En Rojo
Ahora que estamos en el futuro, imaginemos que nunca llegamos a inventar las sierras de motor, que las copas de los árboles se tocan dondequiera, que vivir es vivir en lugar de morir a manos del capital, que el país es nuestro, que estamos en la punta de Cabo Rojo y que justo ahora, el día cae. A nuestro encuentro viene la brisa con su prisa calmada. Nos rocía su erotismo indiferente que no nos es indiferente. El calor es un alivio amable de tanto frío fabricado y no al revés. Escuchamos sin esfuerzo los trinos, muchos, de los pájaros, casi como si fuera de mañana. La mariquita. El pájaro bobo mayor y el menor. La viuda. El playero. El ruiseñor. El chorlito. El turpial. La colicinta. El zorzal. El pitirre. El carpintero. La yaboa. El pelícano pardo. La reinita mariposera. El martinete. El comeñame. La tijereta. El querequequé. El San Pedrito. En el atardecer mandan el sol pronunciando tembloroso sus vibraciones y los mosquitos embravecidos. Los sonidos de los insectos también se envalentonan, imponiéndose con su persistente pequeñez. Pero no ahogan el canto del guabairo, que alardea su galillo crepuscular.
Estamos a cierta altura en las colinas de Los Pozos. Las 1,549 cuerdas, e-sen-cia-les, han sido declaradas Corredor Ecológico del Suroeste por el gobierno de la gente. Los cientos de especies de flora y fauna, el número indeterminado de especies de funga y todas las especies de corales que aquí una vez se contaron se han multiplicado, tanto que aún no las hemos registrado. El mar, abajo, alrededor, es un murmullo incierto y seguro. Pensar el mar justo cuando aparece el asomo de la noche, y el día aún no se ha dejado vencer, es dejarse vencer. El mar es algo como el amor.
Antes del Gran Colapso Digital, cuando los monarcas del Valle de Silicón regían el mundo, no había quien escapara, como mínimo, de algunas fotos en “la nube”. En aquel tiempo, aquella pobre gente se había quedado solo con una “nube” metáfora del capital. Era rectangular y plana. Todos iban pegados a ella, doblegados. Afortunadamente, aunque aún no entendemos cómo lograron renacer, ahora en el futuro tenemos nubes, muchísimas. Un techo evanescente nos cobija y nuestros cuerpos han vuelto a erguirse, capaces de mirar cielo y horizonte.
Por cierto, también abolimos los partidos y el capital… Después de todo, bastó un par de órdenes ejecutivas y una carta circular. Súper fácil. Aunque cueste creerlo, el estudio, las artes y los libros sobrevivieron al pasado aquel de senadores, rectores, alcaldes, gobernadores y presidentes, de cuyos nombres nadie siquiera se acuerda. De las hormigas tejedoras, los líquenes de colores, los alientos exhalados, los caracoles del rastro y las huellas táctiles de la risa, el sueño y la imaginación, sí. En las noches cerradas, nos tumbamos en la arena a contemplar las estrellas abiertas, bajo cuyo resplandor hacemos el amor siempre que lo deseamos. Solo a la memoria de la esencia de las cosas nos debemos.