Será otra cosa: Mil y una

ARoselló le ha dado por usar el término “blockchain” de vez en cuando. Lo hace con naturalidad, como si todos lo entendiéramos, como si fuéramos a asentir, rascarnos las barbillas y murmurar ahhhh, claro, blockchain, qué buena idea…Le gusta el “blockchain”, dice, porque es una tecnología “disruptiva” y con “mucho potencial” para transformar nuestra maltrecha economía. Sus expresiones aparecen no sólo en los usuales partes de prensa locales sino también en periódicos estadounidenses y en revistas y blogs especializados en crypto-moneda, crypto-tecnologías y otros asuntos igualmente…crípticos, incluyendo orejitas para los nuevos magnates hipster sobre salud, espiritualidad, vacaciones tropicales y evasión de impuestos.

A Manuel Laboy le ha dado con eso también. Y también lo hace con naturalidad, en su caso complementada con un entusiasmo que no lo hemos visto exhibir con ningún otro tema. Se la pasa invitando a los ricos norteamericanos que usan “blockchain” a vivir en Puerto Rico, exaltando las dos “ventajas competitivas” de la isla: la belleza de su paisaje y, sobre todo, las exenciones contributivas que le damos a los ricos que deciden mudarse aquí, a cambio del placer de su presencia y compañía. Ha creado además un “consejo asesor” para ayudar al gobierno a “crear un ambiente amigable” para la industria de blockchain y criptomoneda.

Nunca explican su insistencia, nunca ofrecen evidencia o datos. Lo plantean como una cosa obvia: el blockchain es bueno. Igual que hacen con la reforma educativa, que es por “el bien de los niños”, o la privatización de la AEE, que es “inevitable”.

Una podría pensar que ambos funcionarios sencillamente se dejaron arrastrar por el entusiasmo de la conferencia “Blockchain Unbound” a la cual asistieron como invitados especiales recientemente. Pero no están solos: el representante de la cámara Eddie Charbonier radicó hace poco una medida para “realizar una investigación exhaustiva sobre la tecnología conocida como blockchain”.

Note que la infatuación no es con el bitcoin, ni siquiera con las criptomonedas en general: es con el “blockchain”. Roselló, especialmente, ha dejado claro que su interés (y el de Puerto Rico) no es en la moneda sino en la tecnología de blockchain. Esta tecnología, que permite contabilizar transacciones de manera descentralizada e involucrando a múltiples actores, le resulta de hecho atractiva a personas de distintas ideologías políticas, en gran medida justamente porque es independiente de estructuras centrales como gobiernos y bancos.

Pero no sé. A mí, el hecho de que haya varios funcionarios de repente tan interesados en el asunto me provoca un poco de paranoia. En mi defensa, les recuerdo que estos son días de saqueo. Son los tiempos en que los funcionarios son nombrados no para mejorar agencias sino para desmantelarlas aprovechando el doble shock de la deuda y el huracán.

Solemos asociar el término “blockchain” con los videojuegos y con pequeños startups llenos de ingenieros y coders jóvenes y entusiastas. Tal vez por eso es que algunos puertorriqueños han comprado bitcoin o adoptado a Brock Pierce como gurú. Pero hurgando un poco, encuentro información que me hace sospechar del blockchain ese y su supuesta “independencia” de banca y gobierno, al menos en lo que se refiere a su súbito protagonismo en Puerto Rico. Digo, porque una de dos: o nuestros funcionarios se informan y mantienen a la vanguardia de la tecnología, y el blockchain es parte de ese zeitgeist, o alguien les está susurrando cositas al oído, el mismo oído que es tan receptivo a ideas como “escuelas chárter” y “privatización”. La experiencia me sugiere que su curiosidad intelectual es menos probable que su susceptibilidad al susurro.

No sé quién será ese “alguien” (los cabilderos salen con muy poca frecuencia en las noticias) pero sí sé que BlackRock, uno de los dueños principales de la deuda de Puerto Rico, ha desarrollado una plataforma de blockchain de nombre “Aladdin” como parte de su oferta de “soluciones”. Aladdin tiene clientes en China, Norteamérica y Europa, que la usan para el procesamiento centralizado del manejo de inversiones y análisis de riesgo.

También sé que Goldman Sachs, a quienes también le debemos supuestamente una millonada, es uno de los principales inversionistas corporativos del blockchain. Tienen incluso videos y tutoriales muy sofisticados en su página principal, que explican la tecnología con claridad. Tal vez le debemos enviar el enlace al representante Charbonier, para su investigación, antes de que le otorgue un contrato ridículamente caro para hacer “research” a alguno de esos exóticos gansos de rapiña que suelen sobrevolar el capitolio.

Hasta UBS (otra de las firmas que reclama que le paguemos) se está metiendo en la industria del blockchain. No hace mucho comisionó un white paper cuyo lenguaje es, curiosamente, terriblemente parecido al que usan nuestros funcionarios para hablar del tema en el contexto de Puerto Rico. El white paper no recomienda, de momento, inversiones en alguna de las muchas criptomonedas disponibles, pero sí apoya y alaba efusivamente la tecnología en sí. No olvidemos que UBS fue demandada por vender bonos a diestra y siniestra, aún a sabiendas de que se trataba de una mala inversión, a clientes con portafolios pequeños y conservadores que estaban ahorrando para su retiro.

Todo esto es un eco de coincidencias muy parecidas en el ámbito de otras reformas. La corporación Baupost, por ejemplo, es dueña de casi un billón de nuestra deuda–y tiene, qué cosas, intereses financieros y filantrópicos en la industria de escuelas charter.

Y no hay que llevar la “perse” demasiado lejos, pero este otro dato es irresistible: ha habido interés por parte de China en desarrollar iniciativas en la industria del turismo en Puerto Rico. Y es justamente de China de donde surge una de las aplicaciones más exitosas del blockchain. Este producto se llama Alí-Babá. Sí, como el de los cuarenta ladrones de las mil y una noches. En serio.

Por cierto: Ucrania, el país que la directora de la Junta de Control Fiscal ayudó a reinventar antes de venir a “ayudarnos” a nosotros, está comprando tecnologías de blockchain para agilizar las operaciones del gobierno, como parte de las condiciones para un préstamo del Fondo Monetario Internacional.

Hay más tela y conexiones sugestivas, pero se me acaba el espacio. Mi punto es que el blockchain tal vez no es tan innovador como lo pintan, al menos en términos de su rol en nuestra economía. Que a pesar de su imagen de juventud e independencia, podría estar en manos, al final del día, de los sospechosos habituales de nuestra catástrofe. Que aunque hablamos poco de ello, puede que pase con el blockchain lo mismo que pasa con la generación de energía o las escuelas chárters: todos parecen tener vínculos con esas mismas corporaciones, verdugas y asesoras a la vez, que pretenden exprimirnos porque “les debemos”.

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