Nota:
Con motivo de la exaltación del puertorriqueño Edgar Martínez al Salón de la Fama del Béisbol el pasado 22 de enero, reproducimos esta columna de Elliott Castro Tirado que se publicó en octubre del 1995 en estas páginas. Ya en ese entonces Elliott catalogaba a Edgar como “el mejor bateador del mundo”. Hoy, 25 años después, y en su último año elegible para entrar a Cooperstown, lo hizo contando con el 85.4% de los votos, para convertirse en el primer bateador designado en lograrlo, y el quinto puertorriqueño, al unirse a Roberto Clemente, Orlando “Peruchín” Cepeda, Roberto Alomar e Iván Rodríguez.
Elga Castro
Las cámaras de televisión se mantuvieron con Ken Griffey, mientras realizaba un magistral corrido de bases, hasta que se deslizó a salvo en el plato con la carrera que le dio a los Marineros de Seattle el juego, la serie y su primer pase a la final de Liga Americana en sus 19 años de existencia.
La celebración fue tumultuosa, como ameritaba una situación como esa. Los jugadores de los Marineros se dividieron en dos grupos; uno cayó encima de Griffey y el otro corrió en dirección al jugador que había conectado el batazo que empujó las dos carreras, pues antes de Griffey, Joey Cora había anotado la del empate.
Una vez más, las cámaras de TV se quedaron centradas encima de Griffey y el “sándwich” que se formó en el área del plato.
En cuanto la situación se calmó lo suficiente, un emocionado periodista entrevistó primero… a Ken Griffey.
Más tarde y con mucha menos emoción, entrevistó al héroe que conectó el doble de oro, que de paso había sido el héroe la noche anterior con dos dramáticos cuadrangulares, incluyendo el decisivo con tres en bases y que además fue campeón bate de la serie regular.
Aun así, Edgar Martínez lo recibió con toda la humildad y sencillez que siempre le han caracterizado, tanto en el tope de las buenas, como en el fondo de las no tan buenas.
Así ha sido la carrera de Edgar Martínez, llena de éxitos y sin recibir el debido reconocimiento. Aún en Puerto Rico, sus ejecutorias siempre han sido opacadas y relegadas a un segundo plano ante las de sus compañeros Roberto Alomar, “Igor” González, Carlos Baerga y “El Indio” Sierra.
Edgar destrozó a los Yanquis
En los cinco juegos que duró la serie, Edgar se presentó a batear en 26 ocasiones y llegó a base en 17 de ellas, para un fabuloso promedio de .638. O sea, que se embasó más de tres veces por encuentro.
Edgar conectó cinco sencillos, tres dobles y dos cuadrangulares en 21 turnos oficiales, para un robusto promedio de .571. En total, acumuló 19 bases en 21 turnos, para un promedio de “slugging” de .905. Para completar recibió cinco bases por bolas.
Sus batazos sirvieron para empujar diez carreras, incluyendo nueve en los últimos dos juegos. Además anotó seis carreras. En total, empujó o anotó catorce de las carreras de su equipo.
Lo interesante es que su explosión ofensiva no es producto de la casualidad o un aborto de una serie en cinco juegos. Por el contrario, desde que comenzó a jugar béisbol organizado, siempre ha sido un extraordinario bateador.
Edgar nació en Nueva York en 1963, pero se crió en el barrio Maguayo del pueblo de Dorado, donde aprendió a jugar béisbol. Al principio se le conocía como “el primo de Carmelo” (Martínez). Hoy Carmelo es “el primo de Edgar”.
Desde que comenzó a jugar, siempre fue tercera base y siempre fue un gran bateador derecho. Precisamente por eso resulta incomprensible que haya pasado cuatro temporadas completas antes de debutar en las Mayores. Las próximas tres las alternó entre Seattle y el Calgary de la Costa del Pacífico de clasificación Triple A.
Multi campeón de bateo
Por si había dudas de su capacidad para batear, en su segundo año como pelotero profesional (1984) bateó .303 en la Liga del Medio Oeste. en el ’85 comenzó en Doble A y terminó en Triple A, donde prometió .353.
El año que parecía ser el de su consagración fue el ’87. Con el Calgary bateó .329 y en sus primeros 43 turnos en las Mayores, promedió .372.
Sin embargo, en el ’88 regresó al Calgary, donde fue campeón bate con .363. La temporada la volvió a terminar con Seattle.
Una vez más, el ’89 lo comenzó en Triple A, pero cuando estaba destrozando a los lanzadores rivales, fue finalmente reclamado por el Seattle.
En su primer año completo en Grandes Ligas, en el ’90 bateó .302 en 144 juegos. Por aquello de mantener su costumbre de batear sobre .300, en el ’91 subió a .307, preparando el escenario para el ’92, cuando se proclamó campeón bate de la Liga americana con .343.
En Puerto Rico también fue campeón bate, al superar la marca .400.
El cielo parecía ser el límite en ese momento de su carrera. Una publicación especializada que presenta informes de los escuchas (The Scouting Report 1993), lo describía en ese momento, como “una estrella en ascenso”, a la vez que destacaba su inteligencia y su capacidad para ajustar su “swing”, dependiendo de los lanzadores rivales. Además resaltaba su bateo en todas direcciones y su capacidad para maltratar a los zurdos.
Tal vez por haber tenido que esperar hasta los 27 años para recibir la a oportunidad de jugar a diario. Edgar desarrolló gran paciencia al plato, lo que le permite recibir gran cantidad de bases por bolas y poncharse muy poco.
En los últimos días del campamento primaveral para la temporada del ’93 sufrió una lesión en una rodilla, la que se unió a la que tenía en el hombro (tuvo que ser operado), por lo que perdió casi todo el año. Al final de temporada, aunque obviamente no estaba listo, regresó a juego y en 135 turnos, solo bateó para .237.
Un intenso programa de acondicionamiento físico en la Clínica de Medicina Deportiva le devolvió su condición de juego, pero en su primer turno del primer juego de la temporada del ’94 recibió un fuerte pelotazo de parte del nicaragüense Dennis Martínez, que le fracturó una muñeca y lo volvió a sacar de carrera.
En 325 turnos, bateó .285, a pesar de no estar completamente recuperado.
En Puerto Rico bateó sobre .300 en la serie regular, sobre .300 en las finales y sobre .300 en la Serie del Caribe.
Así llegó a la temporada del ’95 con el Seattle, donde fue relegado a actuar como bateador designado, para protegerlo ante las lesiones y como medio para obtener el máximo provecho a su capacidad para batear.
Sin hacer mucho ruido, se proclamó campeón bate con el robusto promedio de .356. También fue co-líder en dobles con 52 y entre los primeros en jits conectados (182), bases por bolas recibidas (118), carreras empujadas (113) y carreras anotadas (121). Además estuvo entre los líderes en total de bases y en promedio de “slugging” (total de bases entre turnos al bate).
A pesar de no ser un jonronero natural, Edgar actuó como cuarto bate y conectó 29 cuadrangulares.
Sin embargo, tal vez lo más importante de su actuación fue que cargó a los Marineros en el largo tiempo en que Ken Griffey estuvo fuera de juego por una lesión
Por esa fabulosa actuación, Edgar tiene que estar entre los más fuertes candidatos al galardón de Jugador Más Valioso, junto a Albert Belle y Mo Vaughn.
Después de su fabulosa actuación frente a los Yanquis ahora, por fin, Edgar comienza a recibir el mérito y el reconocimiento que merece. Reggie Jackson lo llamó “el mejor bateador del béisbol” y Jim Kaat lo describió como “el bateador más difícil para sacar fuera para un lanzador”.
Pocos hombres pueden batear para promedio y con fuerza, ser oportunos, repartir líneas en todas direcciones, tener vista de águila y conectar lo mismo a lanzadores zurdos que a derechos, a bolas rápidas o a curvas y lo que es más importante aún, lo hace todos los días, todos los días, todos los días.
Nosotros, en Puerto Rico, nos debemos ir preparando para darle el recibimiento que se merece quien hoy por hoy es el mejor bateador del Mundo: Edgar Martínez.