Pasión y vida de René Marqués

A la memoria de Myrna Báez

En su cuento “El ahogado más hermoso del mundo”, Gabriel García Márquez implica que crear, imaginar y descubrir son facultades inherentes al ser humano. Al principio del cuento, niños especulan sobre un bulto oscuro que se acerca a la orilla. Fantasean con la posibilidad de que sea un barco pirata. Finalmente, constatan que se trata de un cadáver. Descubrimientos históricos confirman la percepción del escritor.

El 12 de septiembre de 1940, cuatro adolescentes franceses buscaban un perro. Así, los jóvenes descubrieron para la humanidad las magníficas pinturas rupestres de la cueva de Lascaux. Este arte primigenio data de 17,000 años atrás, en la era paleolítica. Por otra parte, en tres cuevas españolas, investigadores encontraron pinturas rupestres y artesanía creados hace apenas 64,000 años. De notable sofisticación y acabado artístico, estas obras fueron creadas por seres descalificados por la antropología oficial como ahistóricos e incultos –los neandertales.

Estas muestras “prehistóricas” de ingenio humano no hubiesen sorprendido a René Marqués. En su obra, el escritor arecibeño deja claro que todo ser humano posee las facultades que posibilitan pensar, construir y progresar. Ella o él puede entender su realidad, resistir el poder y cambiar su realidad. De ahí que sus personajes, muy particularmente las mujeres, cuestionan el orden vigente, establecen un orden justo e inclusivo, recuperan su independencia y reflexionan sobre la condición humana. Es decir, gente común, la que edifica momento a momento la historia nacional, habita su literatura.

Como expresión de su visión democrática e inclusiva, el dramaturgo exalta la figura del artesano. Este artista devela un saber popular, un entramado de creación, sensibilidad y percepción que fructifica al margen de la institucionalidad cultural y académica. Concreta los valores socio humanísticos de quien moldea materiales naturales para plasmar su visión y enriquece el haber cultural de la nación. Talla un espíritu de independencia contrario a las fuerzas hegemónicas. La artesana devela los frutos de su reflexión crítica y representa su mundo de afectos e intelección mediante distintas modalidades de arte trans e interdisciplinario.

Ese albedrío, subraya Marqués, puede resultar amenazante para instancias de poder. En Pasión y huida de Juan Santos, santero, un artesano sufre persecución religiosa. Su actividad artística es devaluada por un vecino del barrio que se ha convertido en ministro protestante, la voz fulminadora de Jehová. Percibe al arte santero de Juan como amenazante al proyecto totalizador del Imperio, y le estigmatiza. Arenga a la gente y les conmina a destruir cientos de santos de palo que había tallado Juan con ingenio y tesón por su presunto origen satánico.

Ante la intolerancia y el prejuicio, Juan se propone ser “más humano”, afianzando sus raíces”, dice la voz narrativa, “en los rasgos más auténticos de su propia personalidad”. Juan esgrime el arte, consustancial a todo individuo, para resistir la opresión y para humanizar al santoral católico, significar el vínculo de la fe con los desclasados, con los “condenados de la tierra”. Esta premisa no debe suponer parcialidad religiosa.

En El milagrito de San Antonio, la actitud represora surge de un sacerdote católico español. Una “viejecita” le pide que bendiga el San Antonio que le había tallado Don Zoilo, el santero, en roble del país. El cura se burla de “ese pedazo de palo”, y le sugiere que compre en la quincalla “unos santos de yeso como Dios manda”. La voz narrativa subraya el eurocentrismo, la actitud racista, el menosprecio a expresiones culturales autóctonas y su desprecio a la feligresía empobrecida.

El narrador menciona que la señora había ido a un apartado barrio a requerir los servicios de “un santero de los de antes” para que le tallara su San Antonio. Esto no significa que Marqués siente nostalgia por un pasado que no regresará. Este tipo de comentario elude contextualizar el cuento y tomar en cuenta el realismo literario: Marqués representa la realidad inherente a un Puerto Rico industrializado a golpe y porrazo, de una población conminada a emigrar a Estados Unidos, del abandono de la agricultura.

La mujer en el teatro marquesiano

René Marqués examina la realidad nacional mediante la parodia implacable, el humor irreverente y la bufonería deslegitimadora. Dos personajes femeninos de Carnaval afuera, Carnaval adentro permiten explorar esta idea: Matilde y Felícita.

En Carnaval, Matilde, una mujer caribeña que dirige el espacio de poder en el carnaval adentro, pone en marcha la acción dramática. Mediante sus discursos y sus prácticas, Matilde interroga a la sociedad patriarcal y al colonialismo. Más aún, a través de personajes femeninos como Matilde, Felícita, Micaela y Carola, entre otras, el dramaturgo refuta a pensadores influyentes que descalifican a la mujer, como, por ejemplo, Aristóteles, Antonio S. Pedreira y José de Diego, para proponer un discurso que reconoce en la mujer a un sujeto social significativo.

Las primeras palabras de Matilde satirizan mordazmente la situación de la Isla, en momentos en que el modelo colonial se mercadea al mundo como la receta infalible que habría de posibilitar el progreso para el otro subalterno, incapaz de gobernarse a sí mismo. Suenan las campanas anunciando las bondades de la Alianza para el Progreso y Manos a la Obra, así como la penetración cultural apologética del colonialismo que supuso la Operación Serenidad, textos propagandísticos que soslayaron la lectura contestataria que ofrecía la dura realidad de los arrabales de la ciudad de San Juan, panfletos de estado que la explicación escueta de Matilde deslegitima: “El carnaval de afuera me ha retrasado” (25). El carnaval afuera se nutre de la desinformación y el escamoteo ideológico; la injusticia adumbra la vida diaria. La verdad y la justicia, por el contrario, animan el ejercicio de poder de Matilde en el carnaval adentro.

Por su parte, Felícita, sirvienta y mulata, enuncia un discurso que deconstruye la “normalidad” que aceptan muchos en el carnaval afuera. Sus desplazamientos corporales y su discurso paródico denuncian la deshumanización inherente al colonialismo y al capitalismo. Se burla del insulso papel social al que le relega la sociedad jerarquizada. Las empleadas domésticas, después de todo, no deben aspirar a otra cosa. No habrá leído a Marx, pero vive en carne propia los rigores de la exclusión social y de la explotación laboral.

El pesimismo

Con respecto al pesimismo, Marqués considera que un optimismo mecánico opera en beneficio de los opresores. El pesimismo literario, por el contrario, conturba a los regentes. Esa desilusión no proviene de la psiquis del escritor; no expresa insatisfacciones personales. Este pesimismo actúa como génesis de reformas significativas sobre el cuerpo político del país. Concreta una actitud de fe predicada sobre la posibilidad de conjurar los males que asolan a la nación. Se escribe con el espíritu desperezado por el optimismo inherente a “la esperanza de que el mal denunciado será resuelto” (82). “Son”, dice el escritor, “dardos disparados a la conciencia dormida de los otros”. Es, en fin, un pesimismo que se materializa con el ímpetu de una fuerza primera, como dice Isaac Newton en otro contexto. O como sostiene el arecibeño, el escritor pesimista es, en realidad, un optimista (83).

El escritor y Occidente

Las voces contestatarias históricas de Occidente, desde Darwin y Shakespeare hasta Nietzsche y Kant materializan “una intersección de superficies textuales”, como califica Julia Kristeva a la intertextualidad. Este detalle es importante por revela que las objeciones que expresa René Marqués con respecto a los conceptos de “occidentalismo” y “casa de estudios” de Jaime Benítez, quien pretendía convertir la universidad pública en un espacio políticamente aséptico, no son etnocéntricas ni una expresión de “criollismo” insulso. Y aquí debo pausar para referirme a una importantísima obra del escritor: Juan Bobo y la Dama de Occidente.

Mediante esta pantomima, como sabemos, Marqués responde a Jaime Benítez, presidente de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras. Benítez instauró una “occidentalización” del campus bajo el concepto represor de “casa de estudios”. El pensamiento crítico y la disidencia quedaron descalificados. Esa postura colonial del académico presenta una flagrante contradicción: las voces más notables del siglo XIX europeo, Karl Marx, Sigmund Freud, Charles Darwin, Federico Nietzsche, Henrik Ibsen, George Bernard Shaw, Oscar Wilde, William Blake, Mary Shelley, George Eliot y Mary Wollstonecraft, entre tantos otras, desarticulan los imaginarios sociales y políticos dominantes. Son voces contrarias al poder que exponen las injusticias que subyacen la normalidad europea. Exponen el talante represor y explotador de los discursos dominantes del continente.

En esa corriente transgresora, se instala el ideario marquesiano. De hecho, califica a la agenda ideológica de Benítez de “tontería occidentalista”, una agenda ideológica amparada en idearios dominantes eurocéntricos. Esto es lo que combate Marqués. De hecho, en sus notas introductorias a la obra, satiriza la visión regresiva del académico afirmando que “…el tiempo se detuvo en el cráneo de Jaime” (11). “Somos ingenuos”, dice, “pero no ilusos”. Por eso, se nos dice en una acotación que “Hoy ni un solo nativo se ha occidentalizado” (36). O sea, hemos resistido la intentona de vendernos un occidentalismo desmaterializado, una racionalidad homogénea y acrítica. Un logro de la obra del puertorriqueño, afirma Carlos Solórzano, “…se encuentra precisamente en el hallazgo de alcanzar universalidad sin abandonar los rasgos propios.”

René Marqués no solo reitera que los puertorriqueños son inteligentes, sino que además se posiciona en un Caribe plural y diverso, que contrario a Pedreira, a Tomás Blanco y a José de Diego Padró, muestra un espíritu de inclusividad racial y cultural. África, implica, es parte de lo que somos. Cuando Juan Bobo entra bailando una bomba con la Negrita Cangrejera, el Profesor “se escandaliza, se indigna, se sofoca ante este espectáculo anti-occidental, pero inconscientemente” termina moviendo su cuerpo al son de la bomba (36). Es decir, África está en nosotros, herencia insoslayable del ser nacional.

El final de Juan Bobo y la Dama de Occidente rebosa de inclusividad. La Novia le arranca la careta a la Dama, personificación del occidentalismo ahistórico que defendía El Profesor, y ésta se humaniza, destila autenticidad. La pantomima cierra con una fiesta que incluye panderos, una comparsa de jíbaros, personajes de la literatura anglo-europea, la Novia, la Dama, el Negro y la Negrita Cangrejera. En fin, “todos los grupos se confunden en el frenesí del baile” (48).

Termino con unas palabras certeras de Victoria Espinosa, expresadas en la Universidad de Alberta en Edmonton en 1981: “Y aunque parte de la militante y joven generación del Puerto Rico de hoy, cuestione y considere enajenante su obra y la de sus coetáneos, René Marqués, si se quiere, enajenado y ‘dócil’ en aparente evasión, puso en verdad, ‘el dedo sobre la llaga’. Porque en su obra, variaciones sobre un mismo tema: el tiempo y el hombre en su circunstancia, es eje motriz que centrípeta y a la vez centrífugamente, lo impulsó a un eterno viaje de auscultamiento frente a los suyos”.

Esta es una versión abreviada de una conferencia ofrecida en el Recinto Universitario de Mayagüez con motivo del inicio de la celebración del centenario de René Marqués, auspiciado por el Departamento de Estudios Hispánicos el 11 de octubre de 2018

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