Reflexiones: ¿por qué la fuerza abandonó a Rosselló González en el 2000?

 

 

La derrota del PNP en las elecciones de 2000 parecía inevitable. La candidatura de Sila M. Calderón Serra (1942- ) se fortaleció gracias al papel protagónico que desempeñó la aspirante durante el ejercicio plebiscitario y a su bien articulada campaña de la “fuerza positiva”. El agotamiento del perfil mediático de Rosselló González a fines de la década de 1990, su mito ha sobrevivido reformulado a través de su hijo hasta el presente, fue un elemento clave. En un partido como el PPD, el cual poseía un intenso pasado patriarcal marcado por figuras masculinas fuertes, una candidatura como la de Calderón Serra, sin ser la primera dado que Muñoz Mendoza se había postulado en 1992, era toda una promesa. La empresaria y activista a diferencia de la hija del patriarca, sintetizaba ciertos valores propios de la burguesía educada y exitosa muy bien combinados con lo más selectos valores de la aristocracia criolla decimonónica. Su presencia sugería, sin embargo, una innovación ideológica que nunca se materializó.

El discurso cargado de optimismo de la candidata, tendencia que se ha convertido en uno de los componentes más significativos del discurso del PPD desde la oposición en la era del neoliberalismo, llamó la atención incluso de ciertos sectores vinculados a las izquierdas por razones que nunca llegué a comprender del todo. Calderón Serra era lo más distante del izquierdismo nacionalista puertorriqueño de su tiempo. La afirmación proviene de una experiencia personal. En enero de 2001, en un encuentro auspiciado en por la Asociación de Periodistas de Puerto Rico por los canales 6 y 3 del gobierno de Puerto Rico a tenor de la publicación del volumen Cien años de sociedad: los 98 del Gran Caribe, un colega de expediente radical cuestionó mi pesimismo con el nuevo gobierno[1]. Desde mi punto de vista, todo me sugería que para una parte de aquella intelectualidad en retroceso tras el fin de la Guerra Fría, la derrota del PNP y de la estadidad tenía una relevancia fuera de lo común

La apelación al optimismo neopopulista se reiteró cada vez que el entre juego bipartidista permitió a un cada vez más débil y conservador PPD hacerse con el poder a través de las elecciones. Era como si, dada la incapacidad de mejorar al ELA o de adelantar la independencia, todo se redujese a frenar la estadidad promovida por el PNP y su fe neoliberal, o por cualquier otra fuerza independiente de aquella organización como el Estadoísmo Radical social demócrata que ya asomaba en el horizonte. La retórica optimista del liderato del PPD no era difícil de descifrar. La intención, cumplida o no, era un acto de melancolía. La intención era traer a la memoria de los electores cierta nostalgia por una suerte de “tiempo perdido” e irrecuperable. Me refiero a una visión edulcorada y folclórica de la era del novotratismo, del liberalismo de posguerra y del asistencialismo de la guerra fría. El fin último era proyectar la organización como una capaz de rescatar ciertas tradiciones administrativas del estado benefactor que el neoliberalismo había comenzado a derrumbar.

Ello representaba una contradicción. Aparte del programa de comunidades especiales creado por la Ley 1 de 2001, el populismo redivivo preelectoral ha sido consistentemente desmentido una y otra vez por los actos de una parte significativa e influyente del liderato del PPD que, en efecto, no ha resentido las políticas neoliberales sino que más bien las ha apoyado. En ese sentido, la administración Calderón Serra puede interpretarse como un punto de giro en la intrahistoria del PPD y la historia reciente de Puerto Rico. Calderón Serra creó el borrador de una “era pos Hernández Colón” en la que las fuerzas revisionistas soberanistas, promisorias en aquel momento, comenzarían a retroceder ante las fuerzas conservadoras y el inmovilismo ideológico que hoy caracteriza esa organización.

Ante las fantasmagorías de la corrupción que creció en los intersticios del orden neoliberal rossellista, Calderón Serra convirtió la transparencia del gobierno o glasnost, parte del rico lenguaje de la fase final de la Guerra Fría, en uno de los pilares de su campaña. El lenguaje encarnaba una acusación a la administración Rosselló González. Las posibilidades de que Calderón Serra pudiese completar la tarea inacabada por Muñoz Mendoza en 1992, es decir, conducir a una mujer a ocupar la jefatura del ejecutivo, eran altas.

La derrota de una aspirante como Muñoz Mendoza, hija del fundador del PPD, debió ser interpretada como una señal de que ciertos aspectos del pasado del partido -la sombra diluida del venerable Muñoz Marín- habían sido dejados atrás de una manera irreversible. El tema de la hijas de los patriarcas y sus actitudes políticas -Victoria y Rosario Ferré (1938-2016) son solo dos modelos atractivos pero no los únicos-, plantea un problema de historia cultural apasionante que no ha llamado mucho la atención de los investigadores. Todo sugiere que, tras el ejercicio electoral del 2000 la retórica muñocista y la apelación a su imagen se ha reducido a los días intensos de los cierres de campaña, cuando las contiendas electorales apremian, o a las conmemoraciones oficiales o no oficiales de los “logros” del Estado Libre Asociado cuando son conmemoradas.

En cierto modo, Calderón Serra le dio un nuevo tono a los restos de populismo con su discursividad comprometida con los nuevos pobres identificados con la metáfora de las comunidades especiales. Con aquella actitud la líder aseguró el apoyo de los sectores más tradicionalistas del partido, revivificando el discurso del compromiso con los desposeídos que el PPD había abandonado desde que se embarcó en el proyecto de industrialización por invitación en 1947. Ello según dije, atrajo a numerosos electores no populares que valoraban el estado benefactor. Es probable, no lo pongo en duda, que ello podría explicar las simpatías de un segmento de las izquierdas moderadas con el discurso de la candidata.

El lenguaje del programa de las comunidades especiales implicaba el reconocimiento de uno de los grandes fracasos de la relación colonial instituida en 1900 y refrendada entre 1950 y 1952: la dependencia y la pobreza habían caminado de la mano a lo largo de todo el siglo 20. Calderón Serra quería saludar el siglo 21 con un gobierno que enfrentará el problema de una manera eficiente. Todo ello y su vinculación y afinidad con el caudillo Hernández Colón, la convirtieron en una candidata atractiva incluso para aquellos estadoístas que habían terminado chocando con el estilo atropellado, agresivo y mediático de Rosselló González. La leyenda de Calderón Serra como la “primera secretaria de estado” abonaba las posibilidades de que fuese también la “primera gobernadora”.

Por último, los resultados de la consulta de estatus de 1998 y la victoria de la quinta columna o “ninguna de las anteriores”, podían verse como una expresión de que la gente no estaba dispuesta a resolver el estatus en lo inmediato. Nunca lo están. Para el PPD aquello era promisorio: posponer la discusión del estatus en nombre de los problemas inmediatos se convirtió en una condición sine qua non para su supervivencia política. La postura ha beneficiado más a los quietistas y a los estadolibristas conservadores, siempre remisos a respaldar un cambio sustancial en la relación con Estados Unidos. La imagen de la “dama impecable”, signifique eso lo que signifique, que poseía Calderón Serra tendría que pasar la prueba del sexismo del “político vociferante” que dominaba el escenario electoral colonial. Como se sabe, Muñoz Mendoza no resistió el empuje. Derrotar a Rosselló González y acceder al poder era, en ese sentido, una prueba histórica.

¿Qué explica la debilidad del PNP y Rosselló González después del 1998? Si prescindo de la derrota de la causa estadoísta en el plebiscito, asunto que siempre llama la atención de un electorado compuesto por ciudadanos-consumidores que perciben las contiendas electorales como un deporte o un juego de habilidades, las razones son muchas. El gobernador había tomado una serie de decisiones y posturas que erosionaron la imagen de líder progresista, secular, atrevido y pragmático que le habían llevado al triunfo en 1993. La iconización del rossellismo le restó complejidad a una figura y una discursividad cuyo magnetismo había sido comparable al de Muñoz Marín en su mejor momento. El encanto de Rosselló González se levantó sobre la base de la estadidad a la vuelta de la esquina, y el de Muñoz Marín sobre la base de la independencia. En Puerto Rico las promesas utópicas incumplidas han movilizado más que las probables y cumplidas siempre.

La necesidad de mantener el poder en nombre de una causa, había generado un culto a la personalidad que emasculó tanto a Muñoz Marín como a Rosselló González reduciéndolas a la condición de una caricatura. El fenómeno recuerda una idea nietzscheana en cuanto a la “historia monumental”. Al reducir el pasado a una imagen edulcorada, el culto podía justificar el desprecio del presente y la ansiedad reaccionaria de regresar a aquel. La veneración extrema del pasado podía convertirse en “parodia” o generar una versión irreal de las cosas. Muñoz Marín y Rosselló González encajaban bien en el insípido aserto de que “todo tiempo pasado fue mejor”.

Me parece que las personalidades públicas de esta categoría deberían saber cuándo guardar silencio y reconocer en qué momento despedirse o echarse a un lado. Aquella sería una manera elegante de evitar que los silencien o los echen a un lado por la fuerza. Es cierto que el culto a la personalidad de Muñoz Marín es históricamente insuperable. Pero los efectos adversos de la voluntad de perpetuarse en líderes como Rosselló González, Berríos Martínez o los recientemente fallecidos Hernández Colón o Romero Barceló, entre otros, no dejan de llamar la atención. La falsa conciencia de que son “necesarios” para que el país funcione los consumió transformándolos en caricaturas o parodias. Las decisiones erráticas de Rosselló González fueron varias.

  • Primero, estrechó vínculos con sectores del fundamentalismo evangélico, proceso que desde 2016 también ha tocado a una parte del liderato del PPD, y llegó al extremo de donar tierras de dominio público al culto-empresa denominado       “Clamor a Dios”, propiedad del evangelista-empresario Reverendo Jorge Raschke. El acto llamaba la atención por la vinculación del predicador con el republicanismo estadounidense más conservador, hecho que contrastaba con la imagen de un gobernador que siempre había hecho alarde de su compromiso con la praxis demócrata. Claro y estos es una broma, en un Puerto Rico libre-asociado, se podía ser demócrata-republicano o católico-protestante: el arte del acomodo y la mímesis en nombre de las causas que se defienden no tiene límite en ese aspecto. El Rosselló González del final de su octenio era distinto del que inició el mismo.
  • Segundo, la política de privatización y la conflictividad que la misma generó fueron decisivas. No se puede pasar por alto que aquellas eran las primeras expresiones concretas de aquella praxis. Las mismas materializaron la tendencia al desmantelamiento del Estado Interventor que había crecido como expresión del orden emanado de la segunda posguerra mundial y la Guerra Fría. Los observadores de aquel periodo coincidieron en que el caso clave fue el de la PRTC y la huelga general que produjo la resistencia a su privatización. La valoración del orden tardomoderno había sido común en los dos partidos políticos con acceso al poder desde 1968: el PNP y el PPD. Desde 1993 en adelante hubo un deslinde. El liderato PNP favoreció con más intensidad el desarrollo del neoliberalismo y el PPD comenzó a seguir sus pasos un poco más tarde, quizá desde el 2000. De acuerdo con los medios de comunicación masiva, Rosselló González había actuado al margen de la opinión ciudadana, hasta el punto de autorizar la represión de la protesta pública, como ya se ha comentado antes. Rosselló González, no había sido menos autoritario y represivo que Muñoz Marín en 1948 a tenor de la Ley de la Mordaza, pero los tiempos eran otros.
  • Tercero, no puede obviarse el papel que tuvo un desastre natural, el huracán “Georges”, una tormenta categoría 3 que afectó la isla desde el 21 de septiembre de 1998. Algunos sectores, sobre la base de un precario discurso humanitario, presionaron para que, dada la crisis material producida por el fenómeno, se pospusiese la consulta estatutaria. El gobernador fue sordo a aquellos reclamos por lo que la imagen de Rosselló González como un dignatario autoritario o soberbio se confirmó y acabó por disgustar a “electorado flotante” siempre indeciso. Si a ello se añadía la percepción generalizada de que aquel era un “gobierno corrupto”, se comprenderá bien la fragilidad de este candidato a la altura de 2000. La capacidad de Calderón Serra para reunificar las fuerzas dispersas del PPD en el marco de la erosión del rossellato no puede ser puesta en duda.

 

 

 

[1] El hecho ocurrió en el programa “Cien años de sociedad: los 98 del Gran Caribe” en Frente al pueblo con Leyla Andréu, Juan González Mendoza y Antonio Gaztambide-Géigel. WIPR-TV, Canales 6 y 3, San Juan, P.R. 13 de enero de 2001. Auspiciado por la Asociación de Periodistas de Puerto Rico. No fue la única situación que llamó mi atención. Otro colega historiador militante del PIP, cuyo nombre me reservo, me aseguró que con el proyecto de comunidades especiales Calderón Serra se había asegurado un lugar privilegiado en la historia.

 

Artículo anteriorCrucigrama: Roy Brown
Artículo siguienteCómo es vacunarse contra la COVID-19 en Cuba