El rompecabezas de nuestra arqueologia

 

En Rojo

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Eduardo Newmann Gandía fue un historiador y educador ponceño cuyos intereses eran muy variados. Digamos que sus investigaciones apuntaban hacia la astronomía o la cultura taína. Como quien dice del cielo a la Tierra y más allá. Sobre lo precolombino habría que decir que tenía una colección de efigies de pájaros realizadas por indígenas de la Isla que pasó a manos de un antropólogo norteamericano un lustro después de su muerte.

Jesse Walter Fewkes publicó «The aborigines of Porto Rico and Neighboring Islands» en 1907. La colección de Newmann pasó a sus manos, como decía, unos años después. Como soy un poeta que escribe novelas me gustaría saber dónde están ahora esas piezas. Me hago la misma pregunta sobre la colección de Agustín Stahl. ¿A dónde fueron a parar esas efigies, aros de piedra, cemíes, y centenares de otros fragmentos de nuestra memoria histórica? ¿Habrá escrito nuestro científico alemán algo sobre su colección? Una amiga me comentó que el historiador Jalil Sued Badillo le dijo alguna vez que para ver una buena colección de esos aros de piedra había que ir a Suecia.

He escuchado de innumerables hallazgos arqueológicos que se han convertido en adornos en algunas casas. He sido testigo de como en una casa particular, privada, se exhiben figuras, fragmentos de vasijas y cemíes. Eran cosas encontradas mientras se removía terreno para construir. Material suficiente para hacer un pequeño museo en cada caso. Sin embargo, ahí estaban esos «descubrimientos» sin catalogación, sin afán de conservarlo como patrimonio de un país. Eran solo parte del decorado. Una curiosidad para los visitantes.

Alguna vez pensé en un modo de robarme todo aquello y entregarlo a un museo. Desistí por dos razones. Sería obvio que era yo el ladrón por los comentarios que hice al ver aquello. La otra razón es que nada garantizaría que en un país en el que sistemáticamente se olvida la historia y se destruye todo vestigio del pasado fueran aquellas piezas valoradas y cuidadas.

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Sé que Ovidio Dávila, arqueólogo, padre del joven que realizó el documental de la Revolución de 1950 (José Manuel Dávila Marichal) conoce el paradero de muchas de esas colecciones, hallazgos y desapariciones que van a parar a «museos» privados y residencias particulares. de muchos que han cogido ese patrimonio como su fuera suyo.

El doctor Dávila, entre otros muchos haberes, es experto en monedas de antiguas haciendas y fincas agrícolas; ha investigado la Cueva del Indio en Arecibo desde hace poco más de tres décadas; organizó y dirigió hace cuatro décadas trabajos de excavación e investigación  de arqueología industrial en las ruinas de la Hacienda Esperanza en Manatí

Los planes del colectivo con el que se realizó esa labor eran la publicación de estos resultados. Nunca ocurrió. ¿Qué pudiera haber pasado con tantos yacimientos similares? ¿Qué pudo haber pasado con otros yacimientos precolombinos? ¿Hay leyes de protección de ese patrimonio?Sobre ese trabajo en particular, escribió: Por su propia naturaleza, esta clase de viejas localidades están, en su mayor parte, en estado de abandono ruinoso y desarticulado, con elementos de grandes dimensiones, consistiendo en una caótica mezcolanza de piezas y artefactos, mostrando grandes alteraciones e intrusiones. En este tipo sitio o yacimiento, las formas, métodos, estrategias y técnicas de excavación, recuperación y análisis suelen ser, igualmente, a “escala industrial”, en los cuales resulta procedente ―si el arqueólogo industrial así lo considera necesario y conveniente― hasta el uso de palas mecánicas y grúas excavadoras en el manejo e intervención de campo. De ellas gran parte de las veces ha desaparecido la documentación relacionada con su origen, desarrollo y funcionamiento, por lo que ha de recurrirse a las técnicas de la reconstrucción histórica que provee la ciencia investigativa de la Arqueología, esto es, la Arqueología Industrial.

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Sobre esa última pregunta nos dice la antropóloga Iulianna Rosario: «La ley de protección arqueológica fue hecha en la década de los 80, un poco antes de los trabajos en Punta Candelero, Humacao -ahora Palmas del Mar-. Aquí la pena es cárcel. Pero estas leyes no le aplican a los estadounidenses. Tampoco esa ley le aplica a la Marina, ni al cuerpo de ingenieros del Ejército. Ellos contratan firmas estadounidenses o sus mismos arqueólogos se encargan de extraer las piezas y se las llevan. En otras palabras, esto consiste en un saqueo legal, si pudiéramos concebir tal cosa. De hecho, mucho del material arqueológico de Puerto Rico fue sacado de la isla entre 1903- 1980. De hecho la ley dice que ni se pueden remover artefactos de la superficie de la tierra”.

Según Rosario la mayor colección de artefactos taíinos o pretaínos hoy día la tiene la universidad de Georgia. La Marina de Estados Unidos le donó la colección de todos los materiales saqueados en la década de los 70 en Vieques y Culebra. “Hay hasta un artículo de ellos alardeando que son más de 300 yacimientos en ambas islas” me dice. Vieques y Culebra no son los únicos casos. Afirma Iulianna que el saqueo más reciente fue Jácanas en Ponce (2007). “Lo llamo saqueo porque no había la necesidad de contratar una firma gringa para hacer la labor arqueológica. Se llevaron todo lo que había. Esto fue cuando se construyó la represa del Río Portugués y Bucaná. Con las canalizaciones de varios ríos también han destruido y saqueando sitios. Estas son obras del cuerpo de ingenieros de EE. UU. Como la destrucción de un lugar de enterramiento en Dorado.

Le pregunto a la antropóloga si sabe algo de esa colección de Fewkes y Newmann. “Paola Schiappacasse le ha seguido la pista a muchas colecciones arqueológicas. Ahora mismo, como te dije, la mayor colección está en la Universidad de Georgia. Pero debe saberse que Fewkes engañó a muchos. En  1903 reseñaron su engaño en el periódico The Salina Daily Union, (ejemplar de 18 de abril de 1903, página 2) como un «little white lie» para que la gente le entregara las piezas de lítica que tuvieran para meterlas a un museo y estudiarlas. Él sabía que eran valiosas para la gente y aún así se las llevó. La colección de Stahl la compró un museo en Estados Unidos.  La condición de Stahl era que su colección  permaneciera junta. Sabrás que no honraron su dese.  La dividieron en tres: la colección fue a Yale, a Harvard y creo el resto al Peabody”.

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Sé que el asunto es mucho más complejo y mucho más rico que lo que pueda esbozarse en una simple lectura o en una conversación como la que establecí con Iulianna Rosario. Cuando los colonizadores investigan lo hacen desde la perspectiva de lo que son. La paciente labor de investigadores como Dávila o las recientes de Rosario son solo parte de un equipo que se dedica afanosamente a la investigación y el rescate del patrimonio arqueológico. Es casi como decir que rescatan nuestra memoria. Para alguien que gusta de el recuerdo, o en casos como el mío, en el que la escritura supone que imagino que recuerdo, la labor antropológica es fascinante y necesaria. Solo espero que esta nota genere diálogos, discusiones y molestia. ¿Por qué habríamos de estar tranquilos cuando vamos perdiendo piezas de un hermoso rompecabezas en el que estamos nosotros todos y todas incluidos?

 

 

 

 

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