En Reserva: “De qué hablo cuando hablo del amor”

Edgardo Tormos Bigles

Especial para En Rojo

Hace un tiempo que me incomoda una historia de amor. Me dediqué a seguirle el trazo. Este es su orden en el tiempo.

Budapest, 1937. Hungría fortalece relaciones con la Alemania Nazi. El húngaro de ascendencia judía, Miklos Laszlo, estrena su obra, Parfumerie, en el Teatro Pest. Es una comedia que nerviosamente procura la risa, el confort de un final feliz. Narra la historia de una tienda pequeña en Budapest en la cual los dependientes y el dueño entran en conflicto por un malentendido: el dueño piensa que George Horvath, el más fiel y eficiente de sus vendedores, se está acostando con su esposa. No es cierto. El vendedor se cartea anónimamente con Amalia Balash, otra dependiente de la tienda. En la tienda, no se soportan. George sospecha que ella es la culpable de que el jefe ya no lo tenga como su favorito. Luego de una serie de enfrentamientos, el dueño despide a Horvath.

Eventualmente, se descubre la verdad: el transgresor era otro dependiente y Horvath regresa a su puesto y fortalece aún más su relación privilegiada con el patrono. Entonces florece el amor entre los vendedores. Horvath revela su verdadera identidad y Amalia confiesa: “You? I knew it. I’d hoped it. But I never dreamed it could be true”. El dueño de la tienda perdona a su esposa, y regresa a su casa. Es una hermosa Navidad nevada y los hogares anhelan la llegada de burgueses y trabajadores por igual.

El amor prospera en la medida en que no se transgrede la jerarquía obrero-patronal. Los trabajadores enamorados se deleitan con su relación epistolar. Su amor era lícito y genuino. Había sido una labor entre pares y se habían enriquecido mutuamente. Al salvaguardar su autenticidad obrera, habían garantizado el sosiego de corazones ansiosos.

Meses después, el dramaturgo judío huye del país. Llega a Nueva York. Lo recibe con entusiasmo una comunidad de húngaros exiliados. Trabaja para MGM. Su Parfumerie se adapta para crear una de las películas más famosas de todos los tiempos, The Shop Around the Corner (1940). En 1949, Judy Garland protagoniza In the Good Old Summertime, la versión del cine musical. Otra versión, She Loves Me, tuvo más de trescientas funciones y fue nominada a cinco premios Tony. Era ya una historia de amor gringa. Laszlo, ciudadano americano desde 1944, murió en Nueva York en 1973.

Nueva York, 1998. Estados Unidos se prepara para el nuevo milenio. Clinton da explicaciones a la defensiva. Giuliani estrena su segundo cuatrienio como alcalde de la ciudad. Teoría de las ventanas rotas y “limpieza cívica” de la metrópolis. Recuerdo poco del ambiente en la isla. Se trabaja con afán. La calle está mala. Mano dura contra el crimen. Pillos y policías. A los niños se nos ha dejado frente a la televisión. Se perdía a macanazos el control colectivo de la infraestructura de comunicaciones. Igual estaba en NY, para efectos prácticos. Se estrena You’ve Got Mail (1998). No la vi entonces. Las imágenes eran de Georges, que se escuchaba afuera. Los rumores eran de “Ninguna de las Anteriores”. Clinton salía airoso. Hillary sonreía a su lado.

Aunque no vi esta obra maestra de la escritora y directora Nora Ephron en su estreno, reconozco ahora los tropos y la propuesta principal del género fílmico que nos enseñó a amar: en los tiempos que vivíamos, no había espacio para el trato entre pares, ni la distribución equitativa del poder. Las aparentes diferencias irreconciliables entre individuos no tenían otro remedio que la erradicación de la mitad más débil. Nuestra educación sentimental admitía todo menos el más mínimo destello de conflicto social. Era el fin de la historia.

La película narra la historia de Kathleen Kelly (Meg Ryan) y Joe Fox (Tom Hanks), mientras mantienen una relación digital anónima en los albores de la internet comercial. Kathleen, nombre de usuario “Shopgirl”, y Joe, “NY152”, aprovechan las breves ausencias de sus respectivas parejas para intercambiar mensajes y cultivar un romance epistolar. Fuera del ciberespacio, Kathleen es dueña de una librería independiente que había durado dos generaciones en el Upper West Side, entonces ya en pleno proceso acelerado de aburguesamiento. Joe es heredero al trono de una dinastía corporativa llamada Fox Books, una cadena de librerías que ha puesto el ojo en el barrio y, específicamente, el mercado de The Shop Around the Corner, la librería de Kathleen. La relación de Kathleen y Joe se desarrolla mediante una serie de enfrentamientos y discusiones públicas: naturalmente, ella resiente la voracidad y la pedantería de quien ha venido a amenazar su sustento económico y su legado. Mientras tanto, “Shopgirl” y “NY152” se enamoran y programan una cita para conocerse. Joe descubre quién es su interlocutora y decide dejarla plantada para ocultar su identidad. Eventualmente, la presencia de la librería de cadena causa demasiadas pérdidas a la librería independiente: los empleados renuncian o se retiran y la dueña se ve obligada a reinventar su carrera.

El amor comienza a tomar vuelo en el momento en que la pequeña empresaria reflexiona en torno a lo inevitable del cambio. “Shopgirl” le reporta cándidamente a “NY152” su desconsuelo. Con la pérdida de su negocio familiar, aparecen fantasmas del pasado. Se siente que se muere y que su madre se ha vuelto a morir. Allí se ve con ella, bailando entre anaqueles vacíos. Joe no desiste en su avanzada. Fox Books prospera (por el momento). Él tampoco es capaz de detener el flujo continuo y trágico de la historia. Solo puede acelerar el paso hacia el fin. Se impone en la vida diaria de Kathleen. Le da consejos de cómo hablar con “NY152”. Le dora la píldora. El amor florece en el momento en que se confiesa que no hay resistencia que valga.

Finalmente, Joe decide revelar su verdadera identidad: el galán “NY152” y el patán Joe Fox que Kathleen detestaba eran la misma persona. Ante esta revelación, choca lo siniestro de la reacción de Kathleen. Justo antes de la toma final, cuando suena una interpretación de “Over the Rainbow”, entre lágimas de felicidad, “Shopgirl” repite, sesenta años más tarde: “I wanted it to be you. I wanted it to be you so badly”.

Así aprendimos del amor. Por la gracia de un Gran Poder, los verdaderos amores, a los que gravitábamos en masa, sobrevivían, a pesar de las condiciones adversas que nos imponían violentamente: estábamos tan inexorablemente destinados a flotar por los cauces del amor como estábamos condenados a desembocar en el olvido propio. El amor llegaría envuelto en la desazón. Vendría a volcarnos la vida patas arriba. Al fin y al cabo, nos agotaría. Solo un acatamiento cabal de su mandato nos permitiría descansar, en el cielo, en algún lugar más allá del arcoíris. Fin, créditos y para la casa.

Hoy son otros los tiempos. A golpes, nos desentendemos de esos amores. Intentamos construir otra cosa, desde el más allá. Con urgencia, entablo una correspondencia con un mundo nuevo. A la espera, armado de anhelos, en reserva.

Sobre todas las cosas, espero que se me entienda de lo que hablo cuando hablo del amor.

 

 

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