En Rojo
Creación/sacrifico, conocimiento/sufrimiento, energía/violencia, luz/oscuridad: Prometeo roba el fuego (la luz) de los dioses para dárselo a los seres humanos, haciendo posible la creatividad, el entendimiento y la conciencia, propiedades que antes pertenecían solamente a los dioses. En respuesta, Zeus creó Pandora y su caja de males para vengarse contra a los humanos y encadenó a Prometeo para sufrir, como un dios, la condena perpetua de tener un águila comer su hígado cada noche después de que había crecida de nuevo cada día.
La obra griega “Prometeo Encadenado” usualmente se atribuye a Esquilo (siglo 5 a.C., aunque ahora hay debate) y para mí, el acto de robar y regalar el fuego para iluminar la humanidad (y después sufrir) hace de Prometeo el primer artista – la fuente de energía creativa — de la tradición occidental. Por eso, me parece que Aravind Adyanthaya recurrió a “Prometeo Encadenado” en su brillante obra-performance del mismo título para el 39no Festival de Teatro Internacional del Instituto de Cultura Puertorriqueña (ICP) de 2002. En el mejor de nuestros montajes seguimos reimaginando el gesto de Prometeo y si lo hacemos suficientemente bien, corremos los mismos peligros.
Ahora, 23 años después y por otra luz del teatro contemporáneo puertorriqueño, Teresa Hernández feminiza el nombre y el acto estético de proveer fuego e iluminar en “Prometea Cansada” como una de las dos primeras Residencias Artísticas del Programa de Artes Escénicas del ICP y el 62ndo Festival de Teatro Puertorriqueño.
Otra reseña de esta obra ya ha aparecido en estas páginas y no intento copiar ni contradecir nada del excelente y meticulosamente detallado análisis de Beatriz Llenin Figueroa. Beatriz traza el diseño teórico-literario detrás de texto escrito-visceral de Hernández – Clarice Lispector, Tadeuz Kantor, Franz Kafka (“Kafkita” para la vecina-narradora Lázara) y el mito griego – y su proyección sobre un público presente y también extendido como una sociedad de “testigos implicadas”. Ella semi-concluye que la pieza “indiscutible, pero sofisticadamente feminista, reitera que las mujeres trabajadoras, obreras, empobrecidas, migrantes, nos llevamos la peor parte”. Son dos puntos acertados e irrefutables. Su reseña ofrece mucho más, pero creo que el grano está en esas frases.
Lo que puedo añadir sobre “Prometea Cansada” concentra en los más de 30 años que he observado el trabajo de Hernández, desde Isabella y “Kan’t Translate” de los 1990 a “Bravata: el comienzo de un comienzo” (2019), basada en parte en sus talleres de tragedia y la creatividad femenina en Aguada, Culebra y Vieques, y especialmente “Inciertas: espectáculo erosionado”, un acto de video arte transmitido durante la pandemia COVID-19 en 2020.
Voy a citar lo que escribí entonces: “Moviéndose en el piso encima de y rodeado por una pila de sal, se remueve su vestuario y queda sola- y totalmente ella, su ser-cuerpo no vestido, revelado y no protegido, visible sin intentar de esconderse, vulnerable, des-cubierto y a la vez desafiante, segura de ser ella misma, fuerte y dominante . . . ; es la transformación de la vulnerabilidad en afirmación, en fuerza, en descubrimiento del ser valiente, resistente y feroz, del poder dominar ella misma y su ambiente inmediato alrededor. Es la consolidación, afirmación y liberación del ser; es enfrentar la vida –vivirla– en vez de solamente aceptarla. Rastreando la sal mientras ella va por frente al cerrar la puerta del ascensor, parece ascenderse”.
Teresa “Bravata”, aunque “incierta”, también es Prome-Teresa en el sentido de robar y dar fuego para iluminar, pero todavía no está atada o encadenada o castigada por la manga inimaginablemente larga de su vestido que circula su cuerpo inmóvil en la cama sencilla en el centro del escenario cuando entramos al teatro Victoria Espinosa. La imagen plástica-visual es tal vez la más bella de “Prometea Cansada”. La Artista-Música-Animadora (Alexandra Rivera) que nos dio la bienvenido con el manifiesto de Tadeusz Kantor, ahora nos invita a caminar alrededor del cuerpo postrado y el espiral-caracol sagrado que la encadena. La imagen (¿funeraria?, ¿museológica?) se irrumpe en los esfuerzos de Prome-Teresa de desencadenarse de su cama-roca-cárcel-tumba – la “bravata” ya dominada por los pequeños Zeuses del arte y la sociedad a su alrededor.
La transformación de esa imagen, ya descompuesta en la voz, cuerpo y vestuario de la vecina cubana Lázara, su amiga, protectora y fanática, choca por su diferencia y efectividad. No obstante, ya mi memoria es más nublosa. Lázara narra la vida de “Prome-Teresa” la artista experimental, callejera, incansable, consumida por su arte, sus éxitos y no éxitos y sus públicos, los sombreros de las maquinitas de bingo y de coser, los cuentos de “Kafkita”, la futilidad, el absurdo y el cansancio que es casi como la desaparición si no la muerte.
La tercera Prome-Teresa es la Emprendetrix con pechos y cuerpo desnudos prostéticos. Monta su cama-balcón tirando lazos al publico para hallarla más visceral y sensualmente cercana a ellos; ya a mi entender, socavando su arte en una pira funeral comercial, dando a los “testigos” lo que ellxs esperan. Mi última Prome-Teresa lucha dentro de una inmensa bola-enredo de telas y ropas – como si fueran todos los vestuarios y personajes de su(s) carrera(s) –y su cabeza finalmente emerge con el sombrero de la maquinita de bingo que había regalado a Lázara.
Regreso a lo que escribí sobre “Volveré” de Deborah Hunt la semana pasada de la noción de asombro, de “hacen falta palabras” para describir lo que estoy viendo o he visto. Teresa Hernández mejora con cada obra nueva y con cada función. Es la autora-actora-performera más constante y consistente y a la vez más innovadora y radical del teatro puertorriqueño. Además, su cuerpo registra cada movimiento y su cara muestra cada deleite o pánico de las últimas tres décadas. Las destrezas, el pensamiento, la fuerza y la precisión de su trabajo me dejan, y a casi todxs lxs demás, supendidxs en su mundo imaginado, pero visceral-corporalmente táctil y real en escena. No puedo pretender entender – fragmentos sí, tal vez — ese trabajo en su totalidad. Por eso es tan importante tener múltiples visiones de una artista tan compleja, lograda e intelectual y físicamente comprometida.
Es difícil discutir más de una obra en una reseña. Sin embargo, me queda el otro montaje que hace el 62ndo Festival de Teatro Puertorriqueño tan destacado: “Historia de Horror casi en Blanco y Negro” de Joaquín Octavio González. (Mi amigo y colega Rafah Acevedo ya publicó sus reflexiones la semana pasada.) También me deslumbró el montaje original de “Historia de Horror . . .” del 2005 en el teatro estudio Yerbabruja en Río Piedras. Parte de la fascinación consistía en cómo era posible bloquear entradas y salidas de más de una docena actores en un espacio sin tras bastidores y un escenario del tamaño de un sello postal. No obstante, el movimiento funcionó como las manos de un reloj, que sería, tal vez, una manera de describir la dramaturgia de Joaquín Octavio: una organización intricada y precisa en que el espacio teatral es el personaje de mayor importancia. No importa si es “Historia de Horror . . .”, “Sin Fin”, “Anoxia” (con las bailarinas de la Trinchera) o su reciente destacada adaptación de “La Nariz” de Gógol, la noción de escribir para el espacio y como un director-coreógrafo del espacio ha caracterizado su trabajo desde Yerbabruja hasta ahora.
La presencia de “Historia de Horror casi en Blanco y Negro” en el 62ndo Festival de Teatro Puertorriqueño marca no solamente 20 años desde su estreno, sino también el cuarto montaje de la obra en ese tiempo – dos en espacios experimentales (Yerbabruja y La Respuesta) y dos en teatros oficiales (el Raúl Julia del Museo de Arte de Puerto Rico y ahora en el Francisco Arriví). Seguramente, no es un récord, pero trae comparaciones a obras como “El maestro” de Nelson Rivera o “Las hijas de la Bernarda” de García Lorca/Rosa Luisa Márquez en términos de su capacidad de reponerse frente a nuevos públicos. Eso dicho, como “la Nariz”, “Historia de Horror . . .” es una pieza absurdista o post-absurdista que cuestiona no solamente el fallido sentido común sino la racionalidad y lógica como métodos de análisis y búsqueda de verdades.
¿Quién asesinó al sujeto? y ¿Quién asesina al detective — quien intenta descubrir quién es el asesino — y de la misma forma? ¿Es la Sexy Viuda? O tal vez, se matan por la Sexy Viuda. Las películas silenciosas de los Keystone Cops, Charlie Chaplin, Buster Keaton, etc. en blanco y negro con movimientos frenéticos y las imágenes granosas hace que el entreysale de los personajes-medio-payasos asuma la estilización e ironía de farsa. Y dentro de ese ritmo de reloj, el detective clásico (José Eugenio Hernández), la Sexy Viuda (Jessica Rodríguez), el médico loco (Freddy Acevedo) y los otros “cameos”, “bits” y voces de otros actores conocidos – de nuevo siento que no pueda nombrarles todxs — crean un deleite teatral, un tipo de farsa cómica-trágica cuya supuesta “inutilidad” pone en releve el “performance” del desperdicio que es la ignorancia y violencia social de los payasos-actores de nuestro diario vivir que habitan fortalezas y casas blancas y legislaturas y senados y salas de juntas y gabinetes corporativos. Gracias a Joaquín Octavio, al reparto y todxs los que integran la producción por genialmente reclamar ese espacio de reír a nada y a todo y mostrarnos cuál es la verdadera “absurdidad” de nuestras vidas.
Ya regresamos a “Volveré” de Deborah Hunt y su teatro “de lo inútil” que hace con títeres y objetos bastante lo que Teresa Hernández crea con su cuerpo como texto en “Prometea Cansada” y Joaquín Octavio coreografía con la acción sin parar de su farsa. Son tres formas diferentes y ejemplares de teatro que representan lo mejor del teatro puertorriqueño. Con o sin palabras, con o sin personajes como tal, con o sin trama nos trae acciones más “real”, más profundamente engranadas en nuestros diarios vivir que el supuesto “realismo”.
Por todas sus escenas y muestras de desastre, encuentro esperanza en “Volveré”, algo indestructible, algo que los seres humanos no pueden dañar por completo que la obra implica quedará después de nosotros. La verdadera obra absurdista no está en el teatro sino en los actos de guerra y genocidio, en los bombardeos, en la contaminación, en el hambre forzado, en la violencia contra lxs indefensxs, en la crueldad de las prisiones con o sin paredes, en la ignorancia y cobardía del poder económico y político. Obras absurdistas como “Historia de Horror casi en Blanco y Negro” no solo nos hace reír sino también ver y entender esa banalidad y malevolencia vestida de coherencia y razón.
No puedo decir nada más sobre “Prometea”. Quedo suspendido, fascinado por su increíble oscuridad, pero es algo que yo “Kan’t translate”.
Felicidades a todxs lxs participantes del 62ndo Festival de Teatro Puertorriqueño, y especialmente a las obras que físicamente no pude asistir para comentar sobre ellas. Y ¡qué viva el teatro puertorriqueño!