Por demasiado tiempo, la política en Puerto Rico ha sido un ejercicio de evasión. Los líderes electos —con sus discursos suaves, sus promesas ambiguas y su miedo a la confrontación— han preferido el acomodo antes que la insumisión, el cálculo antes que el coraje. En medio de esta tibieza institucional, el pueblo se enfrenta a fuerzas que no giran como molinos de viento, sino que avanzan como monstruos. Así lo expresó el político francés Jean-Luc Mélenchon, reformulando la célebre frase de Don Quijote: “No son molinos, son monstruos… y vienen tras nosotros.”
Esta metáfora no es literatura decorativa. Es una advertencia. Los monstruos del neoliberalismo —la austeridad impuesta, la privatización de servicios esenciales, la subordinación colonial— no son fantasmas lejanos. Están aquí, en nuestras facturas de luz, en el cierre de escuelas, en la precarización del trabajo, en la Junta de Control Fiscal que decide sin ser elegida. Y sin embargo, muchos políticos insisten en que “no nos afecta lo que diga el presidente de Estados Unidos”. ¿Cómo no nos va a afectar, si somos un territorio no incorporado, una figura jurídica que nos niega derechos fundamentales mientras nos impone obligaciones?
La tibieza política es una forma de complicidad. Es mirar al monstruo y decir: “Quizás no sea tan malo.” Es ver cómo se desmantela la Universidad de Puerto Rico, cómo se encarece la salud, cómo se criminaliza la pobreza, se impone el rascismo y los arrestos contra los inmigrantes y aún así hablar de “colaboración institucional” o “diálogo constructivo”. Es no querer incomodar al amo, aunque el amo nos ignore.
Los líderes políticos de la isla, en su mayoría, han optado por la diplomacia del silencio. Tras el huracán María, mientras miles morían y millones sufrían sin electricidad ni agua, muchos funcionarios se escondieron detrás de comunicados y excusas. La respuesta fue lenta, burocrática, y en muchos casos, inexistente. Mientras tanto, el pueblo se organizaba: vecinos compartían comida, jóvenes limpiaban escombros, comunidades improvisaban centros de ayuda. El pueblo salvó al pueblo.
El huracán María no solo destruyó infraestructura; desnudó la fragilidad del sistema político. La ayuda federal fue tardía y escasa, y el gobierno central colapsó. Fueron los municipios, las organizaciones comunitarias y los ciudadanos quienes asumieron el rol de primeros respondedores. Cayey, Utuado, Adjuntas, Loíza… en cada rincón de la isla, la solidaridad venció al abandono. La gente se convirtió en brigada, en enfermero, en electricista, en cocinero. No por mandato, sino por amor.
Ese momento fue revelador: los políticos estaban por debajo del pueblo al que decían representar. Mientras algunos líderes se preocupaban por la imagen, el pueblo se preocupaba por la vida. Mientras se hablaba de “protocolos”, la gente hablaba de “¿cómo te ayudo?”. La empatía venció a la retórica.
Mélenchon lo tiene claro: la insumisión no es capricho, es deber. En su pensamiento político, la democracia no se mendiga, se exige. La libertad no se negocia, se conquista. Y esa visión es urgente en Puerto Rico, donde el espejismo de la ciudadanía estadounidense ha anestesiado la conciencia crítica de muchos. No votamos por el presidente, pero sufrimos sus decretos. No decidimos nuestra política económica, pero pagamos su deuda. No elegimos a quienes nos gobiernan desde Washington, pero obedecemos sus mandatos.
La frase de Don Quijote, reinterpretada por el político frances, nos recuerda que la lucha política no es contra fantasías, sino contra estructuras reales que nos oprimen. Los molinos eran gigantes para el caballero andante; hoy, los gigantes son monstruos disfrazados de reformas, tratados, tecnocracia y colonialismo financiero.
Es hora de despertar. De exigir a nuestros politicos de izquierda y derecha respuestas concretas, no rodeos. Algunos deben superar su preocupación por los likes. Deben rechazar la tibieza y abrazar la dignidad. De entender que la insumisión no es desobediencia, sino una forma superior de lealtad: lealtad al pueblo, a la justicia, a la libertad.
Porque si los monstruos vienen tras nosotros, que nos encuentren de pie, con la palabra firme, la conciencia clara y el corazón encendido.



