Será otra cosa: Los “chulos” de la pobreza1

El decrépito edificio estaba en una de esas áreas donde sobreviven sólo gomeras, garajes y gasolineras. Tal vez algún kiosko de pinchos o fritanga. Al principio creí que me había equivocado de dirección. La puerta principal daba hacia la calle y (a pesar de la vejez) su marco, doble hoja, y picaporte anticuados le daban un aire de cierta dignidad descascarada. Pero el número a la derecha no coincidía del todo: #710, decía. Decidí darle la vuelta al edificio. Y efectivamente allí, al costado, estaba la puerta (también descascarada pero sin marco, picaporte o dignidad) de una especie de sótano. #710-a.

“La privatizadora”, la llamaban y llaman en el caserío. Siempre me ha llamado la atención ese nombre tan orgánico. Actúa como sustantivo pero también evoca un verbo, “privatizar”, transparente y pintoresco, que le da sabor local a una movida típica de las economías en “shock” sujetas a reglas neoliberales de “ajuste estructural”.

Nos había enviado, a “pedir permiso”, María, presidenta del Consejo de Residentes y guardiana designada del centro comunal, el único espacio apto para llevar a cabo actividades que requirieran techo y produjeran sonido: la biblioteca cercana exigía silencio, y la cancha estaba permanentemente rodeada de jeringuillas usadas que nadie quería pisar.

Nos abrió una mujer joven con tacones y ropa ceñida. Al fondo, nos ignoraba una segunda mujer, de más edad, vestida con uno de esos uniformes que suelen usar las maestras y las monjas dominicas, y protegida por una de esas barreras plásticas con media claraboya que le ponen a ciertas gasolineras u oficinas gubernamentales.

La interacción fue más o menos así: Saludos,tenemos cita para tal hora…Espere aquí, que le voy a preguntar a Míster Ortiz…Puede bajar, la está esperando.

Bajamos las escaleras para llegar a lo que, se me ocurre ahora, era básicamente el sótano de un sótano. El espacio era amplio pero oscuro, iluminado por la luz de un ventanuco y tres tubos desnudos incrustados en el techo. En contraste ,el mobiliario me pareció lujoso. Madera pesada, cuero, grandes cuadros, todo reluciente y nuevo, tan nuevo como la “privatizadora” que se incorporó justo a tiempo para la subasta gubernamental que le otorgó la administración de los caseríos de nuestra región.

Míster Ortiz lucía corbata roja y traje azul, de rayas y brillo leves. Eso que llaman “power suit” y que, supongo, complementaba su “power desk” y su “power table.” No le estaba claro nuestro propósito, dijo. Es muy simple, contesté. Una docena de muchachos, algunos días de repaso para el college board, todo gratis. Lo único que queremos, añadí, es conectar a los estudiantes del residencial X con la UPR, con la universidad pública….

Tal vez fue ese adjetivo, “público”. O la palabra “gratis”. El caso es que parecía muy confundido. Okay,dijo, le sacamos las copias del flyer aquí, con nuestro logo, y le decimos a los del consejo de residentes que las repartan…

No gracias, las repartimos nosotros, muchas gracias por atendernos, adiós.

Nos fuimos con ese “permiso” perplejo y robado.

En algunos residenciales, los consejos tienen un liderato significativo. Pero en muchos, como el nuestro, su autoridad se limita a seguir las órdenes de individuos como Ortiz: repartir pintura, pegar flyers, establecer o romper alianzas. Ser los cerberos de la llave del centro. Esto es especialmente cierto en residenciales, como el nuestro, en donde la “privatizadora” establece su oficina fuera del residencial, en este caso a dos millas.

Así funcionan los “poverty pimps”, los chulos de la pobreza. El epíteto describe individuos y entidades que aprovechan la pobreza de los sectores más vulnerables para generar ganancias. Esta “privatizadora”, como tantos otros “chulos”, funciona como una operación piramidal, multinivel: algún rico hace donativos de campaña y crea la compañía para poder participar en la subasta de servicios públicos y esenciales (como vivienda) que operan con fondos nuestros, federales o ambos. Ese, y sus accionistas, hacen chavos, riqueza de verdad. Contratan a su vez esbirros finos para poblar las oficinas centrales y ganar excelentes salarios. Estos tipos finos, por su parte, establecen oficinas regionales y contratan unos menos finos pero con experiencia, no tanto en el tema en cuestión como en la gansería. Esos ganan bien, y contratan…a gente como Ortiz. Los “Ortiz”, por su parte, decoran sus sótanos, se protegen y distancian lo mejor posible de la pobreza, y contratan alguna muchacha anónima para que les sirva de interfaz con el caserío.

Ortiz gana poco dinero pero bastante prestigio. Al fin y al cabo, en estos tiempos, basta con tener un traje y un empleo de escritorio, cualquiera, para tener más prestigio que la mayor parte del prójimo. Para que te llamen Míster y usté. ¿La muchacha? Su madre ha sido despedida, su padre teme por su pensión. Paga la luz y ahorra para casarse y montar una Massó en el techo. Gana poco (algo es algo, le dicen) e interactúa con el residencial sólo a través del consejo.

Por su parte María, “la presidenta” del consejo, no gana dinero pero sí algún capital social. Su posición atrae, por ejemplo, la atención de algunos políticos locales, dispuestos a proporcionarle un empleo a, digamos, un sobrino, a cambio de usar sus conexiones (y la llave del centro comunal) para unas festividades que a su vez traigan votos, muchos votos…

Los chulos de la pobreza aparecen con mayor frecuencia en ciertos espacios. En los residenciales, por ejemplo. Administran complejos de vivienda, cobran renta, cortan grama, y hacen chavos. Tiburonean tutorías escolares para los chicos y talleres para los maestros, y hacen chavos. Reclutan universitarios que les entregan su beca pell a cambio de un certificado inútil, y hacen chavos. Bailan, cantan, pescan votos, y hacen chavos. Y, por qué no, reclutan nenes para velar el punto de drogas, y adolescentes para convertir en gatilleros…y hacen chavos. La chulería es siempre piramidal: riqueza arriba, migajas abajo. A través de los años, me he encontrado de frente y conversado con ejemplos de todos los anteriores, y quiero escribir sobre ellos. Pero hoy, aquí, se me ha acabado el espacio.

Por aquello de que estamos más que nunca en “shock” y “ajuste estructural”, permítanme atacuñar aquí una idea final:cuando un país pobre vende lo público, los chulos se multiplican. Chulos de toda pinta y nivel que en el corillo, el carro o la fiesta, repiten que los del caserío son unos “manteníos” que han llevado al país a la quiebra.

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