Editorial-Trump y el nuevo/ viejo militarismo imperial 

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Donald Trump está en la onda de la narrativa militarista. Él sabe que no hay nada más efectivo en la guerra política que ponerle rostro al enemigo, tanto externo como interno, y así sostener el clima de caos e incertidumbre que aglutina la lealtad de sus seguidores y paraliza de miedo a sus adversarios.

Por eso, esta semana se unió a su secretario de Guerra ( antes Defensa), Pete Hegseth para montar un gran espectáculo: el más publicitado cónclave de generales y demás oficiales de alto rango del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos. Seguramente esas reuniones se han hecho antes. Pero  Trump es un histrión, y escogió hacer un teatro para presentarles su nueva versión de militarismo en tiempos de MAGA.

El secretario Hegseth comenzó anunciando que liquidó las políticas de inclusión en la milicia. De ahora en adelante, solo aplicarán criterios de «aptitud y excelencia militar» en el reclutamiento de personal a todos los niveles, sin excepciones para acomodar a mujeres o minorías.  A la mujer que quiera enlistarse se le aplicará la misma vara que a los reclutas varones: el «mérito» puro y duro, enfatizó el Secretario de Guerra.

Por su parte, el Presidente tuvo el discurso más jugoso: les anunció su nueva estrategia de adiestramiento militar sobre la marcha. Se trata de utilizar las grandes ciudades de Estados Unidos, especialmente aquellas bajo administraciones liberales, como noveles plataformas de lanzamiento para la «guerra» contra los enemigos «internos» de su gobierno los cuales, a su juicio, son más peligrosos y dañinos que los externos. Suponemos que esto incluye principalmente a los inmigrantes, las minorías y, sobre todo, a las personas sin techo, cuyas casetas al aire libre son una ocurrencia cada vez más evidente en parques y vecindarios de todas las grandes urbes en Estados Unidos. En otras palabras, el Comandante en Jefe le ordenó a sus generales sacudirse de sus escritorios y confort, y estar disponibles para poner en marcha una especie de «limpieza» de los rastros de pobreza y exclusión entre los diversos grupos raciales, étnicos y nacionales que componen el mosaico poblacional de las grandes ciudades de Estados Unidos. En resumen, hay que blanquear y sanitizar  las ciudades para que los rastros de pobreza y males sociales no se vean tan a simple vista. Esa es la receta del «Presidente de la paz» para quienes sean considerados como «enemigos internos», lo que seguramente también incluirá remover y «guardar» a todas y todos los que piensen diferente o se desvíen de los lineamientos del Movimiento MAGA.

Para los llamados «enemigos extranjeros» la receta de Donald Trump es un poco más convencional. Aunque se proclame «Presidente de la paz», Trump y el Movimiento MAGA se nutren del conflicto. Por eso, ya están utilizando sin cortapisas todas las herramientas del Estado- milicia, servicios de inteligencia, policía y seguridad- para perseguir y reprimir a quienes consideran como sus enemigos, sean activos o potenciales. A los que están en la lista de enemigos externos, como Cuba, Rusia, Venezuela se les ataca y debilita con sanciones económicas draconianas, acusaciones falsas de narcotráfico  o de lo que sea, se le pone precio  a sus cabezas, se les retira la inmunidad diplomática o el permiso de entrada a Estados Unidos, se les aísla, se les bloquea comercial y humanitariamente, y se les hace toda suerte de amenazas. Lo importante es que todo esto les suene bien a sus seguidores, a quienes encandila con su discurso Nacionalista y excluyente, mientras descose la economía de Estados Unidos y la mundial con la imposición de tarifas abusivas a productos y servicios, se estancan las cifras de empleo y el costo de vida se dispara a niveles sin precedentes.

En su frenética embestida contra todo y todos los que entienda que bloquean su paso, Donald Trump combina todo el peso de las estrategias y tácticas del viejo y el nuevo militarismo. De un lado aceita la maquinaria del gigantesco complejo industrial-militar de Estados Unidos, junto a las tácticas de persecución y represión internas que desestabilizan y acallan cualquier oposición, ya sea en los escenarios mundiales como dentro del propio Estados Unidos, donde su oposición política está contra las cuerdas. Para ello, ha contado con el respaldo de las mayorías en el Senado, la Cámara de Representantes y el Tribunal Supremo, firmes abanderados de la agenda MAGA.

A Puerto Rico no le dedica ni un pensamiento. Somos su colonia, un  atolón que le pertenece en el Caribe y el uso militar de nuestro suelo para lanzar operaciones en la región del Caribe y América Latina es tan natural para él que no hay nada más qué pensar. Nada ha cambiado desde 1898, cuando nos invadieron con la misma milicia que ahora utilizan contra Venezuela y que antes, desde el mismo Puerto Rico y en distintos momentos, utilizaron contra otros países de nuestra región y del mundo: Guatemala (1954), República Dominicana (1965), Granada (1983), Panamá (1989), además de entrenar las fuerzas que luego pelearon en Kuwait ( Operación Desert Storm), Iraq (Desert Fox) y Kosovo, guerra en Yugoslavia. Y aunque se fueron oficialmente de Vieques y Roosevelt Roads, realmente nunca se han ido, como tampoco de Ramey Field, ni de ninguna otra de sus antiguas instalaciones. Nunca han cesado los entrenamientos conjuntos por tierra, mar y aire, ni los de cuerpos élites como los Boinas Verdes ( «Green Berets»), ni las redes de vigilancia y recogida de datos de personas e instituciones no fiables para ellos. Y en Ramey Field, de donde también supuestamente se  fueron en 1973, se instaló la Estación de Radar de Punta Borinquen, base del Escuadrón 141 de Control Aéreo, con capacidad para monitoreo de armamentos de batalla, de vigilancia e identificación, y de filtraciones de datos. Ser colonia nos mantiene como ficha del tablero geopolítico de Estados Unidos, ahora comandado por Donald Trump y la versión más derechista y conservadora del Partido Republicano de Estados Unidos.

El movimiento MAGA ( «Make America Great Again»), basa su fortaleza numérica en la enorme masa de trabajadores, de raza blanca y áreas rurales que votan masivamente por el Partido Republicano. Son los y las que sueñan con recuperar el sitial que, según ellos, Estados Unidos ha perdido en el mundo.

Desde la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos no ha ganado una sola de las guerras que ha iniciado, ni en Vietnam, Iraq o Afganistán, entre otras aventuras guerreristas fallidas. Ahora mismo, en el tablero les quedan Ucrania y Gaza, ambas guerras financiadas por Estados Unidos que tampoco han podido ganar ni resolver.

Por eso, con Puerto Rico de parapeto, dan palos a ciegas, tratando de vestir con un nuevo ropaje al viejo y desgastado militarismo mientras vuelven sus ojos a los recursos petroleros de Venezuela, bajo la excusa fatula de combatir el narcotráfico que no han podido controlar dentro de su propio país.

Sin embargo, la narrativa militarista de Trump se enfrenta a su propia contradicción. Porque la amenaza lleva a los demás países a preparar su defensa. Y en eso, el mundo también ha cambiado y avanzado, y cada vez la amenaza imperialista encontrará adversarios mejor preparados para defender lo suyo. Ser colonia desprotege a Puerto Rico. Nos deja indefensos ante el fuego cruzado de una guerra que no es nuestra. Ese es el gran riesgo de seguridad que enfrentan nuestro país y nuestra población , y al que ni Trump, ni Hegseth, ni ninguno de los generales del Estado Mayor de Estados Unidos, le han dedicado siquiera un pensamiento.

 

 

 

 

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