En Reserva: Ejércitos y alianzas

 

Especial para En Rpojo

Para David y Nik

Llevó unos días pensando en el matrimonio, su historia, transformaciones y su razón de ser (o razones de ser) históricas. He aquí algunos de mis hallazgos.

Arguye la historiadora Stephanie Coontz en Marriage, a history (2006) que el matrimonio como lo conocemos hoy día –entiéndase, por libre elección y comúnmente por amor, por ejemplo–, es un invento ‘occidental’ y una práctica tan radical como reciente que data del siglo XVIII tardío.

A pesar de ello, Coontz insiste en que absolutamente todos arreglos matrimoniales y/o sexuales que se consideran modernos o recientes han sido explorados, vividos o tratados antes.

Para la psicoterapeuta Esther Perel el matrimonio es un conjunto de narraciones: “you pick a partner, you pick a story”.

Históricamente las parejas se han unido por motivos económicos y de supervivencia. Por una parte, para afianzar la mano de obra con sus cónyuges y crías (así como la conservación de la especie), y por otra, para aunar, legitimar y adquirir poder a través de transacciones económicas y, dependiendo del caso, políticas. El amor y el deseo, que siempre han existido, aduce la historiadora, comúnmente se conjugaban en otras estructuras, fuera del acuerdo matrimonial.

“For centuries, marriage did much of the work that markets and governments do today”, explica. “It organized the production and distribution of goods and people”, añade, y “it set up political, economic, and military alliances”. Y aun más, instituía la distribución del trabajo, según género y edad, por ejemplo.

Demás queda decir que históricamente también el matrimonio ha sido terrible y opresivo para las mujeres. El matrimonio, sentencia Coontz, “orchestrated people’s personal rights and obligations in everything from sexual relations to the inheritance of property”. (Todavía muchisimas convivencias y relaciones consensuales carecen de derechos y protecciones de ley).

En la Antigüedad se reconocían las convivencias sin necesidad de un documento oficial que diera fe del vínculo de los cónyuges. En el matrimonio romano los invitados a la boda se tomaban por testigos, en caso de que hubiera una petición de divorcio de uno de los contrayentes. Interesantemente, “el divorcio”, apunta Angulo y Carvalajal, se peticionó con muchísima frecuencia (12).

No es hasta la Edad Media que la Iglesia cobra centralidad casamentera. Ni entonces, ni nunca han dejado de existir los amancebamientos –en el medievo conocido como el matrimonio a yuras o clandestinos, sin sacerdotes o testigos (gracias RAE)–.  Más adelante, en el siglo XVI, el Concilio de Trento, que entre otras cosas condenó la Reforma protestante y reafirmó la existencia del purgatorio, estableció el matrimonio como un sacramento y con ello la supresión del concubinato (sin muchísimo éxito).

Marriage, A History, traza el cambio, a finales del siglo XVIII, luego de que una serie de cambios económicos, políticos y culturales erosionaran, en Europa y Norteamérica, la ubicuidad de los matrimonios ‘pragmáticos’. Pero a más de 150 años del matrimonio ‘moderno’, con sus transformaciones –a veces involutivas–, nos enfrentamos a nuevos retos. Esther Perel nos dice que we come to one person, and we basically are asking them to give us what once an entire village used to provide.

Yo que cumplí hace unas semanas tres años de matrimonio (pero 8 a yuras), llevo a modo de mantra y hasta sentencia que hacemos un amoroso frente, un ‘ejército de dos’. Sin dejar de ser económica, la decisión de escogerse y quererse es una faena de día a día.

Mi amigo David, cuya boda fue el mes pasado, me hablaba de la importancia de celebrar el amor. Su definición fue sucinta y certera. Comentaba con mucha ilusión que lo suyo era “alianza”. Me pareció una mejor definición, un tanto menos belicosa que la mía.

Vuelvo a Esther Perel y al matrimonio como literatura, con narraciones cambiantes, en el mejor de los casos, conscientes de sí mismas y a fines o llevaderas en lo que importa. Y regreso a mi enciclopedia personal, a aquello que pensó, escribió y por fortuna se ha editado de Juan Ramón Jiménez (yo como Lefevre también tengo monomanías).

En el exilio Juan Ramón, escribió en Ideolojía, su libro de aforismos, sobre el amor como “universo de dos”. Décadas antes, en su viaje de recién casado, ya intuía a su unión (y sus preferencias de convivencia), como una órbita cerrada.  En su viaje de bodas y mirando su anillo de desposado, escribía: “Mi corazón entero pasa, río/ vehemente y noble, bajo el suave/ anillo que, por contenerlo, en círculos/ infinitos de amor se abre”.

Y termino mi brevísima y limitada revisión matrimonial con un saldo de ejércitos, alianzas o andarines de órbita (de cuantos integrantes se quiera y dure lo que dure); estrategias de supervivencia o de poder, frente al Estado o la Iglesia o ninguna… Porque ante la vida, escribía, Jiménez (¿quién más?) “en dónde está el amor, allí está el mundo” (Ideolojía 122) y la historia.

 

 

 

 

 

 

 

 

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