En Ítaca

 

 

Acaso Ítaca sea el desierto
al que he llegado
con esta edad,
estos libros,
muebles y objetos.

No pocas veces
me he preguntado
a dónde terminará
cada cosa,
si estarán en buenas manos.
Cuál libro en cuál mano,
cuál echado con prisa
en el cajón reservado
para el vertedero.

Un corazón
en que el latido salta
con fervor y breve aviso.
El ritmo de una respiración
que cesa cuando duermo.
El cansancio en las rodillas.
El peso. Ah, el terrible peso,
el grado cero acumulado
sobre quien siente
el abandono del ángel,
del mundo.

Entre los dedos sopeso
un pequeño juguete.
Pronto mi estatura
comienza a encoger.
Del desamparo seré la noticia.
Romperán la puerta,
guiados por el olor de días.
Tras el levantamiento,
manos con prisa
procederán a desalojar
el apartamento
para el próximo inquilino.

Al lado del cuerpo
un pequeño juguete
reproduce la escena
en la pintura de Miguel Ángel,
donde un dios y un hombre
rozan, apenas, los índices.

Allí, donde nada sobra.
Allí, en Ítaca.
Donde nada queda.

 

Guaynabo, 6 de enero de 2025

 

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