”, confesión que tuvo al mundo como audiencia.

Estética de la existencia

Tal vez movido por sus dificultades de salud, Foucault propone una “estética de la existencia”, parámetro de un yo que construye una vida hermosa y placentera. Examina cómo el yo arma su percepción de sí mismo y las prácticas que lleva a cabo para transformar su manera de ser. Propone una reapropiación del yo desde una perspectiva ética de libertad y responsabilidad. Debemos, dice, amasar la arcilla del yo como si fuese una obra de arte. Esta estética revolucionaria examina “las prácticas mediante las cuales los individuos [usando] sus propios recursos o con la ayuda de otras personas, actúan sobre sus propios cuerpos, pensamientos, y manera de ser para transformarse a sí mismos…”

Sus libros, dice el intelectual palestino Edward Said, conmueve a todo el que los lee. Aun los que disienten, pueden sentir el tono urgente, su preocupación por el otro marginado, confinado. Y es que, subraya Foucault, “la promesa de la Ilustración de acceder a la libertad mediante el ejercicio de la razón ha resultado en una dominación por la razón misma…”

Mauroy, al lamentar su deceso, expresó que ‘’Este gran investigador fue además un maestro, cuyas lecciones trascendieron por mucho las fronteras nacionales de nuestro país.”

Este es el texto de una ponencia leída en el simposio “La teoría desde el Caribe”, celebrado en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, el 20 de octubre de 2018.

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