Especial para En Rojo
“Nothing so needs reforming as other people’s habits”
– Mark Twain, Wit and Wisecracks
Señala Kurt Spang que los aforismos corresponden a la necesidad humana de resumir, de manera aguda y concisa, la realidad. De este modo, coinciden y se confunden con expresiones afines como los adagios, proverbios, máximas, sentencias, apotegmas, refranes, axiomas, greguerías, microrrelatos y hasta los chistes. Los aforismos (y algunos de sus congéneres) se distinguen por su valor estético, su síntesis y perspicacia.
Para Raúl Antonio Cota, el llamado género diminuto “busca la contradicción en nuestra propia forma de comprender el mundo; ayuda al escritor (y al lector) a mantenerse con los ojos abiertos”. Los aforismos et al, originados en la tradición oral, a lo largo de la historia han sido plasmados en libros religiosos y didácticos; cultivados en la filosofía, literatura, y en textos médicos-antropológicos (¿irónicos?) tan antiguos como el Corpus Hippocraticum –“Todas las fiebres bubónicas son malas, excepto las efímeras”, pronunció aquel conocido doctor–.
“El pensamiento aforístico es muy característico de tiempos de crisis”, explica Spang, porque ofrece o exige como ningún otro momento “la posibilidad de superar circunstancias consideradas como inamovibles” (4).
Juan Ramón Jiménez lo cultivó desde sus 19 años pero especialmente durante su destierro. “De la necesidad”, señala Antonio Sánchez Romeralo, hizo “su virtud”. Sus aforismos, plasmados póstumamente en el tomo Ideolojía, ilustran los principios rectores de su trabajo, sus frustraciones (“¡Esta lucha constante entre querer acabar y querer acabar bien!” ) y las máximas de su vida (“Mi reino está en lo difícil”/ “Mi vida fue salto, revolución, naufragio permanente […]”). Es mi libro favorito.
Antonio Machado también se sumó a la práctica. En 1936, el mismo año del inicio de la guerra civil, en boca de Juan de Mairena, uno de sus poetas apócrifos, alentaba a sus ‘alumnos’: “Preguntadlo todo, como hacen los niños. ¿Por qué esto? ¿Por qué lo otro? ¿Por qué lo de más allá? En España no se dialoga porque nadie pregunta, como no sea para responderse a sí mismo. Todos queremos estar de vuelta, sin haber ido a ninguna parte”.
Más humorísticas aunque no menos aciagas son las greguerías de Ramón Gómez de la Serna: “Nuestra verdadera y única propiedad son los huesos” o “La muerte es hereditaria”. Fernando Pessoa, a su vez, conservó una rica y plural obra literaria y aforística. Uno de sus heterónimos, Ricardo Reis, incitaba: “Abdica/ y sé rey de ti mismo”.
Antonio Porchia y sus Voces nos revelan reflexiones (“El mundo perdona tus defectos, no tus virtudes”) y diálogos propios: “Mi padre, al irse, regaló medio siglo a mi niñez”.
Por su parte, Sor Juana Inés, rotunda, escribió: “No estudio por saber más sino por ignorar menos”. Rosario Castellanos y Alejandra Pizarnik, rodeadas de sombras, expresaron, respectivamente: “Algún día lo sabré. Este cuerpo que ha sido mi albergue, mi prisión, mi hospital, es mi tumba” así como “Mi único país es mi memoria y no tiene himnos”.
En la actualidad, varias escritoras cultivan sus ‘minimás’. Carmen Camacho, punzante y autocrítica, bromea: “Soy la piedra en la que tropiezo”. Gemma Pellicer, de manera socarrona, pide: “Poderosos del mundo, ¡desuníos!”.
De esta breve muestra, los ejemplos más dispares y tajantes son de Francisco de Quevedo y de Mark Twain. Con el primero, a pesar de los siglos entre la Villa y Corte y nuestro presente, y a raíz de las más recientes noticias, podemos sentenciar que tanto ahora como en el siglo XVII: “Donde hay poca justicia es un peligro tener razón”. Asimismo, de este recorrido, el segundo salta a la vista, cuando lapidariamente atestigua: “To succeed in other trades, capacity must be shown; in the law, concealment of it will do”. Bien lo saben y practican nuestros jueces.