En Rojo
Desde que comenzó la campaña eleccionaria de 2024 la ausencia de ideas concretas era patente. A dos días de las elecciones la guerra ideológica a través de los medios llegó a niveles insospechados. Hoy, cinco de noviembre de 2024, las estaciones radiales de la isla se convirtieron en una red homogénea de terrorismo mediático.
Los “analistas” políticos, los “comediantes”, “animadores”, en general, han pasado a ser instrumentos de un uso estratégico de la información y la desinformación para generar miedo y desconfianza en la ciudadanía. Toda esa sopa de letras de canciones sin ninguna base racional se manifiesta a través de la propagación de bulos y-noticias falsas, fake news- que buscan manipular la percepción del público aún mientras el país hace filas para votar en medio de un caos organizativo.
La distorsión de la realidad y las narrativas engañosas ya sobrepasan la mítica región de Cubazuela, esa muletilla que ha utilizado la derecha y ahora se les ha unido un grupo de liberales PPD que jugaban a ser de centro . Los bulos de terror, relatos infundados sobre las relaciones cercanas de los candidatos de la Alianza con regímenes “dictatoriales” -que ahora incluyen a Putin, Li Qiang y a Corea del Norte pueden viralizarse rápidamente a los bots pagados por el partido de gobierno, alimentando rumores y fomentando la polarización social. ¿A quién le conviene esa polarización? Sin duda a quien tiene en sus manos las fuerzas represivas, el aparato legal y judicial.
Como estos paladines de la democracia -en realidad del autoritarismo- no creen realmente en ella, no les importa que lo que hacen es una combinación perfecta para desestabilizar la confianza en las instituciones, promover la división entre comunidades y, en última instancia, influir en la opinión pública de manera perjudicial. Les conviene el caos porque tienen el monopolio del estado colonial, hasta ahora.
Esta es la demostración cabal y patética de que la prensa corporativa no representa la libertad de opinión porque se alinea con los intereses del capital, que no son los intereses del progreso. Los medios de comunicación -radio, prensa escrita, TV- son propiedad de grandes conglomerados empresariales que priorizan la rentabilidad sobre la independencia editorial. Lo rentable es el espectáculo, siempre que el mismo sea convertir los asuntos de la cosa pública en un espacio carente de diálogo y racionalidad. En este contexto, las decisiones sobre qué noticias se cubren, cómo se presentan y qué voces se amplifican pueden están influenciadas por consideraciones comerciales en lugar de un compromiso con la verdad o el interés público. Pero esas consideraciones “comerciales” siempre están supeditadas a lo ideológico. Por eso, los noticiarios, Jugando Pelota Dura, La Comay, El Guitarreño, y hasta el presidente de Bella International suenan igual. Las consideraciones ideológicas llevan a una homogeneización de las noticias, en las que se favorecen narrativas que benefician a los anunciantes o a los accionistas, a los políticos que distribuyen de manera obscena y corrupta dinero público, a los legisladores que legislan en beneficio de contratistas, en detrimento de la diversidad de opiniones y la crítica al status quo.
Además, la presión por maximizar los ingresos y no pisarle los callos a quien reparte dinero público puede resultar en una reducción de la investigación periodística profunda, lo que limita la capacidad de la prensa para funcionar como un contrapeso al poder.
¿Qué podemos esperar cuando los medios de comunicación y las redes han transformado la vida social en un espectáculo? Según Guy Debord, y me perdonarán la manía de citar algunos clásicos, el espectáculo no se limita solo a la televisión o a la radio, sino que abarca todas las formas de representación y comunicación que distorsionan la realidad y la reducen a imágenes y narrativas superficiales.
Debord escribió sus notas sobre la sociedad del espectáculo hace más de medio siglo. Pero es ahora, relativamente en años recientes, cuando eso que pensaba de manera prospectiva alcanza el paroxismo: las experiencias directas son reemplazadas por representaciones mediáticas, lo que lleva a una alienación de los individuos. En lugar de participar activamente en la vida social, las personas se convierten en meros espectadores de su propia existencia. Esto fomenta una cultura de consumo y una pasividad que impide el pensamiento crítico y la acción. Bien, ¿remedio? Tirarse a la calle. Al concierto. Apropiarse del espectáculo. Representarnos de manera creativa. Crear imágenes y narrativas complejas y hasta cambiar las superficies.
¿Que “el espectáculo” prioriza el entretenimiento sobre el contenido significativo y contribuye a la superficialidad del debate público y a la manipulación de la opinión colectiva? Pues a entretenernos entonces para luego gozar de los cambios en la sociedad. Evitar el monopolio de los payasos mediáticos pagados por el poder.
Lo digo desde mi posición de paria electoral. Solo he votado tres veces en 44 años. Lo tengo claro, las elecciones son fenómenos complejos que representan tanto oportunidades como limitaciones en el ámbito político. Y en las colonias el asunto es más complicado. Si miro al mundo desde el modo puro y tradicional de izquierda nacional, puede pensarse, y así ha sido hasta estas elecciones, que el ejercicio se convierte en una mera forma de legitimación del sistema colonial. No es descabellado pensar que elecciones coloniales pueden desviar la atención de la verdadera lucha política y social. No es absurdo decir que las elecciones bajo una Junta de Control Fiscal limita la participación política a un acto ritual donde los ciudadanos eligen entre opciones que, en última instancia, no desafían el orden establecido. Sin embargo, -y en esto parafraseo a tipos como Negri pasándolo por el filtro del ron y las frituras, estas elecciones son un paso adelante en la conciencia ciudadana. La idea de que somos un territorio por descolonizar, que hay que enfrentarse a la Junta de Control Fiscal, que no es posible seguir viviendo bajo la cleptocracia, -el gobierno de los pillos- y que antes y después de las elecciones existe una forma política radicalmente democrática que podemos usar, están presentes en la mente de cientos de miles.
Las elecciones son, además una oportunidad para la movilización y la expresión de la voluntad popular. La participación activa de los ciudadanos -sobre todo los más jóvenes- en todos los aspectos de la vida política, no solo en el ámbito electoral, es una herramienta dentro de una lucha más amplia por un cambio social y político. El verano del 2019 fue un buen ensayo de participación democrática popular. A mí me parece que el terrorismo mediático de esta mañana, de estos últimos meses, es un modo en el que el estado corrupto, autoritario y neoliberal responde a una paulatina toma de conciencia democrática liberadora de amplios sectores de nuestro pueblo. Ante ese terrorismo, que estoy seguro se organizará después de las elecciones de otras formas más burdas, estaremos alertas y creativos sin dejarnos intimidar. La lucha por una vida digna no es una carrera de cien metros. La vida es lucha toda, decía el poeta.