Hace 16 años publiqué un artículo que intentaba aplicar la noción del voto útil al sistema eleccionario boricua, y continué el ejercicio cada cuatro años. En la isla, el voto útil (escoger al candidato menos malo entre quienes tienen posibilidad de ganar) se recriminó por décadas con el término “melón” debido quizás a la primacía que tiene el ideario nacionalista (y, por ende, romántico) en el discurso político puertorriqueño. En cada artículo quise aplicar el punto de Chomsky al caso eleccionario local.
Me avergüenza citarme a mí mismo, pero debo aclararlo: “escoger al menos malo” no equivale necesariamente a votar popular (o demócrata, en el ámbito estadounidense). En la segunda (2016) y tercera (2020) partes de esta serie, de hecho, discutía por qué —dentro del contexto de la Junta de Control Fiscal— votar PPD por encima de un partido emergente no era necesariamente la alternativa estratégica.
2024 llegó y quisiera terminar la serie dedicada a mi amigo y maestro Chi Wai con una última reflexión sobre voto útil, Chomsky y los partidos emergentes. Mucha gente alberga una imagen distorsionada de lo que es el anarquismo, pero la filosofía eleccionaria del mayor filósofo anarquista del siglo XX propone votar siempre por el menos malo de los candidatos viables.
Quiero detenerme en dos puntos: el voto útil en la isla y el voto útil en el continente.
El caso puertorriqueño:
La consideración esencial a favor de votar por «el menos malo» es la viabilidad. Si un candidato no tiene viabilidad real, procede descartarlo dentro de esta lógica. Por ejemplo, yo creo que mi amigo Yu Tsu (amigo en común con el desaparecido Chi Wai) lideraría la nación borincana de una manera incluso más provechosa que Juan Dalmau, pero votar “write-in” por Yu Tsu sería una pérdida de tiempo porque no tiene viabilidad. De igual forma, para un votante con ideario de reacción votaría —de seguir esta lógica— por la comisionada residente por encima del candidato del Proyecto Dignidad.
El punto que quiero traer sobre 2024 y Puerto Rico, a estas alturas, es poco original: desde una perspectiva que considera al PNP como una ganga corrupta y económicamente retrógrada, la opción más viable para evitar su triunfo en el Ejecutivo es votar por Dalmau. Este no era el caso hasta hace poco, pero ahora lo es, como varias encuestas —incluida las de El Nuevo Día y la más reciente de El Vocero— revelan. Por años, muchos populares invocaron a pipiolos y votantes independientes a unir fuerzas para combatir al PNP; habla pésimo de la colectividad que en esta ocasión se mantengan firmes en su terco apoyo a la candidatura de Jesús Manuel, que no va para ningún lado por razones que incluyen su penoso carisma y el estancamiento ideológico que representa.
Sí, lo “útil” es votar por Dalmau y en esta ocasión el PPD se presenta como un “spoiler” que le cedería la gobernación a Jennifer González. La bola está en la cancha de los populares. Este punto —aquí Chi Wai hubiese estado de acuerdo conmigo— es incontrovertible.
El caso estadounidense:
Si uno se mueve por círculos cerrados, quizás no lo perciba desde este ángulo, pero en 2024 la pregunta de quién es peor (Harris o Trump) y el subsiguiente cálculo acerca del voto útil no son cuestiones fáciles de resolver. Para una persona preocupada por la posibilidad de una guerra nuclear, por ejemplo, está claro que el camino guerrerista que han escogido los demócratas debe evitarse a toda costa; para una alguien intranquilo por que el sistema judicial estadounidense (no solo la Corte Suprema) termine plagado de fanáticos derechistas, evitar a Trump sería la consigna principal. Para quienes nos hemos obsedido por las imágenes de los niños triturados, con el cráneo abierto en dos, amputados y tiroteados por el ejército israelita, ninguna de las dos opciones promete, ya que ambos apuestan por la continuación de la limpieza étnica palestina.
Harris no ha podido o querido distanciarse de su jefe, el emperador senil Genocide Joe, como lo apodan los activistas. Considérese cuán pésima ha sido esta maniobra. Bajo Biden ha habido un incremento en los asesinatos a mano de la policía; ha habido también un número mayor de deportaciones que el de su antecesor y, simultáneamente, un caos en la frontera que ha posibilitado la entrada caótica de inmigrantes a Estados Unidos (entre las decenas de millones de trabajadores decentes que enriquecen la vida y cultura estadounidense hay, en efecto, varios miles de criminales, y la propaganda republicana se ha encargado de hacérselo saber a sus votantes, siempre con subtexto racista). El trato de Biden a Cuba ha sido peor que el de Trump, lo que se suma a nefastos niveles de inflación (en parte como resultado de la pandemia) y muy mediocres esfuerzos por proteger el medioambiente. La joya de la corona es la guerra contra Rusia, que ha costado casi 200 mil millones de dólares y viabilizado la destrucción de Ucrania, además del acercamiento estratégico entre Rusia y China, desastre militar uno y político el otro. Esto ocurre en el contexto de una clarísima degeneración cognitiva del presidente, ocultada burdamente por los propagandistas del partido y la prensa hegemónica. Además, bajo Biden se ha intentado constreñir la libertad de expresión inéditamente, tanto en las redes sociales como en los campus universitarios de Estados Unidos. El resultado de todos estos factores es que incluso entre votantes negros y latinos (grupos tradicionalmente fieles al Partido Demócrata) ha ocurrido un exilio hacia el Partido Republicano o candidaturas emergentes. Repito: Harris no ha podido o querido distanciarse de nada de esto.
La estrategia de Harris para contrarrestar el pésimo desempeño de su administración ha sido dejar claro que defiende el derecho al aborto; aunque la posibilidad de que una presidenta Harris pueda realizar algo al respecto es bajísima (necesitaría mayoría en ambas cámaras y el permiso de la élite del partido, que perdería así la proverbial zanahoria que persigue el burrito), el mensaje ha funcionado, según reconocen todas las encuestas. En la isla el argumento ha resonado también, considerando que incluso dentro de la Alianza pueden encontrarse personajes que apoyan entusiastamente la candidatura de Harris, genocida, guerrerista, neoconservadora y antiinmigrante, por lo demás.
And then there’s Trump…
Ambos candidatos del bipartidismo imperial ostentan niveles históricos de rechazo y baja favorabilidad; la vicepresidenta ni siquiera ganó un solo delegado en su campaña de 2020 —cuando intentaba posicionarse políticamente entre Sanders y Biden, a quien catalogó de racista antes de unirse a su equipo. Luego de la defenestración de Biden ocurrida en julio, Harris gozó de un empuje mediático que, a semanas de las elecciones, se ha desinflado. Sobre las atrocidades de Trump no tengo por qué repetir lo que ya todo el mundo sabe.
Así que… ¿dónde queda la noción de voto útil en este contexto?
Chomsky entiende que estamos ante dos amenazas existenciales que requieren atención inmediata: el calentamiento global y la posibilidad de una guerra nuclear. Por razones que deberían ser obvias, cualquier otra consideración debe subyugarse a estas dos, sin restarles por eso importancia a temas como la salud socializada, la inflación, los derechos reproductivos, la economía, el sistema de educación, etc. El punto —eminentemente básico— es que si ocurre un cataclismo atómico o ambiental, de nada importan los otros temas.
Lo que nos deja con la siguiente paradoja: Harris (o sus manejadores atlantistas) pretende acercarnos a una guerra nuclear, pero es ligeramente preferible en temas ambientales, mientras que Trump promueve la destrucción frontal y acelerada del medioambiente, pero es ligeramente preferible en cuanto a sortear la posibilidad de una guerra apocalíptica contra Rusia. ¿Qué hacer ante este cuadro?
Una posibilidad es darlos a ambos por profetas de la destrucción y fijarse en los detalles en que Harris se presenta como “menos mala”: su profesión a favor del derecho al aborto suele ser el artículo más citado en esta dirección, aunque por lo demás ella misma ha hecho un esfuerzo por demostrar su movimiento hacia la derecha, testificado por la devoción con que los neoconservadores (Frum, Kristol, los Cheneys, etc.) la adoran. También cuesta mucho —a menos que se tengan puestas gríngolas gringas— catalogar como “menos mala” a una de las caras internacionales del peor crimen de lo que va de siglo: el genocidio palestino. Cabe la posibilidad de que este apoyo le cueste las elecciones, por el voto de protesta musulmán y de una izquierda antiimperialista que, ante este cuadro, prefiera apartarse de la estrategia del voto útil (algo que no recomiendo). En mi experiencia, he notado que la expresión “Trump también hubiese financiado el genocidio” no logra convencer demasiado. Ya veremos.
Quizás convenga, al final del día, centrarse en la contienda boricua, mucho más esperanzadora y de avanzada que su contraparte federal en esta ocasión. Las candidaturas de Cornel West, Jill Stein y Claudia de la Cruz andan todavía demasiado lejos de dar en la diana, en parte porque las maquinarias del bipartidismo continental cuentan con más recursos y más poder. Los demócratas (capitaneados en este particular por AOC, a quien se le ha prometido presidir la Cámara Baja por su fidelidad al partido) atacaron ferozmente las candidaturas emergentes, mucho más de lo que el PNPPD hizo en la isla. En cambio, la Alianza local, mediante trabajo constante, logró desplazar al Partido Popular a un cómodo tercer lugar en lo que respecta al ejecutivo, motivo muy válido de celebración.
Me hubiese gustado preguntarle a Chi Wai lo siguiente: ¿cabe espacio para hablar de una esperanzadora resurrección en el ámbito político local? Todo depende de hasta qué punto la Alianza termine sustituyendo solo nominalmente al PPD, me hubiese contestado. Por el momento, parecería que se le ha inyectado vida e interés al debate partidista de la isla, a pesar de la torpe campaña de miedo anticomunista por la que apostaron los militantes del PNP. Les toca ahora a los populares abandonar su apoyo ciego al monigote que dirige el partido rojo y colaborar con la meta de que no llegue a Fortaleza el partido azul.