Especial para En Rojo
El cuadro clínico de Griselle Morales, esposa del candidato a la gobernación por la Alianza, Juan Dalmau, ha estremecido al país. Dentro del fragor de la contienda electoral, ya en su punto más turbulento, muchos analistas aseguraron la semana pasada que la campaña de la Alianza habría chocado con una pared de concreto. Sin la presencia del líder máximo de la coalición, se concluyó que el momentum que vivía la histórica unión entre el Partido Independentista Puertorriqueño y el Movimiento Victoria Ciudadana se vendría abajo. Pocos sabían aquellos comentaristas de los partidos tradicionales o los estudiosos de ciencias políticas de épocas pasadas que el momento actual no responde a la política tradicional.
“Te pido que donde yo no pueda estar, tú estés presente. La campaña es tuya y es un movimiento de alianza, mayor que yo”, les pidió un conmovido pero firme Juan Dalmau a los seguidores que lo escuchaban. El candidato los invitaba a asistir a varias actividades de la colectividad a días de las elecciones generales.
Igual que una de las frases más conocidas de liderazgo 101, que establece que el verdadero liderato no es lo que sucede cuando el líder está presente, sino lo que sucede cuando él no está, en estos últimos fines de semana, sin la presencia física de Juan Dalmau, las calles se han llenado de esperanza. Las caravanas de los últimos dos fines de semana son el ejemplo más contundente de que, cuando el líder transmite un sentido de propósito, esperanza y confianza, tanto si lidera una empresa como una campaña como esta, la motivación de las personas, lejos de desalentarse, aumenta.
En un panorama político cimentado en la mentira y la corrupción, la figura de Juan Dalmau se erige como una luz de honestidad y amor por el país. Su candidatura a la gobernación de Puerto Rico no solo se basa en promesas concretas sobre educación, salud para todos, cuidado medioambiental, derechos con equidad o un desarrollo económico con apoyo acentuado en los empresarios locales, sino en todo un historial de sacrificios y dedicación en pro del bienestar de Puerto Rico. A pesar de las dificultades personales que ha enfrentado a partir de las inesperadas situaciones de salud de su hijo primero y su esposa ahora, su enfoque sigue siendo el mismo: otorgarle al país un gobierno transparente y empático en contraposición evidente con el bipartidismo.
La capacidad de Juan Dalmau para mantenerse en contacto con el país, por medio de mensajes grabados, en medio de tiempos tan drenantes emocionalmente, refuerzan su imagen de líder comprometido. La situación de su esposa, Griselle, lejos de sacarlo de carrera, ha añadido una dosis alta de humanidad a su campaña. Muchos de nosotros nos sentimos identificados con la lucha personal que enfrenta, lo que ha generado una conexión emocional entre Dalmau y los votantes.
“El que es incapaz de gobernar sus emociones es incapaz de gobernar al país”, dijo en su reingreso a la política en el residencial Llorens Torres en San Juan. Con esta frase tan admirable, le reiteraba al país que estaba fuerte emocionalmente para asumir y construir los destinos de una patria nueva, aún en tiempos de dificultad.
En momentos en que la empatía es más necesaria que nunca, la siempre constancia, desde sus días de arresto por defender a los viequenses, su disponibilidad y disciplina durante todos sus años en la política y aún en retos personales tan duros, sirven de testimonio de su temple y compromiso. ¿A quién más querrías para liderar el país que soñamos?
Hasta hace muy poco, la posibilidad de que un gobernador honesto llegara al poder por medio de elecciones generales parecía solo posible en una novela de fantasía. Tanto fue así que, cuando el escritor puertorriqueño José Borges escribía su novela Fortaleza, publicada en 2013, el autor tuvo que matar al gobernador de turno para que el destino del país estuviera en manos de una persona sin ambiciones de poder y con las cualidades necesarias para hacer de nuestro gobierno uno competente.
En aquel momento, el escritor José Borges, desilusionado con los gobernantes previos, se cuestionó: “¿Cómo puede una persona íntegra y honesta ser un gobernante de un país?”. Para Borges, la respuesta tardó en llegar: debe ser por casualidad. “Luego de un poco de investigación, maté al gobernador. El de mi novela, por supuesto: nuestros últimos gobernantes no merecen la pena capital… bastaría con cadena perpetua”, bromeó Borges hace unos años. De esta forma, el secretario de Estado, a quien nunca le interesó el puesto, tendría que juramentar como gobernador. Hoy día la posibilidad de que, por fin, tengamos esa figura en Fortaleza, por medio del voto directo del pueblo, rompe con cualquier análisis lógico de los comentaristas radiales y televisivos de hace unos años.
Pero ¿qué cambió en Puerto Rico? Es posible que todos tengamos un análisis distinto; sin embargo, las razones sobran: la corrupción, el abuso de poder, la quiebra de nuestros patrimonios, el cierre de las puertas del Capitolio, el aguante de los suministros, el chat, la falta de empatía, los insultos disfrazados de “Buenos días”, las ausencias en temas importantes, la contratación a los amigos, las promesas incumplidas, la fuerza de choque en las manifestaciones, la venta de nuestras playas… La pregunta, más bien, sería ¿por qué tardamos tanto en exigir o anhelar ese gobierno honesto? Este realineamiento político ha tomado su tiempo.
“Un líder es un repartidor de esperanza”, dice una conocida frase atribuida a Napoleón Bonaparte. Juan es ese líder que reparte esperanza. “Esta es una campaña de amor por Puerto Rico”, ha dicho más de una vez. Juan Dalmau es quien, por fin, ha logrado generar confianza y trazar un camino de optimismo en una ciudadanía que lo había dado todo por perdido. En Dalmau y en los cientos de candidatos que se han hecho disponibles, muchos vemos la esperanza de un futuro más prometedor para Puerto Rico.
SI los resultados de las próximas elecciones, por fin, favorecen un cambio de verdad será, ciertamente, un primer paso de reconstrucción. El destino de Puerto Rico no será responsabilidad de una sola persona. Nos corresponderá, por lo tanto, a todos reconstruir y ayudar a cambiar lo que no funcionó nunca. Ese es el valor mayor de esta unión de país. Juan Dalmau es la voz de una gran cantidad de ciudadanos que ve hoy como posible ese lugar que veíamos solo en nuestros sueños más utópicos. Sin embargo, tenemos que ser nosotros quienes echemos y facilitemos que la rueda corra. De nosotros dependerá que, más allá de un cambio de gobierno, asumamos, por fin, la responsabilidad de construir una nueva patria, una patria nueva, la patria que tanto amamos y que tanto ha sufrido por nosotros.